sábado, 28 de marzo de 2009

LA ALEGRÍA DE ENCONTRAR LO PERDIDO


Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado.

Lucas 15: 32

 

  1. Introducción

El Señor Jesucristo se regocija en la recuperación de un pecador perdido, y, por lo tanto, su mayor deseo es buscar y salvar a los perdidos.  Si esa fue la misión de Jesucristo, la iglesia hoy debe continuarla sin menospreciar a nadie, que Dios nos libre de llagar a creer que la perdición de alguien carece de importancia.

 

  1. Las parábolas

Sabemos que una parte muy importante de las enseñanzas de Jesús consistía de parábolas. Las parábolas variaban, en cuanto a su extensión, desde narraciones relativamente extensas (semejantes a cuentos cortos) hasta comparaciones muy breves. Además, hay parábolas que se encuentran en los tres evangelios sinópticos, mientras que otras pertenecen a una tradición limitada a sólo uno de los evangelistas.

Un ejemplo de este último caso es, en Lucas, la parábola de la moneda perdida y  la del hijo pródigo.

Las parábolas son comparaciones, tomadas de la vida cotidiana. Generalmente con un elemento sorpresa que cautiva la atención, y una enseñanza moral implícita que lleva al oyente a pensar más allá del sentido literal.

 

  1. Contexto general

Nuestro texto se encuentra en lo que se ha denominado la sección central de Lucas (9.51—19.27). En esta sección, Lucas narra el viaje (o los viajes) de Jesús en el contexto de su misión para ir a Jerusalén. Esta sección contiene mucho material que solamente se encuentra en ese evangelio (por ejemplo, la parábola del buen samaritano [10.30-37], la de Lázaro [16.19-31] y la del fariseo y el cobrador de impuestos [18.9-14]; también está la curación de los diez leprosos [17.11-19]).

 

  1. Contexto social y religioso

El trozo literario que nos ocupa empieza en 15.1-2: Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores [cobradores de impuestos y gente de mala fama] para oírlo, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: —Este recibe a los pecadores y come con ellos.

Los escribas y los fariseos se escandalizaban de que Jesús se asociara con hombres y mujeres que los judíos practicantes consideraban pecadores. Despectivamente se refieren a él como este.

Un judío estricto no diría hay alegría en el cielo cuando se arrepiente un pecador sino hay alegría en el cielo cuando se pierde un pecador. Deseaban sádicamente no la salvación de los pecadores sino su destrucción.

 

  1. Escribas

Los escribas eran expertos en el estudio de la ley de Moisés. La principal actividad del escriba era el estudio que nada debía distraer. La aparición de los escribas puede fecharse después del exilio babilónico.

Los escribas fueron los que iniciaron el servicio de la sinagoga. Preservaron en forma escrita la ley oral, y transmitieron fielmente las Escrituras hebreas. Reunían alrededor de sí muchos alumnos y los instruían en la ley. Si bien los escribas en un principio descendían de sacerdotes, pronto llegaron a formar una clase aparte y comenzaron a chocar con aquellos. Este conflicto se agudizó durante la época de los Macabeos, cuando los escribas se oponían a la tendencia de los sacerdotes de colaborar con las presiones helenizantes del exterior. Por tanto, los escribas eran vistos como paladines de la obediencia a la Ley y de la integridad de la cultura hebrea.

 

  1. Fariseos

Los fariseos, religiosos, patriotas, defensores de la identidad judía por medios pacíficos aunque enérgicos, opuestos al dominio extranjero.

Ellos cumplían escrupulosamente todas las normas de la ley Mosaica, y las interpretaban de manera literal.

A diferencia de los esenios y los zelotes, los fariseos aparecen a menudo en los libros del Nuevo Testamento. Generalmente los encontramos opuestos a Jesús quien, igual que Juan el Bautista, denunció su hipocresía. Jesús rechazó la autoridad excesiva que ellos otorgaban a la Ley oral.

Sería falso concluir de los Evangelios y Hechos que todos los fariseos se oponían al mensaje y ministerio de Jesús. Es probable que fueran fariseos los que esperaban la consolación de Israel. Varias veces Jesús tuvo encuentros amigables con ellos. Varios fariseos creyeron en Él y fueron bautizados, entre ellos el más famoso fue Saulo de Tarso. El maestro de Saulo, Gamaliel, que defendió a los apóstoles fue nieto del rabino Hillel, famoso hasta nuestros días.

 

  1. Cobradores de impuestos

Leemos que «los publicanos y los pecadores» se acercaban a Jesús, y que los fariseos y los escribas criticaban a Jesús. Los «publicanos» eran cobradores de impuestos; pero hay algunos elementos importantes en el ejercicio de esa profesión que no se incluyen en la traducción tradicional de la palabra «publicano».

Lo que sucedía era lo siguiente: esos «cobradores de impuestos» cooperaban con los romanos, que eran la fuerza opresora en Palestina, y aquellos cobraban impuestos precisamente para Roma. Además, a ellos les tocaba todo lo que pudieran cobrar aparte de la cuota exigida por los romanos, por lo que convenía a sus intereses financieros cobrar más de la cuenta. Eso era exactamente lo que hacían. Por tanto, la información que la frase «cobrador de impuestos» comunicaba era triple:

Se refiere a traidores de la patria que habían vendido a su propio pueblo para colaborar con los extranjeros invasores romanos.

Se refiere a los que explotaban al pueblo para enriquecerse.

Se refiere a los que eran ritualmente impuros porque a menudo tenían contacto con paganos, es decir, con no judíos.

La versión Dios habla hoy traduce correctamente: «Todos los que cobraban impuestos para Roma».

