La hermana Barnes resucitó. Se sentó y pidió algo de beber. El pastor de los Hermanos Unidos, que había estado allí durante el episodio, se quedó petrificado y cayó al suelo boca abajo, como árbol que ha sido talado. Momentos después, el doctor exclamó (refiriéndose a mí): "La próxima vez no me llamen a mí, llámenlo a él". T. W. Barnes[1] fue el que me aclaró días más tarde lo que había logrado, al hablar la palabra de fe.
En aquel entonces yo era joven e inexperto. Me faltaba entrenamiento o un mentor[2] que hubiese estado cerca. Si hubiera sabido qué hacer y cómo capitalizar la situación, hubiésemos tenido una gran cosecha como resultado del milagro hecho. Pero me faltó pericia para obrar. Sin embargo, esta experiencia afianzó en mi mente un determinado grado de compresión de lo que es buscar a Dios, conocer sus propósitos y, como resultado, hablar la palabra de Dios en obediencia a su voluntad. A medida que los años han trascurrido, este ha sido un elemento preponderante en el cimiento de mi ministerio al servicio del Señor Jesús.
Continuamos viviendo por fe, tanto en un sentido espiritual como en lo que tenía que ver con nuestra economía. Hubo ocasiones en las que tuvimos que rebuscar en las sillas del automóvil monedas olvidadas para comprar aceite usado para el carro. En aquellos días las carreteras eran muy angostas y llenas de curvas. Algunas eran tan pronunciadas que casi podía uno ver su propia placa en la parte de atrás del vehículo.
En aquella época cantábamos himnos especiales de memoria. Me encantaba oír a mi esposa tocando el acordeón y cantando. Nuestro repertorio incluía más de cien canciones. Muchos disfrutaban al oírnos cantar. De hecho, hubo un año en el que cantamos en la asamblea general. Nuestro canto fue un elemento poderoso en nuestro ministerio.
Capítulo 4
Antes del llamamiento misionero
La primera prueba de la protección divina hacia nosotros ocurrió cuando Brenda, nuestra hija, era apenas una bebé diminuta, de pocos meses. Mi esposa Shirley ni siquiera había cumplido los veinte años de edad. Estábamos en una campaña.
Siempre he mostrado una actitud de sumisión al pastor del lugar donde soy invitado como evangelista. Siempre he sido sumiso a mi pastor. Si yo hacía algo que él no compartía, yo lo suspendía. No imponía mi idea "estilo aplanadora". No abusaba del ejercicio de mis dones en detrimento del pastor, ni siquiera intentaba decir: "Dios me mostró que hiciera esto o lo otro". Sencillamente, no imponía mis puntos de vista para evitar complicaciones. Algunos lo verán como falta de convicción, pero para mí es sabiduría.
[1] Pastor anciano muy respetado y frecuentemente referenciado
[2] Consejero o guía de una persona.
Gracias!
Bendiciones...
ADONAY ROJAS ORTIZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario