sábado, 28 de octubre de 2017

Qué sucede cuando nos sometemos a la autoridad de la Biblia

El pueblo de Dios bajo autoridad


¿Qué sucede cuando nos sometemos a la autoridad de la Biblia? ¿Qué
clase de vida lleva el pueblo de Dios cuando se somete a las
Escrituras?

Veremos, en este capítulo, que no sólo es razonable someternos a la
autoridad de la Biblia sino que también es saludable: es bueno para
nuestra propia vida.

Hay quienes piensan que someterse a cualquier autoridad (en este caso,
la de las Escrituras) es incompatible con la libertad humana e inhibe
nuestra personalidad.

Por el contrario, sostenemos que la sumisión a la autoridad de las
Escrituras no sólo no impide la plenitud de vida, sino que es
indispensable para poder tenerla. Consideraremos aquí seis beneficios
que recibimos al someternos a la autoridad de la Biblia.


1. La Biblia es el camino hacia un discipulado maduro

No estoy sosteniendo que sea imposible ser hijo de Dios sin someterse
a las Escrituras, porque no es el caso. Hay cristianos cuya confianza
en las Escrituras es pequeña; ponen más confianza en la tradición
eclesiástica, en el magisterio de la iglesia o hasta en su propia
razón. No podemos negar que son discípulos de Jesucristo, pero yo
diría que su discipulado está empobrecido.

Es imposible desarrollar un discipulado integral sin someternos a la
autoridad de las Escrituras. La vida de discipulado cristiano abarca
muchas facetas, cada una de las cuales necesita estar fundada y
enriquecida por la Palabra de Dios; si no lo está, se empobrece la
vida de discipulado. Algunas dimensiones esenciales de este
discipulado son la alabanza, la fe, la obediencia y la esperanza.


a. Alabanza

El cristiano está llamado a alabar a Dios, su Creador y Salvador,
tanto en público como en privado. Pero, ¿cómo podemos alabar a Dios si
no sabemos quién es, ni qué tipo de alabanza le agrada? Sin este
conocimiento nuestra alabanza puede distorsionarse y transformarse en
idolatría, o podemos acabar como los atenienses, que adoraban a un
dios desconocido. Los cristianos estamos llamados a adorar a Dios en
espíritu y en verdad, y a amarlo con toda nuestra mente y todo nuestro
ser.

Gloriaos en su santo nombre; alégrese el corazón de los que buscan a Jehová.

Salmo 105:3

Esta es una hermosa definición de la alabanza. Alabar a Dios es
gloriarnos en su santo nombre, meditar quién es Dios y gloriarnos en
él.

El 'nombre' de Dios revela su carácter. ¿Cómo podemos conocer el
nombre de Dios sin acudir a su Palabra? La Biblia nos revela el nombre
de Dios. Por eso, la alabanza a Dios es siempre una respuesta a la
palabra de Dios. Tanto en público como en privado, las Escrituras
enriquecen nuestra adoración. Cuanto más conocemos a Dios, tanto mejor
podemos alabarlo.


b. Fe

El discipulado cristiano se expresa también en una vida de fe. Pero,
¿cómo puede crecer nuestra fe si no estamos seguros de la fidelidad de
Dios?

Hudson Taylor, el fundador de la misión al interior de la China,
tradujo la expresión 'tener fe en Dios' diciendo: 'Cuenten con la
fidelidad de Dios.' No es una traducción literal, pero es veraz. Tener
fe en Dios es contar con su fidelidad.

En ti confiarán los que conocen tu nombre.

Salmo 9:10

Una vez más, los que conocen el nombre de Dios, es decir, su persona y
su carácter, ponen en él su confianza. La fe depende del conocimiento.
Tener fe no es sinónimo de superstición; no es credulidad ingenua.
Nietzsche decía que actuar por fe es no querer saber lo que es
verdadero. Para el cristiano, sin embargo, conocer la verdad es lo que
sustenta la fe. Un periodista crítico del cristianismo, dijo en una
ocasión: 'La fe podría ser descrita, brevemente, como una creencia
ilógica en la ocurrencia de lo improbable.' Es una definición muy
creativa, pero muy inadecuada. La fe no es ilógica ni irracional. La
fe es una confianza razonable, y su razonabilidad se deriva del hecho
de que Dios es digno de confianza.

