domingo, 29 de octubre de 2017

CONOCIMIENTO DE DIOS

EL VERDADERO CONOCIMIENTO
DE DIOS PROCEDE DE LA FE

Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar:
en entenderme y conocerme que yo soy Jehová,
que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra;
porque estas cosas quiero, dice Jehová.
Jeremías 9:24


En 1 Timoteo 6:20–21, Pablo advierte a Timoteo contra "la falsamente
llamada ciencia (en griego, gnosis), la cual profesando algunos, se
desviaron de la fe". Pablo está atacando las tendencias teosóficas y
religiosas que se desarrollaron hasta convertirse en el gnosticismo
del siglo II. Los que enseñaban estar creencias y prácticas les decían
a los creyentes que debían ver su consagración cristiana como una
especie de primer paso algo confuso en el camino hacia el
"conocimiento", y los exhortaban a dar más pasos dentro de ese camino.
Estos maestros consideraban al orden material como algo carente de
valor, y al cuerpo como una prisión para el alma, y trataban la
iluminación como la respuesta total a las necesidades espirituales de
los seres humanos. Negaban que el pecado tuviera parte alguna en el
problema, y la "ciencia" que ofrecían sólo tenía que ver con conjuros,
contraseñas celestiales, y disciplinas de misticismo y despego de la
realidad. Habían clasificado de nuevo a Jesús como un maestro
sobrenatural que había tenido aspecto de humano, aunque no lo era;
negaban la Encarnación y la Expiación, y reemplazaban el llamado hecho
por Cristo a una vida santa con recetas para desarrollar el ascetismo,
o concesiones a la vida licenciosa. Las cartas de Pablo a Timoteo (1
Timoteo 1:3–4; 4:1–7; 6:20–21; 2 Timoteo 3:1–9); Judas 4, 8–19; 2
Pedro 2 y las dos primeras cartas de Juan (1 Juan 1:5–10; 2:9–11,
18–29; 3:7–10; 4:1–6, 5:1, 12; 2 Juan 7–11) se oponen de manera
explícita a las creencias y las prácticas que emergerían más tarde
bajo la forma del gnosticismo.
En contraste con esto, las Escrituras hablan de "conocer" a Dios como
el ideal para la persona espiritual: esto es, llegar a una plenitud de
fe y relación que traiga salvación y vida eterna, y produzca amor,
esperanza, obediencia y gozo. (Véanse, por ejemplo, Éxodo 33:13;
Jeremías 31:34; Hebreos 8:8–12; Daniel 11:32; Juan 17:3; Gálatas
4:8–9; Efesios 1:17–19; 3:19; Filipenses 3:8–11; 2 Timoteo 1:12). Las
dimensiones de este conocimiento son intelectuales (conocer la verdad
acerca de Dios: Deuteronomio 7:9; Salmo 100:3); volitivas (confiar en
Dios, obedecerlo y adorarlo en función de esa verdad) y morales
(practicar la justicia y el amor: Jeremías 22:16; 1 Juan 4:7–8). La
fe—conocimiento se centra en Dios encarnado, Cristo Jesùs hombre, el
mediador entre Dios y nosotros los pecadores, por medio del cual
llegamos a conocer a su Padre como Padre nuestro (Juan 14:6). La fe
busca conocer de manera concreta a Cristo y a su poder (Filipenses
3:8–14). El conocimiento de la fe es el fruto de la regeneración, la
entrega de un corazòn nuevo (Jeremías 24:7; 1 Juan 5:20), y de la
iluminación del Espíritu (2 Corintios 4:6; Efesios 1:17). La relación
de conocimiento es recíproca, e implica afecto y pacto por ambas
partes: nosotros conocemos a Dios como nuestro, porque Él nos conoce a
nosotros como suyos (Juan 10:14; Gálatas 4:9; 2 Timoteo 2:19).
Todas las Escrituras nos han sido entregadas para ayudarnos a conocer
a Dios de esta forma. Esforcémonos por usarlas de la manera correcta.


Packer, J. I. (1998). Teologı́a concisa: Una guı́a a las creencias del
Cristianismo histórico (pp. 30–31). Miami, FL: Editorial Unilit.

--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

sábado, 28 de octubre de 2017

Qué sucede cuando nos sometemos a la autoridad de la Biblia

El pueblo de Dios bajo autoridad


¿Qué sucede cuando nos sometemos a la autoridad de la Biblia? ¿Qué
clase de vida lleva el pueblo de Dios cuando se somete a las
Escrituras?

Veremos, en este capítulo, que no sólo es razonable someternos a la
autoridad de la Biblia sino que también es saludable: es bueno para
nuestra propia vida.

Hay quienes piensan que someterse a cualquier autoridad (en este caso,
la de las Escrituras) es incompatible con la libertad humana e inhibe
nuestra personalidad.

Por el contrario, sostenemos que la sumisión a la autoridad de las
Escrituras no sólo no impide la plenitud de vida, sino que es
indispensable para poder tenerla. Consideraremos aquí seis beneficios
que recibimos al someternos a la autoridad de la Biblia.


1. La Biblia es el camino hacia un discipulado maduro

No estoy sosteniendo que sea imposible ser hijo de Dios sin someterse
a las Escrituras, porque no es el caso. Hay cristianos cuya confianza
en las Escrituras es pequeña; ponen más confianza en la tradición
eclesiástica, en el magisterio de la iglesia o hasta en su propia
razón. No podemos negar que son discípulos de Jesucristo, pero yo
diría que su discipulado está empobrecido.

Es imposible desarrollar un discipulado integral sin someternos a la
autoridad de las Escrituras. La vida de discipulado cristiano abarca
muchas facetas, cada una de las cuales necesita estar fundada y
enriquecida por la Palabra de Dios; si no lo está, se empobrece la
vida de discipulado. Algunas dimensiones esenciales de este
discipulado son la alabanza, la fe, la obediencia y la esperanza.


a. Alabanza

El cristiano está llamado a alabar a Dios, su Creador y Salvador,
tanto en público como en privado. Pero, ¿cómo podemos alabar a Dios si
no sabemos quién es, ni qué tipo de alabanza le agrada? Sin este
conocimiento nuestra alabanza puede distorsionarse y transformarse en
idolatría, o podemos acabar como los atenienses, que adoraban a un
dios desconocido. Los cristianos estamos llamados a adorar a Dios en
espíritu y en verdad, y a amarlo con toda nuestra mente y todo nuestro
ser.

Gloriaos en su santo nombre; alégrese el corazón de los que buscan a Jehová.

Salmo 105:3

Esta es una hermosa definición de la alabanza. Alabar a Dios es
gloriarnos en su santo nombre, meditar quién es Dios y gloriarnos en
él.

El 'nombre' de Dios revela su carácter. ¿Cómo podemos conocer el
nombre de Dios sin acudir a su Palabra? La Biblia nos revela el nombre
de Dios. Por eso, la alabanza a Dios es siempre una respuesta a la
palabra de Dios. Tanto en público como en privado, las Escrituras
enriquecen nuestra adoración. Cuanto más conocemos a Dios, tanto mejor
podemos alabarlo.


b. Fe

El discipulado cristiano se expresa también en una vida de fe. Pero,
¿cómo puede crecer nuestra fe si no estamos seguros de la fidelidad de
Dios?

Hudson Taylor, el fundador de la misión al interior de la China,
tradujo la expresión 'tener fe en Dios' diciendo: 'Cuenten con la
fidelidad de Dios.' No es una traducción literal, pero es veraz. Tener
fe en Dios es contar con su fidelidad.

En ti confiarán los que conocen tu nombre.

Salmo 9:10

Una vez más, los que conocen el nombre de Dios, es decir, su persona y
su carácter, ponen en él su confianza. La fe depende del conocimiento.
Tener fe no es sinónimo de superstición; no es credulidad ingenua.
Nietzsche decía que actuar por fe es no querer saber lo que es
verdadero. Para el cristiano, sin embargo, conocer la verdad es lo que
sustenta la fe. Un periodista crítico del cristianismo, dijo en una
ocasión: 'La fe podría ser descrita, brevemente, como una creencia
ilógica en la ocurrencia de lo improbable.' Es una definición muy
creativa, pero muy inadecuada. La fe no es ilógica ni irracional. La
fe es una confianza razonable, y su razonabilidad se deriva del hecho
de que Dios es digno de confianza.

Nunca es irracional confiar en Dios. No hay ningún ser más confiable
que él. La fe crece conforme meditamos en el carácter de Dios, porque
él nunca miente. ¿Cómo conocemos las promesas, el carácter, y el pacto
de Dios? En la Biblia Dios declara quién es, y lo comprobamos en
nuestra experiencia como discípulos. Sin la Biblia no sabríamos nada
sobre la confiabilidad de Dios. La fe no puede crecer sin la
revelación bíblica de Dios.


c. Obediencia

La obediencia es otra de las impresiones fundamentales de la vida
cristiana. Para el discípulo, Jesús es tanto su Salvador como su
Señor. Jesús nos llama a una vida de culto y de fe, y también a una
vida de obediencia integral. ¿Cómo podríamos obedecer si no
conociéramos su voluntad y sus mandamientos? Sin su palabra revelada,
la obediencia sería imposible.

El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama.

Juan 14:21

Necesitamos conocer y guardar sus mandamientos en nuestra mente y
corazón. También en esto, entonces, la Biblia resulta indispensable
para el discipulado. Es en ella donde podemos conocer los mandamientos
de Dios, y es a través de ella que aumenta nuestra comprensión de su
voluntad.


d. Esperanza

El discipulado cristiano también incluye la esperanza. La esperanza
cristiana es una expectativa confiada acerca del futuro. Ningún
cristiano puede ser pesimista. Aun cuando somos realistas respecto a
la condición del ser humano, y no tenemos mucha confianza en la propia
humanidad para la construcción de un mundo mejor, sí tenemos mucha
confianza en Dios. Tenemos la seguridad de que el mal y el error no
van a triunfar. Tenemos la certeza de que Jesucristo va a regresar en
poder y gloria. Los muertos han de levantarse y la muerte ha de ser
abolida. Va a haber un nuevo cielo y una nueva tierra, y Dios va a
reinar para siempre. Todo esto está incluido en la esperanza
cristiana.

¿Cómo podemos tener esta seguridad, si en todas partes parece florecer
y triunfar el mal? Los corruptos se salen con la suya, los problemas
del mundo se agudizan, el invierno nuclear y el efecto invernadero
suspenden su amenaza en el horizonte de la humanidad. Parece haber
muchas más razones para desesperar que para tener esperanza. Y así
sería, si no fuera por la Biblia.

Es ella la que sostiene nuestra esperanza. La esperanza cristiana no
es optimismo humanista sino confianza en Dios, estimulada por sus
promesas en la Biblia.

Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza,
porque fiel es el que prometió.

Hebreos 10:23

Jesús dijo que iba a regresar y que su reinado iba a ser el de la
justicia; son sus promesas, registradas en la Biblia, las que nos dan
esperanza.

Estos cuatro aspectos básicos del discipulado cristiano: alabanza, fe,
obediencia y esperanza serían irracionales si no tuviesen una base
objetiva, una revelación segura de Dios a la cual responder. La
alabanza depende del conocimiento de la persona de Dios. La fe es una
respuesta a la fidelidad revelada de Dios. La obediencia depende del
conocimiento de los mandamientos de Dios, y la esperanza se nutre en
el conocimiento de su propósito y de sus promesas.

Por eso las Escrituras son indispensables para el crecimiento
cristiano, y la sumisión a las Escrituras es el camino necesario hacia
un discipulado maduro.

Este primer argumento sería suficiente para mostrar que es saludable
reconocer la autoridad de las Escrituras. Pero quedan por lo menos
cinco razones más.


2. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la integridad intelectual

Muchas personas afirmarían exactamente lo contrario. No pueden
entender cómo, personas aparentemente inteligentes, pueden someterse a
la autoridad de la Biblia. Consideran que es irracional creer en la
infalibilidad de la Biblia. Nos acusan de falta de integridad
intelectual, oscurantismo, suicidio intelectual y cosas semejantes.

Frente a estas acusaciones, nos declaramos enfáticamente 'no
culpables'. Por el contrario, insistimos en que nuestras convicciones
acerca de las Escrituras surgen precisamente de la integridad
intelectual.

¿Qué es integridad? La integridad implica armonía, plenitud. Significa
coherencia entre lo que pensamos y lo que vivimos. No hay creencia más
integradora que reconocer que Cristo es Señor. El cristiano confiesa
el señorío de Cristo y se somete a su autoridad, y esto es lo que da
armonía a su vida. El señorío de Jesús es lo que da integridad a la
vida: él es Señor de nuestras creencias y nuestras opiniones; es Señor
de nuestras ambiciones y de nuestras normas morales; es Señor de
nuestro sistema de valores y de nuestro estilo de vida. Él es el Señor
de todo, y eso es lo que nos da integración. Un cristiano integrado es
aquel que está en paz consigo mismo: no hay en él una dicotomía entre
sus creencias y su conducta. Por eso, procuramos "[llevar] cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Corintios 10:5).

Como vimos en el capítulo 1, Jesús mismo se sometió a la autoridad de
las Escrituras, tanto en su conducta, como en el entendimiento de su
misión y en sus controversias públicas. Dijo que esperaba que sus
discípulos hicieran lo mismo, porque un discípulo no puede estar por
encima de su Maestro ni el siervo puede estar por encima de su Señor.

La sumisión a las Escrituras es una parte inseparable de la sumisión a
Jesús como Señor. El discípulo de Cristo no puede mostrar una sumisión
selectiva. No podemos pasearnos por las Escrituras como lo haríamos
por un jardín, escogiendo una flor por acá, otra por allá, y
rechazando otras. No podemos tratar así a la Biblia. Sería incoherente
estar de acuerdo con la doctrina acerca de las Escrituras. Una
sumisión selectiva no es sumisión en absoluto. De hecho, es una
manifestación de arrogancia e inmadurez.

Cuando afirmamos la inspiración y la autoridad de las Escrituras, no
estamos negando que haya dificultades al leerla. Por el contrario,
encontramos problemas textuales, literarios, históricos y filosóficos,
científicos, morales y teológicos. ¿Cómo podemos responder a estas
dificultades, y a la vez mantener nuestra integridad]?

Toda doctrina cristiana tiene problemas. No hay una sola doctrina
cristiana que no presente dificultades. Por ejemplo, la doctrina de
Cristo, que expresa que es una persona pero tiene dos naturalezas. O
nuestra propia condición como cristianos, de pertenecer a la vez a la
iglesia y al mundo. El amor de Dios es una doctrina cristiana
fundamental, pero también plantea conflictos. Todos los cristianos
creen que Dios es amor, pero hay muchos obstáculos para creer que
realmente lo es: el origen del mal, el sufrimiento de los inocentes,
los silencios de Dios, la vastedad del universo y la aparente
insignificancia de los seres humanos. Cuando ocurre un desastre como
una hambruna o un terremoto, o una catástrofe personal como el
nacimiento de un niño minusválido, nos preguntamos por qué Dios
permite estas cosas. Con todo, estos conflictos no nos autorizan a
ignorar que Dios es amor.

Los problemas existen. Luchamos con el problema, oramos, pensamos, lo
analizamos con otros, consultamos libros, y así llega un poco de luz
sobre el conflicto; sin embargo, no desaparece. Por eso, afirmamos:
'Mantengo mi convicción sobre el amor de Dios a pesar de los
problemas. Lo creo porque Jesús lo enseñó y Jesús lo demostró. Jesús
me enseña el amor de Dios, y creo en el amor de Dios por Jesús, a
pesar de los problemas."

Lo mismo podemos decir respecto a la autoridad de la Biblia. Tenemos
que aprender a enfrentar los problemas de la Biblia de la misma manera
que los enfrentamos en el caso de cualquier otra doctrina. Supongamos
que llega alguien a plantear una discrepancia aparente entre la Biblia
y la ciencia, o entre dos relatos diferentes en los evangelios sobre
el mismo incidente. ¿Qué hacemos? ¿Diremos: 'A fin de mantener mi
seriedad intelectual suspenderé mi fe en la Biblia hasta haber
resuelto el problema'? De ninguna manera; lo que hacemos es luchar con
el problema. No lo escondemos 'bajo la alfombra' sino que pensamos en
él, oramos, leemos, y así empieza a aparecer alguna luz. Sin embargo,
el problema no se supera totalmente. ¿Qué hacemos, entonces?
Mantenemos nuestra convicción sobre la palabra de Dios a pesar de los
problemas. ¿Por qué? Porque Jesús lo enseñó y lo demostró en su propia
vida. Creer en una doctrina porque reconocemos el señorío de Jesús, no
es oscurantismo: es confiar en aquel que dijo que era la luz del
mundo. Es integridad intelectual sobria.


3. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia el entendimiento ecuménico

La Biblia ofrece una base segura sobre la cual las iglesias pueden encontrarse.

Hay evangélicos que tienen una actitud de sospecha hacia el movimiento
ecuménico, porque perciben cierta tendencia hacia la indiferenciación
doctrinal; consideran que se reinterpreta la evangelización
exclusivamente en términos de acción socio-política; critican la
inclinación al sincretismo y al universalismo. Entiendo sus dudas; no
obstante, creo que no podemos ignorar el ecumenismo. No podemos
comportarnos como si todos los cristianos no evangélicos no fueran
cristianos. Además, Jesús oró para que su pueblo fuese uno, para que
así el mundo creyese; tenemos que tomar muy seriamente esa oración de
Jesús. El apóstol Pablo enseñó que es preciso mantener la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz, y debiéramos acatar esa enseñanza.
Sin duda, la rivalidad entre las iglesias no agrada a Dios.

Calvino opinaba que uno de los más grandes infortunios es el hecho de
que las iglesias estén separadas unas de otras. Se sentía tan afectado
por esta situación que aseguraba que, si fuese de utilidad, no
vacilaría en cruzar diez océanos, si alguien lo considerase necesario.
La unidad de las iglesias que agrada a Dios, agregaba Calvino, es
aquella que está de acuerdo con las Escrituras.

Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la
cabeza, esto es, Cristo.

Efesios 4:15

El amor es muy importante para alcanzar la unidad entre los
cristianos; pero la verdad es igualmente importante. Sólo a partir de
una combinación de amor y verdad podremos avanzar en unidad. La verdad
puede ser dura si no es suavizada por el amor, pero el amor puede ser
demasiado blando si no es fortalecido por la verdad. Nuevamente, las
Escrituras son indispensables para proveer un fundamento sólido y
equilibrado a la vida de la iglesia.

Creo que el principal obstáculo para la unidad entre las iglesias es
la dificultad para distinguir entre las Escrituras y la tradición. Si
todos pudiésemos aceptar lo que las Escrituras enseñan, las iglesias
podrían fácilmente unirse. Lo que nos separa es, a veces, la
desobediencia a lo que Dios dice en su Palabra, o la falta de fe en
ella, o la exaltación de la tradición al mismo nivel de las
Escrituras. La auténtica sumisión a la autoridad de las Escrituras es
el camino al progreso ecuménico. Si pudiésemos avanzar en nuestro
acuerdo en lo que la Biblia enseña, entonces podríamos unirnos,
dejando de lado nuestras tradiciones no bíblicas.


4. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la libertad auténtica

Algunas personas sostienen que si aceptamos una autoridad externa,
renunciamos a la libertad intelectual. '¿Cómo puede mi mente ser libre
si alguna autoridad, sea la iglesia o cualquier otra, me dice qué es
lo que tengo que creer?' Mi respuesta es que sólo hay una autoridad
bajo la cual la mente es libre, y esa es la autoridad de la verdad.
Jesús dijo: "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan
8:32).

La libertad intelectual es diferente de lo que llamaríamos libre
pensamiento. Ejercer libre pensamiento es tener la libertad para creer
o pensar cualquier cosa que queramos. La libertad intelectual, en
cambio, es la libertad de creer únicamente en la verdad. No creer en
nada no es libertad: es esclavitud a la falta de sentido. Creer en una
mentira tampoco es libertad, es servidumbre a la falsedad. Creer en la
verdad es la única sumisión que ofrece libertad. Esto vale tanto para
la verdad científica como para la verdad bíblica.

La verdad científica también implica una especie de sumisión. La
verdad impone sus propios límites sobre aquello que podemos libremente
creer. La tierra es redonda, aunque alguna persona crea lo contrario.
El agua hierve a 100° C al nivel del mar, por más que alguien no esté
de acuerdo con ello. Uno es teóricamente libre de negar esos hechos;
uno puede negar la ley de la gravedad y saltar de un edificio, pero
vivirá para lamentarlo, o más probablemente morirá lamentándolo. Usted
puede negar que el agua hierve a cierta temperatura y puede meter el
dedo para averiguarlo, pero sufrirá por hacerlo. Es decir que la
'libertad' para negar los datos de la realidad científica no es
libertad; por el contrario, es esclavizarse a una ilusión y siempre
lleva a consecuencias desastrosas.

Lo que es cierto en la ciencia es igualmente cierto en cuanto a las
Escrituras. El estudio bíblico es semejante a la investigación
científica, porque Dios ha escrito dos 'libros': uno es el libro de la
naturaleza y el otro es el libro de las Escrituras. Ambos son su
revelación, de manera que la investigación científica y bíblica son
formas complementarias de investigar la revelación divina. Tanto los
científicos como los estudiantes de la Biblia tienen datos que les son
dados y no pueden ser alterados. En un caso, esos datos están dados en
la naturaleza, y en el otro, están dados en las Escrituras.

El trabajo del científico no es contradecir los datos de la naturaleza
sino observarlos, pensarlos, medirlos, evaluarlos, interpretarlos y
sistematizarlos. Sucede lo mismo con el estudiante de la Biblia.
Nuestra tarea no es contradecir la revelación de Dios en las
Escrituras sino meditarla, interpretarla y sistematizarla. La función
de la mente es similar en ambos casos. Sólo cuando nos situemos
humildemente bajo la autoridad de Dios en su palabra, será libre
nuestra mente. La sumisión a la autoridad bíblica es el camino hacia
una libertad intelectual auténtica.


5. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la fidelidad evangelística

Hasta aquí, hemos considerado razones 'internas' que hacen saludable
para el cristiano someterse a la autoridad de la Biblia: discipulado
maduro, integridad intelectual, libertad auténtica, progreso
ecuménico. Todo ello se refiere a nosotros a la iglesia. Pero también
hay razones que atañen al mundo externo, a los seres humanos que viven
en la confusión, el temor y el error. Los problemas globales parecen
no tener solución. La iglesia cristiana tiene la responsabilidad de
dar alguna dirección en medio del caos. Pero, ¿hay palabras de
consuelo y esperanza para una generación como esta? Por supuesto que
sí. Sin embargo, en esto reside una de las grandes tragedias de la
iglesia contemporánea: cuando el mundo está listo para escuchar, la
iglesia parece no tener nada que decir. La iglesia misma está
confundida y se suma a la confusión que caracteriza al mundo actual,
en vez de ofrecer luz. Con frecuencia, la iglesia se muestra insegura
de su propia identidad. Sufre una crisis similar a la del adolescente
en busca de identidad: está creciendo muy rápido, pero le falta
coherencia y profundidad. También la iglesia crece en números más que
en madurez. Un conocimiento más cabal de las Escrituras nos ayudaría a
corregir este desequilibrio.

