sábado, 5 de diciembre de 2009

LA ESPERANZA


LA ESPERANZA

1.       OBJETIVOS:

·         Definir claramente el término Esperanza.

·         Aclarar el fundamento y el objeto de la Esperanza Cristiana.

·         Dotar al oyente de esperanza verdadera y abrirle un nuevo horizonte de posibili­dades que le motive a seguir viviendo.

 

2.       INTRODUCCIÓN

Un conocido locutor colombiano acostumbraba repetir la frase: Quien pierde dinero, ha perdido poco. Quien pierde un amigo, ha perdido mucho. Pero, quien pierde la Esperanza lo ha perdido todo.

Saber esperar es también una virtud; y lo es de manera especial en una sociedad y un momento histórico en que parecen cerrarse todas las puertas de acceso a nuevas posibilidades.

La virtud de la esperanza responde a la necesidad vital de desear, proyectar y conquistar el futuro. Hemos nacido en un momento de cuestionamiento históri­co. Incluso somos a veces excesivamente duros y nega­tivos en nuestros juicios.

La esperanza se despliega en emotividad entusiasta. Y el entusiasmo se expresa como optimismo vital en toda empresa. Dicho optimismo resulta fácil cuando el éxito de la empresa está asegurado. Cuando existe seguridad ante el futuro previsto y deseado, es lógico ser optimistas; uno espera simplemente que pase el tiempo para alcanzar lo ape­tecido. Pero cuando lo que uno desea del futuro es insegu­ro o improbable, resulta difícil el optimismo.

Ser conscientes de la dificultad no es motivo para hundirnos en el pesimismo colectivo; ni mucho menos en la desesperación.

Se desesperan quienes olvidan la lentitud connatural a todo cambio histórico que valga la pena, quienes se dejan deslumbrar por los fogonazos de los éxitos llamativos e inmediatos, quienes con cierto egoísmo desean recoger los frutos de su propia siembra, quienes desconfían de las perso­nas que les rodean y de todo su pueblo.

Esta desesperación lleva a muchos a optar por métodos violentos: aniquilar a los opresores para acelerar el proceso. Pero, por este camino la desesperación se cierra sobre sí misma, y no deja lugar a la esperanza. Crece la violencia y aumenta la muerte y la opresión.

Saber esperar activamente cuesta; es virtud, tensión. Lo importante consiste en no perder la di­rección, saber a qué aspira y trabajar sin fatiga ni desánimo, atentos para aprovechar todo acontecimiento favorable. Los frutos llegarán, sin duda. Seamos optimistas y entusiastas.

 

3.       DEFINICIÓN:

En su sentido más gene­ral, la esperanza es la manifestación de una actitud o disposición positivas hacia el futuro. Por tanto, definida ampliamente, la esperanza podría incluir deseos, sueños y fantasías, basadas o no en la realidad. Parecería que la esperanza es una necesidad psicológica si el hombre ha de tener alguna idea en cuanto al futuro. Aun cuando no haya ninguna base racional para ella, el hombre sigue teniendo esperanza. Es muy natural que esta esperanza, aun cuando aparentemente esté justificada, sea transitoria e ilusoria.

Ya en términos bíblicos, Pablo nos dio una descripción precisa de los paganos cuando dijo que no tenían esperanza, Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. La razón fundamental de esto era que estaban sin Dios, sin esperanza y sin Dios en el mundo.

A veces la Biblia utiliza la esperanza en el sentido secular. El que ara, por ejemplo, debe hacerlo con esperanza, porque la esperanza de la recompensa es lo que endulza las labores. Pero en la mayor parte de los casos la esperanza de que se ocupa la Biblia es algo muy diferente.

En términos bíblicos, la esperanza consiste en descansar en Dios con confianza. De manera que sin Dios no hay esperanza.

