MILAGROS
Juan tiene su forma particular y característica de referirse a los milagros de Jesús. Nunca usa δύναμις, que es la forma que más se usa en los Evangelios Sinópticos. De hecho, este término es el único que los tres primeros evangelistas usan para referirse a los milagros (Mateo lo usa 12 veces, Marcos 10 veces y Lucas 15 veces). Eso hace que aún nos sorprenda más que Juan no lo use en absoluto. En su lugar, nuestro evangelista usa dos palabras: σημεῖον, "una señal", y ἔργον, "una obra". Todas estas palabras aparecen en los Sinópticos, pero nunca usadas de la misma forma que las usa Juan. σημεῖον aparece en Mateo 13 veces, en Marcos 7 veces, y en Lucas 11 veces, pero en ninguna de esas ocasiones sirve para referirse a los milagros de Jesús. La encontramos cuando los judíos le pidieron a Jesús que hiciera "señales", a lo que Jesús se negó. También se usa para referirse a "la señal del Hijo del Hombre", que aparecerá en los últimos tiempos. Pero nunca se usa para describir los milagros que Jesús hacía durante su ministerio. Algo parecido ocurre con ἔργον. En Mateo encontramos esta palabra 6 veces, en Marcos 2 veces, y en Lucas 2 veces también. En dos ocasiones sí que hacen referencia a los milagros de Jesús: una, cuando Mateo nos cuenta que Juan el Bautista "oyó en la cárcel las obras de Cristo" (Mt. 11:2) y, la segunda, cuando Lucas explica que Jesús era "poderoso en obra y en palabra" (Lc. 24:19). Pero aunque tenemos estos dos casos en los Sinópticos, se trata de un uso excepcional. En cambio, Juan usa estos dos términos con mucha libertad con el objetivo de revelar la que era, según él, la característica más importante de los milagros.
Utiliza σημεῖον 17 veces. En una ocasión se refiere a Juan el Bautista, quien "no hizo ninguna señal" (10:41). Los enemigos de Jesús usaron estas palabras en dos ocasiones para preguntarle qué señal les iba a mostrar (2:18; 6:39); y en otra ocasión, para preguntarse a sí mismos si cuando el Cristo viniera iba a hacer más señales (7:31). Jesús usó este término dos veces. Una, para quejarse de que sus oyentes no iban a creer a menos que vieran "señales y prodigios" (4:48) y otra, para describir a los que le buscaban no porque había visto señales, sino solo porque habían comido de los panes y se habían saciado (6:26).
En cambio, las otras 11 veces en las que encontramos σημεῖον, sí se refiere exclusivamente a los milagros de Jesús. El significado intrínseco de esta palabra es muy importante. Está relacionado con σημαίνω, "significar, indicar, dar a conocer". Es decir, un shmei/on es algo lleno de significado. No es un fin en sí mismo, que su propósito es que la gente vea más allá del "hecho milagroso". De hecho, este término no tiene por qué incluir necesariamente un matiz de "lo milagroso". En la Septuaginta normalmente se usa para referirse a "señales" que no son milagros. Sin embargo, Juan lo usa exclusivamente para los milagros. Un milagro, tal como Juan lo ve, es un medio para enseñar a la gente la verdad espiritual y, más concretamente, para hacer que vuelvan sus miradas a Dios. Por eso recoge las palabras de Nicodemo: "nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con Él" (3:2), y las de aquellos que interrogaron al ciego de nacimiento: "¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales?" (9:16). Vemos, pues, que el origen de las señales es Dios mismo, y que hace que la gente mire a Dios. Por tanto, no nos sorprende que la fe sea la consecuencia de ser testigo de uno de estos sucesos. Cuando vemos la primera de las señales, cuando Jesús convierte el agua en vino, se nos dice que "sus discípulos creyeron en Él" (2:11). También en Jerusalén creyó mucha gente a causa de las señales (3:23) y, de hecho, Juan dice que su evangelio es un recopilatorio de este tipo de señales recogidas para que la gente crea (20:30–31). Por esta razón, se culpa a la gente que veía las señales y se negaba a creer (12:37). En una ocasión, los principales sacerdotes y los fariseos expresaron lo mucho que toda aquella situación les preocupaba: Jesús "hace muchas señales", y corremos el peligro de que todos crean en Él (11:47–48). En más de una ocasión, Juan cuenta que la gente se acercaba a Jesús porque sabían que hacía señales (6:2; 12:18), y cuando Jesús alimentó a la multitud, la gente que había visto aquella señal decía: "Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo" (6:14). Véase que Jesús no rechazaba la fe que venía por haber visto las señales. Obviamente, esa no era la fe más genuina, pero, en cualquier caso, era mejor que la incredulidad. Así que, en una ocasión, Jesús amonestó a la gente que no respondía ante las señales de forma adecuada: "Me buscáis no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado" (6:26). Después de haber sido testigos de una señal tan grande, aquella gente le pidió a Jesús que hiciera una señal (6:30), pero su deseo no les fue concedido. Porque al igual que en los Sinópticos, tenemos aquí a un Jesús que solo hace milagros que llevan a la gente a la fe. Las señales buscan que la gente deposite su fe en Jesús. Sin embargo, las palabras que Jesús dirige a aquellos que piden "señales y prodigios" para poder creer, dejan bien claro que el Señor repudiaba aquella actitud (4:48).