No podemos recuperar la evangelización bíblica si no recuperamos el
evangelio bíblico. Para esto, es indispensable la sumisión a las
Escrituras. El testimonio cristiano es testimonio de Cristo. Pero,
¿cuál Cristo? Parece haber tantos 'Cristos' diferentes. La respuesta
es: el Cristo bíblico, el Cristo del testimonio apostólico. No tenemos
ninguna autoridad para 'editar' y seleccionar el evangelio. Estamos
llamados a proclamarlo como heraldos, a defenderlo como abogados; pero
nada de esto es posible sin la recuperación del mensaje bíblico.


6. La autoridad de las Escrituras es el camino hacia la humildad personal

Nada es tan desagradable en un cristiano como la soberbia, y nada es
más atractivo que la humildad. A veces me pregunto si no será ésta
nuestra necesidad más grande. Urge que nos humillemos ante Jesús como
Señor y nos sentemos humildemente a sus pies como María, escuchando
sus palabras.

Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.

Juan 13:13

Este ha sido un texto muy importante en mi peregrinaje espiritual.
'Maestro' y 'Señor' eran títulos de cortesía; pero Jesús dijo que, en
su caso, no eran únicamente títulos sino testimonios de una realidad:
'Son ustedes muy corteses al usar esos títulos, y tienen razón de
llamarme así, porque eso es lo que soy.'

Ambos son títulos de autoridad. Un maestro tiene alumnos a los cuales
instruye y un señor tiene siervos a los que da órdenes. Jesús es
nuestro Maestro y nosotros somos sus alumnos. Jesús es nuestro Señor y
somos sus siervos. Por lo tanto, estamos bajo su autoridad. No tenemos
libertad para no estar de acuerdo con él; no tenemos libertad para
desobedecer a Jesús. Nuestra entrega a Jesucristo no será real a menos
que entendamos esto. No somos realmente convertidos si no lo estamos
moral e intelectualmente. No estamos intelectualmente convertidos al
evangelio hasta que nuestra mente se haya sometido a la autoridad de
Jesús. Y no estamos moralmente convertidos hasta que nuestra voluntad
y nuestra vida estén sometidas al señorío de Jesús.

Esta es una pregunta decisiva para nosotros y para la iglesia: ¿Es
Jesús nuestro Señor, o no? Decimos que lo es lo llamamos Señor; pero,
¿lo es en verdad? ¿Es el Señor de la iglesia, es el que enseña y tiene
mando de ella? ¿O nos permitimos, como individuos o como iglesia,
acomodar y manipular la enseñanza de Cristo en las Escrituras?


Conclusión

Como discípulos de Jesucristo, es esencial que nos sometamos con
humildad a las Escrituras, tal como lo hizo Jesús. Si así lo hacemos,
descubriremos que esa sumisión es el camino hacia la integridad
intelectual y la libertad auténtica. La sujeción a las Escrituras es
la única forma en que la iglesia puede unirse, es la única forma en
que podemos evangelizar el mundo y es la manera de expresar nuestra
sumisión humilde a Jesús, nuestro Señor. Por todas estas razones, es
saludable someternos a la autoridad de las Escrituras.


Stott, J. (1994). La Biblia ¿es para hoy? (1st Edition). Buenos Aires:
Ediciones Certeza ABUA.