 

  1. Pecadores

La segunda palabra que llama nuestra atención es «pecadores». Leemos a menudo en los evangelios que Jesús trataba con ellos. Para el lector común de nuestro tiempo, lo normal es considerar que todo el mundo es pecador. Pero en el caso de los evangelios, esa palabra se refería a una clase específica de gente que, desde la perspectiva de los líderes religiosos, era considerada «pecadora en una categoría especial»; entre esos pecadores estaban las prostitutas, los enfermos crónicos, los mendigos y los que tenían defectos físicos. Era una especie de apodo para señalar a los que no cumplían con los requisitos de la ley de Moisés y de la tradición oral de los intérpretes oficiales de dicha ley. Para aclarar este significado, la versión Dios habla hoy habla de «gente de mala fama».

Entonces, debemos tomar nota, desde el comienzo del capítulo, que todo lo que va a acontecer en cuanto a conversación y enseñanza está situado en el cuadro sociorreligioso de oposición entre cobradores de impuestos y gente de mala fama por un lado y, por el otro, los líderes religiosos del pueblo. No olvidemos que los fariseos y escribas veían con menosprecio a aquellos dos grupos. En este contexto, Jesús cuenta una tríada de parábolas.

 

  1. Parábola de la oveja perdida

Jesús responde a la crítica de los líderes religiosos con tres parábolas que ilustran, de diversas formas, el mismo punto de comparación, aunque cada parábola también añade su propia connotación singular a la totalidad.

Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: «¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas [los fariseos y los escribas detestaban a los pastores] y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: "Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido." Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.» (15.3-7)

Hay que resaltar algunos elementos culturales de importancia para entender esta parábola.

Muchos tenemos un concepto romántico de lo que significaba ser pastor de ovejas en Israel a comienzos de la era cristiana. Los pastores pertenecían a la clase baja de la sociedad y, a menudo, eran personas con defectos físicos. Los líderes religiosos los consideraban impuros, pues por la naturaleza de su profesión, los pastores no podían cumplir con las rígidas demandas de la tradición de los padres en torno a la ley de Moisés. Cuando leemos que los pastores fueron los que recibieron la aparición celestial y que, además, fueron los primeros en ir a visitar al recién nacido Jesús, tenemos que entender que se trata aquí de un grupo de personas de las menos privilegiadas, que son las que juegan un papel importante en la historia de la salvación. Recordemos también que, por ejemplo, David era pastor de ovejas, y es obvio que sus padres y hermanos no le tenían mucha estima. Es muy irónico que Jesús compare a los líderes religiosos con los pastores, ya que aquellos, por lo general, detestaban a esas personas y la profesión que ejercían.

El pastor era responsable de las ovejas, y un buen pastor consideraba parte de su trabajo arriesgar su vida por las ovejas.

Según la actitud de los Fariseos hacia las personas que consideraban descarriadas y perdidas, estas debían ser olvidadas, descuidadas y despreciadas, pero ¿trataba así un buen pastor a una oveja perdida? ¡Por supuesto que no! La busca hasta encontrarla.

Dios se alegra cuando encuentra a un pecador extraviado como se alegra el pastor cuando vuelve a casa con su oveja perdida.

La parábola tiene diferentes referencias al «gozo» y termina con una declaración enfática relativa al gozo celestial ante la conversión de los «pecadores» (es decir, «los cobradores de impuestos y la gente de mala fama»), en contraste con la supuesta santidad de los «justos». El tema del gozo aparece a menudo en el Evangelio de Lucas. Ya al comienzo del evangelio se destaca en los anuncios del nacimiento de Juan y de Jesús, y después sigue siendo un tema recurrente.

 

  1. La parábola de la moneda perdida

«¿O qué mujer que tiene diez dracmas [moneda griega de plata], si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: "Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido." Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.» (15.8-10)

Esta parábola es un ejemplo tomado del mundo femenino. El escritor de Lucas pone mucho énfasis en el papel de las mujeres en el ministerio de Jesús. En este evangelio leemos de alrededor de diez mujeres que no se mencionan en los otros evangelios. El interés de Lucas en las mujeres se puede ver claramente desde el comienzo de su evangelio, cuando pone de relieve las relaciones entre Isabel y María.

Es importante "qué hombre entre ustedes" en la anterior parábola, porque ahora viene un ejemplo para las mujeres: "o qué mujer". Los líderes religiosos no tenían interés en enseñar a las mujeres, y mucho menos en público. Jesús no solamente hacía eso, sino que también incluyó a las mujeres en sus ejemplos, y de manera sobresaliente.

Algunos exegetas piensan que la moneda perdida era parte de la dote matrimonial y que las mujeres, en ocasiones especiales, se ponían un tipo de turbante en el que usaban esas diez monedas. Pero esto no es completamente seguro, pues el texto bíblico no nos dice por qué razón buscaba con tantas ansias esta moneda la mujer. Puede ser también por necesidad económica que la mujer está afanada buscando su moneda.

La dracma era un tipo de moneda que databa del tiempo de la ocupación griega de Palestina; equivalía al salario de un día para un jornalero común, igual que el denario romano.

En esta parábola vemos una vez más el tema del gozo: «Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.»

Si una pobre creatura humana es capaz de afanarse y desplegar todas sus energías para inspeccionar su casa buscando el paradero de una simple moneda perdida, cuánto más hará Dios por barrer los caminos del mundo en busca de pecadores arrepentidos.

 

  1. Parábola del hijo pródigo

Primera parte: alejamiento y regreso del hijo menor (Lc 15.11-24)

También dijo: «Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde." Y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.

Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó él a pasar necesidad. Entonces fue y se arrimó [fue a pedir trabajo] a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos [animal impuro para los judíos].

Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Volviendo en sí, dijo: "¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.' "

»Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó. El hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo [eufemismo para evitar el nombre divino] y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo."

Pero el padre dijo a sus siervos: "Sacad el mejor vestido [¿vestido real?] y vestidle; y poned un anillo [de sello y autoridad] en su dedo y calzado [los esclavos no tenían calzado; los huéspedes se quitaban los zapatos en la casa] en sus pies. Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta, porque este mi hijo muerto era y ha revivido; se había perdido y es hallado." Y comenzaron a regocijarse.» (Lc 15.11-24)

La última parábola en este capítulo de Lucas ha sido llamada la «reina de las parábolas». Muchos la han clasificado como el "cuento breve" más antiguo de la literatura universal. Dentro del discurso narrativo, este último cuadro es el punto culminante en que Jesús claramente analiza el problema fundamental de los líderes religiosos.

La referencia a la paternidad divina se encuentra basada en los textos del Antiguo Testamento. Aquí, Jesús pinta un cuadro muy descriptivo y emotivo de la relación entre el padre y sus dos hijos. Es obvio que el hijo menor alude a personas como «los cobradores de impuestos y la gente de mala fama», y el hijo mayor a gente como «los fariseos y los escribas». El relato tiene dos partes: la primera es el alejamiento, arrepentimiento y regreso del hijo menor; la segunda, la reacción del hijo mayor.

En la primera parte encontramos la narración del derroche de los bienes y la caída al nivel más bajo que un judío podía imaginarse: ser apacentador de cerdos.

Tomemos nota de que el cerdo era un animal impuro y que el joven, de pura necesidad, tiene que tomar un puesto inferior al nivel que los jornaleros en su tierra natal tenían. En tierra extraña, lejos de su familia, él se ha unido con un pagano que lo trata como muchos tratan a los extranjeros, explotándolo; y, además, padecía hambre. Es interesante ver que se alejó físicamente de la comunión con su familia (se fue de viaje, a una región lejana); y al final "él fue a unirse con unos de los ciudadanos de aquella región".

Dios habla hoy y muchas otras traducciones modernas, correctamente interpretan que en este contexto se trata de «pedir o buscar trabajo». Pero aquí hay un elemento de ironía. El joven se aleja de su padre que lo quiere y termina buscando trabajo, para unirse con un extranjero que lo detesta tanto como para enviarlo a apacentar cerdos, sin darle suficiente comida a cambio de su trabajo. La Biblia del peregrino nos da una excelente traducción: «Fue y se comprometió con un hacendado del país...» El que huyó del «compromiso» (la unión) con los suyos, ahora se ve obligado a comprometerse (unirse) con los que no son los suyos.

En todo caso, el joven recapacita y, en un monólogo interior, practica cómo regresar a su padre: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.» El «cielo» acá se refiere claramente a Dios. Para evitar decir el nombre de Dios o la palabra «Dios», los judíos muchas veces usaban «cielo». Por ejemplo, el «reino de los cielos» es sinónimo de «reino de Dios». El joven ha pecado contra Dios y su padre; ahora está dispuesto a tomar aun la posición más baja de jornalero porque su amarga experiencia le ha mostrado que hay posiciones de un nivel aun inferior a esta de jornalero.

De un alejamiento físico y psicológico pasa a un acercamiento psicológico que culminará con el regreso físico a la casa paterna. Su desesperada situación le llevó al arrepentimiento. Se dio cuenta, no sólo de que había estropeado su vida, sino también de que era indigno de ser llamado hijo de su padre; era digno sólo de ser un siervo y estaba preparado para humillarse y buscar ser restituido en ese nivel. Este regreso, este acercamiento, se define en la parábola como un regreso a la vida misma —«este mi hijo muerto era y ahora ha revivido»—, una resurrección de un estado de alienación moral, espiritual y social.

Jesús enseña aquí que mientras uno esté lejos de Dios no es uno mismo, solamente lo es cuando emprenda el regreso a casa. El ser humano no es realmente él mismo hasta que vuelve a Dios.

Muchas resoluciones piadosas nunca se llevan a cabo pues se requiere valentía para ejecutarlas, el viaje de regresos debe haber sido muy duro y difícil, pero este valiente muchacho perseveró en él.

Pero hay una gran sorpresa en la narración: ¿Qué hace el padre? Se compadece profundamente, corre, lo abraza y lo besa. ¡Y todo esto aún antes de que el hijo haya dicho siquiera una palabra! ¡Qué amor tan maravilloso!

El padre es quien se acerca a él y corre a recibirlo. El padre de hecho ilustra el carácter de Dios. El padre viola las reglas sociales de su comunidad; en vez de esperar a que el menor (y, en este caso, el menor rebelde) le muestre reverencia, él sale a saludarlo. No hay recriminación alguna. El hijo que no merece ser hijo y que ya no quiere ser hijo, recibe del padre el anillo del sello de la casa, que representaba la autoridad del padre. Recibe asimismo el mejor vestido (o, como también podría traducirse «el vestido que tenía anteriormente», o sea, antes de abandonar la casa paterna). Recibe calzado; los esclavos no llevaban calzado, y los huéspedes se los quitaban cuando estaban en casa del anfitrión. Anillo, vestido y calzado forman un conjunto de símbolos de un hijo legítimo de la casa.

Esta parte también termina con el tema del gozo que, como ya vimos, es típico del evangelio de Lucas. El becerro gordo se comía en ocasiones especiales o durante visitas de personas importantes. El padre hace un llamado para festejar y gozarse. Es el mismo tema con que terminaron las dos parábolas anteriores.

