miércoles, 20 de diciembre de 2017

Las colonias puritanas del norte

Fue mucho más al norte que buena parte del movimiento colonizador
británico dio más claras muestras de presentarse como una alternativa
al dogmatismo y la intolerancia que reinaban en Inglaterra y otras
partes de Europa. Allí, en lo que pronto se llamó Nueva Inglaterra, se
fundó una serie de colonias en las que la motivación religiosa era uno
de los impulsos predominantes.
La primera de estas colonias fue la "Plantación de Plymouth". Un grupo
de disidentes ingleses que había hallado refugio en Holanda, pero que
no se sentía completamente cómodo en ese país cuyas costumbres no eran
las suyas, comenzó a soñar con la posibilidad de establecerse en el
continente americano, y allí organizar una comunidad que se ajustara a
sus principios religiosos. Ese grupo de disidentes entró en
negociaciones con la Compañía de Virginia, en la que no faltaban
personas de inspiración puritana que veían el proyecto con simpatía.
Además, la Compañía estaba urgentemente necesitada de nuevos colonos.
Por fin, a bordo del famoso Mayflower, ciento un colonos, hombres,
mujeres y niños, partieron hacia el Nuevo Mundo. Durante la travesía,
se desviaron hacia el norte, más allá de lo que se consideraban los
límites de la colonia de Virginia, y por tanto antes de desembarcar
algunos de ellos convencieron a los demás para que se constituyeran en
"cuerpo político", bajo el soberano de Inglaterra, pero con los
atributos necesarios para gobernar sus asuntos. Según aquel Pacto del
Mayflower, todos se comprometían a obedecer las leyes "justas e
iguales" que la comunidad promulgara. Tras desembarcar en el cabo Cod,
y decidir que el lugar no era propicio, se asentaron en Plymouth.
Los primeros meses de la colonia de Plymouth fueron trágicos. Una
epidemia barrió la población, y solo quedaron cincuenta
sobrevivientes. A la llegada de la primavera, los indios les enseñaron
a sembrar maíz. A base de ese cultivo y de la caza y la pesca, cuando
llegó el otoño tenían suficientes provisiones para el invierno, y
celebraron una festividad de acción de gracias que después se volvió
tradicional en toda la nación norteamericana.
A base del cultivo del maíz, y el comercio con los indios, los colonos
lograron obtener suficientes pieles para cubrir sus deudas en
Inglaterra, y para importar los aperos de labranza y otros útiles
necesarios. Así la colonia, aunque no prosperó, al menos logró
sobrevivir.
Poco después, un grupo de puritanos ingleses, deseosos de organizar
una comunidad según los dictados de su conciencia, formó la Compañía
de la Bahía de Massachusetts. Parte del pacto que estos colonos
hicieron era que al trasladarse al Nuevo Mundo llevarían consigo la
Compañía, cuyo cuartel general no estaría en Inglaterra, sino en
América. De ese modo esperaban evitar las intervenciones reales, como
había sucedido en Virginia. Obtenido el permiso de la corona, los
colonizadores decidieron transferir la sede de la compañía a
Massachusetts. Tras hacer las preparaciones necesarias, un millar de
puritanos partió en más de una docena de buques.
Estos colonos de la Compañía de la Bahía de Massachusetts, a
diferencia de los de la Plantación de Plymouth, no eran separatistas.
Eran sencillamente puritanos que deseaban que la Iglesia Anglicana se
adaptara a los usos del Nuevo Testamento y que, en vista de que esto
no sucedía en Inglaterra, esperaban llevarlo a cabo en la nueva y
santa comunidad que iban a fundar.
Estas colonias probablemente no hubieran pasado de unos cuantos
centenares de habitantes, de no haber sido por las medidas represivas
que el Arzobispo Laud comenzó a tomar contra los puritanos, y que
hemos consignado en otro capítulo de esta sección. En vista de tales
medidas, fueron muchos los que estuvieron dispuestos a abandonar su
patria y partir hacia las nuevas colonias donde se les permitiría
adorar según sus principios puritanos.
Además, tal decisión no era vista en términos negativos de fuga, sino
que parecía ser más bien un llamado divino a establecer una nueva
comunidad en la que se cumpliera verdaderamente la voluntad de Dios.
Así, en los años que duró la persecución de Laud, unas diez mil
personas se establecieron en lo que dio en llamarse Nueva Inglaterra.
Esa ola migratoria produjo además las colonias de Connecticut y New
Haven, organizadas según el patrón de la de Massachusetts.
Carlos I se disponía a tomar medidas contra ese creciente foco de
puritanismo cuando se vio envuelto en la guerra civil que a la postre
le costó la corona y la vida. Pero la guerra misma, y el triunfo de
los puritanos, hizo menguar la ola migratoria, pues ahora existía la
esperanza de establecer la comunidad santa, no ya en las lejanas
playas americanas, sino en la propia Inglaterra. Aunque sus simpatías
estaban con los rebeldes en Inglaterra, las colonias se mantuvieron
neutrales, y se dedicaron a extender sus territorios y consolidar sus
instituciones. Por tanto, la restauración de los Estuardo no fue para
ellas el golpe que pudo haber sido. Algo más tarde, Jaime II intentó
consolidar varias de las colonias en lo que llamó el "Dominio de Nueva
Inglaterra". Pero su deposición le puso término a ese proyecto, y las
colonias recuperaron muchos de sus antiguos privilegios, aunque bajo
estructuras distintas. Fue entonces que se impuso la tolerancia
religiosa, no por el deseo de los colonos, sino por decisión de la
corona.
Mientras tanto, las colonias puritanas de Nueva Inglaterra (que
quedaron consolidadas bajo los nombres de Massachusetts y Connecticut)
se vieron sacudidas por varias controversias teológicas. La principal
dificultad estaba en que estos puritanos, al tiempo que continuaban
bautizando niños, insistían en la necesidad de una experiencia de
conversión para ser verdaderamente cristiano. ¿Qué sentido tenía
entonces el bautismo? ¿No sería mejor esperar, como los bautistas, a
que la persona tuviera esa experiencia? Esa solución, que, como
veremos más adelante, algunos adoptaron, les hubiera planteado serias
dificultades a los puritanos. En efecto, su propósito era fundar una
sociedad que se guiara por los principios bíblicos —como algunos
decían, "un pequeño modelo sobre la tierra del Reino de Dios". Tal
cosa sólo era posible si, como en el antiguo Israel, se era miembro de
la comunidad por nacimiento. Por esa razón era necesario insistir en
el bautismo de los "hijos del Pacto", así como Israel había
circuncidado a los hijos de su pacto cuando todavía eran párvulos.
Pero, por otra parte, si todos los bautizados eran miembros del pacto,
¿cómo garantizar la pureza de vida y de doctrina que era tan
importante para quienes tenían la experiencia personal de la gracia
redentora? Aun más, si solamente los "hijos del Pacto" debían recibir
el bautismo, ¿debían o no ser bautizados los hijos de quienes, aunque
bautizados de niños, nunca habían tenido la experiencia de la
salvación? Así se llegó a lo que algunos dieron en llamar el "pacto a
medias", es decir, el estado de quienes, habiendo sido bautizados, no
habían tenido la experiencia personal. Esas personas eran miembros del
Pacto, y por tanto sus hijos eran bautizados. Pero no eran miembros de
la iglesia en todo el sentido de la palabra hasta tanto no tuvieran la
experiencia que les faltaba. Como es de imaginarse, estos problemas
que hemos descrito en unas pocas líneas crearon amargos debates entre
los colonos, y contribuyeron a debilitar el espíritu de optimismo que
había reinado en los primeros años.
También hubo controversias en cuanto al modo en que las iglesias
debían gobernarse, y en particular en cuanto a las relaciones entre
ellas. A la postre se llegó a un sistema de gobierno congregacional.
Pero la independencia de las congregaciones se limitaba por cuanto era
necesario aceptar una Confesión de Fe que no era sino una revisión de
la de Westminster, y las autoridades civiles quedaban encargadas de
castigar a quien se apartara de ella.
Uno de los más tristes episodios en la historia de esas colonias fue
el de los "brujos" de Salem, en Massachusetts. Antes de 1692, habían
tenido lugar varios procesos por brujería en las colonias, y tres
personas habían sido ahorcadas en Massachusetts por supuestas
prácticas de hechicería. Pero en ese año de 1692, al parecer a base de
las falsas acusaciones de unas jóvenes que solamente deseaban
entretenerse, comenzaron a circular rumores acerca de la existencia de
un nutrido circulo de hechiceros en Salem. Pronto los rumores dieron
en histeria. A la postre veinte personas fueron ahorcadas (catorce
mujeres y seis hombres). Además, varias murieron en prisión. Las
cárceles rebosaban de acusados, y muchos confesaban prácticas de
hechicería y acusaban a otros porque así lograban que se les perdonara
la vida. Cuando las acusaciones llegaron a personajes más elevados,
como los miembros más distinguidos del clero, los mercaderes y la
esposa del Gobernador, las autoridades decidieron que habían ido
demasiado lejos y le pusieron término a la investigación. Veinte años
más tarde los tribunales de Massachusetts determinaron que se había
cometido una grave injusticia, y ordenaron que se indemnizara a las
familias de las víctimas.
Durante todo este tiempo, algunos de los colonos mostraron interés en
la evangelización de sus vecinos indios. Una de las más notables
manifestaciones de ese interés fue la obra de la familia Mayhew, que a
partir de 1642 recibió la isla conocida como "Martha's Vineyard".
Allí se dedicaron a la conversión y educación de los indios del lugar,
y continuaron esa obra por espacio de cinco generaciones, hasta que en
1806 murió Zacarías Mayhew, el último de esos notables
evangelizadores. Mucho mayor impacto tuvo la obra de Juan Eliot, quien
en 1646, con el apoyo de la Compañía de Massachusetts, empezó a
trabajar entre los mohicanos. Eliot estaba convencido de que los
indios eran las diez tribus perdidas de Israel, y que con su
conversión se cumplirían ciertas antiguas profecías. Por esa razón
organizaba a sus conversos en aldeas en las que se aplicaba la ley
mosaica. Además les enseñaba artes agrícolas y mecánicas, y los guiaba
en el estudio de la Biblia, que había traducido a su idioma (con ese
propósito, estudió ese idioma con detenimiento y produjo un modo de
escribirlo). Eliot fundó catorce aldeas, y otros que seguían sus
métodos fundaron varias más.
A mediados de 1675 algunos de los indios no convertidos, bajo el mando
de un cacique a quien llamaban "el rey Felipe", decidieron ponerles
término a los abusos de que eran objeto por parte de los blancos, y a
la continua y progresiva invasión de sus tierras. En esa "Guerra del
Rey Felipe", muchos de los indios convertidos tomaron el bando de los
blancos. Pero a pesar de ello centenares de ellos fueron arrancados de
sus aldeas y obligados a vivir hacinados en una isla en la bahía de
Boston. Además, algunos blancos, convencidos de que todos los indios
eran sus enemigos, mataron a cuantos pudieron.
Cuando por fin los colonos derrotaron a los indios, los que se
rindieron o fueron cautivados fueron repartidos entre los blancos—las
mujeres y los niños como sirvientes en las colonias, y los hombres
como esclavos que fueron exportados al Caribe y Africa. La casi
totalidad de la obra de Eliot se perdió en medio de tales descalabros.


González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 2 (Vol. 2, pp.
360–363). Miami, FL: Editorial Unilit.