--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

La autoridad de la Biblia

La autoridad de la Biblia
CARL F. H. HENRY
La civilización occidental está en una severa «crisis de autoridad», que no se limita solamente al campo de la fe religiosa, ni tampoco es una amenaza especial o única para los que creen en la Biblia. La autoridad paternal, la autoridad marital, la autoridad política, la autoridad académica y la autoridad eclesiástica son puestas en duda. No sólo la autoridad en particular—la autoridad de las Escrituras, la autoridad del papa, de líderes políticos y así sucesivamente—sino que también el concepto de autoridad en sí mismo es desafiado con vigor. Por eso la crisis actual de autoridad bíblica refleja un consenso decadente de la civilización en los asuntos de soberanía y sumisión.
En algunos aspectos, el poner en duda la autoridad en esta época tiene una base moral legítima y es altamente encomiable. El siglo XX ha sido testigo del ascenso al poder de tiranos crueles y que proceden con arbitrariedad, imponiendo reglas totalitarias en ciudadanías políticamente esclavizadas. En los Estados Unidos se usó mal el poder político durante la llamada «época de Watergate». El poder de las corporaciones ha sido manipulado para obtener ventajas institucionales tanto de enormes conglomerados comerciales como de uniones laborales muy grandes.
REBELIÓN CONTRA LA AUTORIDAD BÍBLICA
Juez de hombres y naciones, el Dios que se revela a sí mismo ejerce autoridad y poder ilimitados. Toda la autoridad y el poder de los seres creados provienen de la autoridad y el poder de Dios. Como el Creador soberano de todo, el Dios de la Biblia quiere y tiene el derecho de ser obedecido. El poder que otorga Dios es un fideicomiso divino, una mayordomía. Las criaturas de Dios son moralmente responsables por el uso o mal uso que hagan de dicho poder. En la sociedad humana caída, Dios instituye el gobierno civil para la promoción de la justicia y el orden. Él aprueba un orden de autoridad y relaciones productivas en el hogar al estipular ciertas responsabilidades a los esposos, esposas e hijos. También determina un patrón de prioridades para la iglesia: Jesucristo la cabeza, los profetas y los apóstoles a través de quienes llegó la revelación redentora, y así sucesivamente. Las Escrituras inspiradas, que revelan la voluntad trascendente de Dios en una forma escrita objetiva, son la regla de fe y conducta a través de las cuales Cristo ejercita su autoridad divina en la vida de los creyentes.
La rebelión contra autoridades particulares se ha ampliado en nuestro tiempo a una rebelión contra toda la autoridad trascendente y externa. Poner en duda la autoridad es una práctica que se tolera y promueve en muchos círculos académicos. Algunos filósofos, con un punto de vista totalmente secular, han afirmado que Dios y lo sobrenatural son conceptos imaginarios, y que la verdadera realidad consiste de eventos y procesos naturales. Se dice que toda la existencia es temporal y cambiante; se declara que todas las creencias e ideales son relativos a la época y a la cultura en que aparecen. Por lo tanto, se afirma que la religión bíblica, al igual que todas las religiones, es simplemente un fenómeno cultural. Tales pensadores rechazan la afirmación de la autoridad divina de la Biblia; y la revelación trascendental, las verdades establecidas y los mandamientos inmutables, son considerados invenciones piadosas.
Afirmando que el hombre ha alcanzado «la mayoría de edad», el secularismo radical defiende y apoya la autonomía humana y la creatividad individual. Se dice que el hombre es su propio señor, y el inventor de sus propios ideales y valores. Vive en un universo supuestamente sin propósito, que presumiblemente ha sido formado por un accidente cósmico. Por lo tanto, se declara a los seres humanos como totalmente libres para imponer en la naturaleza y en la historia cualquier criterio moral que prefieran. Para tal punto de vista, insistir en verdades y valores dados divinamente y en principios trascendentales sería reprimir la autorrealización y retardar el desarrollo creativo personal. Por lo tanto, el punto de vista radicalmente secular va más allá de oponerse a autoridades externas particulares cuyas afirmaciones son consideradas arbitrarias o inmorales; el secularismo radical es agresivamente contrario a toda autoridad externa y objetiva, considerándola intrínsecamente restrictiva del espíritu humano autónomo.
Cualquier lector de la Biblia reconoce el rechazo a la autoridad divina y a una revelación definitiva de lo que es bueno o malo como un fenómeno antiguo. No es sólo algo característico del hombre contemporáneo considerar que ha llegado «a la mayoría de edad»; esto ya se encontró en el Edén. Adán y Eva se rebelaron contra la voluntad de Dios siguiendo sus preferencias individuales y su propio egoísmo. Pero su rebelión fue reconocida como pecado y no fue racionalizada como «gnosis» filosófica en las fronteras del avance evolucionista.
Si uno abraza un punto de vista estrictamente de desarrollo, que considera que toda la realidad es contingente y cambiante, ¿qué base queda para el papel decisivamente creativo de la humanidad en el universo? ¿Cómo podría un cosmos sin propósito llevar a la autosatisfacción individual? Solamente la alternativa bíblica del Dios Creador-Redentor, quien creó a los seres humanos para la obediencia moral y un alto destino espiritual, preserva la dignidad permanente y universal de la especie humana. La Biblia lo hace, sin embargo, con un llamado que demanda una decisión espiritual. La Biblia establece que el hombre es superior a los animales, que su dignidad alta («casi igual a Dios», Salmo 8:5, BLS) se debe a la imagen divina racional y moral que tiene por su creación. En el contexto de la participación universal humana en el pecado adánico, la Biblia pronuncia un llamado divino y misericordioso a la redención por medio de la obra y la mediación personal de Cristo. Se invita a la humanidad caída a experimentar la obra renovadora del Espíritu Santo, para ser conformada a la imagen de Jesucristo y anticipar un destino final en la eterna presencia del Dios de justicia y justificación.
El rechazo contemporáneo de los principios bíblicos no descansa en ninguna demostración lógica de que el caso del teísmo bíblico es falso; más bien se basa en una preferencia subjetiva de puntos de vista alternativos de «la buena vida».
La Biblia no es la única que nos recuerda que los seres humanos tienen todos los días una relación responsable con el Dios soberano. El Creador revela su autoridad en el cosmos, en la historia y en la consciencia interior, una revelación del Dios vivo que penetra la mente de cada ser humano (Romanos 1:18–20; 2:12–15). La supresión rebelde de esa «revelación general divina» no consigue evitar completamente el temor de tener que rendir cuentas al final (Romanos 1:32). Sin embargo, es la Biblia como «revelación especial» la que con más claridad confronta nuestra rebelión espiritual con la realidad y autoridad de Dios. En las Escrituras, el carácter y la voluntad de Dios, el significado de la existencia humana, la naturaleza del reino espiritual y los propósitos de Dios para los seres humanos de todas las épocas están declarados en forma totalmente inteligible. La Biblia publica en forma objetiva el criterio por medio del cual Dios juzga a los individuos y a las naciones, así como las maneras en que se pueden recobrar moralmente y ser restaurados a la comunión personal con él.
Por lo tanto, el respeto por la Biblia es decisivo para el curso de la cultura occidental y, a la larga, para la civilización humana en general. La revelación divina inteligible, la base para creer en la autoridad soberana del Dios Creador-Redentor sobre toda la vida humana, descansa en la confiabilidad de lo que dicen las Escrituras acerca de Dios y de su propósito. El naturalismo moderno impugna la autoridad de la Biblia y ataca la afirmación de que la Biblia es la Palabra de Dios escrita, es decir, una revelación dada trascendentalmente de la mente y la voluntad de Dios en una forma literaria objetiva. La autoridad de las Escrituras es el centro de la tormenta en ambas, la controversia sobre la religión revelada y el conflicto moderno sobre los valores de la civilización.
ALTA CRÍTICA
En el siglo XX, la discusión sobre la autoridad bíblica fue ensombrecida tanto por las afirmaciones generalizadas de la alta crítica, de parte de críticos no evangélicos, como por aseveraciones extravagantes de lo que requiere e implica la autoridad de las escrituras, de parte de polémicos evangélicos.
En muchos círculos académicos parece sobrevivir el escepticismo hacia la confiabilidad de las Escrituras, a pesar del colapso de las teorías críticas. Todavía se encuentra una disposición para confiar en escritores seculares cuyas credenciales para proveer testimonio histórico son menos adecuadas que las de los escritores bíblicos. No hace mucho tiempo muchos eruditos rechazaron la historicidad de los relatos patriarcales, negaron que en los tiempos de Moisés existiera la escritura y le atribuyeron los Evangelios y las Epístolas a escritores del siglo II. Pero la alta crítica ha sufrido algunos contratiempos espectaculares y sorprendentes, principalmente debido a hallazgos arqueológicos. Ya no se afirma que las glorias de la época del rey Salomón son una fabricación literaria; que «Yahweh», el Dios redentor de los hebreos, fuera desconocido antes de los profetas del siglo VIII a.C.; o que las representaciones de Esdras en cuanto a la cautividad babilónica son ficción. Los arqueólogos han localizado las minas de cobre de la época de Salomón que durante mucho tiempo estuvieron perdidas. Se han descubierto tablas en Ebla, cerca de Aleppo, que prueban que nombres similares a los de los patriarcas eran comunes entre la gente que vivía en Ebla poco antes de que tuvieran lugar los acontecimientos registrados en los últimos capítulos del Génesis.
John T. Robinson, un crítico del Nuevo Testamento, concedió en Redating the New Testament [Fechando de nuevo el Nuevo Testamento] (1906) que las fechas tardías que se le han atribuido al Nuevo Testamento son totalmente imposibles de aceptar. Robinson argumentó que el hecho de que los Evangelios y las Epístolas no mencionaran la destrucción del Templo en 70 d.C. es evidencia de que los escritos se completaron antes, porque de otra manera ese acontecimiento hubiera sido mencionado apologéticamente por los autores. Sin embargo, sería mejor llegar a las fechas de la composición por lo que enseñan los escritores y por quiénes son ellos antes que por lo que no contienen los escritos; tampoco es prudente dejarse guiar principalmente por una supuesta motivación apologética subyacente en su composición.
El punto de vista «documentario» de las Escrituras ha sido considerado por los no evangélicos, por mucho tiempo, como el logro establecido más firmemente de la crítica literaria e histórica. La teoría (de que las narraciones del Antiguo Testamento son un producto de la «redacción» de editores que combinaron registros separados en una sola narración) ha tenido—hasta hace poco—el apoyo de casi todos los eruditos prestigiosos del Antiguo Testamento fuera de los círculos evangélicos. Pero la teoría, también conocida como la «hipótesis J-E-P-D» (las letras en alemán representan los supuestamente documentos separados), ha estado bajo un ataque cada vez mayor. Umberto Cassuto (1883–1951), quien ocupaba el cargo de profesor de la Biblia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, repudiaba la noción crítica prevaleciente de que los relatos bíblicos obtuvieron su unidad por medio de redacción literaria (edición), pero retuvo fechas relativamente tardías para la terminación del Pentateuco y del libro de Isaías (Biblical and Oriental Studies [Estudios bíblicos y orientales], publicado póstumamente, 1973). En una entrevista de la revista Christianity Today en 1959, Cyrus H. Gordon, un distinguido erudito judío, rechazó la noción de que el uso de «Elohim» y «Yahweh» como nombres divergentes de Dios implica fuentes literarias diferentes («Higher Critics and Forbidden Fruit [Los críticos altos y el fruto prohibido]»).
Investigaciones lingüísticas recientes apoyan el argumento de que las variaciones de estilo reflejan el ritmo y el tono de las narrativas; es menos probable que identifiquen a los supuestos redactores. Robert Longacre ha sostenido que «la suposición de fuentes documentarias divergentes» en la historia del Diluvio, por ejemplo, es innecesaria y «oscurece mucho de la estructura verdaderamente elegante de la historia». Entonces, los puntos de vista más antiguos que atribuyen la enseñanza de las Escrituras no a los originalmente nombrados recipientes de la revelación divina, sino a redactores editoriales posteriores, están cayendo bajo nuevo criticismo. Es más, Bernard Childs ha argumentado con persuasión contra el punto de vista de que existen, detrás de las escrituras canónicas, escritos anteriores y fuentes más confiables que los escritores hebreos mitificaron a favor del culto hebreo.
CÓMO SE VE LA BIBLIA A SÍ MISMA
La naturaleza inteligible de la revelación divina—la presunción de que se puede conocer la voluntad de Dios por medio de verdades válidas—es la presunción central de la autoridad de la Biblia. Una teología neo-protestante mucho más reciente catalogó de doctrinario y estático el énfasis tradicional evangélico. Insistió, en cambio, que la autoridad de las Escrituras debe ser experimentada internamente como un testimonio de la gracia divina que engendra fe y obediencia, renunciando así a su carácter objetivo de verdad universal válida. De cierta forma inconsecuente, casi todos los teólogos neo-protestantes se han valido del registro para apoyar racionalmente aquellos fragmentos del total que parecen coincidir con sus puntos de vista divergentes, aun cuando desaprueban la Biblia como un todo de revelación especial de enseñanza divina autorizada. Para los evangélicos ortodoxos, si la información en forma de revelación que Dios les dio a los profetas y apóstoles elegidos debe ser considerada significativa y verdadera, debe ser dada no sólo en conceptos aislados que pueden tener significados diversos, sino en frases o proposiciones. Una proposición—es decir, un sujeto, predicado y verbo que los conecta (o «cópula»)—constituye la unidad lógica mínima de comunicación inteligible. La fórmula de los profetas del Antiguo Testamento «Así ha dicho el Señor» presentaba en forma característica una verdad revelada en forma de proposición. Jesucristo empleó la formula distintiva «Pero yo os digo» para introducir frases lógicamente formadas que presentaba como la verdadera palabra o doctrina de Dios.
La Biblia es autoritativa porque está autorizada divinamente; en sus propios términos, «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). De acuerdo a este pasaje, todo el Antiguo Testamento (o cualquier elemento de él) es inspirado divinamente. La extensión de la misma afirmación para el Nuevo Testamento no se declara expresamente, pero no es sólo dada a entender. El Nuevo Testamento contiene indicaciones de que su contenido debía ser visto, y en realidad lo era, como de igual autoridad que el Antiguo Testamento. Los escritos del apóstol Pablo son catalogados con «las demás Escrituras» (2 Pedro 3:15–16, NVI). Bajo el encabezamiento de «Escritura», 1 Timoteo 5:18 cita Lucas 10:7 junto a Deuteronomio 25:4 (compare 1 Corintios 9:9). El libro del Apocalipsis, además, reclama origen divino (1:1–3) y emplea el término «profecía» en el sentido del Antiguo Testamento (22:9–10, 18). Los apóstoles no distinguieron su enseñanza hablada y escrita, pero declararon expresamente que su proclamación inspirada era la Palabra de Dios (1 Corintios 4:1; 2 Corintios 5:20; 1 Tesalonicenses 2:13). (Vea el capítulo «La inspiración de la Biblia».)
EL ASUNTO DE LA INERRANCIA
La doctrina de la autoridad bíblica ha sido sometida a ataques sobre su confiabilidad histórica y científica, y por haberle seguido supuestamente las huellas a sus enseñanzas hasta llegar a fuentes humanas falibles. Además, la doctrina ha sido innecesariamente oscurecida algunas veces por apologistas extremadamente conservadores que han exagerado lo que presupone e implica la autoridad bíblica. Algunos eruditos conservadores han repudiado toda la crítica histórica como enemiga de la autoridad bíblica y han distinguido a los «verdaderos» cristianos de los falsos sobre la base de su suscripción a la «inerrancia bíblica». Si uno acepta la inspiración divina «plenaria» de la Escritura—es decir, la superintendencia de Dios sobre el todo—, la doctrina de la autoridad bíblica sin duda implica «inerrancia» del contenido. Pero la fe cristiana no puede esperar avanzar sus afirmaciones por medio del repudiar a la crítica histórica. Si lo hiciera, implicaría que para apoyar su posición debe recurrir a ver la historia sin crítica. Para la «alta crítica», que muy a menudo se basó en presunciones arbitrarias que promueven conclusiones injustificables, el evangélico debe responder con una crítica fidedigna que procede de suposiciones legítimas y provee veredictos defendibles.
El cristianismo evangélico debe defender la inerrancia de las Escrituras con un compromiso teológico sano, un compromiso que sea consecuente con lo que la Biblia dice sobre sí misma. Pero no es necesario que repudie la integridad cristiana de todos los que no comparten ese compromiso y que los considere apóstatas sin esperanza. J. Gresham Machen, brillante apologista evangélico de las décadas de 1920 y 1930, y defensor acérrimo de la inerrancia bíblica, escribió que la doctrina de inspiración plenaria «es negada, no sólo por los oponentes liberales del cristianismo, sino también por muchos hombres verdaderamente cristianos … muchos hombres de la iglesia moderna … que aceptan el mensaje central de la Biblia y sin embargo creen que el mensaje nos ha llegado simplemente por la autoridad de testigos confiables que realizaron su obra literaria sin ayuda, por la guía sobrenatural del Espíritu de Dios. Hay muchos que creen que la Biblia es correcta en su punto central, en su relato de la obra redentora de Cristo y, sin embargo, creen que contiene muchos errores. Esos hombres no son realmente liberales sino cristianos, porque han aceptado como verdadero el mensaje sobre el cual depende el cristianismo» (Christianity and Liberalism [Cristianismo y liberalismo], 75).
Sin embargo, Machen mismo nunca vaciló en su convicción de que toda la Biblia se debe considerar «el centro de autoridad». Él estaba convencido de que la doctrina de la inerrancia evita la inestabilidad al exponer la doctrina y la moralidad autoritativa. Insistía que un punto de vista «intermedio» de la Biblia no es sostenible. «Los modernistas», quienes afirman honrar la autoridad de Jesucristo más que la autoridad de las Escrituras, contradicen las enseñanzas de Jesús, puesto que él tenía un concepto muy alto de las Escrituras. Es más, la explicación completa de la vida y obra de Jesús dependía de su crucifixión, resurrección y ministerio celestial, y provino de la inspiración del Espíritu Santo a los apóstoles. Es ilógico seleccionar de las enseñanzas de Jesús durante su ministerio terrenal sólo aquellos elementos que sirven a las suposiciones de uno mismo. El rechazo de la total confiabilidad de las Escrituras puede finalmente guiar a alguien a asignarle a Jesús una vida y propósito diferentes de la idea bíblica de que Jesús murió y resucitó corporalmente para ser la fuente de perdón divino para los pecadores.
La posición evangélica histórica se resume en las palabras de Frank E. Gaebelein, editor general de The Expositors' Bible Commentary [Comentario bíblico del expositor]. En el prefacio de este comentario, él habló de un «movimiento evangélico erudito [que estaba] dedicado a la inspiración divina, completa confiabilidad y autoridad total de la Biblia». Las Escrituras son autoritativas y totalmente confiables porque son inspiradas divinamente. El teólogo luterano Francis Pieper relacionó directamente la autoridad de la Biblia a su inspiración: «La autoridad divina de las Escrituras descansa solamente en su naturaleza, en su theopneusty»—es decir, su carácter de ser «inspirada por Dios». J. I. Packer comentó que todo compromiso con la veracidad de la Biblia debe ser considerado al mismo tiempo como un compromiso con su autoridad: «Mantener la inerrancia e infalibilidad de la Biblia es simplemente confesar fe en (i) el origen divino de la Biblia, y (ii) la veracidad y confiabilidad de Dios. El valor de estos términos es que conservan los principios de autoridad bíblica; porque las declaraciones que no son absolutamente verdaderas y confiables no podrían ser absolutamente autoritativas». Packer reforzó el argumento demostrando que Cristo, los apóstoles y la iglesia primitiva, todos estuvieron de acuerdo que el Antiguo Testamento era absolutamente confiable y verdadero. Siendo el cumplimiento del Antiguo, el Nuevo Testamento no tenía menos autoridad. Cristo les impartió su misma autoridad a sus discípulos en sus enseñanzas, así que la iglesia primitiva las aceptó. Las Escrituras, como revelación de Dios, están más allá de las limitaciones de la afirmación humana. (Vea el capítulo «La inerrancia e infalibilidad de la Biblia».)
DESAFÍOS RECIENTES
En debates recientes, la autoridad de las Escrituras ha sido comprometida por algunos eruditos que, queriendo reconciliar diferencias, han estado dispuestos a aceptar la infiltración de enseñanzas que dependen de la cultura. Algunas de las enseñanzas del apóstol Pablo sobre las mujeres, o sus puntos de vista acerca de una reunión de Israel en Palestina, son descartados como reflexiones de la enseñanza rabínica de aquel tiempo y, por lo tanto, como evidencia de la limitada perspectiva cultural de Pablo. Obviamente, la enseñanza bíblica coincide con la tradición judía en algunos puntos. Pero cuando la tradición hebrea era elevada al estado de norma considerada superior o que modificaba y contradecía las Escrituras, Jesús siempre criticaba esa tradición. Que el apóstol Pablo en alguna instancia haya enseñado lo que también era enseñado por tradición histórica arraigada en el Antiguo Testamento no prueba nada; en otras ocasiones él era altamente crítico de las tradiciones rabínicas.
El punto de vista evangélico siempre ha sido que lo que enseñan los escritores bíblicos inspirados, lo enseñan no como derivado de la simple tradición sino como inspirado por Dios; en su proclamación tenían la mente del Espíritu para distinguir lo que era divinamente aprobado o desaprobado en la tradición corriente. Es una perspectiva más correcta, por lo tanto, hablar de elementos en los cuales la tradición judía reflejaba revelaciones proféticas y hablar de elementos en los cuales se apartaba de ella. Una vez que el principio de la «dependencia cultural» se introduce en el contenido de la enseñanza bíblica, es difícil establecer criterios objetivos para distinguir entre lo que es supuestamente autoritativo y no autoritativo en la doctrina apostólica. Entonces, el punto de vista de Pablo sobre la homosexualidad podría ser considerado como culturalmente prejuiciado, al igual que su punto de vista sobre la autoridad jerárquica, o también el asunto de la autoridad de las Escrituras.
En un desarrollo posterior, algunos eruditos recientes han buscado atribuirles a las Escrituras sólo una autoridad «funcional», como un estimulante de transformación de la vida interior, dejando de lado su autoridad conceptual-proposicional. Algunos teólogos neo-protestantes actuales—por ejemplo, Karl Barth, Rudolf Bultmann, Paul Tillich y Fritz Buri—identifican el supuesto aspecto autoritativo de las Escrituras en elementos radicalmente divergentes, y hasta contradictorios. Todos ellos se apartan del punto de vista evangélico histórico (sostenido, por ejemplo, por B. B. Warfield en The Inspiration and Authority of the Bible [La inspiración y la autoridad de la Biblia], 1948), que la autoridad de las Escrituras se concentra en su exposición de verdades divinas reveladas, que constituyen la regla de fe y principios morales. El punto de vista «funcional» que refleja David H. Kelsey en The Uses of Scripture in Recent Theology [Los usos de la escritura en la teología reciente] (1975) rechaza la finalidad de cualquiera de los puntos de vista divergentes y los acepta igualmente (sin importar lo conflictivos o contradictorios que puedan ser). Las afirmaciones de la autoridad externa están subordinadas a una supuesta autoridad interna que altera dinámicamente la vida de la comunidad de fe. A pesar de profesar su no discriminación de puntos de vista divergentes, tal teoría debe, por supuesto, excluir explícitamente el énfasis tradicional evangélico sobre la verdad objetiva de la Biblia. Pero una vez que la validez de la enseñanza bíblica en su totalidad o en parte es dejada de lado, no queda ninguna razón persuasiva de por qué la vida de una persona deba ser transformada. La vida de alguien puede ser transformada en patrones alternativos y aun expresamente opuestos, o ajustada algunas veces de una forma y otras veces de otra, o transformada en correlación con ideas derivadas de fuentes no cristianas y anticristianas, como también lo puede ser en correlación con ideas derivadas de la Biblia.
El asunto de la autoridad bíblica difícilmente puede ser separado del interés en la validez racional y objetividad histórica de las Escrituras. Pero los evangélicos sostienen que la autoridad de la Biblia es una autoridad divina; y no todas las verdades o declaraciones históricamente correctas caen en esa categoría. La Escritura es autoritativa porque es la Palabra de Dios. Los profetas y apóstoles elegidos, algunos de ellos llamados por Dios a pesar de su propia indiferencia o aun hostilidad—por ejemplo, el profeta Jeremías y el apóstol Pablo—, testificaron que recibieron la verdad de Dios por inspiración divina. La religión judeo-cristiana se basa en la revelación histórica y en la redención; en lugar de indiferencia hacia los asuntos de la historia, la Biblia mantiene un punto de vista distintivo de historia linear ajeno al de las religiones y filosofías antiguas.
ALGUNAS DE LAS CONSECUENCIAS DEL RECHAZO
Las suposiciones básicas del secularismo moderno mitigan de antemano la fuerza personal de muchas afirmaciones históricas cristianas. Como resultado, los jóvenes son tentados, especialmente en una época moralmente permisiva, a rechazar como supersticiones las afirmaciones especiales de las Escrituras. A veces, aun los cristianos adultos muestran cierta clase de incomodidad en cuanto a la Biblia: tal vez se sometan a sus profundos juicios éticos, pero culturalmente están condicionados a enfrentar algunas de sus afirmaciones autoritativas con grandes reservas. Tal vez el lenguaje bíblico les suene extraño y la noción de escritos revelados sobrenaturalmente o inspirados les puede parecer un eco del pasado históricamente condicionado. Debido a que viven casi dos mil años después de la época de Jesús de Nazaret, algunos pensadores contemporáneos tienden a rechazar como previas a la crítica, que no se pueden criticar o arcaicas las confiadas afirmaciones de la autoridad de la Biblia que se encuentran en las confesiones históricas cristianas. A ellos tal vez les parezca contrario a la tendencia moderna, o aun repulsivo, reconocer a las Escrituras como la regla divina de fe y conducta. Ningún principio de las tradiciones religiosas heredadas sufre más agravio que el que afirma la autoridad total de la Biblia. ¿Es tan increíble que una obra literaria traducida al inglés usando alrededor de 770.000 palabras, impresa en unas 1.000 pequeñas páginas, y que se puede reducir fotográficamente a un pequeño negativo pueda ser aceptada por los cristianos como la Palabra de Dios?
Sin embargo, mirando la historia de la teología y la filosofía, queda claro que siempre fallan los esfuerzos por preservar la realidad del Dios Creador-Redentor vivo aparte de la autoridad de la palabra bíblica. Aun la teología neo-ortodoxa de «encuentro divino», que enfatiza como lo hizo la autorevelación distintiva y personal de Dios, muy pronto se volvió a alternativas existencialistas y finalmente a la especulación de la muerte de Dios. El Dios trino es sin duda la «premisa ontológica» sobre la cual se funda la fe cristiana histórica, pero el caso para el teísmo bíblico parece requerir su revelación definitiva en la inspirada Palabra de la Escritura.
La autoridad bíblica ha sido oscurecida innecesariamente colocando en la Biblia toda clase de autoridades secundarias y terciarias—libros apócrifos, tradición eclesiástica e interpretación cúltica. En siglos pasados, algunos eruditos mediadores revisaron a veces ciertas doctrinas bíblicas, y otros críticos más radicales rechazaron completamente los artículos de fe que chocaban con la tendencia de su época. En nuestro propio siglo, tales alteraciones acumulativas, aunadas al punto de vista naturalista de la realidad, han llegado a su punto culminante. El énfasis cristiano histórico sobre la autoridad bíblica ha sido totalmente repudiado en algunos lugares. Los regímenes declarados oficialmente ateos en países comunistas, por ejemplo, pueden usar todos los recursos políticos y académicos para menoscabar el punto de vista teísta. Aun después de firmar la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, pueden reprimir el testimonio cristiano y el evangelismo, y castigar a los que no apoyan el absolutismo estatal sin críticas, y en el mejor de los casos, permiten una distribución muy restringida de la Biblia. En otras partes del mundo, los agravios a la autoridad bíblica de parte de eruditos críticos han precipitado dudas en muchas comunidades académicas influyentes.
EL PODER DE LA PALABRA DE DIOS
Sin embargo, la Biblia permanece como el libro que más se imprime, más se traduce y es leído con más frecuencia en el mundo. Sus palabras han sido guardadas en el corazón de multitudes como ningún otro libro. Todos los que han recibido sus dones de sabiduría y promesas de nueva vida y poder al principio eran hostiles a la naturaleza de su mensaje redentor, y muchos eran enemigos de sus enseñanzas y demandas espirituales. En todas las generaciones ha sido demostrado su poder de desafiar a gente de toda raza y nación. Los que aman este libro porque provee esperanza futura, trae significado y poder al presente y correlaciona un pasado pecaminoso con la gracia perdonadora de Dios no experimentarían tal recompensa interior si no hubieran conocido la verdad revelada autoritativa y divinamente. Para el cristiano evangélico, las Escrituras son la Palabra de Dios dada en la forma objetiva de verdades proposicionales por medio de los profetas y apóstoles divinamente inspirados, y el Espíritu Santo es el dador de fe a través de esa Palabra.
BIBLIOGRAFÍA
Bruce, F. F. The New Testament Documents: Are They Reliable? 1960. Publicado en español como ¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento? en 1972.
Childs, Brevard. Introduction to the Old Testament as Scripture [Introducción al Antiguo Testamento como escritura], 1979.
Henry, Carl F. H. God, Revelation, and Authority [Dios, revelación y autoridad], 1979.
Machen, J. Gresham. Christianity and Liberalism [Cristianismo y liberalismo], 1923.
Robinson, John A. T. Redating the New Testament [Fechando de nuevo el Nuevo Testamento], 1976.
Warfield, B. B. The Inspiration and Authority of the Bible [La inspiración y la autoridad de la Biblia], 1948.