Vemos que Juan usa el término "señal" de una forma muy característica. Para él los milagros eran sucesos con un significado. Presentaban verdades espirituales. Llegamos a esta conclusión no solo por el significado de esta palabra, sino por la forma en la que Juan presenta su narración. En ella va exponiendo muchas facetas de la necesidad humana, mostrando a la vez la impotencia del ser humano y la suficiencia de Jesús. Cuando Jesús convierte el agua en vino se hace evidente nuestra incapacidad de soportar las demandas de las celebraciones por las que tenemos que pasar en esta vida. En el caso del hijo del oficial del rey y del hombre que llevaba treinta y ocho años paralítico, vemos nuestra impotencia ante la enfermedad y ante la tragedia de una discapacidad física. La alimentación de la multitud nos muestra la limitación de los recursos de los seres humanos (una lección muy relevante en nuestros días), y cuando Jesús camina por las aguas queda patente la diferencia que hay entre Jesús y el ser humano, que ante las fuerzas de la Naturaleza, como por ejemplo una gran tormenta, no puede hacer nada. Cuando Jesús le abre los ojos al ciego, vemos nuestra incapacidad de cambiar las circunstancias en las que vivimos o que nos vienen dadas (él era ciego de nacimiento), mientras que también ilustra que Jesús es la Luz del mundo. La resurrección de Lázaro resalta la derrota última del ser humano, que es incapaz de vencer a la muerte, y a la vez revela a Jesús como la resurrección y la vida. Todos estos milagros son "señales" porque señalan o apuntan a algo en concreto. Cuando la gente las considera de forma adecuada ve a Dios74, y el regalo que Dios nos ha hecho en Jesús. Si la gente se acerca a los milagros con la actitud correcta, entonces llegan a tener la fe necesaria para creer. Desde este punto de vista, σημεῖα es un desafío, un llamamiento a tener fe.
Para Juan, "las señales" eran parecidas a las que usaban los profetas, y que ahora reconocemos como parte integral del mensaje que estos transmitían. Toda "señal" hacía algo. Así, la señal de Caná dejó claro que el poder del Cristo que da vida estaba por encima del ritualismo judío, y sus discípulos creyeron (2:11). La curación del hijo del oficial del rey presenta a Jesús como la Vida; y tanto el oficial como toda su casa recibieron la vida (4:53). La curación del ciego de nacimiento muestra a Jesús como "la Luz del mundo", dándole al hombre luz tanto para la vista como para el alma (9:38). Y lo mismo ocurre con otras señales. Para Juan las señales eran eficaces.
En las tres ocasiones en las que Juan usa un verbo muy parecido, σημαίνω, lo hace para referirse a la muerte (dos veces a la muerte de Jesús, 12:33; 18:32, y una a la de Pedro, 21:19). Las señales son importantes, ya que son parte de la obra de aquel cuya obra suprema era morir por los pecadores.
Pero esto no es todo lo que Juan tiene que decir sobre los milagros; por tanto el uso que hace de ἔργον también es importante. Este término podía usarse para describir las acciones de las personas, ya fueran buenas o malas. En cuanto a acciones malas, ver 3:19, 20; 7:7; 8:41; y en cuanto a obras buenas, 3:21; 6:28, 29; 8:39; 14:12. Véase además que a estas buenas acciones a veces se las llamaba "las obras de Dios" (6:28, 29). Puede que eso pretenda explicar el origen de las buenas obras que hacemos. No salen de nosotros mismos. El pasaje en el que Jesús habla de las obras que sus discípulos harán después de que Él les deje es muy sorprendente: "el que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre" (14:12).
Pero normalmente Juan usa ἔργον para referirse a las obras de Jesús. De las 27 veces que Juan usa esta palabra, 18 sirven para explicar cosas que Jesús ha hecho. Y la usa de diversas maneras. En algunas ocasiones, para referirse directamente a los milagros; por ejemplo, "Una sola obra (NVI: "milagro") hice, y todos os maravilláis" (7:21). Otras veces se refiere a todo el ministerio de Jesús, por ejemplo, aquellas palabras de la oración: "habiendo terminado la obra que me diste que hiciera" (17:4). Se suele usar en singular para hablar de acciones concretas o de la suma total de su ministerio en la tierra, y en plural para referirse a las muchas obras que realizó.
