miércoles, 4 de noviembre de 2015

Traducción introducción biografía Billy Cole primera parte

Introducción

La Palabra de Fe

Un muerto resucita

 

 

En el ministerio, siempre procuré enterarme de lo que Dios quería hacer, cuándo quería hacerlo y dónde quería hacerlo. Con esta información, mi trabajo consistía en presentarme en el momento y el lugar indicados. Ese es el secreto para tener éxito al hablar la palabra de fe. Según mi experiencia, siempre que un creyente se haga presente en el lugar y en el momento precisos y hable por la fe –con osadía– aquello que Dios ya ha revelado como su propósito, producirá la manifestación del poder de Dios de acuerdo con la palabra de fe pronunciada.

Podemos y debemos hablar de acuerdo a la fe en lo que Dios nos ha revelado. Lo que Dios quiere, o se propone hacer, tiene una certeza absoluta. Sucederá. Pero, aunque sea algo inexorable[1] (próximo a acontecer); el que duda no puede anticiparse a decirlo, pues está batallando con la incredulidad. Solo el que está lleno de fe puede ordenar con arrojo[2] que lo extraordinario suceda de inmediato, antes de que acontezca.   

            Recuerdo la primera, primera, vez que fui testigo presencial del poder milagroso de Dios obrando conforme a la palabra de fe…

 

Una muerta se levanta

 

            Ocurrió en 1955, en Ravenswood, Virginia Occidental, Estados Unidos. En aquellos días, mi esposa, Shirley Ann, y yo éramos jóvenes. Ella estaba embarazada de nuestra única hija, Brenda Jewel. Aún no habíamos recibido el llamado de Dios para ir a Tailandia. Nuestro llamamiento para predicar en Ravenswood era nuestra prioridad en ese momento. No había –que nosotros supiéramos– ni un solo pentecostal, de ninguna clase –ni pentecostal ni trinitario–, en todo el condado, en aquel entonces. Estábamos en verano, aproximadamente, en el mes de agosto. Levantamos una carpa de unos 15 por 20 metros y empezamos una serie de cultos de avivamiento, todas las noches, durante un mes completo. Como no teníamos dónde quedarnos en Ravenswood, nos fuimos a vivir con mi padre, J. C. Cole, en Parkersburg, Virginia Occidental. Por aquella época, la carretera entre Parkersburg y Ravenswood, la antigua Ruta 2, era toda de grava. Más de 64 kilómetros de una vía llena de curvas, paralela al río Ohio. Recorrimos en carro esa larga carretera tantas veces, que nos parecía que conocíamos cada curva y cada hueco. Para mi amada esposa era incluso más difícil pues se encontraba encinta.

            En el trascurso de las reuniones de avivamiento en aquella carpa, prediqué cada sermón que conocía, por lo menos dos veces. El Señor llenó con el Espíritu Santo a tres personas y bautizamos a 16 en el nombre de Jesús. Todos pertenecían a una organización denominada los Hermanos Unidos. Fueron tres damas las que recibieron el Espíritu Santo y, a decir verdad, las tres eran viudas. Aquellas 16 personas mostraban gran amabilidad hacia nosotros; sin embargo, no conseguíamos persuadirlos de que abandonaran los Hermanos Unidos (a excepción de las tres viudas). Estas nos invitaban a comer y, en ocasiones, alguna de ellas nos hospedaba durante una noche para evitarnos el largo recorrido hacia y desde Parkersburg.



[1] Inexorable. Que no se puede evitar.
[2] Valentía




Cortesía del hermano Edisson Mosquera Rengifo

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