La esperanza en el sentido bíblico es posible cuando se cree en el Dios viviente, que actúa e interviene en la vida humana, y en quien podemos confiar que llevará a cabo lo que ha prometido. Esta esperanza no es producto del temperamento, ni está condicionada por las circunstancias u otras posibilidades humanas. No depende de lo que posee el hombre, ni de lo que sea capaz de hacer por sí mismo, o de lo que otro hombre pueda hacer por él.

Por ejemplo, nada había en la situación en que se encontraba Abraham que justificara su esperanza de que Sara diera a luz un hijo, pero porque creyó a Dios, pudo creer en esperanza contra esperanza. En otras palabras, contra toda esperanza, el anciano Abraham tuvo esperanza.

La esperanza bíblica es inseparable de la fe en Dios. A causa de lo que ha hecho Dios en el pasado, y particularmente como preparación para la venida de Cristo, y debido a lo que ha hecho y está haciendo a través de Cristo, el creyente de hoy hace bien en esperar bendiciones futuras que por el momento permanecen invisibles Él nos libró y nos libra y esperamos que aun nos librará.

Nunca se agota para nosotros, los verdaderos creyentes en Jesucristo, la bondad de Dios. Lo mejor es lo que todavía está por venir.

Nuestra esperanza aumenta cuando reflexionamos sobre las actividades de Dios en las Escrituras:

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.

De ella fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos. A ellos, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria. Cristo es la esperanza de nuestra gloria futura.

Nuestra salvación final descansa sobre esa esperanza Dios nos salvó porque tenemos la confianza de que así sucederá. Pero esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando algo que ya tiene?; y esa esperanza de salvación es un "yelmo", parte esencial de su armadura defensiva en la lucha contra el mal: Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco.

Por cierto que la esperanza no es un avión de papel a merced de los vientos cambiantes, sino una segura y firme ancla del alma, que penetra profundamente dentro del mundo eterno e invisible. Debido a esta fe el cristiano tiene la seguridad de que las cosas que espera son reales; y su fe nunca lo decepciona,  la esperanza no nos defrauda.

El primer rasgo distintivo de la esperanza cristiana es su confianza, basada en un jui­cio histórico (relativo a Jesucristo), y una experiencia de fe personal (de la presencia divina en la vida del creyente). La esperan­za cristiana no es un deseo, una quimera o un sueño, sino una expectativa confiada.

Su segunda ca­racterística distintiva es su objeto: la espe­ranza cristiana se centra en Dios, no en la ciencia, la tecnología, la evolución, el pro­greso, la naturaleza humana, la nación o cualquier otra cosa.

La esperanza cristiana, en parte, tiene que ver con lo que Dios hará en nuestra experiencia circunstancial y huma­na durante la próxima semana o el próximo año; a un nivel mucho más profundo, la esperanza cristiana se centra en lo que Dios hará al final (de mi vida, de la historia humana), esa es la esperanza escatológica.

 

4.       La esperanza según los antiguos

A menudo, los antiguos manifestaron un fuerte sentido de la expectativa histórica, ya sea en la esperanza de un futuro glorioso (las pro­mesas de Dios) o en el temor por el juicio futuro (las advertencias divinas). Esto se aprecia claramente en los Profetas. La propia Ley está llena de promesas y advertencias. Los libros poéticos eviden­cian esperanza o temor en sus propios tér­minos.

Para los escritores del Antiguo Testamento, Dios es la esperanza de Israel:

Tú, la esperanza de Israel, su Salvador en el tiempo de la aflicción.

¡Bendito el hombre que confía en Jehová, cuya confianza está puesta en Jehová!, porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces.

No temerá cuando llegue el calor, sino que su hoja estará verde.

En el año de sequía no se inquietará ni dejará de dar fruto.

¿Por qué te abates, alma mía, y te turbas dentro de mí?

Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡salvación mía y Dios mío!

En Dios solamente descansa mi alma; de él viene mi salvación.

Solamente él es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho.

En Dios solamente reposa mi alma, porque de él viene mi esperanza.

Solamente él es mi roca y mi salvación.

Es mi refugio, no resbalaré.

En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte y mi refugio.