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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

Rhode Island y los bautistas

La intolerancia religiosa que existía en las colonias puritanas pronto
obligó a algunos a abandonarlas. El más famoso de éstos fue Roger
Williams, quien llegó a Massachusetts en 1631. Tras negarse a servir
de pastor en Boston, declaró que los puritanos de esa colonia se
equivocaban al darles a los magistrados civiles la autoridad de hacer
cumplir los mandamientos que tienen que ver con las relaciones de la
persona con Dios. La autoridad de los magistrados debía limitarse,
según Williams, a los mandamientos que tienen que ver con el modo en
que los seres humanos han de tratarse unos a otros. Además, decía
Williams, las tierras que los colonos reclamaban para sí les
pertenecían en realidad a los indios, y el establecimiento mismo de la
colonia era por tanto una usurpación. Estas y otras ideas que entonces
parecían radicales lo hicieron persona no grata en Boston, y partió
hacia Plymouth, donde pasó dos años en los que estableció buenas
relaciones con los indios vecinos. Después fue pastor en Salem, que
pertenecía a Massachusetts. Pero cuando trató de hacer que su iglesia
se separara de las del resto de la colonia, las autoridades decidieron
deportarlo. Entonces Williams huyó de Massachusetts y se estableció
con un pequeño grupo de amigos, primero en tierras que pertenecían a
Plymouth, y después en otras en la bahía de Narragansett que les
compró a los indios. Allí fundó la colonia de Providence—hoy capital
del estado de Rhode Island—a base del postulado de la libertad de
conciencia. Para Roger Williams, esa libertad era corolario de la
obligación que los humanos tenemos de adorar a Dios. Esa adoración ha
de ser sincera, y por tanto todo intento de forzarla en realidad la
imposibilita. Como consecuencia de tales opiniones, Williams y sus
compañeros decidieron desde un principio que en su nueva colonia
habría libertad de conciencia, y los derechos de ciudadanía no se
limitarían a base de las opiniones religiosas de las personas. El
argumento de Williams en pro de la libertad de conciencia fue expuesto
en su tratado, publicado en 1644, Discusión de la sangrienta doctrina
de la persecución a causa de la conciencia. Y poco después uno de los
principales pastores de Massachusetts le contestó en otro tratado, La
sangrienta doctrina lavada y emblanquecida en la sangre del Cordero.
Mientras tanto, otros habían acudido a las cercanías de Providence por
motivos semejantes. A fines de 1637 la profetisa Ana Hutchinson fue
expulsada de Massachusetts, entre otras razones, por pretender haber
recibido revelaciones personales. Ella y otras dieciocho personas
fundaron la comunidad de Portsmouth en una isla cerca de Providence,
también a base de la libertad de conciencia. Poco después un grupo
procedente de Portsmouth fundó Newport, al otro extremo de la misma
isla.
Estas comunidades crecieron rápidamente con el influjo de personas de
ideas bautistas, cuáqueras, etc. procedentes de las colonias
puritanas. Pero hasta entonces su único derecho se basaba en haberles
comprado sus tierras a los indios, y parecía probable que sus vecinos
puritanos trataran de aplastar lo que llamaban "la cloaca de Nueva
Inglaterra". Por tanto, Williams viajó a Inglaterra, y en 1644 obtuvo
del Parlamento Largo la autorización necesaria para darle legalidad a
la nueva colonia ante las autoridades inglesas. Los diversos poblados
quedaron entonces unidos bajo el nombre de "Plantaciones de
Providence", y Williams y los suyos le dieron a la nueva colonia un
gobierno democrático. Tras la restauración de los Estuardo, Carlos II
confirmó lo hecho.
Al tratar acerca de la revolución puritana en Inglaterra, dijimos que,
entre los muchos grupos que surgieron en esa época, se contaban los
bautistas. Aunque algunas de las ideas de éstos eran parecidas a las
de los anabaptistas del continente europeo, no parece que en realidad
las tomaran de ellos, sino más bien del intenso estudio del Nuevo
Testamento, y del deseo de conformarse a todas sus prácticas, que eran
características del puritanismo. Algunos de estos bautistas ingleses
pasaron un tiempo exiliados en Holanda, y regresaron a Inglaterra
imbuidos de ideas arminianas. Otros permanecieron en Inglaterra, y
continuaron participando del calvinismo que era el trasfondo común de
los diversos movimientos puritanos. Así surgieron dos clases de
bautistas, los "generales" y los "particulares". Los "bautistas
generales" recibían ese nombre porque sostenían, como los arminianos,
que Jesucristo había muerto por todo el género humano. Los
"particulares" sostenían frente a ellos la postura del calvinismo
ortodoxo, según el cual Jesucristo murió únicamente por los que
estaban predestinados a la salvación.
La iglesia que Williams dirigía en Providence se hizo bautista. Uno de
sus miembros bautizó a Williams, quien a su vez lo bautizó a él y a
los demás. Pero el propio Williams no continuó mucho tiempo en el seno
de aquella iglesia, pues sus ideas se iban haciendo cada vez más
radicales. Sus contactos con los indios, hacia quienes mostraba un
respeto inusitado entre los blancos de esa época, lo llevaron a decir
que quizá la religión de los indios era tan acepta a los ojos de Dios
como la de los cristianos, y que en todo caso los indios no tenían que
hacerse cristianos para alcanzar salvación. Esto no fue del agrado de
algunos de sus conciudadanos en Providence, y mucho menos de los
puritanos de Massachusetts y las demás colonias. Pero Williams fue más
lejos, moviéndose progresivamente hacia un espiritualismo absoluto que
lo llevó a declarar que todas las iglesias eran falsas y a interpretar
las Escrituras en un sentido puramente "espiritual".
Mientras tanto, los bautistas de Providence tenían sus propias
controversias. Algunos adoptaban el arminianismo de los "bautistas
generales", y otros optaban por el calvinismo de los "particulares".
Puesto que los arminianos insistían también en la práctica de la
imposición de manos, a base de Hebreos 6:1–2, donde se mencionan seis
"principios" de la fe cristiana, se dio en llamarles también
"bautistas de los seis principios"; y a los calvinistas, "bautistas de
los cinco principios". El movimiento bautista se extendió por todas
las colonias, aunque en varias de ellas se le persiguió.
Congregaciones enteras fueron expulsadas de Massachusetts, sin que con
ello se lograra detener el supuesto contagio, que alcanzó hasta a las
más prestigiosas personas de la comunidad, como el presidente de
Harvard. Poco a poco, según fue abriéndose paso la tolerancia
religiosa, los grupos bautistas surgieron a la superficie, y mostraron
cuánto arraigo habían logrado. Al principio, los bautistas generales
tuvieron mayor éxito. Pero al llegar el Gran Avivamiento, de que
trataremos más adelante, éste le dio gran auge al calvinismo, con el
resultado de que los bautistas particulares o de los cinco principios
sobrepasaron en mucho a los generales.


González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 2 (Vol. 2, pp.
363–364). Miami, FL: Editorial Unilit.

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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