Segunda parte: invitación a un cambio en el hijo mayor (Lc 15.25-32)

»El hijo mayor estaba en el campo. Al regresar, cerca ya de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El criado le dijo: "Tu hermano ha regresado y tu padre ha hecho matar el becerro gordo por haberlo recibido bueno y sano."

Entonces se enojó y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrara. Pero él, respondiendo, dijo al padre: "Tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo." Él entonces le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado."»

El hijo mayor regresa a casa y oye los elementos comunes de una fiesta (música y danza). Al oír lo que acontecía, se enoja. Eso nos recuerda la «murmuración de los fariseos y escribas». Él se aleja de la fiesta, de la convivencia. En lo que sigue, el lector puede ver que el hijo mayor también se ha alejado del padre. No conoce a su padre; no tiene comunión ni con el padre ni con su hermano («este hijo tuyo», «tus bienes»).

¡Qué gran ironía! El hijo mayor nunca se fue de la casa pero, psicológicamente, está en una condición de perturbación tal vez más profunda que la de su hermano menor.

Había pasado estos años más cumpliendo con una desagradable obligación que sirviendo por amor. Uno puede estar perdido aun dentro de la casa.

El padre,  trata de acercársele, como lo hizo físicamente con su hijo menor, y le declara al hijo mayor que hay una comunión de familia y de bienes. El hijo mayor tiene mucho interés en obedecer al padre, pero no sabía cómo festejar. Espera que el padre tome la iniciativa para poder gozarse con sus amigos. No tiene interés en el bienestar de su hermano menor.

Es obvio que, aunque el mayor estaba físicamente cercano a su padre, no entendía la generosidad y el amor de éste. La obediencia a las leyes de Moisés y a las tradiciones de los rabinos judíos era muy importante para un grupo de líderes religiosos, pero ellos no sabían festejar y gozarse con el hecho de que los «perdidos» habían sido hallados. Los líderes religiosos tal vez no eran culpables de cosas groseras como las que hizo el hijo menor, pero eran igualmente pecadores, culpables de un espíritu de crítica, de orgullo, sin disposición para perdonar y sin nada de amor.

La parábola, como muchas otras de las parábolas de Jesús, no termina con una conclusión clara. No se sabe lo que hizo el hijo mayor. El menor se arrepiente y regresa a casa; el mayor queda en casa, pero el relato termina en suspenso. Las parábolas de Jesús eran una invitación a los oyentes a tomar decisiones y a actuar.

Muy apropiadamente Jesús no nos dice que pasó con estos dos hijos. Quiere que los veamos reflejados en nuestras propias vidas para que saquemos las lecciones adecuadas de estas parábolas.

Si en la parábola de la oveja perdida y en la de la moneda perdida el énfasis estaba en el retorno de lo perdido, ahora el énfasis cae en la invitación para el retorno de quien es supuestamente "justo" y «no perdido» como esa oveja, esa moneda y ese hijo rebelde. Todavía queda por ver cuál decisión van a tomar los «hijos mayores» que escuchaban a Jesús. Todavía queda ver cuál decisión van a tomar los «hijos mayores» que ahora, después de tantos siglos de lectura y relectura de la parábola, vuelven a leer y oír esta profunda y corta historia.

Jesús termina con el estribillo de este bloque, el estribillo de gozo por el regreso, de un estado de muerte, de un hermano, una hermana, un amigo, una amiga, un vecino o una vecina. «Pero es necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ahora ha revivido, se había perdido y ha sido hallado.»

Para Lucas, la buena nueva es esencialmente buena nueva de alegría, porque también la gente de mala fama, los traidores, los marginados, los pobres, los niños y las mujeres (en fin, todos los despreciados de la comunidad) tienen una invitación a la vida, al acercamiento al Padre, quien los espera para hacerles una fiesta.

 

  1. Conclusión:

Sin la conversión no hay salvación.

Jesús vio a estos «pecadores» por lo que en realidad eran: ovejas perdidas que necesitaban de un pastor, monedas perdidas que tenían valor y necesitaban que se pusieran en circulación, hijos perdidos que necesitaban estar en compañerismo y comunión con el Padre.

Como la oveja que se había descarriado, algunos pecadores se pierden debido a su propia necedad; y, como las monedas, algunos se pierden por el descuido de otros. Pero el hijo se perdió debido a su voluntad y el padre tenía que esperar hasta que él se hubiera quebrantado y estuviera listo para someterse.

El amor de Dios puede vencer la necedad humana, las circunstancias adversas que tantas veces influyen para mal, y hasta la consiente rebeldía del corazón del hombre. Porque Dios es amor y no se resigna a perder lo que ama, sino que busca y espera y se alegra con gozo inefable y glorioso cuando recupera lo que se le había perdido.

Si un pastor humano deja las noventa y nueve para buscar la oveja que se había perdido, ¡Cuánto más buscará y rescatará el buen pastor al pecador perdido! ¡Y cuánto más grande será su gozo!

Dios que habita en presencia de ángeles, busca a los pecadores y se regocija por uno de ellos que se arrepienta y se convierta a él. ¿No deberíamos también nosotros estar preocupados por aquellas personas que a veces despreciamos por su condición espiritual? ¿No deberíamos hacer todo lo que esté en nuestro poder para ayudarles?

Todo creyente verdadero tiene la obligación de imitar a su maestro en su rastreo continuo de desiertos y lugares de perdición, pues conducir creaturas a los pies de Jesucristo es el mayor reto y la más noble profesión a la que puede aspirar un discípulo de Cristo.