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Gracia y Paz!


Adonay Rojas Ortiz
Pastor

miércoles, 25 de octubre de 2017

Criterios de permanencia

Criterios de permanencia
De lo anterior se puede deducir que la tarea realmente crucial de la
teología es identificar las verdades atemporales, la esencia de las
doctrinas, y separarlas de la forma temporal en que fueron expresadas,
para poder crear una forma nueva. ¿Cómo podemos localizar e
identificar este elemento permanente o esencia? En algunos casos, es
bastante fácil, ya que la verdad atemporal se ha expresado como una
declaración didáctica universal. Ejemplos de esto encontramos muchos
en los Salmos. Uno se puede encontrar en el Salmo 100:5 "Porque Jehová
es bueno; para siempre es su misericordia, y su fidelidad por todas
las generaciones." En otros casos, la verdad atemporal debe extraerse
de un pasaje narrativo o de una enseñanza que trate un problema
particular. Hay varios criterios mediante los cuales se pueden
identificar los factores permanentes o la esencia de la doctrina: (1)
constancia en todas las culturas, (2) situación universal, (3) factor
permanente reconocido como base, (4) vínculo indisoluble con una
experiencia considerada esencial y (5) posición final dentro de la
revelación progresiva.
Constancia en todas las culturas
Somos conscientes de la variedad de culturas presentes en nuestro
mundo actual y del gran espacio de tiempo que nos separa de los
tiempos bíblicos. Lo que a veces olvidamos es que el periodo bíblico
no estaba formado por un conjunto de situaciones uniformes. Las
situaciones temporales, geográficas, lingüísticas y culturales que
encontramos en las Escrituras canónicas varían mucho. Pasaron muchos
siglos desde que se escribieron los primeros libros del Antiguo
Testamento y los últimos del Nuevo. La situación cultural y geográfica
va desde un ambiente de pastores en la antigua Palestina hasta el
urbano de la Roma imperial. Hay diferencias entre la cultura y la
lengua hebrea y griega, que, aunque a veces se exageran, no obstante
son muy reales. Entonces, si hay constancia en las enseñanzas bíblicas
de varias circunstancias, muy bien podemos estar en posesión de una
constante cultural genuina o la esencia de la doctrina. Las
variaciones se pueden considerar parte de la forma de la doctrina.
Un ejemplo de la constancia en todas las culturas es el principio de
la expiación mediante sacrificios, y con él el rechazo de cualquier
tipo de obras de justicia. Encontramos este principio presente en el
sistema de sacrificios del Antiguo Testamento. También lo encontramos
en las enseñanzas del Nuevo Testamento cuando habla de la muerte
expiatoria de Cristo. Otro ejemplo es la centralidad de creer en
Jesucristo, que elimina toda brecha entre judíos y gentiles. Pedro
predicó esto a los judíos de varias culturas en Pentecostés en
Jerusalén. Pablo lo declaró en un ambiente gentil al carcelero
filipense (Hch. 16:31).
Situación universal
Otro criterio para determinar la esencia de una doctrina es saber qué
elementos se han expuesto de forma universal. El bautismo no sólo se
menciona con referencia a unas situaciones específicas donde se
practicó, sino también en la situación universal de la Gran Comisión:
"Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y
haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas
las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo" (Mt. 28:18–20). En varias cosas podemos
considerar esto como una situación universal: (1) la declaración de
Jesús de que toda potestad le ha sido dada sugiere que, como él
transfiere sus funciones y responsabilidades a sus discípulos, tiene en
mente una tarea que seguramente tiene que continuar indefinidamente.
(2) "Todas las naciones" sugiere una universalidad de cultura y lugar
(cf. la comisión de Hechos 1:8 – "y me seréis testigos…hasta lo último
de la tierra"). (3) Que Jesús estaría con ellos siempre, incluso hasta
el fin del mundo, sugiere que esta comisión tripartita ha de aplicarse
de forma permanente. Basándonos en este tipo de consideración, podemos
concluir que el bautismo no sólo fue un fenómeno aislado, localizado
en un tiempo y un lugar. Su aplicabilidad es permanente.
Por otra parte, el lavado de pies que aparece en Juan 13 no se expone
de forma universal o general. Aunque Jesús dijo: "vosotros también
debéis lavaros los pies los unos a los otros" (v. 14), no se dice nada
sobre la duración de la práctica. Aunque dijo: "porque ejemplo os he
dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis." (v. 15)
no hay razón para creer que su ejemplo deba extenderse necesariamente
de manera universal en esta forma precisa. No indica que la práctica
se tenga que realizar de forma perpetua. La razón subyacente para esta
acción aparece en su declaración sobre que el siervo no es más que su
señor (v. 16). Lo que estaba intentando era transmitir a sus
discípulos la actitud de un sirviente: humildad y deseo de poner a los
demás por encima de uno mismo. En esa cultura lavar los pies de otra
persona simbolizaba ese tipo de actitud. Pero en otra cultura, puede
que haya otro acto más adecuado para expresar la misma verdad. Como
encontramos enseñanzas sobre la humildad en todas las Escrituras sin
mencionar el lavado de pies (Mt. 20:27; 23:10–12; Fil. 2:3), podemos
concluir que la actitud de humildad y no el acto particular del lavado
de pies como tal, es el componente permanente de la enseñanza de
Cristo.
Factor permanente reconocido como base
Una enseñanza particular basada en un factor permanente reconocido
puede ser también permanente. Por ejemplo, Jesús basa sus enseñanzas
sobre la permanencia del matrimonio en el hecho de que Dios los creó
hombre y mujer y los hizo uno (Mt. 19:4–6, citando Gn. 2:24). El
antecedente se asume como un acontecimiento único teniendo una
significación permanente. De esto se deduce la naturaleza permanente
del matrimonio. Lo mismo ocurre con el sacerdocio de todos los
creyentes que se basa en el hecho de que el gran sumo sacerdote
"traspasó los cielos" de una vez para siempre. Por lo tanto nosotros
podemos "acercarnos al trono de la gracia confiadamente" (He. 4:14–16).
Es más, como Jesús es sacerdote para siempre (He. 7:21, 24), podrá
salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios (v. 25).
Vínculo indisoluble con una experiencia considerada esencial
En el punto de vista de Bultmann, la Geschichte de la resurrección (la
renovación de la esperanza y la apertura al futuro que experimentamos)
es independiente de la Historie (la cuestión de si Jesús realmente
resucitó). Pero Pablo afirma que la experiencia depende de la
resurrección de Cristo. Dice: "Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es
vana: aún estáis en vuestros pecados" (1 Co. 15:17). Si nuestra
experiencia de la resurrección es real y permanente, la resurrección
de Cristo debe ser un hecho, algo permanente y universal. Reemplazar o
cambiar esta doctrina de cualquier manera lleva consigo un cambio en
la experiencia. Si consideramos esta experiencia esencial, el abandono
de lo que la Biblia afirma que es la causa requerirá que encontremos
otra base para explicar el resultado. Nuestra experiencia de creer que
el mal se puede superar se basa en creer en las obras sobrenaturales
de Dios en conexión con la segunda venida. La experiencia de Fosdick
de que el mal se puede superar es bastante distinta, ya que la basa en
su creencia en el progreso, lo cual requiere un cierto tipo de
esfuerzo humano y va acompañado por su correspondiente grado de
inseguridad. Su experiencia se construye sobre una base menos sólida
que resultará no ser permanente. Por otra parte cada vez que nuestra
experiencia demuestra ser real y permanente, nos podemos asegurar de
que la doctrina bíblica de la que depende también es permanente.
Posición final dentro de la revelación progresiva
Un criterio final se relaciona con el tema de la revelación progresiva.
Si entendemos que Dios ha obrado en un proceso de conseguir la
redención de la humanidad, revelándose a sí mismo y su plan
gradualmente, los desarrollos posteriores tendrán más peso que los
anteriores. La suposición es que tenemos formas transitorias o
anticipadoras en los primeros casos y que el último caso es la forma
final. Un ejemplo sería el sacrificio de Cristo. Mientras que el Antiguo
Testamento pedía sacrificios continuos en el patio, ofrendas de
incienso dos veces al día en el lugar santo y una vez al año una
ofrenda en el Lugar santísimo hecha por el sumo sacerdote (He.
9:1–10), Cristo puso fin a ese proceso cumpliéndolo (v. 12). Ofreció su
propia sangre de una vez y para siempre. Es más, Jesús a menudo decía:
"Habéis oído lo que fue dicho…pero yo os digo que…" En estas ocasiones
Jesús estaba haciendo una declaración de la esencia de la doctrina
para reemplazar las anteriores aproximaciones a ella.
En algunos casos, la esencia de la doctrina no se realizó
explícitamente en los tiempos bíblicos. Por ejemplo, Jesús elevó mucho
el estatus de la mujer en la sociedad. De la misma manera, Pablo
concedía un estatus inusual a los esclavos. Sin embargo, la mayoría de
estos grupos no mejoraron tanto como lo deberían haber hecho. Así que
para encontrar la esencia de cómo debería tratarse a esas personas,
debemos fijarnos en los principios establecidos o implícitos según su
estatus, y no en la manera en que eran llevados a cabo realmente en
los tiempos bíblicos.
Intentaremos llegar a la esencia básica del mensaje, reconociendo que
toda la revelación tiene un propósito. Aquí no estamos hablando de
separar la semilla de la cáscara, como hicieron gente como Harnack, y
después descartar la cáscara. Ni estamos hablando de "descartar el
bagaje cultural," como dicen algunos intérpretes de la Biblia con
orientación antropológica en la actualidad. Nos referimos a encontrar
la verdad espiritual esencial sobre la que descansa una parte de las
Escrituras, y después hacer una aplicación contemporánea de la misma.
Es común observar (correctamente) que muy pocos cristianos se vuelven
hacia las genealogías de las Escrituras para su tiempo devocional. Sin
embargo, incluso estas porciones deben tener cierta importancia. Un
intento de ir directamente de "lo que significaba una genealogía" a "lo
que significa" seguramente resultaría frustrante. En su lugar, debemos
preguntarnos: "¿Cuáles son las verdades subyacentes?" Vienen a la
mente varias posibilidades: (1) todos tenemos una herencia humana de
la cual se deriva mucho de lo que somos; (2) todos, a través del largo
proceso de la descendencia, hemos recibido la vida de Dios; (3) Dios
obra providencialmente en la historia de la humanidad, un hecho del
que somos perfectamente conscientes si estudiamos la historia y el
trato de Dios con los humanos. Estas verdades tienen significado para
nuestra situación actual. De la misma manera, las reglas de higiene
del Antiguo Testamento nos dicen que Dios se preocupaba por la salud y
el bienestar de los seres humanos y la importancia de dar pasos para
conservar ese bienestar. El control de la polución y unas prácticas
dietéticas sanas podrían ser aplicaciones modernas de la verdad
subyacente. Para algunos exégetas esto sonará como una alegoría. Pero
no estamos buscando simbolismos, los significados espirituales
escondidos en las referencias literales. Más bien, lo que proponemos
es preguntar por la verdadera razón por la cual se dijo o se escribió
una declaración en particular.
Al hacer esto, debemos tener cuidado y entender que nuestro
entendimiento e interpretación están influenciados por nuestras propias
circunstancias históricas, a fin de no equivocarnos al identificar la
forma en la que expresamos una enseñanza bíblica con su esencia
permanente. Si no somos capaces de reconocer esto, haremos absolutas
las formas, y seremos incapaces de adaptarlas cuando la situación
cambie. Una vez oí a un teólogo católico romano trazar la historia de
las formulaciones de la doctrina de la revelación. Después intentó
describir la esencia permanente de la doctrina, y expresó claramente y
con corrección un punto de vista de la revelación ¡existencialista,
neoortodoxo y del siglo xx!
Es importante señalar que para encontrar la esencia integradora no hay
que estudiar la teología histórica para extraer el mínimo común
denominador de las distintas formulaciones de una doctrina. Al
contrario, la teología histórica señala que todas las formulaciones
postbíblicas son condicionales. Es de las mismas declaraciones
bíblicas de donde debemos sacar la esencia, y son el criterio de
continuidad de la validez de esa esencia.

Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática. (J. Haley, Ed., B.
Fernández, Trans.) (Segunda Edición, pp. 130–134). Viladecavalls,
Barcelona: Editorial Clie.

