sábado, 28 de marzo de 2009

LA ALEGRÍA DE ENCONTRAR LO PERDIDO


Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado.

Lucas 15: 32

 

  1. Introducción

El Señor Jesucristo se regocija en la recuperación de un pecador perdido, y, por lo tanto, su mayor deseo es buscar y salvar a los perdidos.  Si esa fue la misión de Jesucristo, la iglesia hoy debe continuarla sin menospreciar a nadie, que Dios nos libre de llagar a creer que la perdición de alguien carece de importancia.

 

  1. Las parábolas

Sabemos que una parte muy importante de las enseñanzas de Jesús consistía de parábolas. Las parábolas variaban, en cuanto a su extensión, desde narraciones relativamente extensas (semejantes a cuentos cortos) hasta comparaciones muy breves. Además, hay parábolas que se encuentran en los tres evangelios sinópticos, mientras que otras pertenecen a una tradición limitada a sólo uno de los evangelistas.

Un ejemplo de este último caso es, en Lucas, la parábola de la moneda perdida y  la del hijo pródigo.

Las parábolas son comparaciones, tomadas de la vida cotidiana. Generalmente con un elemento sorpresa que cautiva la atención, y una enseñanza moral implícita que lleva al oyente a pensar más allá del sentido literal.

 

  1. Contexto general

Nuestro texto se encuentra en lo que se ha denominado la sección central de Lucas (9.51—19.27). En esta sección, Lucas narra el viaje (o los viajes) de Jesús en el contexto de su misión para ir a Jerusalén. Esta sección contiene mucho material que solamente se encuentra en ese evangelio (por ejemplo, la parábola del buen samaritano [10.30-37], la de Lázaro [16.19-31] y la del fariseo y el cobrador de impuestos [18.9-14]; también está la curación de los diez leprosos [17.11-19]).

 

  1. Contexto social y religioso

El trozo literario que nos ocupa empieza en 15.1-2: Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores [cobradores de impuestos y gente de mala fama] para oírlo, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: —Este recibe a los pecadores y come con ellos.

Los escribas y los fariseos se escandalizaban de que Jesús se asociara con hombres y mujeres que los judíos practicantes consideraban pecadores. Despectivamente se refieren a él como este.

Un judío estricto no diría hay alegría en el cielo cuando se arrepiente un pecador sino hay alegría en el cielo cuando se pierde un pecador. Deseaban sádicamente no la salvación de los pecadores sino su destrucción.

 

  1. Escribas

Los escribas eran expertos en el estudio de la ley de Moisés. La principal actividad del escriba era el estudio que nada debía distraer. La aparición de los escribas puede fecharse después del exilio babilónico.

Los escribas fueron los que iniciaron el servicio de la sinagoga. Preservaron en forma escrita la ley oral, y transmitieron fielmente las Escrituras hebreas. Reunían alrededor de sí muchos alumnos y los instruían en la ley. Si bien los escribas en un principio descendían de sacerdotes, pronto llegaron a formar una clase aparte y comenzaron a chocar con aquellos. Este conflicto se agudizó durante la época de los Macabeos, cuando los escribas se oponían a la tendencia de los sacerdotes de colaborar con las presiones helenizantes del exterior. Por tanto, los escribas eran vistos como paladines de la obediencia a la Ley y de la integridad de la cultura hebrea.

 

  1. Fariseos

Los fariseos, religiosos, patriotas, defensores de la identidad judía por medios pacíficos aunque enérgicos, opuestos al dominio extranjero.

Ellos cumplían escrupulosamente todas las normas de la ley Mosaica, y las interpretaban de manera literal.

A diferencia de los esenios y los zelotes, los fariseos aparecen a menudo en los libros del Nuevo Testamento. Generalmente los encontramos opuestos a Jesús quien, igual que Juan el Bautista, denunció su hipocresía. Jesús rechazó la autoridad excesiva que ellos otorgaban a la Ley oral.

Sería falso concluir de los Evangelios y Hechos que todos los fariseos se oponían al mensaje y ministerio de Jesús. Es probable que fueran fariseos los que esperaban la consolación de Israel. Varias veces Jesús tuvo encuentros amigables con ellos. Varios fariseos creyeron en Él y fueron bautizados, entre ellos el más famoso fue Saulo de Tarso. El maestro de Saulo, Gamaliel, que defendió a los apóstoles fue nieto del rabino Hillel, famoso hasta nuestros días.

 

  1. Cobradores de impuestos

Leemos que «los publicanos y los pecadores» se acercaban a Jesús, y que los fariseos y los escribas criticaban a Jesús. Los «publicanos» eran cobradores de impuestos; pero hay algunos elementos importantes en el ejercicio de esa profesión que no se incluyen en la traducción tradicional de la palabra «publicano».

Lo que sucedía era lo siguiente: esos «cobradores de impuestos» cooperaban con los romanos, que eran la fuerza opresora en Palestina, y aquellos cobraban impuestos precisamente para Roma. Además, a ellos les tocaba todo lo que pudieran cobrar aparte de la cuota exigida por los romanos, por lo que convenía a sus intereses financieros cobrar más de la cuenta. Eso era exactamente lo que hacían. Por tanto, la información que la frase «cobrador de impuestos» comunicaba era triple:

Se refiere a traidores de la patria que habían vendido a su propio pueblo para colaborar con los extranjeros invasores romanos.