Los que creen no estar perdidos se auto convencen que no necesitan a Dios. No requieren que Jesús les encuentre. Son los que precisamente reconocen que están extraviados los que pueden llegar a desear con todas sus fuerzas que el buen pastor dé con ellos y los conduzca al redil.

Hay alguien que te está buscando desesperadamente, que grita tu nombre por los caminos y desiertos de esta vida. Su nombre es Jesucristo, si le respondes hoy puede haber gozo en el cielo y también en la tierra.

 


 
 
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




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lunes, 23 de marzo de 2009

Echando raices...


LA ESPERANZA.

…con esperanza debe arar el que ara y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto.

1 Corintios 9: 10b

Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en la fe, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.

Romanos 15: 13

 

En su sentido más gene­ral, la esperanza es la manifestación de una actitud o disposición positivas hacia el futuro. Por tanto, definida ampliamente, la esperanza podría incluir deseos, sueños y fantasías, basadas o no en la realidad. Parecería que la esperanza es una necesidad psicológica si el hombre ha de tener alguna idea en cuanto al futuro. Aun cuando no haya ninguna base racional para ella, el hombre sigue teniendo esperanza. Es muy natural que esta esperanza, aun cuando aparentemente esté justificada, sea transitoria e ilusoria.

Ya en términos vílicos, Pablo nos dio una descripción precisa de los paganos cuando dijo que no tenían esperanza la razón fundamental de lo cual era que estaban "sin Dios":

sin esperanza y sin Dios en el mundo.[1]

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.[2]

A veces la Biblia utiliza la esperanza en el sentido secular. El que ara, por ejemplo, debe hacerlo con esperanza, porque la esperanza de la recompensa es lo que endulza las labores. Pero en la mayor parte de los casos la esperanza de que se ocupa la Biblia es algo muy diferente.

En términos bíblicos, la esperanza consiste en descansar en Dios con confianza.

La esperanza en el sentido bíblico es posible cuando se cree en el Dios viviente, que actúa e interviene en la vida humana, y en quien podemos confiar que llevará a cabo lo que ha prometido. Esta esperanza no es producto del temperamento, ni está condicionada por las circunstancias u otras posibilidades humanas. No depende de lo que posee el hombre, ni de lo que sea capaz de hacer por sí mismo, o de lo que otro hombre pueda hacer por él.

Por ejemplo, nada había en la situación en que se encontraba Abraham que justificara su esperanza de que Sara daría a luz un hijo, pero porque creyó a Dios, pudo creer en esperanza contra esperanza[3].

La esperanza bíblica es inseparable de la fe en Dios. A causa de lo que ha hecho Dios en el pasado, y particularmente como preparación para la venida de Cristo, y debido a lo que ha hecho y está haciendo a través de Cristo, el cristiano se atreve a esperar bendiciones futuras que por el momento permanecen invisibles Él nos libró y nos libra y esperamos que aun nos librará[4].

Nunca se agota para nosotros, los verdaderos creyentes en Jesucristo, la bondad de Dios. Lo mejor es lo que todavía está por venir.

Nuestra esperanza aumenta cuando reflexionamos sobre las actividades de Dios en las Escrituras:

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.[5]

De ella fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos. A ellos, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria.[6] Cristo es la esperanza de nuestra gloria futura.

Nuestra salvación final descansa sobre esa esperanza Dios nos salvó porque tenemos la confianza de que así sucederá. Pero esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando algo que ya tiene?[7]; y esa esperanza de salvación es un "yelmo", parte esencial de su armadura defensiva en la lucha contra el mal: Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco.[8]

Por cierto que la esperanza no es un avión de papel a merced de los vientos cambiantes, sino una segura y firme ancla del alma,[9] que penetra profundamente dentro del mundo eterno e invisible. Debido a esta fe el cristiano tiene la seguridad de que las cosas que espera son reales[10]; y su fe nunca lo decepciona,  la esperanza no nos defrauda[11].

El primer rasgo distintivo de la esperanza cristiana es su confianza, basada en un jui­cio histórico (relativo a Jesucristo), y una experiencia de fe personal (de la presencia divina en la vida del creyente). La esperan­za cristiana no es un deseo o un sueño, sino una expectativa confiada.

Su segunda ca­racterística distintiva es su objeto: la espe­ranza cristiana se centra en Dios, no en la ciencia, la tecnología, la evolución, el pro­greso, la naturaleza humana, la nación o cualquier otra cosa. La esperanza cristiana, en parte, tiene que ver con lo que Dios hará en nuestra experiencia circunstancial y huma­na durante la próxima semana o el próximo año; a un nivel mucho más profundo, la esperanza cristiana se centra en lo que Dios hará al final (de mi vida, de la historia humana), esa es la esperanza escatológica.

 

1.       La esperanza según el Antiguo Testamento

A menudo, el Antiguo Testamento manifiesta un fuerte sentido de la expectativa histórica, ya sea en la esperanza de un futuro glorioso (las pro­mesas de Dios) o en el temor por el juicio futuro (las advertencias divinas). Esto se aprecia claramente en los Profetas. La propia Ley está llena de promesas y advertencias. Los libros poéticos eviden­cian esperanza o temor en sus propios tér­minos.

Para los escritores del Antiguo Testamento, Dios es la esperanza de Israel:

Tú, la esperanza de Israel, su Salvador en el tiempo de la aflicción[12].

¡Bendito el hombre que confía en Jehová, cuya confianza está puesta en Jehová!, porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces.

No temerá cuando llegue el calor, sino que su hoja estará verde.

En el año de sequía no se inquietará ni dejará de dar fruto.[13]

¿Por qué te abates, alma mía, y te turbas dentro de mí?

Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡salvación mía y Dios mío![14]

En Dios solamente descansa mi alma; de él viene mi salvación.