--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

martes, 24 de octubre de 2017

La Unicidad 10

La Unicidad 10 Jesús tiene los atributos morales de Dios

domingo, 22 de octubre de 2017

DIVERSAS ACTITUDES FRENTE A LA REVELACIÓN ESPECIAL

Grau, J. (1973). Introducción a la Teología (Vol. 1, pp. 202–214):

1. La posición Católico-Romana

Fue fijada de manera definitiva en el Concilio de Trento (1545–63). El
católico-romano cree que tiene dos fuentes de Revelación que se
interpretan mutuamente: la Biblia y la Tradición. De ahí que el
católico no crea necesario buscar toda la doctrina en la Biblia, sino
que tiene suficiente con lo que él considera meras alusiones a sus
dogmas.
Conviene señalar que por encima de la Escritura y de la Tradición está
la autoridad de la Iglesia que, en la persona del Papa, es infalible y
es quien, en realidad, define la doctrina.
Los errores fundamentales de este sistema, a nuestro entender, son:
A) A la Revelación única de la Palabra de Dios, registrada en la
Biblia, añade la tradición oral, sin garantía bíblica, apoyada
únicamente en las preferencias de Roma.
B) Somete la Escritura a la Iglesia, en vez de someter la Iglesia a la
Palabra de Dios.
C) Y todo esto lleva a la formación de nuevas doctrinas, como si la
Revelación de Dios no hubiera sido cerrada en el período apostólico
(Judas 3). Teóricamente, como hemos visto, el Catolicismo Romano
admite que con los apóstoles se termina la Revelación, pero en la
práctica desmiente su teoría. Su concepto de la Iglesia muy «sui
generis» le lleva necesariamente a no poder mostrarse consecuente con
aquella teoría. Dice Jean Daniélou, S.J.: «Hay en la Iglesia —y en la
Iglesia como institución— algo que es no solamente una autoridad
humana infinitamente respetable, sino el órgano a través del cual una
autoridad divina se manifiesta.»
Cierto que estas palabras pueden tomarse en un buen sentido: la
conciencia que tiene el pueblo de Dios de ser portador del mensaje
divino al mundo. Pero el significado obvio de estas líneas de Daniélou
es muy otro: se refiere a la pretensión que tiene el magisterio de la
Iglesia romana de ser, no heraldo sumiso y obediente de la Palabra de
Dios, sino esta misma Palabra encarnada en la Historia de manera
indefinida y que le permite enseñar como Palabra divina lo que cree
descubrir en una pretendida «revelación progresiva». De ahí la
mariología (no olvidemos, como ejemplo, la proclamación del dogma de
la Asunción de María) para cuya justificación no se preocupa demasiado
en encontrar fundamentos bíblicos.
Dos son las principales implicaciones de esta posición católico-romana:
1) Desmiente prácticamente el testimonio bíblico e histórico, del cese
de la Revelación en la época apostólica.
2) Adopta un sistema de «Revelación» «sui generis» que consiste en la
pretensión de que Dios se revela constantemente (no en determinados
momentos, como sucedió en el pasado) en la Historia de la Iglesia.
Roma se compromete con la Historia, y de tal modo, que sus doctrinas,
su misma vida y desarrollo, son en gran parte producto de
circunstancias históricas determinadas. Porque identifica y confunde
Revelación con Iglesia. Una de las razones por las que Roma no puede
volver atrás es porque si rectificara su Historia se negaría a sí
misma. Está comprometida con la Historia y no puede desligarse de
ella.


2. La posición de la Teología liberal

El teólogo liberal se levanta en contra de la autoridad bíblica, para
poner en su lugar la autoridad de la razón humana.
El cristiano fiel a la Palabra de Dios piensa que si Dios ha hablado
es lógico que el hombre preste obediencia a la voz del Señor. El
liberal afirma, por su parte, que el árbitro supremo en todos los
campos del conocimiento humano, e incluso el religioso, es su propia
razón a la que debe someterlo todo. Incluso cualquier pretendida
Revelación.
Los principios del liberalismo son:
A) La Biblia debe ser tratada como cualquier otro libro humano. Deben
aplicarse a su estudio las mismas reglas que cuando estudiamos otros
documentos de la antigüedad, o los autores clásicos.
B) Todo lo sobrenatural ha de ser rechazado. Los milagros no pueden
aceptarse científicamente. Las doctrinas del pecado, la expiación, la
Trinidad, etc., son desechadas porque no encajan con el sistema
racionalista que se ha impuesto la teología liberal.
C) Consecuentemente, tampoco acepta la Biblia como inspirada por Dios.
Al rechazar toda actividad trascendente y milagrosa de Dios, se
desecha al mismo tiempo toda doctrina sobrenatural acerca de la
inspiración y la Revelación.
La «inspiración» queda reducida al poder que la Biblia tiene, como un
buen libro de religión, para «inspirar» (suscitar) experiencia
religiosa. La Revelación, según el concepto liberal, no es más que el
discernimiento humano de ciertas verdades religiosas.
D) Un principio muy importante dentro de la concepción liberal es el
de la «evolución religiosa de los pueblos». No olvidemos que en el
siglo XIX, en que nació esta escuela, estaba en auge la influencia
filosófica de Hegel, además de las teorías de Darwin. Ambas corrientes
de pensamiento moldearon el liberalismo teológico.
Para los teólogos liberales, el cristianismo no es más que la
culminación de la evolución religiosa de la Humanidad; el clímax de
esta evolución que tuvo su origen en las formas más groseras de la
superstición y el paganismo para irse purificando y llegar hasta la
perfección moral de los evangelios.
En el estudio de la Biblia las tesis liberales fueron aplicadas por
hombres tales como Wellhausen (en el Antiguo Testamento) y Strauss y
la escuela de Tubingen (en el Nuevo Testamento). Wellhausen afirmó que
el Pentateuco no fue escrito por Moisés, sino que consistía en
realidad en una recopilación de diversas tradiciones, leyendas y
documentos, llevada a cabo por los sacerdotes del Templo de Jerusalén.
En el Nuevo Testamento veían el producto de la fe de la Iglesia más
bien que considerar a ésta como el producto del Evangelio. Según
Harnack (La Esencia del Cristianismo), típico representante de la
escuela liberal, Cristo no es más que un buen hombre a quien las
especulaciones teológicas de algunos judíos bajo la influencia de la
metafísica griega han convertido en el extraño Hombre-Dios de los
Credos de la Iglesia.
El liberalismo ve en Jesús el continuador exaltado del ministerio de
Juan el Bautista, adquiriendo gradualmente conciencia de su función
profética hasta llegar a la convicción de que es el Mesías. Uno más
entre tantos que pretendían lo mismo, pero mejor dotado por una
natural predisposición religiosa.
E) Como sustituto de la aridez liberal, Schleiermacher abogó por un
pietismo emocional en el que la experiencia religiosa queda reducida
casi a mero sentimiento. Es también una derivación del idealismo
filosófico de Hegel y su punto de partida lo constituye el ego
pensante individual. Una vez destruidas las bases objetivas de la
verdad religiosa, el liberalismo teológico intenta ofrecer a cambio
una experiencia que es puro subjetivismo.
Son manifiestos los errores del liberalismo teológico. Cabe destacar:
1) Su método de estudiar la Biblia no es científico (aunque a dicha
escuela le parece lo contrario), toda vez que empieza desconociendo
deliberadamente lo que la misma Escritura dice de sí, o sea, que es la
Palabra de Dios.
2) Su rechazo de todo lo sobrenatural, limitando la experiencia
religiosa dentro del ámbito controlado por la razón y negando la
posibilidad de la actividad trascendente de Dios, es un absurdo.
Constituye, en realidad, la negación de toda Revelación.
3) Su optimismo desmesurado en las capacidades innatas del hombre,
siempre en evolución creciente y perfeccionadora, ha tenido que ser
rectificado después de las dos últimas grandes guerras que ha sufrido
el mundo. El racionalismo exagerado de la escuela liberal ya apenas
encuentra adherentes, por lo menos en su aspecto filosófico, y la
antropología ya no acepta los postulados optimistas del evolucionismo
respecto al hombre. Por otra parte, en la esfera del estudio bíblico,
las posiciones radicales de los máximos representantes de esta
escuela, en el siglo pasado, están siendo rectificadas en la
actualidad. La piqueta del arqueólogo y los estudios de hombres como
Albright, aun sin ser netamente ortodoxos, están echando abajo el
edificio de la alta crítica negativa que tan pomposamente fue
levantado a mediados del siglo pasado por el liberalismo. Esto no
quiere decir que el liberalismo haya capitulado completa y
definitivamente. Todavía hoy se deja sentir su perniciosa influencia.
«Según la Biblia —observa J. Gresham Machen— el hombre es un pecador
condenado por la justicia de Dios; pero según el moderno liberalismo
no hay tal cosa como eso que llaman pecado. En la misma raíz del
moderno movimiento liberal está la pérdida de la conciencia de pecado.
El predicador liberal no denuncia el pecado. En vez de proclamar la fe
en Jesús para salvación proclama la fe de Jesús como ejemplo. En su
errado desvarío, el liberalismo afirma que Jesús cree en el poder del
hombre "para llegar a ser", en lugar de predicar el poder
transformador del Espíritu de Cristo en favor de una raza de pecadores
impotentes. El liberal se dirige a la gente con estas palabras: "Sois
muy buenos; respondéis a todos los llamamientos que se os hacen para
promover el bien de la Humanidad. Ahora bien, tenemos en la Biblia
—especialmente en la vida de Jesús— algo tan bueno que creemos que
será suficientemente bueno incluso para vosotros que sois tan buenos."
Esta es la predicación liberal. Completamente estéril y fútil. Ni
siquiera Nuestro Señor llamó a los justos al arrepentimiento, y
probablemente no vamos nosotros a tener más éxito que El.»
Solamente una concepción de la teología que crea imposible una
Revelación sobrenatural por parte de Dios, puede seguir aceptando los
postulados del liberalismo. Para el Cristianismo Evangélico son
inadmisibles.