Las obras de Jesús son "las obras que ningún otro ha hecho" (15:24). Son características de él y no se pueden comparar a las de los demás. Ciertamente, en un sentido no son las obras de Jesús, sino del Padre. Dice Jesús: "El Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que Él mismo hace; y obras mayores que éstas le mostrará, para que os admiréis" (5:20). No hay duda de que habla de las obras de Cristo. Pero Jesús reconoce que son obra del Padre. No salen de Él; no las hace por cuenta propia. "El Padre que mora en mí es el que hace las obras" (14:10). Por eso puede decir que su comida es llevar a cabo la obra del Padre (4:34), y puede hablar de las obras que el Padre le ha dado para llevar a cabo (5:36). Al final de su vida pudo decir que había "terminado la obra que me diste que hiciera" (17:4). En este caso ἔργον se refiere a la obra que realizó durante toda su vida. En el capítulo 9 dice que el hombre estaba ciego "para que las obras de Dios se manifiesten en él", y añadió: "nosotros debemos hacer las obras del que me envió" (9:3–4). De nuevo, vemos que Jesús dice a los judíos: "Os he mostrado muchas obras buenas que son del Padre" (10:32). Está claro que Jesús reconoce que las obras que Él hace vienen del Padre.
La función de estas obras es enseñar a la gente. Tienen valor como revelación. Más de una vez Jesús dijo que esas obras daban "testimonio de él" (5:36; 10:25). Y si estas obras testificaban, es importante que la gente escuche ese testimonio. Por eso decía "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis", añadiendo "pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed las obras; para que sepáis y entendáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre" (10:37–38). En otra ocasión también dice: "creed por las obras mismas" (14:11). No hay duda de que su palabra y sus obras están estrechamente relacionadas, ya que está en posición de decir: "Las palabras que yo os digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que hace las obras" (14:10). Es evidente que una de las funciones de las obras, como las señales, es la de revelar.
Vemos pues que ἔργον es una palabra muy importante en la comprensión joánica de los milagros. De hecho, éste es el término que Jesús emplea normalmente en este evangelio para referirse a los milagros. En dos ocasiones utiliza σημεῖον, pero en el resto de referencias siempre encontramos ἔργα. A mi parecer, éste es un dato muy importante, pero muchos especialistas, que no dan importancia a que Juan prefiera σημεῖον frente al δύναμις de los Sinópticos, lo pasan por alto. Pero debe de haber alguna razón por la que el mismo Jesús prefiere el uso de ἔργον. La razón puede estar en el significado intrínseco de la palabra, y en el hecho de que se usa también para referirse a las obras realizadas por las personas. Lo que para nosotros son milagros, para Dios y para Cristo no son más que "obras". Aunque a nosotros nos parezcan extraordinarias, para ellos son bien normales.
Y, además de usarse con más frecuencia que σημεῖον, ἔργον se usa de forma más variada. Así, creo que es cierto que aunque para Juan los milagros son σημεῖα, acciones cuyo objetivo es que la gente mire a Dios, también son ἔργα, obras cuyo origen está en Dios. De hecho, como vienen de Dios revelan la verdad, y por eso la gente se vuelve a mirar a Dios. Ésta es la razón por la cual Juan habla tanto de la fe que nace por haber visto "obras", y de la fe que nace por haber visto "señales". Para Juan, la palabra más general es ἔργον. Engloba lo que nosotros llamaríamos los hechos "normales" de Jesús, y también los hechos "sobrenaturales". No podemos separarlo, pues forman un todo: Jesús vivió de forma coherente, siempre haciendo la voluntad de Dios y llevando a cabo su propósito. No solo a través de los milagros, sino que en cada aspecto de su vida revelaba la gloria de Dios.
Detrás del uso que Juan hace de ἔργον aún hay una última idea. En el Antiguo Testamento se usa esta misma palabra para referirse a las obras de Dios. Quizá los pasajes más importantes son aquellos que se refieren a la Creación (Gn. 2:2–3; Sal. 8:3; 104:24, etc.) y a la liberación de la esclavitud en Egipto (Sal. 44:1; 95:9; etc.). Así que en vista de la manera en que el Evangelio de Juan presenta a Jesús como el cumplimiento de muchas de las obras que Dios había hecho en el Antiguo Testamento (el maná verdadero, el agua viva, la luz verdadera, etc.) no deberíamos limitar tanto el uso de esta palabra. Juan está indicando que la obra que Dios hizo en el Antiguo Testamento tiene su continuidad en la obra que hace a través del ministerio de Jesús. Y esto lo vemos en todo tipo de actividades, pero sobre todo en la Creación y la Salvación. Las "maravillosas obras" de Dios llegan a su clímax y a su cumplimiento en las "obras" de Cristo. Éstas y aquellas forman una unidad. Y probablemente no sea una coincidencia que la gran declaración "Yo y el Padre somos uno" (10:30) aparezca en un contexto donde se está hablando de "obras". Unidad del ser significa unidad en la acción, y unidad en la acción refleja la unidad del ser.
Morris, L. (2005). El evangelio según Juan, vols. 1 y 2. Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.
(Por favor me confirma si lee este correo electrónico)
Muchas gracias.
Paz de Cristo!
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
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