viernes, 6 de noviembre de 2015

parte 4

En cierto lugar a donde fuimos estaban haciendo los cultos en las instalaciones de un colegio. La edificación no tenía ninguna pared divisoria al interior, solamente una cortina. La mujer que ejercía el pastorado allí se sintió muy celosa de nosotros y, claramente, nos resistía en espíritu. Mi esposa y yo éramos muy jóvenes y aquellos celos, definitivamente, se convirtieron en un estorbo para mi ministerio allí. 

            Durante un culto de sábado en la noche, una de las creyentes se puso en pie y testificó que había tenido una visión en la que una rata corría del piano al púlpito. Me di cuenta que la visión era para Shirley y para mí. (Ella era la que tocaba el piano y yo era el que predicaba desde el púlpito). Estaba convencido de que Dios quería que supiéramos que estábamos enfrentando un problema en esa iglesia. Fui consciente de que había resistencia en mi contra, así que solicité ir a casa con la pastora y su esposo para analizar allí con ella la situación. 

            Estando allí, le dije: Vinimos para hacer un trabajo a favor de la causa de nuestro Jesús; sin embargo, es obvio que los cultos en los que hemos estado no han sido de su agrado. Con mucho gusto, Shirley y yo nos iremos si usted lo desea". Ella respondió: "No, no, hermano Cole, usted ha malinterpretado las cosas". Yo le repliqué: 
"Como evangelista, sé que es necesaria su aprobación, si queremos ver la manifestación de Dios. Usted debe ponerse de mi lado, respaldar lo que hago si en verdad quiere que me quede". Ella manifestó de nuevo su deseo de que continuáramos con los cultos.

            Al día siguiente, un domingo en la mañana, le dije a Shirley que se quedara donde estábamos hospedados, ya que Dios me había revelado que algo complicado iba a acontecer en la iglesia esa mañana. Fue la primera vez que me fue revelado lo que iba a ocurrir en un culto. 

            Me fui para la iglesia. Habían dividido el salón con una cortina. En un lado estaba una maestra con todos los niños; en el otro, donde yo estaba, solo había adultos. La pastora estaba enseñando esta clase de adultos. A medida que enseñaba, empezó progresivamente a subir el volumen de su voz. Este cambio de volumen era una señal para el grupo que estaba al otro lado. La maestra de esa clase inició algo así como una danza espiritual, salió de detrás de la cortina y se dirigió hacia donde estábamos sentados, con ambos brazos levantados hacia nosotros y sus dos dedos índices apuntando hacia mí. Guardé un silencio sepulcral mientras ella "profetizaba" acerca de mí. Profetizó que yo me encontraba en pecado. En silencio, le dije a Dios que aunque reconocía que tenía un largo camino por recorrer para llegar al nivel ideal, también estaba seguro que no merecía esta humillación en público. Le dije a Dios que yo tan solo era un predicador joven y que necesitaba su ayuda, que esta gente me iba a destruir si Él no me ayudaba. 

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