lunes, 11 de diciembre de 2017

Virginia


Los primeros esfuerzos colonizadores por parte de los británicos en Norteamérica resultaron fallidos. En 1584, Sir Walter Raleigh, favorito de la reina Isabel, recibió permiso real para colonizar la costa de Norteamérica, a la que dio el nombre de "Virginia" en honor de Isabel, la "Reina Virgen". Pero sus esfuerzos, primero en 1585 y después en 1587, fracasaron. Los colonos del primer contingente regresaron desalentados a Inglaterra, y los del segundo sencillamente desaparecieron, posiblemente muertos de hambre o a manos de los indios.
Fue en la primavera de 1607 que verdaderamente comenzó la colonización permanente de Virginia. En ese mes de mayo ciento cinco colonos pusieron pie cerca de la desembocadura de un río que llamaron James, en honor del rey Jaime que a la sazón gobernaba en Inglaterra —Isabel había muerto cuatro años antes. Poco después fundaron la ciudad de Jamestown, cuyo nombre también pretendía honrar al Rey. Con ellos iba un capellán, pues parte del plan de la Compañía de Virginia, bajo cuyos auspicios tenía lugar el proyecto colonizador, era establecer en el país la Iglesia de Inglaterra y ofrecerles sus recursos religiosos, no solo a los colonos, sino también a los indios. Además se deseaba ponerles coto a los españoles, que iban avanzando hacia el norte, y en ese empeño por parte de los ingleses se mezclaban los motivos nacionalistas con el deseo de detener el avance del "papismo".
Empero estos propósitos de índole religiosa no eran la principal razón por la que los accionistas de la Compañía de Virginia habían emprendido la nueva colonia. Su meta era obtener beneficios económicos del comercio que esperaban establecer con los indios, y de la agricultura que se desarrollara en la región. Puesto que los primeros años de la colonia de Virginia coincidieron con el auge del movimiento puritano en el seno de la Iglesia Anglicana, muchos de los colonos y de los accionistas entendían que la colonia debía gobernarse según los principios puritanos. Las Leyes divinas, morales y marciales que uno de los primeros gobernadores promulgó establecían la asistencia obligatoria al culto divino dos veces al día, la observancia estricta del Día del Señor, y penas civiles por pecados tales como el lenguaje profano o el uso de indumentaria inmodesta. El ideal de tales leyes, como el de los puritanos de Inglaterra, era una sociedad santa, tanto en sus leyes y su vida cotidiana como en lo religioso.
Empero tales sueños estaban destinados a desaparecer, echados a un lado por las realidades económicas. Los primeros años de la nueva colonia fueron harto difíciles, pues los rigores del clima eran grandes y lo que se producía les acarreaba pocos beneficios a los accionistas. Repetidamente la Compañía de Virginia tomó medidas para el mejoramiento de las condiciones de la colonia, y para que ésta resultara de mayor provecho económico. Pero ninguna de ellas tuvo gran éxito.
El gran cambio tuvo lugar cuando se comenzó a cultivar tabaco por iniciativa del colono Juan Rolfe. Este se había casado con la "princesa" india Pocahontas, hija del cacique Powhatan. Aunque Pocahontas se ha convertido en un personaje legendario, lo que nos importa saber aquí es que algún tiempo antes había sido secuestrada por un colono que esperaba de ese modo lograr una paz permanente con los indios. Pocahontas se crió y educó entre los blancos, y a la postre recibió el bautismo. Hizo un viaje a Inglaterra, donde sirvió de muestra del éxito que la colonia estaba teniendo evangelizando a los indios, y se volvió tema de moda en los círculos aristocráticos. Pero el hecho es que las relaciones con los indios se deterioraban progresivamente, y que poco se había logrado en cuanto a su evangelización. En todo caso, mucho más importante para el destino de Virginia fueron los experimentos que su esposo hizo cruzando diversas variedades de tabaco, de modo que para 1619 había hecho de éste un producto de exportación a Inglaterra. A partir de entonces, la gran riqueza de Virginia estuvo en el tabaco.
El cultivo del tabaco requería mayor mano de obra, y por tanto ya en 1619 se comenzó a importarla de Africa. Así comenzó la sociedad esclavista que se volvió característica de Virginia y de las demás colonias hacia el sur.
Durante todo este tiempo, bajo el gobiemo de la Compañía de Virginia, que residía en Inglaterra, la vida religiosa de Virginia siguió la línea del puritanismo que ya hemos descrito. Pero el rey Jaime no estaba dispuesto a tolerar ese estado de cosas pues, como vimos al tratar de la revolución puritana en Inglaterra, detestaba las ideas puritanas. Además, gracias al tabaco, la colonia empezó a producir ganancias. Una guerra con los indios en 1622 le sirvió de excusa, y en 1624 Jaime colocó a Virginia bajo su gobierno directo. Algún tiempo después Carlos I, siguiendo la política de Jaime contra los colonos de Virginia, creó la nueva colonia de Maryland, con territorios que antes le pertenecían a Virginia, y se la concedió a un propietario católico.
A pesar de todo esto, la revolución puritana produjo pocos cambios en Virginia. Los colonos estaban más interesados en el cultivo del tabaco y en la preparación de nuevas tierras para esos fines que en los debates religiosos que conmovían a Inglaterra. Su antiguo puritanismo había perdido fuerza en medio de las nuevas condiciones de relativa prosperidad. Y el principio puritano del valor del trabajo había perdido vigencia debido al incremento de la esclavitud. Por tanto, cuando la revolución estalló en Inglaterra, y después cuando los Estuardo fueron restaurados, la colonia continuó su vida sin mayores desórdenes.
En medio de todo esto, la Iglesia Anglicana siguió siendo la de la mayoría de los colonos. No se trataba ya del anglicanismo de tendencias puritanas de los primeros años, sino de un anglicanismo fácil y aristocrático, adaptado a la sociedad esclavista que iba apareciendo, y carente de impacto religioso, no solo entre los esclavos, sino también entre los colonos blancos de clases inferiores.
Entre los esclavos, los anglicanos llevaron a cabo escasísima labor misionera. Una de las razones era que había antiguos principios que prohibían tener como esclavo a un hermano en la fe. Por tanto, había quien sostenía que quien recibía el bautismo no podía continuar sometido a esclavitud. Y esto a su vez quería decir que los amos tenían interés en evitar las conversiones de sus esclavos. En 1667, en vista del debate que tenía lugar, se promulgó una ley según la cual el bautismo no cambiaba la condición de servidumbre de los esclavos —lo cual era un ejemplo más del modo en que la religión establecida se amoldaba a los intereses de los poderosos—. Pero a pesar de esa ley se hizo poco por educar o convertir a los esclavos, pues muchos pensaban que mantenerlos en ignorancia era uno de los mejores modos de asegurarse de su servicio y docilidad.
Entre los blancos, la adaptación de la iglesia a los intereses de los poderosos también tuvo consecuencias. Mientras la naciente aristocracia de Virginia continuaba en su mayor parte fiel al anglicanismo, muchas de las clases más bajas se inclinaban hacia los movimientos disidentes. Contra tales movimientos se tomaron varias medidas, y fueron cientos los que prefirieron abandonar la colonia y establecerse en la católica Maryland, donde había mayor libertad religiosa. También los cuáqueros penetraron en Virginia y, aunque había leyes contra ellos, su número aumentó. Cuando Jorge Fox visitó la colonia en 1662, se regocijó con el gran número de "amigos" que encontró en ella, y dejó constancia de que, aunque el movimiento se había extendido principalmente entre las clases más bajas, algunos miembros de la aristocracia lo veían con buenos ojos. Más tarde, gracias a la obra de Asbury y de sus compañeros, el metodismo avanzó rápidamente en Virginia. Aunque por lo pronto muchos de esos metodistas virginianos eran anglicanos, al menos de nombre, cuando se constituyó en los Estados Unidos la Iglesia Metodista Episcopal esas personas abandonaron la comunión anglicana.
Al sur de Virginia se fundaron otras colonias. Las Carolinas, concedidas por la corona a un grupo de aristócratas e inversionistas en 1663, tardaron largo tiempo en contar con un número considerable de colonos. Para fomentar la inmigración, los propietarios establecieron la libertad de conciencia, y buena parte de los primeros colonos de Carolina del Norte eran disidentes que provenían de la vecina Virginia. Poco a poco, en ambas colonias, y particularmente en la Carolina del Sur, se fue creando una aristocracia agrícola, y surgió una sociedad estratificada muy semejante a la de Virginia. En esa sociedad, las capas más elevadas pertenecían a la Iglesia Anglicana, que por ello contaba con cierto poder. Muchos de los colonos de las clases más bajas se hicieron cuáqueros o bautistas. En realidad, la mayor parte de la población, aun sin contar los indios ni los esclavos, no parece haber pertenecido a iglesia alguna.
Georgia, al sur de las Carolinas, fue fundada con dos propósitos fundamentales. El primero era detener el avance de los españoles, que desde su base de San Agustín en la Florida amenazaban las colonias inglesas. El segundo era servir de refugio a quienes a causa de sus deudas habían sido encarcelados en Inglaterra. En esa época, es decir, a principios del siglo XVIII, comenzaba a tener lugar en Inglaterra un fermento religioso que buscaba mejorar las condiciones de los desheredados. Parte de ese fermento se dirigió hacia las cárceles, cuyas condiciones inhumanas fueron repetidamente atacadas en el Parlamento. Uno de los jefes de esos ataques era el héroe militar Jaime Oglethorpe, quien a la postre decidió fundar en América una colonia donde pudieran establecerse los condenados a causa de sus deudas. Obtenido el permiso real en 1732, los primeros convictos llegaron el año siguiente, y después se les sumaron otros contingentes. Al mismo tiempo, Georgia se volvía un sitio de refugio para exiliados procedentes de otras regiones, como los moravos y otros. Muchas de estas personas venían impulsadas por profundas convicciones religiosas. Pero las dificultades del clima, la falta de recursos económicos y la escasez de pastores dificultaron el progreso de la colonia, tanto en lo económico como en lo religioso. Ya hemos visto algo de las decepciones de los Wesley en el lugar. En general, el anglicanismo, que era la confesión oficial de la colonia, no logró gran arraigo. Los moravos tuvieron mejor éxito, pero su número nunca fue grande. Los más notables episodios religiosos en las primeras décadas de existencia de la colonia se relacionaron con la obra de Jorge Whitefield, el fogoso predicador de quien hemos tratado al narrar los orígenes del metodismo. Whitefield logró atraer grandes multitudes a sus servicios, y cuando murió en 1770 dejó implantado el sello de su fervor en buena parte de la población.

HISTORIA DEL CRISTIANISMO TOMO II 
Editorial Unilit
Miami, Fl. U.S.A.
Derechos reservados
1994 Edición revisada en 2 tomos
© Justo L. González

--
Gracia y Paz!


Adonay Rojas Ortiz
Pastor

Entre Nueva Inglaterra y Maryland

Las colonias que se fundaron entre Nueva Inglaterra y Maryland —Nueva
York, Nueva Jersey, Pennsylvania y Delaware— no fueron desde el
principio refugio de un grupo religioso particular. Ya nos hemos
referido a Guillermo Penn y su "experimento" de Pennsylvania. Aunque
en esa colonia la inspiración básica era cuáquera, pronto hubo gran
diversidad de confesiones. Lo mismo sucedió en Delaware, territorio
comprado por Penn al Duque de York, y que por tanto fue parte de
Pennsylvania hasta 1701.
La historia política y religiosa de Nueva Jersey es compleja. Pero en
términos generales la porción oriental del territorio fue una réplica
del puritanismo estricto de Nueva Inglaterra, mientras que en el
occidente fueron los cuáqueros quienes determinaron el carácter de la
sociedad. En esta zona occidental de Nueva Jersey, como en
Pennsylvania, hubo libertad de conciencia, y la colonización prosperó
rápidamente. Pero poco a poco los cuáqueros se fueron convirtiendo en
una aristocracia en cuyas manos estaba buena parte de los bienes
raíces, y cuya riqueza se basaba en la esclavitud.
Los territorios de lo que después fue Nueva York fueron colonizados
primero por los holandeses, cuya Compañía de las Indias Occidentales
estableció una base en la isla de Manhattan. Estos colonos holandeses
eran en su mayor parte protestantes de tradición reformada que
trajeron su iglesia consigo. Los holandeses conquistaron en 1655 la
colonia rival de Nueva Suecia, que los suecos habían establecido en el
Delaware, y a su vez fueron conquistados por los ingleses en 1664.
Entonces lo que antes se llamó Nueva Holanda pasó a ser Nueva York, al
tiempo que los habitantes holandeses, que en todo caso estaban
descontentos con el antiguo régimen, permanecían allí y se hacían
súbditos británicos. Con los ingleses llegó la Iglesia Anglicana, que
al principio no tuvo más miembros que el gobernador y sus tropas y
allegados. Pero poco a poco, al aumentar la inmigración británica,
creció el número tanto de los anglicanos como de los miembros de otros
grupos religiosos.
En resumen, hacia fines del siglo XVII y principios del XVIII existía
una larga cadena de colonias británicas en Norteamérica. Varias de
éstas habían sido fundadas, en parte al menos, por motivos religiosos.
Pero en todas ellas la uniformidad confesional tendía a desaparecer, y
en varias la libertad de conciencia daba muestras de ser una
alternativa viable a la intolerancia dogmática que tanta sangre había
costado en Europa. Al mismo tiempo el régimen esclavista, el sistema
de las grandes plantaciones, la explotación de los indios y muchos
otros factores habían hecho olvidar el fervor religioso que había
impulsado a muchos de los primeros colonizadores.


González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 2 (Vol. 2, pp.
365–366). Miami, FL: Editorial Unilit.

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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

Maryland y el catolicismo

El principal centro del catolicismo en las colonias británicas en
Norteamérica fue Maryland. En 1632, Carlos I le otorgó a Cecilio
Calvert, Lord Baltimore, los derechos de propiedad y colonización
sobre una parte del territorio que antes le había pertenecido a
Virginia. Lord Baltimore era católico, y la concesión de estas tierras
era parte de la política de Carlos I de tratar de ganarse la amistad
de los de esa fe. Como hemos visto anteriormente, a la postre esa
política lo llevó al patíbulo. Por lo pronto, lo que se deseaba era
fundar una colonia donde los católicos pudieran vivir libres de las
muchas restricciones y dificultades que los asediaban en Inglaterra.
Pero la fundación de una colonia estrictamente católica no era
posible, dadas las circunstancias políticas de Inglaterra y los
sentimientos anticatólicos del país. Por tanto, lo que se promulgó
para la nueva colonia fue la libertad religiosa. En sus instrucciones
a sus representantes en Maryland, Lord Baltimore explícitamente les
ordenaba que se abstuvieran de tomar medidas que pudieran servir de
excusa para acciones contra los católicos por parte de los
protestantes.
Los primeros colonos desembarcaron en 1634, y la composición misma de
ese grupo señalaba ya el orden social y religioso que existía en la
colonia. Una décima parte de los colonos, además de católica, era
aristocrática. Los demás eran protestantes destinados a servir a los
aristócratas católicos. A base del cultivo del tabaco, se fundaron
entonces grandes plantaciones que lograron cierta prosperidad. Los
católicos, dueños de las tierras y del poder, gobernaban en la
colonia. Pero la mayoría era protestante. Esa situación hizo que el
orden social en la colonia fuera en extremo inestable, y por ello
Maryland se vio repetidamente sacudida por las repercusiones de los
cambios políticos que tenían lugar en Inglaterra. Cada vez que esos
cambios les dieron ocasión para ello, los protestantes trataron de
arrebatarle el poder a la aristocracia católica. Cuando Jaime II fue
destituido, esos deseos se hicieron realidad, y el anglicanismo se
convirtió en la religión oficial de la colonia, sostenido mediante
impuestos. Al mismo tiempo se restringían los derechos de los
católicos.
El catolicismo logró penetrar además en otras colonias,
particularmente en Pennsylvania, donde la política de libertad
religiosa establecida por Guillermo Penn le permitía asentarse.
También durante el período que siguió a la restauración de los
Estuardo el catolicismo logró extenderse. Pero la caída de esa
dinastía en 1688 le creó nuevas dificultades, y durante todo el resto
del período colonial los católicos no pasaron de ser una pequeña
minoría.


González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 2 (Vol. 2, p.
365). Miami, FL: Editorial Unilit.

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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

El Gran Avivamiento


El siglo XVIII trajo a Nortamérica las mismas corrientes pietistas que ya hemos visto en Europa y en Inglaterra. Los presbiterianos, por ejemplo, se vieron divididos por una controversia entre los del "bando antiguo", que exigían ante todo una adherencia estricta a las decisiones de Westminster, y los del "bando nuevo", para quienes la experiencia de la gracia redentora era primordial. Aunque a la postre los dos partidos volvieron a unirse en una sola organización eclesiástica, por algún tiempo la controversia dio en cisma. Y lo que agudizó ese cisma fue la ola pietista que recibe el nombre de "Gran Avivamiento".
Desde fecha muy temprana, algunos entre los colonos norteamericanos habían insistido en la importancia para la vida cristiana de una experiencia personal. Pero ese énfasis cobró mayor ímpetu con una serie de acontecimientos que tuvieron lugar a partir de 1734. En esa fecha aparecieron en Northamton, Massachusetts, las primeras manifestaciones del Gran Avivamiento. El pastor de esa ciudad era Jonathan Edwards, quien se había formado intelectualmente en la Universidad de Yale y era calvinista convencido. Pero, con los del "nuevo bando", Edwards creía también en la necesidad de una experiencia personal de conversión, y él mismo la había tenido. Edwards llevaba varios años predicando en Northampton sin obtener resultados sorprendentes, cuando él mismo se maravilló al ver la respuesta que su predicación comenzó a provocar. Sus sermones no eran excepcionalmente emotivos, pero sí subrayaban la necesidad de una experiencia de convicción de pecado y de perdón por parte de Dios. En ese año de 1734, las gentes empezaron a responder, algunos con demostraciones de profunda emoción, y muchos con un cambio de vida notable, y con una profundidad de devoción hasta entonces insólita. En unos pocos meses, el movimiento barrió la comarca, y llegó hasta Connecticut. Pronto las experiencias extraordinarias se hicieron menos frecuentes, y a los tres años habían cesado por completo. Pero siempre quedó el recuerdo de aquel avivamiento, y la esperanza de que volviera a surgir.
Poco después, Jorge Whitefield visitó Nueva Inglaterra, y su predicación causó gran revuelo y nuevas experiencias de conversiones unidas a un profundo sentimiento de arrepentimiento y de gozo. Edwards, a pesar de ser congregacionalista, invitó al anglicano Whitefield a predicar en su iglesia, y se dice que mientras el visitante predicaba el pastor lloraba. A partir de entonces el Gran Avivamiento cobró fuerzas. Los ministros del "bando nuevo" entre los presbiterianos se sumaron a él. Al mismo tiempo que algunos predicadores seguían el ejemplo de Whitefleld, e iban predicando de lugar en lugar, muchísimos pastores locales de diversas tradiciones (anglicanos, presbiterianos y congregacionalistas) comenzaron a predicar con nuevos bríos en sus propias iglesias, y allí también tuvieron lugar escenas extraordinarias. Las gentes se arrepentían de sus pecados en medio de lágrimas, daban gritos de alborozo por el perdón alcanzado, y algunas hasta se desmayaban.
Por razón de tales experiencias, sus enemigos acusaron al Gran Avivamiento de destruir la solemnidad del culto divino, y colocar la emoción en lugar del estudio y la devoción. Pero tal acusación no era del todo cierta, pues muchos de los dirigentes del movimiento no eran personas particularmente emotivas, y en todo caso lo que se buscaba no era que los creyentes tuvieran constantes experiencias religiosas. Se trataba más bien de una experiencia que tenía lugar de una vez por todas, y que debía llevar a quien la tenía a una mayor devoción y más cuidadoso estudio de las Escrituras. En sus mejores manifestaciones, lo que el gran Avivamiento buscaba no era convertir el culto en una serie de experiencias emocionales, sino hacer que las gentes tuvieran una experiencia que le diera nuevo sentido al culto y a la doctrina cristiana.
Esto puede verse en los sermones de Jonathan Edwards. No se trata en ellos de un llamado a la emoción, sino todo lo contrario, de sermones altamente doctrinales en los que se discuten las más profundas cuestiones teológicas. La emoción era importante para Edwards. Pero esa emoción, que llegaba a su cima en la experiencia de la conversión, no debía ocultar la necesidad de la recta doctrina ni del culto racional que Dios demanda.
Los principales jefes del Gran Avivamiento eran calvinistas convencidos. Ya hemos mencionado los conflictos de Whitefield con Wesley sobre este punto. Jonathan Edwards escribió sólidas defensas de la doctrina de la predestinación, a base de la filosofía más avanzada de la época. Pero a la postre las denominaciones que más provecho recibieron no fueron los presbiterianos ni los congregacionalistas, sino los bautistas y los metodistas.
Al principio, los bautistas se opusieron al avivamiento, que les parecía frívolo y superficial. Pero el hecho fue que el avivamiento inclinó a muchas gentes hacia posiciones que concordaban con las de los bautistas. En efecto, si el tener una experiencia de conversión era tan importante para la vida cristiana, cabía poner en duda el bautismo de niños. Luego, muchas personas de origen presbiteriano o congregacionalista, llevadas por el énfasis del avivamiento sobre la experiencia personal, acabaron por negar el bautismo de párvulos, rebautizarse y hacerse bautistas. Frecuentemente, fueron congregaciones enteras las que dieron ese paso. Así, aunque al principio la mayoría de los bautistas de las colonias eran "bautistas generales", es decir, no calvinistas, tras el avivamiento los más eran "particulares".
Además, tanto los metodistas como los bautistas se sintieron impulsados por el Gran Avivamiento hacia las nuevas fronteras. En esa época, los blancos se adentraban cada vez más en el país, y fueron los bautistas y los metodistas quienes, gracias al espíritu del Gran Avivamiento, tomaron sobre sí la tarea de predicarles y proveerles vida eclesiástica. Esa fue la principal razón por la que pronto esas dos denominaciones fueron las más numerosas en los nuevos territorios.
A consecuencia de aquel Gran Avivamiento, buena parte del protestantismo norteamericano ha retenido el ideal del "avivamiento". Varias décadas más tarde, según veremos, hubo otro gran despertar religioso. Pero en ciertos círculos protestantes norteamericanos se llegó a pensar que lo normal era tener "avivamientos" periódicos, y hasta hubo iglesias que empezaron a celebrar "cultos de avivamiento" todos los años.
Por último, el Gran Avivamiento tuvo otras consecuencias de carácter político. Por primera vez hubo un movimiento que se extendió a las trece colonias que después serían los Estados Unidos. Gracias a aquel movimiento, comenzó a forjarse un sentido de comunalidad entre las colonias que hasta entonces habían existido en relativo aislamiento unas de otras. Puesto que al mismo tiempo circulaban nuevas ideas con respecto a los derechos humanos, y tenían lugar en Europa hechos portentosos, todo esto se conjugó para producir, tanto en el Nuevo Mundo como en Europa, fuertes sacudidas que le presentarían al cristianismo nuevos desafíos y nuevos horizontes. Empero la narración de tales acontecimientos corresponde a la próxima sección de esta historia.

Historia del Cristianismo, Tomo 2 Editorial Unilit

Miami, Fl. U.S.A.

Derechos reservados

1994 Edición revisada en 2 tomos

© Justo L. González

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Gracia y Paz!


Adonay Rojas Ortiz
Pastor

miércoles, 29 de noviembre de 2017

No hay quinto malo

No hay quinto malo Informe mensual de la obra del Señor en la IPUL Baltimore

domingo, 26 de noviembre de 2017

Celebrando la Cena del Señor

Celebrando la Cena del Señor Santa Cena, IPUL BALTIMORE

La Santa Cena

Jesús instituyó la ordenanza de la Santa Cena, llamada también "la
Cena del Señor", la noche que fue entregado (Lucas 22:19–20; 1
Corintios 11:23–25), cuando Él y sus discípulos celebraron la Pascua
juntos por última vez. Las palabras y acciones de Jesús dieron a la
Pascua un significado fresco. Para los creyentes, la Santa Cena es un
rito que reemplaza la Pascua judía.

¿Cómo empezó la primera Cena del Señor?

Aunque tanto el bautismo como la Santa Cena simbolizan nuestra
relación con Cristo, representan diferentes aspectos. Porque el
bautismo está asociado con el nuevo nacimiento, necesitamos ser
bautizados una sola vez. En contraste, celebramos la Santa Cena a
menudo porque nos recuerda nuestra necesidad diaria por Cristo.
En esta lección examinaremos tres importantes verdades acerca de la
ordenanza de la Santa Cena. Primero, consideraremos el significado de
los emblemas de la Santa Cena. Segundo, examinaremos el significado
pasado, presente y futuro de la Santa Cena. Finalmente, observaremos
la advertencia que dio Pablo y hablaremos de lo que significa tomar la
Santa Cena indebidamente.


Los emblemas de la Santa Cena

Explicar el significado de la Santa Cena.

Emblema es otro término para símbolo. La ceremonia de la Santa Cena
usa pan y jugo de uvas como emblemas que significan o representan el
cuerpo y la sangre de Cristo.
En la última Cena, Jesús "tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les
dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto
en memoria de mí" (Lucas 22:19). El pan es un alimento básico para la
vida. Así, el pan era el mejor símbolo que Jesús pudo escoger para
representar la vida que Él estaba ofreciendo. En otra ocasión, Jesús
usó el mismo símbolo cuando dijo: "Yo soy el pan de vida" (Juan 6:48),
y "el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del
mundo" (6:51). El pan partido representa el cuerpo partido de Cristo.

Explique el significado simbólico de las emblemas de la Santa Cena.

Jesús usó el jugo de las uvas para representar su sangre. Nuestro
Señor declaró: "Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por
muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mateo 26:28). En
Lucas 22:20, las palabras son dadas en diferente orden: "Tomó la copa,
diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros
se derrama." En otras palabras, el nuevo pacto vino a través de la
sangre de Cristo. Hebreos 9:16–18 describe este pacto como testamento.
Ahí leemos que el testamento no entra en efecto mientras la persona
que lo hizo viva. Entra en efecto después de la muerte de la persona
que lo hizo. La sangre de Cristo es la firma de su muerte. Él selló el
pacto con su sangre. Su muerte hizo que el nuevo pacto entrara en
efecto. ¡Qué maravilloso pensamiento! Somos "herederos de Dios y
coherederos con Cristo" a través de este pacto (Romanos 8:17).

¿Cuándo se hizo efectivo el nuevo pacto entre Dios y sus hijos?

Los pactos bíblicos vienen con condiciones. Bajo el antiguo pacto,
nuestra relación con Dios se basaba en la obediencia a la Ley. Sin
embargo, bajo el nuevo pacto, nuestra relación con Dios se basa en la
fe en el sacrificio que los símbolos de la Santa Cena representan. El
pan de la Santa Cena y el jugo hacen que la muerte de Cristo sea real
para nosotros. La Santa Cena nos recuerda que dependemos de Jesucristo
de la misma manera que nuestro cuerpo necesita el pan y la bebida
diaria.
La iglesia Católica Romana enseña que el pan y el jugo (vino) se
convierten en la sangre y el cuerpo de Cristo. No creemos que esta
enseñanza sea verdadera. Jesús estaba físicamente presente cuando
compartió la primera Santa Cena con sus discípulos. Cuando Él dijo,
"Esto es mi cuerpo" y "Esto es mi sangre", Él estaba usando una
metáfora (una figura retórica en la cual una cosa representa otra).
Otros dos ejemplos del uso de metáforas por Jesús, se encuentran en
Juan 10 cuando dijo, "Yo soy la puerta de las ovejas" (v. 7) y "Yo soy
el buen pastor" (v. 14).


El pasado, el presente y el futuro en la Santa Cena

Identificar tres beneficios de recibir la Santa Cena.

Muchos países han separado un día como día de fiesta nacional, así
como el día de la Independencia para recordar su pasado y celebrar su
libertad. Para los creyentes, la Santa Cena provee esa función. Jesús
dijo: "Haced esto en memoria de mí" (Lucas 22:19). La Santa Cena tiene
un significado en el pasado porque nos recuerda la muerte de Cristo,
nos recuerda que nuestra vida depende de lo que Él hizo en la cruz, y
provee una oportunidad de agradecerle por ese sacrificio. Recordar el
pasado debe inspirarnos para ser fieles en el futuro. La Santa Cena es
una conmemoración que nos recuerda que compartimos no solamente su
muerte pero también su naturaleza.
Sin embargo, la Santa Cena no señala sólo al pasado. También tiene un
gran valor para el presente. Jesús prometió: "He aquí yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). Jesús
es un huésped activo que no lo vemos cuando nos reunimos a compartir
la Santa Cena. Nuestro compañerismo con Él es especialmente real
cuando nos unimos con Él para participar de los símbolos que
representan su muerte. Además, la Santa Cena nos une el uno al otro.
Jesús oró pidiendo que todos los creyentes fueran "perfectos en
unidad" (Juan 17:23). Consideremos la iglesia en Nigeria, África. A
mediados de los setenta las tribus del Yoruba y del Hausa casi
desaparecen a la tribu Igbo. Hoy en día el liderazgo de la iglesia de
Nigeria —una de los más fuertes en África— está conformado por
individuos de las tres tribus. Al sudeste de Ruanda, las tribus de los
Tutsi y de los Hutu siguen siendo enemigos a pesar de una guerra muy
grande, donde millones de personas murieron. En ese tiempo, las
Asambleas de Dios no tenían más de seis iglesias con pocos creyentes.
Hoy en día, a pesar de la continua enemistad entre las dos tribus, hay
más de 130 iglesias de Asambleas de Dios en la región, que incluyen
miembros tanto de la tribu de los Tutsi y de los Hutu. No importa
cuales sean nuestras diferencias, todos estamos bajo el nuevo pacto a
través de Jesucristo. Celebramos esa comunidad cuando participamos de
la Santa Cena como un solo cuerpo.
Así, la Cena del Señor reconoce y proclama públicamente nuestra
relación del nuevo pacto con el Señor a través de su muerte. "Al comer
el pan y beber la copa significa que proclamamos y aceptamos los
beneficios del sacrificio de Cristo" (Stamps 1992, 1768). Uno de esos
beneficios, como lo veremos en un capítulo posterior, es la sanidad de
nuestros cuerpos. Muchos pastores han testificado de las sanidades que
personas han recibido durante la Santa Cena.
La Santa Cena también tiene un significado para el futuro. En la
primera Cena del Señor, Jesús dijo: "Y os digo que desde ahora no
beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba
nuevo con vosotros en el reino de mi Padre" (Mateo 26:29). Pablo
escribió que cuando compartimos la Santa Cena, "la muerte del Señor
anunciáis hasta que él venga" (1 Corintios 11:26). La Santa Cena mira
hacia adelante al regreso de Cristo, el que será seguido por "la cena
de las bodas del Cordero" (Stamps 1992, 1868). La ordenanza de la
Santa Cena nos ayuda a mantenernos firmes y fieles "aguardando la
esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo" (Tito 2:13).

Explique el significado de la Santa Cena en el pasado, el presente y el futuro.


Preparación para la Santa Cena

Describir cómo una persona puede tomar la Santa Cena de manera indebida.

La Cena del Señor es una ocasión muy seria que no debemos tomar a la
ligera. Pablo advirtió a los Corintios que "cualquiera que comiere
este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del
cuerpo y de la sangre del Señor" (1 Corintios 11:27). Participar de la
Santa Cena de manera indigna es compartir con irreverencia, egoísmo y
un espíritu divisivo "sin ninguna intención o deseo de alejarse de un
pecado conocido" (Stamps 1992, 1768).

¿Cómo puede un cristiano evitar tomar la Santa Cena de manera indigna?

La iglesia de Corinto enfrentaba varios problemas mayores, incluyendo
inmoralidad sexual e idolatría. Pablo específicamente les instruyó no
participar de festines idólatras y de la Cena del Señor (1 Corintios
10:14–22). Ellos también tenían un problema con una actitud divisiva
(1:10–12) que se extendió dentro de la celebración de la Santa Cena;
"las divisiones" surgieron cuando ellos se reunían y dejaban a los
pobres olvidados y con hambre (11:18–22). Los creyentes de Corinto
olvidaron demostrar amor el uno por el otro. Al no reconocerse el uno
al otro como "cuerpo del Señor," ellos comían y bebían "juicio" para
ellos mismos (11:29). En otras palabras, cuando se criticaban o se
rechazaban el uno al otro, criticaban y rechazaban el cuerpo de
Cristo. Era como si criticaran y rechazaran a Jesús mismo. Los
resultados de sus acciones eran serios; de hecho, algunos habían
muerto y otros estaban "enfermos y debilitados" (11:30). El problema
no era que ellos habían pecado, porque todos hemos pecado (Romanos
3:23). El problema radicaba o bien en la ignorancia del peligro de la
división o en rehusar arrepentirse del pecado. De cualquier manera, su
comportamiento precipitó el reproche de Pablo en 1 Corintios 11:27.
Algunos han respondido a la advertencia de Pablo rehusando tomar la
Santa Cena juntos, pero esa no fue la intención de Pablo. Negarse a
participar en la Santa Cena es un error por dos razones:

1. Nuestro Señor mandó a sus discípulos: "Tomad, comed… Bebed
de ella todos" (Mateo 26:26–27). Pablo repitió el mandato de Cristo a
los Corintios cuando escribió: "Haced esto en memoria de mí [Cristo]"
(1 Corintios 11:24). Si nos rehusamos a tomar parte en la Cena del
Señor, desobedecemos directamente el mandato de Cristo.
2. Rehusar los elementos es declarar: "Rechazo arrepentirme,
y rechazo creer que el cuerpo y la sangre de Cristo fueron el
sacrificio eficaz que necesitaba para limpiar mis pecados" (Menzies y
Horton 1993, 118).

Así que la respuesta apropiada a la advertencia de Pablo es
"examinarnos" a nosotros mismos, "juzgarnos" a nosotros mismos, y
confesar nuestros pecados antes de compartir la Santa Cena (1
Corintios 11:28, 31).


Ford, J. (2008). Introducción a la teología: Una perspectiva
pentecostal (Libro de texto de estudio independiente). (M. Gallardo,
Ed., M. Tobar, Trans.) (pp. 95–98). Springfield, MO: Global
University.



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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

jueves, 9 de noviembre de 2017

EL ESPIRITU SANTO

El Misterio de la Piedad
Eliseo Duarte
November 1, 2017


EL ESPIRITU SANTO


Esta es otra manifestación de Dios, y designa especialmente la función
de actuar o moverse en las vidas de hombres y mujeres.

El Espíritu Santo, no es la supuesta tercera persona de la trinidad;
porque Dios es Uno, y es Espíritu y hay un solo Espíritu en él:

Efe. 4:4.
"Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor,
allí hay libertad". 2 Cor. 3:17.

El Espíritu Santo es Dios operando salvación, y derramando bendición
sobre su pueblo; el Espíritu Santo está en todas partes, pero esos
términos se usan para mostrar que el Espíritu de Dios está obrando en
el corazón de los creyentes.

El Espíritu Santo es Jesucristo que habita dentro de nosotros en el
poder de su vida de resurrección:

"Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Col. 1:27.
"No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros". Jn. 14:18.
"Si sois vituperados por el Nombre de Cristo, sois bienaventurados,
porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros". 1 Pedro
4:14.

Este título, Espíritu Santo, también nos demuestra que Jesucristo es
el verdadero Dios:

"Y después de estos derramaré mi Espíritu sobre toda carne". Joel 2:28.

Pedro citando esta profecía en su discurso en el día de pentecostés dijo:

"Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días,
dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne." Hech. 2:16-17.

Note que fue Dios quien dijo: Derramaré de mi Espíritu; y Juan el
Bautista hablando sobre Cristo dijo:

"Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que
viene tras de mi, cuyo calzado no soy digno de llevar, es más poderoso
que yo. Él OS BAUTIZARÁ EN ESPÍRITU SANTO Y FUEGO". Mat. 3:11.

Juan nos está diciendo que Cristo es el que derrama de su Espíritu y
ÉL es el que nos bautiza.

En la celebración de la fiesta de los tabernáculos, donde Israel
conmemoraba su peregrinación por el desierto y mediante el
derramamiento de un jarrón de agua por el sumo sacerdote, recordaban
que Dios les dio agua de la peña y fuentes del duro pedernal, y cuando
ellos hacían memoria de esta gloria de Dios de Israel.

"En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la
voz, diciendo: Si alguno tiene sed venga a mí y beba. El que cree en
mí, como dice la escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El;
pues aún no había venido él Espíritu Santo, porque Jesús no había sido
aún glorificado (Exaltado a gloria)". Juan 7: 37-39.

Como Ud. puede ver claramente, Jesucristo es el bautizador y desde
luego hay que venir a Él, para ser llenos del Espíritu Santo. Veamos
otra evidencia de esto: En el discurso de Pedro en el día de
pentecostés, él hace un recuento del ministerio de Jesús, su muerte,
resurrección, ascensión y exaltación por la diestra de Dios:

"y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha
derramado esto que vosotros veis y oís". Hech. 2:22-23.

Así que los términos OTRO CONSOLADOR que aparece en Juan 14:16 no se
refiere, a otro Espíritu, sino a otra manifestación del mismo Espíritu
mostrándonos ciertas características y la naturaleza de su ministerio.

Así como cuando Él estuvo entre los hombres consoló a todos los que
sufrían, sanándoles y perdonándolos. Así ahora en el poder de su vida
resucitada, en el poder de su Espíritu, consuela a los afligidos.
Usted puede notar que en el verso 18, El dijo:

"No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros".

En el caso del pronombre "nosotros" se refiere al ministerio del Padre
y del Hijo, en una nueva etapa de la redención, habitando en el
creyente y consolándolo y a través de sus hijos dando consolación a
otros. Esto podemos verlo también en el caso de la oración:

"Y todo lo que pidiereis al Padre en mi Nombre, lo haré (no hará,
hablando de otro) para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si
algo pidieres en mi Nombre, Yo lo haré". Juan 14: 13-14.

Note que si le pide al Padre en el Nombre del Hijo, o si le pide al
Hijo, el que responde o hace es UNO solo no dos, porque sólo hay un
Dios. El objeto de orar al Padre en el Nombre del Hijo es para que el
Padre sea glorificado en el Hijo, es decir, donde habita.

Nos quedan algunos textos que debemos aclarar ya que son usados, con
frecuencia por los trinitarios, como argumentos para defender la
supuesta trinidad o pluralidad de Dios.

El Bautismo de Jesús:

Dicen las teorías trinitarias que en el bautismo había tres: El Hijo,
que está siendo bautizado; el Espíritu Santo, que descendió; y el
Padre que dijo: "Este es mi hijo amado".

Como ya se dijo en la explicación del evangelio según San Mateo, Jesús
como el retoño de Israel, de David, heredero del trono de Israel,
tenía que ser ungido, como los reyes y sacerdotes, puesto que Él es el
Rey de Israel y el Sumo Sacerdote, y de ese acontecimiento partió, o
inició Jesús su ministerio.

La manifestación audible y visible, es decir, la voz y la paloma era
para Juan el Bautista, porque él tenía el encargo de presentar a
Cristo a Israel.

Juan 1:29-34, nota que dice: "Vi al Espíritu que descendía del cielo
como paloma" (no que él sea una paloma).

Es discutible si alguna otra persona oyó la voz y vio el símbolo.

En el día de Pentecostés también hubo dos señales visibles y audibles:
lenguas como de fuego y hablaron en otras lenguas (idiomas). ¿Sería
una persona las lenguas de fuego y otra los otros idiomas? Una
manifestación visible y otra audible no hacen dos personas o seres, o
el ruido y el humo de un motor no hacen dos motores.

La fórmula bautismal de Mateo 28:19:

Los seguidores de la tradición trinitaria, argumentan que la fórmula
dada por el Señor en la gran comisión, prueba la existencia de tres
personas.

Lo que sucede es que no se lee el texto con la debida atención. Veámoslo:

"Por tanto id y haced discípulos a todas las naciones bautizándolos
en. EL NOMBRE (singular) del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo."

Note que Él mandó que los discípulos fueran bautizados en el Nombre.
Un solo Nombre, no en los nombres; así que para obedecer este
mandamiento hay que saber a qué o cuál nombre se refirió Jesús ya que
Padre, Hijo, y Espírltu no son nombres, sino títulos que es muy
distinto. Los apóstoles sabían a qué nombre se refirió .Jesús; pues él
dijo en su oración, registrada en San Juan 17.

"Padre Justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y
éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu
nombre, y lo daré a conocer aun para que el amor, con que me has amado
esté en ellos, y Yo en ellos". Juan 17: 25-26.

Como los Apóstoles conocían el Nombre, por eso ellos no tuvieron
dificultad de entender el mandamiento de Jesús, y el día de
Pentecostés cuando nació la iglesia y Pedro predicó el mensaje
registrado en Hechos 2 los oyentes preguntaron a Pedro y a los otros
apóstoles:

Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentios, y
bautícese cada uno de vosotros en el NOMBRE DE JESUCRISTO para perdón
de los pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo. Hech. 2:38.

Aquí vemos a los Apóstoles obedeciendo el mandamiento del Señor Jesús
en Mat. 28:19.

Lo mismo sucedió cuando Felipe le predicó a los samaritanos, fueron
bautizados en el nombre del Señor Jesús. Hech. 8: 12-16.

Los gentiles fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús Hech. 10:
43-48 y Hech. 19:1-6.

Todos los bautismos realizados y registrados en los Hechos fueron en
el nombre de Jesucristo, y usted no puede encontrar que los Apóstoles
o ministro alguno hubiera bautizado a alguien en los títulos Padre,
Hijo y Espíritu Santo.

Así que los que en lugar de invocar sobre los candidatos el Nombre de
Jesucristo, le invocan los títulos, no están obedeciendo al
mandamiento sino repitiéndolo. Si yo le pregunto a Ud. ¿cuál es el
nombre de su padre, madre e hijo? Y usted me responde, padre, madre e
hijo, ¿me habrá respondido?. Claro que no; me está repitiendo lo que
yo le pregunto.

Hay sólo un bautismo, como hay una sola fe y un solo Señor. Ef. 4:6.

Si Ud. no está bautizado en el Nombre de Jesucristo, no está bautizado
correctamente. Además de estas pruebas irrefutables, Pedro nos dice:

"Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la
cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay
salvación; porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres
en que podamos ser salvos". Hech. 4: 11-12.

El Apóstol Pedro, al decir que el Nombre de Jesucristo es para perdón
de los pecados, estaba cumpliendo u obedeciendo lo que dice el
evangelio

"Llamarás su Nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados". Mat. 1:21.

"Y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones comenzando desde Jerusalén". Luc. 24:47.

"A quienes remitiéreis los pecados, le son remitidos; y a quienes se
los retuviéreis, les son retenidos". Jn. 20:23.

Ellos remitieron los pecados de los conversos por el bautismo en el
Nombre de Jesucristo. Porque sólo en ese Nombre hay perdón de pecados.
Ananías, el discípulo de Damasco que bautizó a Saulo, le dijo:

"Ahora pues, por qué te detienes?. Levántate y bautízate, y lava tus
pecados invocando su Nombre" Hech. 22:16.

El anciano Juan escribiendo a la iglesia de todos los tiempos, dijo:

"Os escribo a vosotros hijitos, porque vuestros pecados os han sido
perdonados por su Nombre". 1 Juan.2:12.

La gloria que tuvo Cristo antes que el mundo fuese:

"Ahora pues, Padre glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que
tuve contigo antes que el mundo fuese". Juan 17:5.

Otras versiones dicen: Con aquella gloria que tuve en TI.

Ya hemos explicado que no había un hijo en la eternidad, porque la
calidad de hijo se refiere al tiempo. Dios habita la eternidad. En
consecuencia era el hijo (humanidad de Cristo) orando por su
glorificación ya que todo el plan de Dios fue hecho antes de la
fundación del mundo.

El cordero de Dios fue ordenado y destinado antes de la fundación del
mundo. 1 Pedro 1: 19-20.

El cordero de Dios fue inmolado desde el principio del mundo. Apc. 13:8.

Ya vimos en los Hechos y en las epístolas que la glorificación de
Cristo, fue su exaltación al trono del universo; como Él lo había
dicho:

"¿Pues que si vieras Hijo del hombre subir a donde estaba primero?" Jn. 6:62.

La sujeción del Hijo:

1 Cor. 15: 24-28.

Este pasaje ha sido motivo de mucha confusión y discusión. La
principal razón de la controversia, de esta sección es por la
violación de las reglas elementales de la interpretación, aislando
estos versículos del contexto.

Si examinamos lo dicho a la luz de todo el capítulo no tendríamos
problema, ya que esta es una declaración del evangelio. El  evangelio
consiste en que Cristo fue muerto por nuestros pecados conforme a las
Escrituras, que fue sepultado y que resucitó; conforme a las
Escrituras. Y que apareció a los apóstoles y a los hermanos y al
último como un abortivo a Pablo. Con esta declaración el Apóstol
corrige a los Corintios, quienes influidos por la filosofía griega,
estaban creyendo. en la inmortalidad sin la resurrección de los
muertos, versículo 12.

En los versos 13 al 19, Pablo muestra la inutilidad de la profesión
cristiana si no hubiera resurrección.

"Mas ahora, Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que
durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre,
también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como
en Adán 'todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero
cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son
de Cristo, en su venida, luego el fin, cuando entregue el reino al
Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y
potencia", ver. 20-24.

Note que estos versos nos dicen que, como la muerte entró por un
hombre, Adán, también por un hombre la resurrección, como en Adán
todos son mortales, en Cristo todos (los que son de él) serán
vivificados, es decir, que la resurrección parte de Cristo, como la
muerte entró por Adán. Y esta resurrección que se operó en Cristo en
primera instancia, seguirá luego con los que son de él en su venida.
Después de mostrarnos lo que la resurrección implica para el cristiano
como nuestra esperanza, se traslada al fin. Observe la transición que
hay entre el verso 23 y 24 con la expresión:

Luego al fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya
suprimido todo dominio, toda autoridad y toda potencia.

El fin a qué hace mención el apóstol, es la consumación del plan de la
redención; cuando el primero de la resurrección, es decir, Cristo haya
traído o sujetado todo bajo sus pies, inclusive la muerte, venciéndola
en los impíos. A este fin es al que se refiere el apóstol cuando dice
que el Hijo entregará el reino al Dios y Padre, esto es la consumación
del plan de Dios en la redención del hombre; después de haber vencido
la muerte en su propio cuerpo, y en los santos en su venida, y
finalmente en los impíos.

Ya que todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que
hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que
hicieron lo malo, a resurrección de condenación. Jn. 5:29.

"Y haber suprimido todo dominio, autoridad y potencia. Porque preciso
es que él reine hasta que haya puesto a sus enemigos debajo de sus
pies. Y el postrer enemigo que será vencido es la muerte".

¿Por qué se habla del hijo trayendo y sujetando todo al que le sujetó
a Él todas las cosas? Porque el mundo que Dios creó lo entregó a un
hombre: Adán. Gén. 1:27-29; Sal. 8:3-8. Este hombre entregó al diablo
todo lo que Dios había puesto bajo su dominio y se constituyó en
esclavo de satanás. Rom. 6:16.

El diablo cuando tentó al Señor, le mostró todos los reinos de la
tierra, y le dijo:

"A ti te daré toda esta potestad; y la gloria de todos; porque a mí me
ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tu postrado me
adorares, todos serán tuyos." Lc. 4: 5-7.

Hay que entender que el diablo es una criatura y si Dios como tal
hubiera luchado con él para vencerlo y despojarlo de lo que le robó al
primer hombre, hubiera sido la lucha del pez grande devorando al
chico. Por esto vino un segundo hombre. El primer hombre es de la
tierra y fracasó. Vino el segundo hombre que es el Señor del cielo;
este hombre es la manifestación de Dios en Carne, o el Hijo.

Dios prometió traer todo bajo su dominio por medio de este hombre, y
cuando esto suceda, se habrá consumado el plan de Dios y Dios será
todo en todos.

"¿Será quitado el botín del valiente? ¿Será rescatado. el cautivo del
tirano?. Pero así dice Jehová: Ciertamente el cautivo será rescatado
del valiente, y el botín. Será arrebatado al tirano; y ta pleito yo lo
defenderé y yo salvaré a tus hijos". Is. 49: 24-25.

El pasaje mencionado al Principio nos habla de la redención partiendo
de la muerte y resurrección de Cristo hasta el fin cuando Dios será
todo en todos.



--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

miércoles, 8 de noviembre de 2017

domingo, 29 de octubre de 2017

CONOCIMIENTO DE DIOS

EL VERDADERO CONOCIMIENTO
DE DIOS PROCEDE DE LA FE

Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar:
en entenderme y conocerme que yo soy Jehová,
que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra;
porque estas cosas quiero, dice Jehová.
Jeremías 9:24


En 1 Timoteo 6:20–21, Pablo advierte a Timoteo contra "la falsamente
llamada ciencia (en griego, gnosis), la cual profesando algunos, se
desviaron de la fe". Pablo está atacando las tendencias teosóficas y
religiosas que se desarrollaron hasta convertirse en el gnosticismo
del siglo II. Los que enseñaban estar creencias y prácticas les decían
a los creyentes que debían ver su consagración cristiana como una
especie de primer paso algo confuso en el camino hacia el
"conocimiento", y los exhortaban a dar más pasos dentro de ese camino.
Estos maestros consideraban al orden material como algo carente de
valor, y al cuerpo como una prisión para el alma, y trataban la
iluminación como la respuesta total a las necesidades espirituales de
los seres humanos. Negaban que el pecado tuviera parte alguna en el
problema, y la "ciencia" que ofrecían sólo tenía que ver con conjuros,
contraseñas celestiales, y disciplinas de misticismo y despego de la
realidad. Habían clasificado de nuevo a Jesús como un maestro
sobrenatural que había tenido aspecto de humano, aunque no lo era;
negaban la Encarnación y la Expiación, y reemplazaban el llamado hecho
por Cristo a una vida santa con recetas para desarrollar el ascetismo,
o concesiones a la vida licenciosa. Las cartas de Pablo a Timoteo (1
Timoteo 1:3–4; 4:1–7; 6:20–21; 2 Timoteo 3:1–9); Judas 4, 8–19; 2
Pedro 2 y las dos primeras cartas de Juan (1 Juan 1:5–10; 2:9–11,
18–29; 3:7–10; 4:1–6, 5:1, 12; 2 Juan 7–11) se oponen de manera
explícita a las creencias y las prácticas que emergerían más tarde
bajo la forma del gnosticismo.
En contraste con esto, las Escrituras hablan de "conocer" a Dios como
el ideal para la persona espiritual: esto es, llegar a una plenitud de
fe y relación que traiga salvación y vida eterna, y produzca amor,
esperanza, obediencia y gozo. (Véanse, por ejemplo, Éxodo 33:13;
Jeremías 31:34; Hebreos 8:8–12; Daniel 11:32; Juan 17:3; Gálatas
4:8–9; Efesios 1:17–19; 3:19; Filipenses 3:8–11; 2 Timoteo 1:12). Las
dimensiones de este conocimiento son intelectuales (conocer la verdad
acerca de Dios: Deuteronomio 7:9; Salmo 100:3); volitivas (confiar en
Dios, obedecerlo y adorarlo en función de esa verdad) y morales
(practicar la justicia y el amor: Jeremías 22:16; 1 Juan 4:7–8). La
fe—conocimiento se centra en Dios encarnado, Cristo Jesùs hombre, el
mediador entre Dios y nosotros los pecadores, por medio del cual
llegamos a conocer a su Padre como Padre nuestro (Juan 14:6). La fe
busca conocer de manera concreta a Cristo y a su poder (Filipenses
3:8–14). El conocimiento de la fe es el fruto de la regeneración, la
entrega de un corazòn nuevo (Jeremías 24:7; 1 Juan 5:20), y de la
iluminación del Espíritu (2 Corintios 4:6; Efesios 1:17). La relación
de conocimiento es recíproca, e implica afecto y pacto por ambas
partes: nosotros conocemos a Dios como nuestro, porque Él nos conoce a
nosotros como suyos (Juan 10:14; Gálatas 4:9; 2 Timoteo 2:19).
Todas las Escrituras nos han sido entregadas para ayudarnos a conocer
a Dios de esta forma. Esforcémonos por usarlas de la manera correcta.


