jueves, 19 de noviembre de 2015

parte 7

Prediqué lo mejor que pude, pero en ese entonces no era un gran predicador. Era joven y muy novato. Prediqué hasta donde sabía, con todo mi corazón. Ellos no reaccionaban a nada de lo que yo decía. Solo había un máximo de 15 o 20 personas. El salón tenía capacidad para 40 personas, aproximadamente.

            La pequeña Brenda cayó enferma con algo parecido a la varicela o al sarampión. Ella no podía ir a la iglesia con nosotros pues aquello era contagioso. Mi esposa tampoco asistía a los cultos pues tenía que cuidar a Brenda. Eso sí que era un problema para mí, ya que en el inicio de nuestro ministerio evangelístico ella oraba por casi todos los que buscaban algo de Dios. Tenía un maravilloso don para ministrar en oración a la gente, uno por uno. Antes del culto del miércoles en la noche, le dije a Shirley que me estarían entregando el púlpito para predicar, alrededor de las ocho p. m., y que quería que ella estuviera orando de rodillas por mí hasta que yo regresara. Sabía que podía contar con ella, porque era una verdadera guerrera de oración.

            Prediqué sobre el valle de los huesos secos de Ezequiel, y dije todo lo que conocía aproximadamente por 20 minutos. Al final dije: "Ustedes dicen que quieren tener avivamiento, pero no oran, no vienen al altar, no hacen nada para traer el avivamiento. ¿Cómo van a tener avivamiento si no hacen nada al respecto?". Les dije más: "Al menos, deberían acercarse al altar y orar. Todos necesitan orar aun cuando no haya ni uno que espere recibir el Espíritu Santo".

            En ese momento, le entregué al pastor. Este se sentaba en la primera banca en lugar de hacerlo en la plataforma". Yo sabía que él no apreciaba la forma en que había predicado. Parecía que solo menospreciaba cada parte de mi sermón.

            Me retiré a un costado y oré de rodillas: "Dios, en verdad, me la jugué toda aquí esta noche. Hice todo lo que estaba a mi alcance y si tú no me ayudas, estoy acabado, no tengo más nada que hacer. Solo soy un predicador joven por aquí en Canadá y tú vas a tener que ayudarme".

            El anciano pastor se levantó y preguntó: "¿Bien, desean orar o quieren irse a casa?".

            Me pareció tan desagradable su actitud. No mostraba ningún respeto hacia mí pues pensaba que yo era solo un "pueblerino" proveniente de las montañas de Virginia Occidental.

            Nadie dijo nada, así que él agregó: "Entonces, sencillamente, vayámonos a casa". Llamó a un hermano para que hiciera la oración de despedida. No había pronunciado aquel hombre cinco palabras cuando empezó a hablar en lenguas profusamente. Habló en lenguas poderosamente. Y entonces, ¡pum! De pronto, seis personas cayeron al suelo. Todos se desplomaron estrepitosamente, incluido el hermano que había dirigido la oración. Uno de los hombres que fue derribado era un policía totalmente uniformado. Era un pecador cuando cayó al suelo, pero recibió el Espíritu Santo esa noche.  


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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

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