En el pensamiento de los antiguos la esperanza no aparece solo en la necesidad. Está siempre presente.

La esperanza es símbolo de vida. Por tanto, solo los vivos tienen esperanza, pues contemplan a Dios y le reconocen. No así los muertos:

Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos, pues mejor es perro vivo que león muerto. Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más recompensa. Su memoria cae en el olvido. También perecen su amor, su odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.

 

5.       La Esperanza según los nuevos

Cuando todo parecía acabarse, cuando toda esperanza parecía sucumbir comienza a surgir un mensaje alentador, las buenas nuevas son un mensaje de esperanza. Aparece Jesús y con él la esperanza para la humanidad.

Cristo es la esperanza del cristiano. El mensaje de Jesús es uno de esperanza.

En Romanos 8:24 al final, por ejemplo, Pablo presenta la esperanza como una expectación confiada y paciente de lo que no se ve: porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; ya que lo que alguno ve, ¿para qué esperarlo?

Los apóstoles Pedro y Pablo fueron quie­nes dotaron a la doctrina de la es­peranza de su expresión bíblica más deta­llada.

Dios «nos hizo renacer para una es­peranza viva, por la resurrección de Jesu­cristo de los muertos»; Dios «le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios». En estas frases, Pedro manifiesta que el fundamento de la esperanza cristiana es el hecho de la resurrección de Jesucristo.

Si la crucifixión de Jesús fue seguida de su resurrección, todas las demás cosas son posibles. Mientras estemos apega­dos a Jesucristo, podemos esperar una resurrección parecida al final de nuestra propia historia. Por supuesto, los cristianos damos testimonio de las innumerables experien­cias de la intervención renovadora de Dios en nuestras vidas cotidianas.

La resurrección de Jesús dio nuevas fuerzas a su esperanza. Fue el más portentoso de los actos de Dios en la historia. Ante él "el pánico y la desesperación huyen". Este Dios, a quien dirige el cristiano su fe, es el Dios de la esperanza[1] que puede llenar al creyente de gozo y paz, y capacitarlo para abundar en esperanza. Por la resurrección el cristiano se libra de la triste condición de tener que esperar en Cristo limitado a este mundo solamente. Cristo Jesús es nuestra esperanza para el tiempo y la eternidad.

El llamado a ser discípulo de Cristo lleva aparejada la esperanza de compartir finalmente su gloria. Su esperanza está guardada en los cielos, y se cumplirá cuando el Señor sea revelado.

Si la resurrección de Jesús es la base, el objetivo último de la esperanza cristiana es el regreso de Cristo. «Esperad por comple­to en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado». Pa­blo lo describe de forma parecida: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres ensenándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo».

Por supuesto, de acuerdo con las Escritu­ras, este regreso de Cristo supondrá tanto un juicio como una recompensa, la des­trucción del mal tanto como la recreación de cielos y tierra. Para los cristianos, esto no evoca temor, sino esperanza, porque el Cristo que regresará es el mismo Salvador, lleno de gracia, que ha perdonado nuestros pecados.

La esperanza de los hijos de Dios también es la esperanza de toda la creación.

 

6.       La esperanza es una virtud teológica

Tradicionalmente, la esperanza se considerado, junto a la fe y al amor, como una virtud «teológica»,  o «infundida». Como tales, estas virtudes son los dones de la gracia divina: se pueden formular argumentos razonables sobre la fe, la esperanza y el amor, pero la razón, por sí sola, no puede crear estas virtudes en nuestra vida. En contraste, cuatro virtudes cardinales, clásicas (justicia, prudencia, valor/fortaleza, templanza) se han considerado «naturales», es decir, accesibles, perceptibles y modificables por medio del ejercicio de la razón y la voluntad ordinarias, dado que interactúan con la naturaleza y la sociedad. Sin embargo, Dios nos concede espiritualmente la fe, la esperanza y el amor. Podríamos decir que estas son las virtudes de la gracia y la «nueva naturaleza».