Packer, J. I. (1998). Teologı́a concisa: Una guı́a a las creencias del
Cristianismo histórico (pp. 30–31). Miami, FL: Editorial Unilit.

--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

sábado, 28 de octubre de 2017

Qué sucede cuando nos sometemos a la autoridad de la Biblia

El pueblo de Dios bajo autoridad


¿Qué sucede cuando nos sometemos a la autoridad de la Biblia? ¿Qué
clase de vida lleva el pueblo de Dios cuando se somete a las
Escrituras?

Veremos, en este capítulo, que no sólo es razonable someternos a la
autoridad de la Biblia sino que también es saludable: es bueno para
nuestra propia vida.

Hay quienes piensan que someterse a cualquier autoridad (en este caso,
la de las Escrituras) es incompatible con la libertad humana e inhibe
nuestra personalidad.

Por el contrario, sostenemos que la sumisión a la autoridad de las
Escrituras no sólo no impide la plenitud de vida, sino que es
indispensable para poder tenerla. Consideraremos aquí seis beneficios
que recibimos al someternos a la autoridad de la Biblia.


1. La Biblia es el camino hacia un discipulado maduro

No estoy sosteniendo que sea imposible ser hijo de Dios sin someterse
a las Escrituras, porque no es el caso. Hay cristianos cuya confianza
en las Escrituras es pequeña; ponen más confianza en la tradición
eclesiástica, en el magisterio de la iglesia o hasta en su propia
razón. No podemos negar que son discípulos de Jesucristo, pero yo
diría que su discipulado está empobrecido.

Es imposible desarrollar un discipulado integral sin someternos a la
autoridad de las Escrituras. La vida de discipulado cristiano abarca
muchas facetas, cada una de las cuales necesita estar fundada y
enriquecida por la Palabra de Dios; si no lo está, se empobrece la
vida de discipulado. Algunas dimensiones esenciales de este
discipulado son la alabanza, la fe, la obediencia y la esperanza.


a. Alabanza

El cristiano está llamado a alabar a Dios, su Creador y Salvador,
tanto en público como en privado. Pero, ¿cómo podemos alabar a Dios si
no sabemos quién es, ni qué tipo de alabanza le agrada? Sin este
conocimiento nuestra alabanza puede distorsionarse y transformarse en
idolatría, o podemos acabar como los atenienses, que adoraban a un
dios desconocido. Los cristianos estamos llamados a adorar a Dios en
espíritu y en verdad, y a amarlo con toda nuestra mente y todo nuestro
ser.

Gloriaos en su santo nombre; alégrese el corazón de los que buscan a Jehová.

Salmo 105:3

Esta es una hermosa definición de la alabanza. Alabar a Dios es
gloriarnos en su santo nombre, meditar quién es Dios y gloriarnos en
él.

El 'nombre' de Dios revela su carácter. ¿Cómo podemos conocer el
nombre de Dios sin acudir a su Palabra? La Biblia nos revela el nombre
de Dios. Por eso, la alabanza a Dios es siempre una respuesta a la
palabra de Dios. Tanto en público como en privado, las Escrituras
enriquecen nuestra adoración. Cuanto más conocemos a Dios, tanto mejor
podemos alabarlo.


b. Fe

El discipulado cristiano se expresa también en una vida de fe. Pero,
¿cómo puede crecer nuestra fe si no estamos seguros de la fidelidad de
Dios?

Hudson Taylor, el fundador de la misión al interior de la China,
tradujo la expresión 'tener fe en Dios' diciendo: 'Cuenten con la
fidelidad de Dios.' No es una traducción literal, pero es veraz. Tener
fe en Dios es contar con su fidelidad.

En ti confiarán los que conocen tu nombre.

Salmo 9:10

Una vez más, los que conocen el nombre de Dios, es decir, su persona y
su carácter, ponen en él su confianza. La fe depende del conocimiento.
Tener fe no es sinónimo de superstición; no es credulidad ingenua.
Nietzsche decía que actuar por fe es no querer saber lo que es
verdadero. Para el cristiano, sin embargo, conocer la verdad es lo que
sustenta la fe. Un periodista crítico del cristianismo, dijo en una
ocasión: 'La fe podría ser descrita, brevemente, como una creencia
ilógica en la ocurrencia de lo improbable.' Es una definición muy
creativa, pero muy inadecuada. La fe no es ilógica ni irracional. La
fe es una confianza razonable, y su razonabilidad se deriva del hecho
de que Dios es digno de confianza.

Nunca es irracional confiar en Dios. No hay ningún ser más confiable
que él. La fe crece conforme meditamos en el carácter de Dios, porque
él nunca miente. ¿Cómo conocemos las promesas, el carácter, y el pacto
de Dios? En la Biblia Dios declara quién es, y lo comprobamos en
nuestra experiencia como discípulos. Sin la Biblia no sabríamos nada
sobre la confiabilidad de Dios. La fe no puede crecer sin la
revelación bíblica de Dios.


c. Obediencia

La obediencia es otra de las impresiones fundamentales de la vida
cristiana. Para el discípulo, Jesús es tanto su Salvador como su
Señor. Jesús nos llama a una vida de culto y de fe, y también a una
vida de obediencia integral. ¿Cómo podríamos obedecer si no
conociéramos su voluntad y sus mandamientos? Sin su palabra revelada,
la obediencia sería imposible.

El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama.

Juan 14:21

Necesitamos conocer y guardar sus mandamientos en nuestra mente y
corazón. También en esto, entonces, la Biblia resulta indispensable
para el discipulado. Es en ella donde podemos conocer los mandamientos
de Dios, y es a través de ella que aumenta nuestra comprensión de su
voluntad.


d. Esperanza

El discipulado cristiano también incluye la esperanza. La esperanza
cristiana es una expectativa confiada acerca del futuro. Ningún
cristiano puede ser pesimista. Aun cuando somos realistas respecto a
la condición del ser humano, y no tenemos mucha confianza en la propia
humanidad para la construcción de un mundo mejor, sí tenemos mucha
confianza en Dios. Tenemos la seguridad de que el mal y el error no
van a triunfar. Tenemos la certeza de que Jesucristo va a regresar en
poder y gloria. Los muertos han de levantarse y la muerte ha de ser
abolida. Va a haber un nuevo cielo y una nueva tierra, y Dios va a
reinar para siempre. Todo esto está incluido en la esperanza
cristiana.

¿Cómo podemos tener esta seguridad, si en todas partes parece florecer
y triunfar el mal? Los corruptos se salen con la suya, los problemas
del mundo se agudizan, el invierno nuclear y el efecto invernadero
suspenden su amenaza en el horizonte de la humanidad. Parece haber
muchas más razones para desesperar que para tener esperanza. Y así
sería, si no fuera por la Biblia.

Es ella la que sostiene nuestra esperanza. La esperanza cristiana no
es optimismo humanista sino confianza en Dios, estimulada por sus
promesas en la Biblia.

Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza,
porque fiel es el que prometió.

Hebreos 10:23

Jesús dijo que iba a regresar y que su reinado iba a ser el de la
justicia; son sus promesas, registradas en la Biblia, las que nos dan
esperanza.

Estos cuatro aspectos básicos del discipulado cristiano: alabanza, fe,
obediencia y esperanza serían irracionales si no tuviesen una base
objetiva, una revelación segura de Dios a la cual responder. La
alabanza depende del conocimiento de la persona de Dios. La fe es una
respuesta a la fidelidad revelada de Dios. La obediencia depende del
conocimiento de los mandamientos de Dios, y la esperanza se nutre en
el conocimiento de su propósito y de sus promesas.

Por eso las Escrituras son indispensables para el crecimiento
cristiano, y la sumisión a las Escrituras es el camino necesario hacia
un discipulado maduro.

Este primer argumento sería suficiente para mostrar que es saludable
reconocer la autoridad de las Escrituras. Pero quedan por lo menos
cinco razones más.


2. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la integridad intelectual

Muchas personas afirmarían exactamente lo contrario. No pueden
entender cómo, personas aparentemente inteligentes, pueden someterse a
la autoridad de la Biblia. Consideran que es irracional creer en la
infalibilidad de la Biblia. Nos acusan de falta de integridad
intelectual, oscurantismo, suicidio intelectual y cosas semejantes.

Frente a estas acusaciones, nos declaramos enfáticamente 'no
culpables'. Por el contrario, insistimos en que nuestras convicciones
acerca de las Escrituras surgen precisamente de la integridad
intelectual.

¿Qué es integridad? La integridad implica armonía, plenitud. Significa
coherencia entre lo que pensamos y lo que vivimos. No hay creencia más
integradora que reconocer que Cristo es Señor. El cristiano confiesa
el señorío de Cristo y se somete a su autoridad, y esto es lo que da
armonía a su vida. El señorío de Jesús es lo que da integridad a la
vida: él es Señor de nuestras creencias y nuestras opiniones; es Señor
de nuestras ambiciones y de nuestras normas morales; es Señor de
nuestro sistema de valores y de nuestro estilo de vida. Él es el Señor
de todo, y eso es lo que nos da integración. Un cristiano integrado es
aquel que está en paz consigo mismo: no hay en él una dicotomía entre
sus creencias y su conducta. Por eso, procuramos "[llevar] cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Corintios 10:5).

Como vimos en el capítulo 1, Jesús mismo se sometió a la autoridad de
las Escrituras, tanto en su conducta, como en el entendimiento de su
misión y en sus controversias públicas. Dijo que esperaba que sus
discípulos hicieran lo mismo, porque un discípulo no puede estar por
encima de su Maestro ni el siervo puede estar por encima de su Señor.

La sumisión a las Escrituras es una parte inseparable de la sumisión a
Jesús como Señor. El discípulo de Cristo no puede mostrar una sumisión
selectiva. No podemos pasearnos por las Escrituras como lo haríamos
por un jardín, escogiendo una flor por acá, otra por allá, y
rechazando otras. No podemos tratar así a la Biblia. Sería incoherente
estar de acuerdo con la doctrina acerca de las Escrituras. Una
sumisión selectiva no es sumisión en absoluto. De hecho, es una
manifestación de arrogancia e inmadurez.

Cuando afirmamos la inspiración y la autoridad de las Escrituras, no
estamos negando que haya dificultades al leerla. Por el contrario,
encontramos problemas textuales, literarios, históricos y filosóficos,
científicos, morales y teológicos. ¿Cómo podemos responder a estas
dificultades, y a la vez mantener nuestra integridad]?

Toda doctrina cristiana tiene problemas. No hay una sola doctrina
cristiana que no presente dificultades. Por ejemplo, la doctrina de
Cristo, que expresa que es una persona pero tiene dos naturalezas. O
nuestra propia condición como cristianos, de pertenecer a la vez a la
iglesia y al mundo. El amor de Dios es una doctrina cristiana
fundamental, pero también plantea conflictos. Todos los cristianos
creen que Dios es amor, pero hay muchos obstáculos para creer que
realmente lo es: el origen del mal, el sufrimiento de los inocentes,
los silencios de Dios, la vastedad del universo y la aparente
insignificancia de los seres humanos. Cuando ocurre un desastre como
una hambruna o un terremoto, o una catástrofe personal como el
nacimiento de un niño minusválido, nos preguntamos por qué Dios
permite estas cosas. Con todo, estos conflictos no nos autorizan a
ignorar que Dios es amor.