3. La posición neo-Ortodoxa

La Neo-Ortodoxia fue una reacción frente al racionalismo extremo del
liberalismo. La experiencia de la primera gran guerra llevó a muchos
teólogos, entre ellos al célebre Karl Barth, a perder su fe en el
exagerado optimismo de las teorías evolucionistas. La experiencia
estaba demostrando que el hombre no era tan bueno, ni tan sabio, como
se había supuesto. La segunda guerra mundial vino a confirmar el error
del liberalismo teológico.
La neo-Ortodoxia volvió a colocar al hombre en su sitio. Reconoció el
hecho del pecado y la depravación del hombre. Y al mismo tiempo
admitió la soberanía de Dios quien, por su gracia, salva a los hombres
en Cristo, mediante su Palabra.
Pero, desgraciadamente, la neo-Ortodoxia no fue una vuelta completa a
la ortodoxia. Sigue adoptando en sus líneas generales algunos de los
principios de la crítica de Wellhausen y, por consiguiente, toma
frente a la Biblia una actitud impropia:
A) Para el neo-ortodoxo, la Biblia es el instrumento a través del cual
Dios habla al hombre. Pero en sí misma la Biblia es algo sin vida y
sin significado redentor. Contiene mucho que es humano y aun erróneo.
Es solamente Dios quien, hablando por medio de ella, puede hacerla
vivir en el corazón del hombre como Palabra de Dios.
B) La Revelación se produce en el «encuentro» del hombre con Dios.
Solamente cuando el hombre experimenta la gracia de Dios en Cristo,
por medio de la lectura de las Escrituras, éstas son propiamente
Palabra de Dios. Y la fe por la que el hombre obtiene esta experiencia
es completamente independiente, por ejemplo, de la historicidad del
relato evangélico o del Pentateuco.
C) O sea, la Biblia para devenir Palabra de Dios está condicionada a
la experiencia subjetiva de cada individuo. Pero en sí, «per se», la
Biblia no es una Revelación infalible. La Biblia es tan sólo el
registro de una serie de experiencias religiosas, pero contiene muchas
inexactitudes históricas y aun contradicciones y errores.
Lo que imparte autoridad y garantía no es la Escritura como un cuerpo
de verdad dado por Dios al hombre mediante un proceso de Revelación e
inspiración en la Historia, ni la calidad y carácter divinos que
inherentemente posee la Escritura, sino otra cosa que debe ser
distinguida de cualquier otra acción en el pasado e independientemente
de cualquier cualidad inherente. Es el «encuentro» en el que Dios
habla al hombre por medio de las páginas de la Biblia.
Los errores de este sistema son, a veces, difíciles de descubrir, pues
suelen presentarse con un vocabulario rico en conceptos y expresiones
de recio sabor ortodoxo y además las sutilezas de sus afirmaciones
pueden desorientar a quien toma contacto por primera vez con él.
A primera vista, por ejemplo, parecen netamente ortodoxas las palabras
de Karl Barth cuando declara: «La revelación se halla, o más bien
tiene lugar, en la Escritura, no detrás de ella; tiene lugar, no
podemos escapar a la realidad de ese hecho, en los textos bíblicos en
las palabras y frases, en lo que los profetas y apóstoles desearon
decir y dijeron.» Estas palabras parecen apuntar a la inspiración
plenaria de las Escrituras, pero debemos subrayar por nuestra parte el
especial cuidado que Barth pone en destacar que la revelación «tiene
lugar». Para el famoso teólogo de Basilea la revelación es «un acto
contemporáneo» por el cual Dios nos habla mediante el testimonio de
profetas y apóstoles; de lo que se deduce que para Barth la Biblia no
es un «registro» de la Revelación de Dios consumada en los días
apostólicos, sino un «testimonio» de la revelación a lo largo de los
tiempos hasta nuestros días, un «eco» de la voz de Dios (op. cit., p.
337).
La verdadera posición neo-Ortodoxa la apreciaremos con mayor realismo
en la afirmación de Barth de que debiéramos tener el «valor
dialéctico» para unir tranquilamente la falibilidad humana de las
palabras con la infalibilidad divina del contenido (op. cit., p. 346).
Pero, preguntamos nosotros, ¿qué confianza podría merecernos el
«testimonio» de la revelación de Dios, la Biblia, si no podemos tener
seguridad de la veracidad de sus palabras?
Las equivocaciones de esta teología, entre otras, son:
A) Confunde el «encuentro» con la Revelación.
Indiscutiblemente, de nada le sirve a un hombre el que exista una
Revelación de Dios directa (en este caso la Biblia) si no se la
apropia, si no se realiza este «encuentro» con Dios que hace efectivo
el mensaje bíblico en el corazón. Es lo que anunciamos cuando
evangelizamos y es lo que imploramos cuando meditamos,
devocionalmente, la Biblia para que mediante una fe viva las
enseñanzas que aprendemos se truequen en experiencia y algo vital.
Nadie discute la necesidad de la iluminación del Espíritu de Dios,
para «que conozcamos lo que Dios nos ha dado» (1.a Corintios 2:12).
Pero de esto a decir que la Escritura es sólo Palabra de Dios cuando
es experimentada por mí, media un abismo. Es como si dijéramos que
Cristo es Dios y Salvador únicamente cuando lo reconocemos Señor y
Redentor en nuestras vidas. Funesto error. Cristo era igualmente Dios
y Salvador cuando fue creído por la Samaritana que cuando era
crucificado y despreciado por los judíos y romanos. Así también, la
Biblia es la Palabra de Dios tanto cuando la meditamos como cuando el
incrédulo la desprecia.
B) Al aceptar la línea general de interpretación bíblica de la escuela
liberal, considerando a la Biblia como libro humano y falible, viene a
decirnos la neo-Ortodoxia que Dios está dispuesto a comunicar su
verdad en esta experiencia llamada «encuentro» a través de las páginas
de una obra que contiene error. Grave contradicción de fatales
consecuencias.
C) Niega la neo-Ortodoxia la infalibilidad de la Biblia y hace al
hombre, de hecho, el árbitro y la autoridad final, a semejanza de la
escuela liberal. En efecto, si bien acepta que lo «espiritual» del
mensaje bíblico puede desligarse de los hechos históricos y que estas
porciones de la Palabra son las que utiliza el Espíritu para revelar
la verdadera Palabra de Dios, acepta al mismo tiempo que el hombre es
pecador y cabe, pues, preguntarse: ¿qué garantía tiene el hombre
pecador, y por tanto errado, de poder discernir sin error en medio de
las páginas semiciertas y semi-equivocadas de la Biblia?
D) Negando la infalibilidad de la Biblia, rechaza el testimonio de
Cristo. Esto para nosotros es conclusivo.


4. La posición Cristiana-Evangélica

Para el Cristiano Evangélico, la Biblia es la Palabra infalible de
Dios. El registro de la Revelación Especial que completa la Revelación
General de Dios en la naturaleza. Esta fue la posición de la Iglesia
Primitiva y de los Reformadores.
La teología de la Reforma fue esencialmente una teología de la
Revelación. A la autoridad de la Iglesia opuso la autoridad de la
Palabra: «Sola Scriptura» fue su lema. Creían los Reformadores que la
Biblia fue dada por Dios y que era inspirada tanto en su contenido
como en su forma. Aun el caso de Lutero, con sus reservas críticas
sobre algunos libros, no fue más que un tributo al alto concepto que
de la Palabra tenía y que le exigía obrar con cautela y no recibir sin
discernimiento aquello que le era transmitido por una Iglesia que
había estado en tinieblas cerca de mil años.
El pretendido retorno a la tradición reformada, de que blasona la
neo-Ortodoxia, es una afirmación gratuita sin fundamento. Los
Reformadores usaban indistintamente los términos «la Escritura dice» y
«Dios dice», refiriéndose a la Biblia, porque para ellos las palabras
de la Escritura y la Palabra de Dios eran sinónimas.
No es en la Reforma en donde la neo-Ortodoxia tiene sus orígenes sino
en el Existencialismo. La neo-Ortodoxia debe a Kierkegaard lo que el
Liberalismo a Hegel. «Sin Kierkegaard no hubiera habido Barth, ni
teología dialéctica, ni esta clase de vuelta a la Biblia que busca la
respectabilidad científica.» Sin duda, la razón de ser de la
neo-Ortodoxia hay que buscarla en esta obsesionante preocupación por
la «respectabilidad científica». ¿La ha logrado, sin embargo?
Permítasenos que lo dudemos. Más bien vemos a la neo-Ortodoxia como un
movimiento de anárquico subjetivismo individual que precisamente por
esto se coloca fuera de la órbita del carácter científico.
Lo más grave, con todo, es que la neo-Ortodoxia hace de Cristo una
Persona «difusa, un mero intruso en la Historia, como alguien ha
dicho, que ha turbado a los hombres con su mensaje pero que no ha
dejado ni una sola palabra para la posteridad» (op. cit., p. 234).
Para el cristiano evangélico, sin embargo, la palabra final debe
tenerla Cristo. Y si mantenemos la posición de la Iglesia Primitiva y
de los Reformadores es porque es la misma que sostuvo el Redentor.
Notemos:
A) La Palabra encarnada da testimonio de la Palabra escrita. En Juan
10:35 el Señor afirma enfáticamente que «la Escritura no puede ser
quebrantada».
B) Ya hemos visto cómo Jesús condenó la tradición, porque anulaba la
eficacia de la Escritura que para El era la Palabra de Dios.
C) En muchos otros textos de los Evangelios reconoce Cristo la
autoridad e infalibilidad de la Biblia en su totalidad, no haciendo
diferencia entre unos pasajes y otros.
Cristo sella con su autoridad numerosos hechos y acontecimientos de la
Escritura. El cree en la Creación, en la existencia de la primera
pareja (Mateo 19:4), en Caín y Abel (Lucas 11:51), en Noé y en la
realidad del diluvio y sus consecuencias, en el arca y su función
salvadora (Mateo 24:37–39); testifica de la destrucción de Sodoma y de
la trágica muerte de la esposa de Lot (Lucas 17:28–30, 32). Moisés, al
cual concede inspiración divina (Mateo 15:3, 4) es su profeta (Juan
5:46). Cree en el milagro del maná (Juan 6:31–33, 48–51) en la
curación de quienes tan sólo confiaron en la promesa de Dios fijando
sus ojos en la serpiente de metal (Juan 3:14). Cree en el milagro de
Jonás y en el arrepentimiento de los Ninivitas (Mateo 12:39–41; 16:4;
Lucas 11:32). Y acepta la paternidad davídica del Salmo 110, así como
la plena inspiración de David.
D) En el Aposento Alto, prometió a sus apóstoles la asistencia
especial del Espíritu Santo para que les enseñase y les guiase al
conocimiento de toda verdad y así estuvieron capacitados para
completar con sus escritos y en virtud de haber estado con Cristo
desde el principio, el canon del Sagrado Libro (Juan 14:26; 16:13;
15:27).


Conclusión:

La posición del Cristianismo Evangélico puede ser formulada con
palabras de la misma Biblia: «Toda Escritura es inspirada divinamente
y útil para enseñar, para redargüir, para instituir en justicia, para
que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda
buena obra» (2 Timoteo 3:16).
Tenemos, pues, en la Biblia la Revelación perfecta y completa de la
voluntad de Dios para los hombres. En las Escrituras tenemos la
Palabra de Dios infalible. Para el cristiano, la Revelación Especial
se identifica, por consiguiente, con la Sagrada Escritura. No que haya
una cierta relación entre el Libro y la Revelación sino que de hecho
creemos que hay una completa identificación. No queremos decir con
ello que la Biblia registra «todos» los hechos de la Revelación divina
(Juan 20:30, 31). Simplemente afirmamos que la Escritura es la única
Revelación existente plenamente garantizada y providencialmente legada
por Dios al hombre. Esta es la posición Evangélica que, con la ayuda
de Dios, defenderemos siempre.
Se nos ha tildado, a veces, de «bibliólatras», reprochándonos que
adoramos al Libro en vez de adorar a Dios y de que limitamos al
Espíritu Santo «encerrándolo» en las páginas de un Libro. Esta
acusación, sin embargo, no es válida. Cuando reverenciamos la Palabra
de Dios, honramos a Dios mismo. No pueden separarse la palabra de una
persona y la persona misma. Y acatando el espíritu del mensaje bíblico
acatamos al Espíritu Santo que es su autor. Se nos podría acusar de
bibliolatría si rodeáramos al Libro de veneración supersticiosa o le
atribuyéramos propiedades mágicas o sacramentales. Pero, si escuchamos
su mensaje, escuchamos a Dios mismo.
Al considerar a la Biblia como Palabra de Dios, no hacemos más que
seguir las pisadas del Maestro, quien en la tentación, en la cruz y en
todo momento buscó en el texto sagrado palabras de consolación y
verdad.
«La Escritura no puede ser quebrantada.» Es inalterable,
indestructible en su verdad; indiferente a cada negación, a la
ignorancia humana y a la crítica, al error y a los ataques del
subjetivismo. Permitamos, pues, ser instruidos y convencidos por ella.
El Espíritu Santo nos previene de aceptar la opinión de quienes dicen
que Cristo se dejaba llevar por la perspectiva intelectual de su
tiempo y su país, y de quienes se oponen al testimonio del Señor en
nombre de pretendidos «métodos científicos modernos». Para nosotros,
el pensamiento del Maestro es canónico. Es una autoridad externa
superior a las más venerables autoridades rabínicas, eclesiásticas y
científicas. El testimonio del Espíritu Santo en nuestro corazón nos
inclina a preferir las afirmaciones de Jesús. Para nosotros, la
autoridad de Cristo es un hecho de primera magnitud, porque sabemos y
conocemos el poder con que su Palabra ha sellado nuestra fe. Con
humildad recibimos su testimonio.


CUESTIONARIO:

1. ¿Qué concepto de la Revelación Especial tiene la Iglesia romana?


2. ¿Cuál es el punto de vista de la teología liberal sobre la
Revelación Especial?


3. ¿Y la postura neo-Ortodoxa?


4. ¿Cuáles son los principios básicos de la teología
evangélica en lo que respecta a la Revelación Especial?


5. ¿Cuál fue la actitud de la Reforma?


Grau, J. (1973). Introducción a la Teología (Vol. 1, pp. 202–214).
Barcelona: Editorial Clie.

--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

Generalidades de la Escatología Bíblica

NO DEJE DE LEERLO