El Nuevo Testamento promueve la fe, la esperanza y el amor como una descripción muy importante de la vida y el carácter cristiano:

 Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.

acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.

A la luz de lo dicho no nos resulta sorprendente que tan a menudo se mencione la esperanza como compañera de la fe. Los héroes de la fe son también faros de esperanza. Lo más extraordinario quizás sea la frecuente relación entre la esperanza y el amor, además de la fe.

Por su relación con el amor, la esperanza cristiana está libre de todo egoísmo. El cristiano no espera bendiciones para sí sin desear al mismo tiempo que otros las disfruten también. Cuando ama a su prójimo desea que reciba todas las buenas cosas que sabe que Dios desea darle. Pablo dio pruebas de su esperanza, al igual que de su amor y de su fe, cuando devolvió al esclavo Onésimo, que había huido, a su amo Filemón. La fe, la esperanza, y el amor son, por lo tanto, inseparables. La esperanza no puede existir sin la fe, y no es posible tener amor sin esperanza. Estas tres son las cosas que permanecen, y juntas dan forma al modo de vida cristiano.

Si la fe es aquella facultad mediante la cual nos apegamos (cognitiva, volitiva, afectiva y prácticamente) al Dios vivo a quien ahora no podemos ver, el amor es la facultad por medio de la cual somos uno con el Espíritu de Jesucristo permitiendo que nos llene y nos use para amar a Dios y a nuestro prójimo. Por tanto, la esperanza es vivir en este instante de mi viaje teniendo la expectativa confiada de que Dios, en Jesucristo, está al final de mi camino, y no esperando simplemente que me aproxime a Él, sino avanzando a mi encuentro.

Como la fe, la esperanza se ejerce sin el beneficio de la vista; se puede definir la esperanza como «el tiempo futuro de la fe». Por fe comprometo mi vida con Jesucristo, invisible pero espiritualmente real en mi presente; por la esperanza vivo mi vida hoy día gozando de la expectativa confiada de que llegará el día cuando vea a ese Jesucris­to plena y claramente. Por la fe me relaciono con un humilde Salvador que me acompaña en medio de las luchas de esta vida, en un mundo sumido en el caos; por la esperanza, vivo confiado en que el Rey de Reyes y Señor de señores volverá en victoria y poder.

 

7.       Implicaciones prácticas de la esperanza

La existencia de esta esperanza hace imposible que el cristiano se sienta satisfecho con los goces transitorios; y es también un estímulo para vivir una vida pura, y nos permite sufrir alegremente.

a)  La esperanza nos libera en el presente al atarnos al final.

La esperanza escatológica cristiana relativiza este mundo y la historia presente. La justicia absoluta (o la igualdad, la paz, etc.) tendrá lugar sólo cuando Cristo regrese. Esto nos libera, en el presente, de las idolatrías, el perfeccionismo, el partidismo, las naciones o las ideologías. La perfección sólo llegará junto con el Fin. De este modo, puedo permitirme no tomarme a mí mismo, ni a mis propósitos, muy en serio. La esperanza conduce a una ética y una conducta de la esperanza.

b) La esperanza motiva la conducta ética en el presente.

Hasta el punto en que esta esperanza sea genuina, los cristianos se toman en serio la promesa de que el Cristo que vendrá dice: He aquí yo vengo pronto y mi galardón conmigo. Esta­mos motivados por la promesa de que to­dos compareceremos ante el tribunal de Cristo, y cada uno dará a Dios cuenta de sí.

El Cristo que vendrá es el mismo que demostró su interés por el amor y la justicia durante su camino terre­nal, y quien enseña a sus seguidores a que vivan así.

Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz.

Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.

Motivados por la es­peranza (y no por el miedo), los siervos del Señor venidero desean actuar de maneras que merezcan un Bien, buen siervo y fiel.

Igual que una novia vive ahora preparándose activamente para su boda futura, los siervos de Cristo están motivados por la esperanza. Así, mientras que la esperanza cristiana relativiza el pre­sente, lejos de engendrar la apatía, hace que esa relativización sea genuina.

c) La esperanza guía la conducta ética en el presente.