Los problemas existen. Luchamos con el problema, oramos, pensamos, lo
analizamos con otros, consultamos libros, y así llega un poco de luz
sobre el conflicto; sin embargo, no desaparece. Por eso, afirmamos:
'Mantengo mi convicción sobre el amor de Dios a pesar de los
problemas. Lo creo porque Jesús lo enseñó y Jesús lo demostró. Jesús
me enseña el amor de Dios, y creo en el amor de Dios por Jesús, a
pesar de los problemas."

Lo mismo podemos decir respecto a la autoridad de la Biblia. Tenemos
que aprender a enfrentar los problemas de la Biblia de la misma manera
que los enfrentamos en el caso de cualquier otra doctrina. Supongamos
que llega alguien a plantear una discrepancia aparente entre la Biblia
y la ciencia, o entre dos relatos diferentes en los evangelios sobre
el mismo incidente. ¿Qué hacemos? ¿Diremos: 'A fin de mantener mi
seriedad intelectual suspenderé mi fe en la Biblia hasta haber
resuelto el problema'? De ninguna manera; lo que hacemos es luchar con
el problema. No lo escondemos 'bajo la alfombra' sino que pensamos en
él, oramos, leemos, y así empieza a aparecer alguna luz. Sin embargo,
el problema no se supera totalmente. ¿Qué hacemos, entonces?
Mantenemos nuestra convicción sobre la palabra de Dios a pesar de los
problemas. ¿Por qué? Porque Jesús lo enseñó y lo demostró en su propia
vida. Creer en una doctrina porque reconocemos el señorío de Jesús, no
es oscurantismo: es confiar en aquel que dijo que era la luz del
mundo. Es integridad intelectual sobria.


3. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia el entendimiento ecuménico

La Biblia ofrece una base segura sobre la cual las iglesias pueden encontrarse.

Hay evangélicos que tienen una actitud de sospecha hacia el movimiento
ecuménico, porque perciben cierta tendencia hacia la indiferenciación
doctrinal; consideran que se reinterpreta la evangelización
exclusivamente en términos de acción socio-política; critican la
inclinación al sincretismo y al universalismo. Entiendo sus dudas; no
obstante, creo que no podemos ignorar el ecumenismo. No podemos
comportarnos como si todos los cristianos no evangélicos no fueran
cristianos. Además, Jesús oró para que su pueblo fuese uno, para que
así el mundo creyese; tenemos que tomar muy seriamente esa oración de
Jesús. El apóstol Pablo enseñó que es preciso mantener la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz, y debiéramos acatar esa enseñanza.
Sin duda, la rivalidad entre las iglesias no agrada a Dios.

Calvino opinaba que uno de los más grandes infortunios es el hecho de
que las iglesias estén separadas unas de otras. Se sentía tan afectado
por esta situación que aseguraba que, si fuese de utilidad, no
vacilaría en cruzar diez océanos, si alguien lo considerase necesario.
La unidad de las iglesias que agrada a Dios, agregaba Calvino, es
aquella que está de acuerdo con las Escrituras.

Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la
cabeza, esto es, Cristo.

Efesios 4:15

El amor es muy importante para alcanzar la unidad entre los
cristianos; pero la verdad es igualmente importante. Sólo a partir de
una combinación de amor y verdad podremos avanzar en unidad. La verdad
puede ser dura si no es suavizada por el amor, pero el amor puede ser
demasiado blando si no es fortalecido por la verdad. Nuevamente, las
Escrituras son indispensables para proveer un fundamento sólido y
equilibrado a la vida de la iglesia.

Creo que el principal obstáculo para la unidad entre las iglesias es
la dificultad para distinguir entre las Escrituras y la tradición. Si
todos pudiésemos aceptar lo que las Escrituras enseñan, las iglesias
podrían fácilmente unirse. Lo que nos separa es, a veces, la
desobediencia a lo que Dios dice en su Palabra, o la falta de fe en
ella, o la exaltación de la tradición al mismo nivel de las
Escrituras. La auténtica sumisión a la autoridad de las Escrituras es
el camino al progreso ecuménico. Si pudiésemos avanzar en nuestro
acuerdo en lo que la Biblia enseña, entonces podríamos unirnos,
dejando de lado nuestras tradiciones no bíblicas.


4. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la libertad auténtica

Algunas personas sostienen que si aceptamos una autoridad externa,
renunciamos a la libertad intelectual. '¿Cómo puede mi mente ser libre
si alguna autoridad, sea la iglesia o cualquier otra, me dice qué es
lo que tengo que creer?' Mi respuesta es que sólo hay una autoridad
bajo la cual la mente es libre, y esa es la autoridad de la verdad.
Jesús dijo: "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan
8:32).

La libertad intelectual es diferente de lo que llamaríamos libre
pensamiento. Ejercer libre pensamiento es tener la libertad para creer
o pensar cualquier cosa que queramos. La libertad intelectual, en
cambio, es la libertad de creer únicamente en la verdad. No creer en
nada no es libertad: es esclavitud a la falta de sentido. Creer en una
mentira tampoco es libertad, es servidumbre a la falsedad. Creer en la
verdad es la única sumisión que ofrece libertad. Esto vale tanto para
la verdad científica como para la verdad bíblica.

La verdad científica también implica una especie de sumisión. La
verdad impone sus propios límites sobre aquello que podemos libremente
creer. La tierra es redonda, aunque alguna persona crea lo contrario.
El agua hierve a 100° C al nivel del mar, por más que alguien no esté
de acuerdo con ello. Uno es teóricamente libre de negar esos hechos;
uno puede negar la ley de la gravedad y saltar de un edificio, pero
vivirá para lamentarlo, o más probablemente morirá lamentándolo. Usted
puede negar que el agua hierve a cierta temperatura y puede meter el
dedo para averiguarlo, pero sufrirá por hacerlo. Es decir que la
'libertad' para negar los datos de la realidad científica no es
libertad; por el contrario, es esclavizarse a una ilusión y siempre
lleva a consecuencias desastrosas.

Lo que es cierto en la ciencia es igualmente cierto en cuanto a las
Escrituras. El estudio bíblico es semejante a la investigación
científica, porque Dios ha escrito dos 'libros': uno es el libro de la
naturaleza y el otro es el libro de las Escrituras. Ambos son su
revelación, de manera que la investigación científica y bíblica son
formas complementarias de investigar la revelación divina. Tanto los
científicos como los estudiantes de la Biblia tienen datos que les son
dados y no pueden ser alterados. En un caso, esos datos están dados en
la naturaleza, y en el otro, están dados en las Escrituras.

El trabajo del científico no es contradecir los datos de la naturaleza
sino observarlos, pensarlos, medirlos, evaluarlos, interpretarlos y
sistematizarlos. Sucede lo mismo con el estudiante de la Biblia.
Nuestra tarea no es contradecir la revelación de Dios en las
Escrituras sino meditarla, interpretarla y sistematizarla. La función
de la mente es similar en ambos casos. Sólo cuando nos situemos
humildemente bajo la autoridad de Dios en su palabra, será libre
nuestra mente. La sumisión a la autoridad bíblica es el camino hacia
una libertad intelectual auténtica.


5. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la fidelidad evangelística

Hasta aquí, hemos considerado razones 'internas' que hacen saludable
para el cristiano someterse a la autoridad de la Biblia: discipulado
maduro, integridad intelectual, libertad auténtica, progreso
ecuménico. Todo ello se refiere a nosotros a la iglesia. Pero también
hay razones que atañen al mundo externo, a los seres humanos que viven
en la confusión, el temor y el error. Los problemas globales parecen
no tener solución. La iglesia cristiana tiene la responsabilidad de
dar alguna dirección en medio del caos. Pero, ¿hay palabras de
consuelo y esperanza para una generación como esta? Por supuesto que
sí. Sin embargo, en esto reside una de las grandes tragedias de la
iglesia contemporánea: cuando el mundo está listo para escuchar, la
iglesia parece no tener nada que decir. La iglesia misma está
confundida y se suma a la confusión que caracteriza al mundo actual,
en vez de ofrecer luz. Con frecuencia, la iglesia se muestra insegura
de su propia identidad. Sufre una crisis similar a la del adolescente
en busca de identidad: está creciendo muy rápido, pero le falta
coherencia y profundidad. También la iglesia crece en números más que
en madurez. Un conocimiento más cabal de las Escrituras nos ayudaría a
corregir este desequilibrio.

No podemos recuperar la evangelización bíblica si no recuperamos el
evangelio bíblico. Para esto, es indispensable la sumisión a las
Escrituras. El testimonio cristiano es testimonio de Cristo. Pero,
¿cuál Cristo? Parece haber tantos 'Cristos' diferentes. La respuesta
es: el Cristo bíblico, el Cristo del testimonio apostólico. No tenemos
ninguna autoridad para 'editar' y seleccionar el evangelio. Estamos
llamados a proclamarlo como heraldos, a defenderlo como abogados; pero
nada de esto es posible sin la recuperación del mensaje bíblico.


6. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la humildad personal

Nada es tan desagradable en un cristiano como la soberbia, y nada es
más atractivo que la humildad. A veces me pregunto si no será ésta
nuestra necesidad más grande. Urge que nos humillemos ante Jesús como
Señor y nos sentemos humildemente a sus pies como María, escuchando
sus palabras.

Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.

Juan 13:13

Este ha sido un texto muy importante en mi peregrinaje espiritual.
'Maestro' y 'Señor' eran títulos de cortesía; pero Jesús dijo que, en
su caso, no eran únicamente títulos sino testimonios de una realidad:
'Son ustedes muy corteses al usar esos títulos, y tienen razón de
llamarme así, porque eso es lo que soy.'

Ambos son títulos de autoridad. Un maestro tiene alumnos a los cuales
instruye y un señor tiene siervos a los que da órdenes. Jesús es
nuestro Maestro y nosotros somos sus alumnos. Jesús es nuestro Señor y
somos sus siervos. Por lo tanto, estamos bajo su autoridad. No tenemos
libertad para no estar de acuerdo con él; no tenemos libertad para
desobedecer a Jesús. Nuestra entrega a Jesucristo no será real a menos
que entendamos esto. No somos realmente convertidos si no lo estamos
moral e intelectualmente. No estamos intelectualmente convertidos al
evangelio hasta que nuestra mente se haya sometido a la autoridad de
Jesús. Y no estamos moralmente convertidos hasta que nuestra voluntad
y nuestra vida estén sometidas al señorío de Jesús.

Esta es una pregunta decisiva para nosotros y para la iglesia: ¿Es
Jesús nuestro Señor, o no? Decimos que lo es lo llamamos Señor; pero,
¿lo es en verdad? ¿Es el Señor de la iglesia, es el que enseña y tiene
mando de ella? ¿O nos permitimos, como individuos o como iglesia,
acomodar y manipular la enseñanza de Cristo en las Escrituras?


Conclusión

Como discípulos de Jesucristo, es esencial que nos sometamos con
humildad a las Escrituras, tal como lo hizo Jesús. Si así lo hacemos,
descubriremos que esa sumisión es el camino hacia la integridad
intelectual y la libertad auténtica. La sujeción a las Escrituras es
la única forma en que la iglesia puede unirse, es la única forma en
que podemos evangelizar el mundo y es la manera de expresar nuestra
sumisión humilde a Jesús, nuestro Señor. Por todas estas razones, es
saludable someternos a la autoridad de las Escrituras.


Stott, J. (1994). La Biblia ¿es para hoy? (1st Edition). Buenos Aires:
Ediciones Certeza ABUA.

--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

Generalidades de la Escatología Bíblica

NO DEJE DE LEERLO