Nunca es irracional confiar en Dios. No hay ningún ser más confiable
que él. La fe crece conforme meditamos en el carácter de Dios, porque
él nunca miente. ¿Cómo conocemos las promesas, el carácter, y el pacto
de Dios? En la Biblia Dios declara quién es, y lo comprobamos en
nuestra experiencia como discípulos. Sin la Biblia no sabríamos nada
sobre la confiabilidad de Dios. La fe no puede crecer sin la
revelación bíblica de Dios.


c. Obediencia

La obediencia es otra de las impresiones fundamentales de la vida
cristiana. Para el discípulo, Jesús es tanto su Salvador como su
Señor. Jesús nos llama a una vida de culto y de fe, y también a una
vida de obediencia integral. ¿Cómo podríamos obedecer si no
conociéramos su voluntad y sus mandamientos? Sin su palabra revelada,
la obediencia sería imposible.

El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama.

Juan 14:21

Necesitamos conocer y guardar sus mandamientos en nuestra mente y
corazón. También en esto, entonces, la Biblia resulta indispensable
para el discipulado. Es en ella donde podemos conocer los mandamientos
de Dios, y es a través de ella que aumenta nuestra comprensión de su
voluntad.


d. Esperanza

El discipulado cristiano también incluye la esperanza. La esperanza
cristiana es una expectativa confiada acerca del futuro. Ningún
cristiano puede ser pesimista. Aun cuando somos realistas respecto a
la condición del ser humano, y no tenemos mucha confianza en la propia
humanidad para la construcción de un mundo mejor, sí tenemos mucha
confianza en Dios. Tenemos la seguridad de que el mal y el error no
van a triunfar. Tenemos la certeza de que Jesucristo va a regresar en
poder y gloria. Los muertos han de levantarse y la muerte ha de ser
abolida. Va a haber un nuevo cielo y una nueva tierra, y Dios va a
reinar para siempre. Todo esto está incluido en la esperanza
cristiana.

¿Cómo podemos tener esta seguridad, si en todas partes parece florecer
y triunfar el mal? Los corruptos se salen con la suya, los problemas
del mundo se agudizan, el invierno nuclear y el efecto invernadero
suspenden su amenaza en el horizonte de la humanidad. Parece haber
muchas más razones para desesperar que para tener esperanza. Y así
sería, si no fuera por la Biblia.

Es ella la que sostiene nuestra esperanza. La esperanza cristiana no
es optimismo humanista sino confianza en Dios, estimulada por sus
promesas en la Biblia.

Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza,
porque fiel es el que prometió.

Hebreos 10:23

Jesús dijo que iba a regresar y que su reinado iba a ser el de la
justicia; son sus promesas, registradas en la Biblia, las que nos dan
esperanza.

Estos cuatro aspectos básicos del discipulado cristiano: alabanza, fe,
obediencia y esperanza serían irracionales si no tuviesen una base
objetiva, una revelación segura de Dios a la cual responder. La
alabanza depende del conocimiento de la persona de Dios. La fe es una
respuesta a la fidelidad revelada de Dios. La obediencia depende del
conocimiento de los mandamientos de Dios, y la esperanza se nutre en
el conocimiento de su propósito y de sus promesas.

Por eso las Escrituras son indispensables para el crecimiento
cristiano, y la sumisión a las Escrituras es el camino necesario hacia
un discipulado maduro.

Este primer argumento sería suficiente para mostrar que es saludable
reconocer la autoridad de las Escrituras. Pero quedan por lo menos
cinco razones más.


2. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la integridad intelectual

Muchas personas afirmarían exactamente lo contrario. No pueden
entender cómo, personas aparentemente inteligentes, pueden someterse a
la autoridad de la Biblia. Consideran que es irracional creer en la
infalibilidad de la Biblia. Nos acusan de falta de integridad
intelectual, oscurantismo, suicidio intelectual y cosas semejantes.

Frente a estas acusaciones, nos declaramos enfáticamente 'no
culpables'. Por el contrario, insistimos en que nuestras convicciones
acerca de las Escrituras surgen precisamente de la integridad
intelectual.

¿Qué es integridad? La integridad implica armonía, plenitud. Significa
coherencia entre lo que pensamos y lo que vivimos. No hay creencia más
integradora que reconocer que Cristo es Señor. El cristiano confiesa
el señorío de Cristo y se somete a su autoridad, y esto es lo que da
armonía a su vida. El señorío de Jesús es lo que da integridad a la
vida: él es Señor de nuestras creencias y nuestras opiniones; es Señor
de nuestras ambiciones y de nuestras normas morales; es Señor de
nuestro sistema de valores y de nuestro estilo de vida. Él es el Señor
de todo, y eso es lo que nos da integración. Un cristiano integrado es
aquel que está en paz consigo mismo: no hay en él una dicotomía entre
sus creencias y su conducta. Por eso, procuramos "[llevar] cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Corintios 10:5).

Como vimos en el capítulo 1, Jesús mismo se sometió a la autoridad de
las Escrituras, tanto en su conducta, como en el entendimiento de su
misión y en sus controversias públicas. Dijo que esperaba que sus
discípulos hicieran lo mismo, porque un discípulo no puede estar por
encima de su Maestro ni el siervo puede estar por encima de su Señor.

La sumisión a las Escrituras es una parte inseparable de la sumisión a
Jesús como Señor. El discípulo de Cristo no puede mostrar una sumisión
selectiva. No podemos pasearnos por las Escrituras como lo haríamos
por un jardín, escogiendo una flor por acá, otra por allá, y
rechazando otras. No podemos tratar así a la Biblia. Sería incoherente
estar de acuerdo con la doctrina acerca de las Escrituras. Una
sumisión selectiva no es sumisión en absoluto. De hecho, es una
manifestación de arrogancia e inmadurez.

Cuando afirmamos la inspiración y la autoridad de las Escrituras, no
estamos negando que haya dificultades al leerla. Por el contrario,
encontramos problemas textuales, literarios, históricos y filosóficos,
científicos, morales y teológicos. ¿Cómo podemos responder a estas
dificultades, y a la vez mantener nuestra integridad]?

Toda doctrina cristiana tiene problemas. No hay una sola doctrina
cristiana que no presente dificultades. Por ejemplo, la doctrina de
Cristo, que expresa que es una persona pero tiene dos naturalezas. O
nuestra propia condición como cristianos, de pertenecer a la vez a la
iglesia y al mundo. El amor de Dios es una doctrina cristiana
fundamental, pero también plantea conflictos. Todos los cristianos
creen que Dios es amor, pero hay muchos obstáculos para creer que
realmente lo es: el origen del mal, el sufrimiento de los inocentes,
los silencios de Dios, la vastedad del universo y la aparente
insignificancia de los seres humanos. Cuando ocurre un desastre como
una hambruna o un terremoto, o una catástrofe personal como el
nacimiento de un niño minusválido, nos preguntamos por qué Dios
permite estas cosas. Con todo, estos conflictos no nos autorizan a
ignorar que Dios es amor.

Los problemas existen. Luchamos con el problema, oramos, pensamos, lo
analizamos con otros, consultamos libros, y así llega un poco de luz
sobre el conflicto; sin embargo, no desaparece. Por eso, afirmamos:
'Mantengo mi convicción sobre el amor de Dios a pesar de los
problemas. Lo creo porque Jesús lo enseñó y Jesús lo demostró. Jesús
me enseña el amor de Dios, y creo en el amor de Dios por Jesús, a
pesar de los problemas."

Lo mismo podemos decir respecto a la autoridad de la Biblia. Tenemos
que aprender a enfrentar los problemas de la Biblia de la misma manera
que los enfrentamos en el caso de cualquier otra doctrina. Supongamos
que llega alguien a plantear una discrepancia aparente entre la Biblia
y la ciencia, o entre dos relatos diferentes en los evangelios sobre
el mismo incidente. ¿Qué hacemos? ¿Diremos: 'A fin de mantener mi
seriedad intelectual suspenderé mi fe en la Biblia hasta haber
resuelto el problema'? De ninguna manera; lo que hacemos es luchar con
el problema. No lo escondemos 'bajo la alfombra' sino que pensamos en
él, oramos, leemos, y así empieza a aparecer alguna luz. Sin embargo,
el problema no se supera totalmente. ¿Qué hacemos, entonces?
Mantenemos nuestra convicción sobre la palabra de Dios a pesar de los
problemas. ¿Por qué? Porque Jesús lo enseñó y lo demostró en su propia
vida. Creer en una doctrina porque reconocemos el señorío de Jesús, no
es oscurantismo: es confiar en aquel que dijo que era la luz del
mundo. Es integridad intelectual sobria.


3. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia el entendimiento ecuménico

La Biblia ofrece una base segura sobre la cual las iglesias pueden encontrarse.

Hay evangélicos que tienen una actitud de sospecha hacia el movimiento
ecuménico, porque perciben cierta tendencia hacia la indiferenciación
doctrinal; consideran que se reinterpreta la evangelización
exclusivamente en términos de acción socio-política; critican la
inclinación al sincretismo y al universalismo. Entiendo sus dudas; no
obstante, creo que no podemos ignorar el ecumenismo. No podemos
comportarnos como si todos los cristianos no evangélicos no fueran
cristianos. Además, Jesús oró para que su pueblo fuese uno, para que
así el mundo creyese; tenemos que tomar muy seriamente esa oración de
Jesús. El apóstol Pablo enseñó que es preciso mantener la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz, y debiéramos acatar esa enseñanza.
Sin duda, la rivalidad entre las iglesias no agrada a Dios.