La esperanza no sólo respalda y motiva, sino que proporciona un conteni­do distintivo al carácter y la obra cristiana en el presente.

Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y libertinaje, no en contiendas y envidia. Al contrario, vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne.

La «ciudadanía» celestial está en los cielos, en el reino venidero de Dios.

El Espíritu Santo concedido a los cris­tianos se describe como las «arras» o «anticipo» o «primicias», de una herencia futu­ra.

En este punto hemos de tener mucho cuidado para eludir los errores perfeccio­nistas o utópicos. Esta era presente sigue estando caída, y sólo el retorno de Cristo puede resolver y resolverá la problemática mundial. Sin embargo, nuestra esperanza futura es la que guía nuestros actos presen­tes y particulares.

8.       La psicología de la esperanza

Ciertamente, el desespe­ro, la ansiedad, el pesimismo, el desáni­mo, el temor y la angustia son una verda­dera epidemia en nuestros tiempos. Va aumentando el número de suicidios y el escapismo por medio de las drogas u otras conductas adictivas y obsesivas, lo cual da testimonio de que la esperanza es necesaria no sólo fuera sino también dentro de la iglesia cristiana.

Las multiformes presiones y tensiones de la vida, en medio de un mundo frenético, rui­doso, complejo, hostil e impersonal ya son de por bastante angustiosas. No obstante, al tiempo que el entorno social se vuelve más complicado, los medios de informa­ción, ocio y publicidad perfeccionan su propaganda sobre el derecho absoluto que tiene el individuo a recibir una gratificación inmediata y total. El hombre y la mujer mo­dernos se ven atrapados en medio de rea­lidades cotidianas difíciles, y en un entorno dominado por las mentiras diabólicas.

Dentro de este contexto, lo mejor que po­demos hacer es seguir el consejo dado a Tito: renunciemos a los deseos mundanos  (incluyendo avaricia, perfeccionismo, narci­sismo, hedonismo, etc.), y procuremos vi­vir en este siglo sobria, justa y piadosa­mente, aguardando la esperanza bienaven­turada.

Nuestro consejo debe incluir un «no» a las mentiras y fantasías de nuestra cultura, y un «sí» más rotundo y manifiesto a la nueva forma de vida caracterizada por la esperanza en Jesucristo. Tanto si nos dirigimos a indi­viduos o a grupos en el camino hacia su restablecimiento, el «no» que se manifiesta en identificar, comprender y rechazar las adicciones, obsesiones y heridas de mi pa­sado y mi presente debe compensarse con el «sí» presente en la elaboración de pro­yectos positivos conformados por la espe­ranza en Cristo. Si carecemos de este doble enfoque, no podremos cruzar el pantano del desespero.

En términos más generales, la esperan­za está relacionada con otras prominentes virtudes bíblicas, como la paciencia, la per­severancia y el dominio propio. Estas vir­tudes relacionadas tienen que ver, prime­ro, con la perseverancia valiente en la agenda de lo positivo, siguiendo con el he­cho de hacer cosas buenas sin recibir una recompensa o gratificación inmediatas, ba­sándonos sólo en la perspectiva más a lar­go plazo que tiene la esperanza. En segun­do lugar, los términos tales como la pacien­cia y el dominio propio son la contrapar­tida de la perseverancia, en el sentido de que se refieren a la capacidad y la voluntad de seguir soportando lo negativo (el sufri­miento, la persecución, las pruebas) a la luz de la promesa y la esperanza que tene­mos por delante.

Por último, la libertad y el gozo son dos de los frutos de una vida conformada por la esperanza cristiana. La esperanza nos ata al futuro, liberándonos así del pre­sente. Además, tanto por garantizarnos la victoria como por relativizar el presente, la esperanza produce un gozo verdadero en nuestras vidas.

 



[1] Romanos 15: 13


 
 
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




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