Solamente él es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho.

¿Hasta cuándo conspiraréis contra un hombre, tratando todos vosotros de aplastarlo como a pared desplomada y como a cerca derribada?

Solamente conspiran para arrojarlo de su grandeza.

Aman la mentira; con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón.             

En Dios solamente reposa mi alma, porque de él viene mi esperanza.

Solamente él es mi roca y mi salvación.

Es mi refugio, no resbalaré.

En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte y mi refugio.

Pueblos, ¡esperad en él en todo tiempo!

¡Derramad delante de él vuestro corazón!

¡Dios es nuestro refugio!           

Por cierto, solo un soplo son los hijos de los hombres, una mentira son los hijos de los poderosos; pesándolos a todos por igual en la balanza, serán menos que nada.

No confiéis en la violencia ni en la rapiña os envanezcáis.

Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas.

Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: que de Dios es el poder, y tuya, Señor, es la misericordia, pues tú pagas a cada uno conforme a su obra.[15]

En el pensamiento del Antiguo Testamento, la esperanza no aparece solo en la necesidad. Está siempre presente. Abarca las situaciones más desesperantes y los proyectos nacionales más audaces:

Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será colocado a la cabeza de los montes, más alto que los collados, y acudirán a él los pueblos.

Vendrán muchas naciones, y dirán: "Venid, subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; él nos enseñará en sus caminos y andaremos por sus veredas", porque de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.

Él juzgará entre muchos pueblos y corregirá a naciones poderosas y lejanas.

Ellos convertirán sus espadas en azadones y sus lanzas en hoces.

Ninguna nación alzará la espada contra otra nación ni se preparará más para la guerra.

Se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien les infunda temor.

¡La boca de Jehová de los ejércitos ha hablado!

Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, con todo, nosotros andaremos en el nombre de Jehová, nuestro Dios, eternamente y para siempre.[16]

La esperanza es símbolo de vida. Por tanto, solo los vivos tienen esperanza, pues contemplan a Dios y le reconocen. No así los muertos:

Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos, pues mejor es perro vivo que león muerto. Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más recompensa. Su memoria cae en el olvido. También perecen su amor, su odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.[17]

El justo tiene plena esperanza y esta se convertirá en alegría La esperanza de los justos es alegría, mas la esperanza de los malvados perecerá.[18]

 

2.       La Esperanza según el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento, los retratos que hacen los Evangelios de nuestro Señor continúan y desarrollan aún más el sen­tido de expectación presente en el Antiguo Testamento. El reino de Dios venidero es esencial dentro de la enseñanza de Jesús; destaca sobrema­nera la propia promesa de Jesús de que un día regresará. No hay referencias explícitas a la esperanza en las enseñanzas de Jesús. Pero él les enseña a sus discípulos que no deben sentir ansiedad con respecto al futuro, porque ese futuro está en las manos de un Padre amante. También los alienta a esperar que después de su resurrección les enviará un poder espiritual renovado que les va a permitir hacer obras aun más grandes que las que él mismo hizo, vencer el pecado y la muerte, y esperar la participación en su propia gloria eterna.

Cristo es la esperanza del cristiano. Aunque en los Sinópticos no aparece una doctrina expresa de la esperanza, hay constante exhortación a ella. El mensaje de Jesús es uno de esperanza.

En Romanos 8:24 al final, por ejemplo, Pablo presenta la esperanza como una expectación confiada y paciente de lo que no se ve.

Los apóstoles Pedro y Pablo fueron quie­nes dotaron a la doctrina de la es­peranza de su expresión bíblica más deta­llada. Dios «nos hizo renacer para una es­peranza viva, por la resurrección de Jesu­cristo de los muertos»; Dios «le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios»[19]. En estas frases, Pedro manifiesta que el fundamento de la esperanza cristiana es el hecho de la resurrección de Jesucristo. Si la crucifixión de Jesús fue seguida de su resurrección, todas las demás cosas son posibles. En tanto en cuanto estemos apega­dos a Jesucristo, podemos esperar una resurrección parecida al final de nuestra propia historia. Por supuesto, los cristianos dan testimonio de las innumerables experien­cias de la intervención renovadora de Dios en nuestras vidas cotidianas.

La resurrección de Jesús dio nuevas fuerzas a su esperanza. Fue el más portentoso de los actos de Dios en la historia. Ante él "el pánico y la desesperación huyen". La fe cristiana es esencialmente fe en el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos.

Este Dios, a quien dirige el cristiano su fe, es "el Dios de esperanza" que puede llenar al creyente de gozo y paz, y capacitarlo para abundar en esperanza. Por la resurrección el cristiano se libra de la triste condición de tener que esperar en Cristo limitado a este mundo solamente. Cristo Jesús es nuestra esperanza para el tiempo y la eternidad.

El llamado a ser discípulo de Cristo lleva aparejada la esperanza de compartir finalmente su gloria (Ef. 1.18). Su esperanza está guardada en los cielos (Col. 1.5), y se cumplirá cuando el Señor sea revelado (1 P. 1.13).

Si la resurrección de Jesús es la base, el objetivo último de la esperanza cristiana es el regreso de Cristo. «Esperad por comple­to en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado»[20]. Pa­blo lo describe de forma parecida: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres en­señándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo»[21]. Por supuesto, de acuerdo con las Escritu­ras, este regreso de Cristo supondrá tanto un juicio como una recompensa, la des­trucción del mal tanto como la recreación de cielos y tierra. Para los cristianos, esto no evoca temor, sino esperanza, porque el Cristo que regresará es el mismo Salvador, lleno de gracia, que ha perdonado nuestros pecados.