Calvino opinaba que uno de los más grandes infortunios es el hecho de
que las iglesias estén separadas unas de otras. Se sentía tan afectado
por esta situación que aseguraba que, si fuese de utilidad, no
vacilaría en cruzar diez océanos, si alguien lo considerase necesario.
La unidad de las iglesias que agrada a Dios, agregaba Calvino, es
aquella que está de acuerdo con las Escrituras.

Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la
cabeza, esto es, Cristo.

Efesios 4:15

El amor es muy importante para alcanzar la unidad entre los
cristianos; pero la verdad es igualmente importante. Sólo a partir de
una combinación de amor y verdad podremos avanzar en unidad. La verdad
puede ser dura si no es suavizada por el amor, pero el amor puede ser
demasiado blando si no es fortalecido por la verdad. Nuevamente, las
Escrituras son indispensables para proveer un fundamento sólido y
equilibrado a la vida de la iglesia.

Creo que el principal obstáculo para la unidad entre las iglesias es
la dificultad para distinguir entre las Escrituras y la tradición. Si
todos pudiésemos aceptar lo que las Escrituras enseñan, las iglesias
podrían fácilmente unirse. Lo que nos separa es, a veces, la
desobediencia a lo que Dios dice en su Palabra, o la falta de fe en
ella, o la exaltación de la tradición al mismo nivel de las
Escrituras. La auténtica sumisión a la autoridad de las Escrituras es
el camino al progreso ecuménico. Si pudiésemos avanzar en nuestro
acuerdo en lo que la Biblia enseña, entonces podríamos unirnos,
dejando de lado nuestras tradiciones no bíblicas.


4. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la libertad auténtica

Algunas personas sostienen que si aceptamos una autoridad externa,
renunciamos a la libertad intelectual. '¿Cómo puede mi mente ser libre
si alguna autoridad, sea la iglesia o cualquier otra, me dice qué es
lo que tengo que creer?' Mi respuesta es que sólo hay una autoridad
bajo la cual la mente es libre, y esa es la autoridad de la verdad.
Jesús dijo: "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan
8:32).

La libertad intelectual es diferente de lo que llamaríamos libre
pensamiento. Ejercer libre pensamiento es tener la libertad para creer
o pensar cualquier cosa que queramos. La libertad intelectual, en
cambio, es la libertad de creer únicamente en la verdad. No creer en
nada no es libertad: es esclavitud a la falta de sentido. Creer en una
mentira tampoco es libertad, es servidumbre a la falsedad. Creer en la
verdad es la única sumisión que ofrece libertad. Esto vale tanto para
la verdad científica como para la verdad bíblica.

La verdad científica también implica una especie de sumisión. La
verdad impone sus propios límites sobre aquello que podemos libremente
creer. La tierra es redonda, aunque alguna persona crea lo contrario.
El agua hierve a 100° C al nivel del mar, por más que alguien no esté
de acuerdo con ello. Uno es teóricamente libre de negar esos hechos;
uno puede negar la ley de la gravedad y saltar de un edificio, pero
vivirá para lamentarlo, o más probablemente morirá lamentándolo. Usted
puede negar que el agua hierve a cierta temperatura y puede meter el
dedo para averiguarlo, pero sufrirá por hacerlo. Es decir que la
'libertad' para negar los datos de la realidad científica no es
libertad; por el contrario, es esclavizarse a una ilusión y siempre
lleva a consecuencias desastrosas.

Lo que es cierto en la ciencia es igualmente cierto en cuanto a las
Escrituras. El estudio bíblico es semejante a la investigación
científica, porque Dios ha escrito dos 'libros': uno es el libro de la
naturaleza y el otro es el libro de las Escrituras. Ambos son su
revelación, de manera que la investigación científica y bíblica son
formas complementarias de investigar la revelación divina. Tanto los
científicos como los estudiantes de la Biblia tienen datos que les son
dados y no pueden ser alterados. En un caso, esos datos están dados en
la naturaleza, y en el otro, están dados en las Escrituras.

El trabajo del científico no es contradecir los datos de la naturaleza
sino observarlos, pensarlos, medirlos, evaluarlos, interpretarlos y
sistematizarlos. Sucede lo mismo con el estudiante de la Biblia.
Nuestra tarea no es contradecir la revelación de Dios en las
Escrituras sino meditarla, interpretarla y sistematizarla. La función
de la mente es similar en ambos casos. Sólo cuando nos situemos
humildemente bajo la autoridad de Dios en su palabra, será libre
nuestra mente. La sumisión a la autoridad bíblica es el camino hacia
una libertad intelectual auténtica.


5. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la fidelidad evangelística

Hasta aquí, hemos considerado razones 'internas' que hacen saludable
para el cristiano someterse a la autoridad de la Biblia: discipulado
maduro, integridad intelectual, libertad auténtica, progreso
ecuménico. Todo ello se refiere a nosotros a la iglesia. Pero también
hay razones que atañen al mundo externo, a los seres humanos que viven
en la confusión, el temor y el error. Los problemas globales parecen
no tener solución. La iglesia cristiana tiene la responsabilidad de
dar alguna dirección en medio del caos. Pero, ¿hay palabras de
consuelo y esperanza para una generación como esta? Por supuesto que
sí. Sin embargo, en esto reside una de las grandes tragedias de la
iglesia contemporánea: cuando el mundo está listo para escuchar, la
iglesia parece no tener nada que decir. La iglesia misma está
confundida y se suma a la confusión que caracteriza al mundo actual,
en vez de ofrecer luz. Con frecuencia, la iglesia se muestra insegura
de su propia identidad. Sufre una crisis similar a la del adolescente
en busca de identidad: está creciendo muy rápido, pero le falta
coherencia y profundidad. También la iglesia crece en números más que
en madurez. Un conocimiento más cabal de las Escrituras nos ayudaría a
corregir este desequilibrio.

No podemos recuperar la evangelización bíblica si no recuperamos el
evangelio bíblico. Para esto, es indispensable la sumisión a las
Escrituras. El testimonio cristiano es testimonio de Cristo. Pero,
¿cuál Cristo? Parece haber tantos 'Cristos' diferentes. La respuesta
es: el Cristo bíblico, el Cristo del testimonio apostólico. No tenemos
ninguna autoridad para 'editar' y seleccionar el evangelio. Estamos
llamados a proclamarlo como heraldos, a defenderlo como abogados; pero
nada de esto es posible sin la recuperación del mensaje bíblico.


6. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la humildad personal

Nada es tan desagradable en un cristiano como la soberbia, y nada es
más atractivo que la humildad. A veces me pregunto si no será ésta
nuestra necesidad más grande. Urge que nos humillemos ante Jesús como
Señor y nos sentemos humildemente a sus pies como María, escuchando
sus palabras.

Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.

Juan 13:13

Este ha sido un texto muy importante en mi peregrinaje espiritual.
'Maestro' y 'Señor' eran títulos de cortesía; pero Jesús dijo que, en
su caso, no eran únicamente títulos sino testimonios de una realidad:
'Son ustedes muy corteses al usar esos títulos, y tienen razón de
llamarme así, porque eso es lo que soy.'

Ambos son títulos de autoridad. Un maestro tiene alumnos a los cuales
instruye y un señor tiene siervos a los que da órdenes. Jesús es
nuestro Maestro y nosotros somos sus alumnos. Jesús es nuestro Señor y
somos sus siervos. Por lo tanto, estamos bajo su autoridad. No tenemos
libertad para no estar de acuerdo con él; no tenemos libertad para
desobedecer a Jesús. Nuestra entrega a Jesucristo no será real a menos
que entendamos esto. No somos realmente convertidos si no lo estamos
moral e intelectualmente. No estamos intelectualmente convertidos al
evangelio hasta que nuestra mente se haya sometido a la autoridad de
Jesús. Y no estamos moralmente convertidos hasta que nuestra voluntad
y nuestra vida estén sometidas al señorío de Jesús.

Esta es una pregunta decisiva para nosotros y para la iglesia: ¿Es
Jesús nuestro Señor, o no? Decimos que lo es lo llamamos Señor; pero,
¿lo es en verdad? ¿Es el Señor de la iglesia, es el que enseña y tiene
mando de ella? ¿O nos permitimos, como individuos o como iglesia,
acomodar y manipular la enseñanza de Cristo en las Escrituras?


Conclusión

Como discípulos de Jesucristo, es esencial que nos sometamos con
humildad a las Escrituras, tal como lo hizo Jesús. Si así lo hacemos,
descubriremos que esa sumisión es el camino hacia la integridad
intelectual y la libertad auténtica. La sujeción a las Escrituras es
la única forma en que la iglesia puede unirse, es la única forma en
que podemos evangelizar el mundo y es la manera de expresar nuestra
sumisión humilde a Jesús, nuestro Señor. Por todas estas razones, es
saludable someternos a la autoridad de las Escrituras.


Stott, J. (1994). La Biblia ¿es para hoy? (1st Edition). Buenos Aires:
Ediciones Certeza ABUA.

--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

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