La esperanza del cristiano tiene por meta poseer los bienes del reino de Dios que, al igual que este, son presentes y futuros.

Si por una parte es pecado desear ser como Dios, por otra también lo es la falta de esperanza y la resignación. La epístola a los Hebreos exhorta contra la apostasía de la esperanza en medio de la tribulación.

En el Nuevo Testamento, la esperanza de los hijos de Dios también es la esperanza de toda la creación.

 

3.       La esperanza es una virtud teológica

Tradicionalmente, la esperanza se considerado, junto a la fe y al amor, como una virtud «teológica»,  o «infundida». Como tales, estas virtudes son los dones de la gracia divina: se pueden formular argumentos razonables sobre la fe, la esperanza y el amor, pero la razón, por sí sola, no puede crear estas virtudes en nuestra vida. En contraste, cuatro virtudes cardinales, clásicas (justicia, prudencia, valor/fortaleza, templanza) se han considerado «naturales», es decir, accesibles, perceptibles y modificables por medio del ejercicio de la razón y la voluntad ordinarias, dado que interactúan con la naturaleza y la sociedad. Sin embargo, Dios nos concede espiritualmente la fe, la esperanza y el amor. Podríamos decir que estas son las virtudes de la gracia y la «nueva naturaleza».

El Nuevo Testamento promueve la fe, la esperanza y el amor como una descripción muy importante de la vida y el carácter cristiano:

 Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.[22]

acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.[23]

Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.[24]

A la luz de lo dicho no nos resulta sorprendente que tan a menudo se mencione la esperanza como compañera de la fe. Los héroes de la fe en Hebreos 11 son también faros de esperanza. Lo más extraordinario quizás sea la frecuente relación entre la esperanza y el amor, además de la fe.

Por su relación con el amor, la esperanza cristiana está libre de todo egoísmo. El cristiano no espera bendiciones para sí sin desear al mismo tiempo que otros las disfruten también. Cuando ama a su prójimo desea que reciba todas las buenas cosas que sabe que Dios desea darle. Pablo dio pruebas de su esperanza, al igual que de su amor y de su fe, cuando devolvió al esclavo Onésimo, que había huido, a su amo Filemón. La fe, la esperanza, y el amor son, por lo tanto, inseparables. La esperanza no puede existir sin la fe, y no es posible tener amor sin esperanza. Estas tres son las cosas que permanecen, y juntas dan forma al modo de vida cristiano.

Si la fe es aquella facultad mediante la cual nos apegamos (cognitiva, volitiva, afectiva y prácticamente) al Dios vivo a quien ahora no podemos ver, el amor es la facultad por medio de la cual somos uno con el Espíritu de Jesucristo permitiendo que nos llene y nos use para amar a Dios y a nuestro prójimo. Por tanto, la esperanza es vivir en este instante de mi viaje teniendo la expectativa confiada de que Dios, en Jesucristo, está al final de mi camino, y no esperando simplemente que me aproxime a Él, sino avanzando a mi encuentro. Como la fe, la esperanza se ejerce sin el beneficio de la vista; se puede definir la esperanza como «el tiempo futuro de la fe». Por fe comprometo mi vida con Jesucristo, invisible pero espiritualmente real en mi presente; por la esperanza vivo mi vida hoy día gozando de la expectativa confiada de que llegará el día cuando vea a ese Jesucris­to plena y claramente. Por la fe me relaciono con un humilde Salvador que me acompaña en medio de las luchas de esta vida, en un mundo sumido en el caos; por la esperanza, vivo confiado en que el Rey de Reyes y Señor de señores volverá en victoria y poder.

 

4.       Implicaciones prácticas de la esperanza

La existencia de esta esperanza hace imposible que el cristiano se sienta satisfecho con los goces transitorios; y es también un estímulo para vivir una vida pura, y nos permite sufrir alegremente.

a)  La esperanza nos libera en el presente al atarnos al final.

La esperanza escatológica cristiana relativiza este mundo y la historia presente. La justicia absoluta (o la igualdad, la paz, etc.) tendrá lugar sólo cuando Cristo regrese. Esto nos libera, en el presente, de las idolatrías, el perfeccionismo, el partidismo, las naciones o las ideologías. La perfección sólo llegará junto con el Fin. De este modo, puedo permitirme no tomarme a mí mismo, ni a mis propósitos, muy en serio. La esperanza conduce a una ética y una conducta de la esperanza.

b) La esperanza motiva la conducta ética en el presente.

Hasta el punto en que esta esperanza sea genuina, los cristianos se toman en serio la promesa de que el Cristo que vendrá dice: «He aquí yo vengo pronto y mi galardón conmigo»[25]. Esta­mos motivados por la promesa de que «to­dos compareceremos ante el tribunal de Cristo», y cada uno «dará a Dios cuenta de sí»[26].

El Cristo que vendrá es el mismo que demostró su interés por el amor y la justicia durante su camino terre­nal, y quien enseña a sus seguidores a que vivan así.

Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz. [27]

Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.[28]

Motivados por la es­peranza (y no por el miedo), los siervos del Señor venidero desean actuar de maneras que merezcan un «Bien, buen siervo y fiel»[29].

Igual que una novia vive ahora preparándose activamente para su boda futura, los siervos de Cristo están motivados por la esperanza. Así, mientras que la esperanza cristiana relativiza el pre­sente, lejos de engendrar la apatía, hace que esa relativización sea genuina.

c) La esperanza guía la conducta ética en el presente.

La esperanza no sólo respalda y motiva, sino que proporciona un conteni­do distintivo al carácter y la obra cristiana en el presente.

Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y libertinaje, no en contiendas y envidia. Al contrario, vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne. [30]

La «ciudadanía» celestial está en los cielos, en el reino venidero de Dios.

El Espíritu Santo concedido a los cris­tianos se describe como las «arras» (gr. arrabon, Ef. 1:14) o «anticipo» (gr. aparche, lit. «primicias», Ro. 8:23) de una herencia futu­ra.

En este punto hemos de tener mucho cuidado para eludir los errores perfeccio­nistas o utópicos. Esta era presente sigue estando caída, y sólo el retorno de Cristo puede resolver y resolverá la problemática mundial. Sin embargo, nuestra esperanza futura es la que guía nuestros actos presen­tes y particulares.

Si bien no somos llama­dos a purgar, reformar y administrar la esfera global mundana, sí lo somos a des­cubrir maneras de actuar como «señales» fieles del futuro prometido por Dios. Es esta orientación escatológica la que hizo que la vida de Jesús fuera tan singular; es esta ética de la esperanza la que, por sí sola, hará que la práctica cristiana sea dis­tintiva como verdadera sal y luz en este mundo.

La pregunta ética es: «¿Cómo po­demos, mediante nuestro carácter y accio­nes, como individuos y grupos sociales, demostrar creativamente y promover fiel­mente hoy la gloriosa realidad del reino venidero de Cristo, un reino de verdad, amor, justicia y paz?»

 

5.       La psicología de la esperanza

Ciertamente, el desespe­ro, la ansiedad, el pesimismo, el desáni­mo, el temor y la angustia son una verda­dera epidemia en nuestros tiempos. Va aumentando el número de suicidios y el escapismo por medio de las drogas u otras conductas adictivas y obsesivas, lo cual da testimonio de que la esperanza es necesaria no sólo fuera sino también dentro de la iglesia cristiana.

Las multiformes presiones y tensiones de la vida, en medio de un mundo frenético, rui­doso, complejo, hostil e impersonal ya son de por bastante angustiosas. No obstante, al tiempo que el entorno social se vuelve más complicado, los medios de informa­ción, ocio y publicidad perfeccionan su propaganda sobre el derecho absoluto que tiene el individuo a recibir una gratificación inmediata y total. El hombre y la mujer mo­dernos se ven atrapados en medio de rea­lidades cotidianas difíciles, y en un entorno dominado por las mentiras diabólicas.

Dentro de este contexto, lo mejor que po­demos hacer es seguir el consejo dado a Tito: renunciemos «a los deseos mundanos» (incluyendo avaricia, perfeccionismo, narci­sismo, hedonismo, etc.), y procuremos vi­vir «en este siglo sobria, justa y piadosa­mente, aguardando la esperanza bienaven­turada».

Nuestro consejo debe incluir un «no» a las mentiras y fantasías de nuestra cultura, y un «sí» más rotundo y manifiesto a la nueva forma de vida caracterizada por la esperanza en Jesucristo. Tanto si nos dirigimos a indi­viduos o a grupos en el camino hacia su restablecimiento, el «no» que se manifiesta en identificar, comprender y rechazar las adicciones, obsesiones y heridas de mi pa­sado y mi presente debe compensarse con el «sí» presente en la elaboración de pro­yectos positivos conformados por la espe­ranza en Cristo. Si carecemos de este doble enfoque, no podremos cruzar el pantano del desespero.

En términos más generales, la esperan­za está relacionada con otras prominentes virtudes bíblicas, como la paciencia, la per­severancia y el dominio propio. Estas vir­tudes relacionadas tienen que ver, prime­ro, con la perseverancia valiente en la agenda de lo positivo, siguiendo con el he­cho de hacer cosas buenas sin recibir una recompensa o gratificación inmediatas, ba­sándonos sólo en la perspectiva más a lar­go plazo que tiene la esperanza. En segun­do lugar, los términos tales como la pacien­cia y el dominio propio son la contrapar­tida de la perseverancia, en el sentido de que se refieren a la capacidad y la voluntad de seguir soportando lo negativo (el sufri­miento, la persecución, las pruebas) a la luz de la promesa y la esperanza que tene­mos por delante.

Por último, la libertad y el gozo son dos de los frutos de una vida conformada por la esperanza cristiana. La esperanza nos ata al futuro, liberándonos así del pre­sente. Además, tanto por garantizarnos la victoria como por relativizar el presente, la esperanza produce un gozo verdadero en nuestras vidas.

 



[1] Efesios 2: 12

[2] 1 Tesalonicenses 4: 13

[3] Romanos 4: 18

[4] 2 Corintios 1: 10

[5] Romanos 15: 4

[6] Colosenses 1: 25 al 27

[7] Romanos 8: 24

[8] 1 Tesalonicenses 5: 8

[9] Hebreos 6: 19

[10] Hebreos 11: 1

[11] Romanos 5: 5

[12] Jeremías 14: 8

[13] Jeremías 17: 17

[14] Salmo 42: 5

[15] Salmo 62

[16] Miqueas 4: 1 al 5

[17] Eclesiastés 9: 4 al 6

[18] Proverbios 10: 28

[19] 1 Pedro 1: 3 y 21

[20] 1 Pedro 1: 13

[21] Tito 2: 11 al 13

[22] 1 Corintios 13: 13

[23] 1 Tesalonicenses 1: 3

[24] Hebreos 6: 11 y 12

[25] Apocalipsis 22: 12

[26] Romanos 14: 10 al 114

[27] 2 Pedro 3: 11 al 14

[28] 1 Juan 3: 2 y 3

[29] Mateo 25: 14 al 30

[30] Romanos 13: 11 al 14


 
 
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




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Generalidades de la Escatología Bíblica

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