Se refiere a los que explotaban al pueblo para enriquecerse.

Se refiere a los que eran ritualmente impuros porque a menudo tenían contacto con paganos, es decir, con no judíos.

La versión Dios habla hoy traduce correctamente: «Todos los que cobraban impuestos para Roma».

 

  1. Pecadores

La segunda palabra que llama nuestra atención es «pecadores». Leemos a menudo en los evangelios que Jesús trataba con ellos. Para el lector común de nuestro tiempo, lo normal es considerar que todo el mundo es pecador. Pero en el caso de los evangelios, esa palabra se refería a una clase específica de gente que, desde la perspectiva de los líderes religiosos, era considerada «pecadora en una categoría especial»; entre esos pecadores estaban las prostitutas, los enfermos crónicos, los mendigos y los que tenían defectos físicos. Era una especie de apodo para señalar a los que no cumplían con los requisitos de la ley de Moisés y de la tradición oral de los intérpretes oficiales de dicha ley. Para aclarar este significado, la versión Dios habla hoy habla de «gente de mala fama».

Entonces, debemos tomar nota, desde el comienzo del capítulo, que todo lo que va a acontecer en cuanto a conversación y enseñanza está situado en el cuadro sociorreligioso de oposición entre cobradores de impuestos y gente de mala fama por un lado y, por el otro, los líderes religiosos del pueblo. No olvidemos que los fariseos y escribas veían con menosprecio a aquellos dos grupos. En este contexto, Jesús cuenta una tríada de parábolas.

 

  1. Parábola de la oveja perdida

Jesús responde a la crítica de los líderes religiosos con tres parábolas que ilustran, de diversas formas, el mismo punto de comparación, aunque cada parábola también añade su propia connotación singular a la totalidad.

Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: «¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas [los fariseos y los escribas detestaban a los pastores] y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: "Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido." Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.» (15.3-7)

Hay que resaltar algunos elementos culturales de importancia para entender esta parábola.

Muchos tenemos un concepto romántico de lo que significaba ser pastor de ovejas en Israel a comienzos de la era cristiana. Los pastores pertenecían a la clase baja de la sociedad y, a menudo, eran personas con defectos físicos. Los líderes religiosos los consideraban impuros, pues por la naturaleza de su profesión, los pastores no podían cumplir con las rígidas demandas de la tradición de los padres en torno a la ley de Moisés. Cuando leemos que los pastores fueron los que recibieron la aparición celestial y que, además, fueron los primeros en ir a visitar al recién nacido Jesús, tenemos que entender que se trata aquí de un grupo de personas de las menos privilegiadas, que son las que juegan un papel importante en la historia de la salvación. Recordemos también que, por ejemplo, David era pastor de ovejas, y es obvio que sus padres y hermanos no le tenían mucha estima. Es muy irónico que Jesús compare a los líderes religiosos con los pastores, ya que aquellos, por lo general, detestaban a esas personas y la profesión que ejercían.

El pastor era responsable de las ovejas, y un buen pastor consideraba parte de su trabajo arriesgar su vida por las ovejas.

Según la actitud de los Fariseos hacia las personas que consideraban descarriadas y perdidas, estas debían ser olvidadas, descuidadas y despreciadas, pero ¿trataba así un buen pastor a una oveja perdida? ¡Por supuesto que no! La busca hasta encontrarla.

Dios se alegra cuando encuentra a un pecador extraviado como se alegra el pastor cuando vuelve a casa con su oveja perdida.

La parábola tiene diferentes referencias al «gozo» y termina con una declaración enfática relativa al gozo celestial ante la conversión de los «pecadores» (es decir, «los cobradores de impuestos y la gente de mala fama»), en contraste con la supuesta santidad de los «justos». El tema del gozo aparece a menudo en el Evangelio de Lucas. Ya al comienzo del evangelio se destaca en los anuncios del nacimiento de Juan y de Jesús, y después sigue siendo un tema recurrente.

 

  1. La parábola de la moneda perdida

«¿O qué mujer que tiene diez dracmas [moneda griega de plata], si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: "Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido." Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.» (15.8-10)

Esta parábola es un ejemplo tomado del mundo femenino. El escritor de Lucas pone mucho énfasis en el papel de las mujeres en el ministerio de Jesús. En este evangelio leemos de alrededor de diez mujeres que no se mencionan en los otros evangelios. El interés de Lucas en las mujeres se puede ver claramente desde el comienzo de su evangelio, cuando pone de relieve las relaciones entre Isabel y María.

Es importante "qué hombre entre ustedes" en la anterior parábola, porque ahora viene un ejemplo para las mujeres: "o qué mujer". Los líderes religiosos no tenían interés en enseñar a las mujeres, y mucho menos en público. Jesús no solamente hacía eso, sino que también incluyó a las mujeres en sus ejemplos, y de manera sobresaliente.

Algunos exegetas piensan que la moneda perdida era parte de la dote matrimonial y que las mujeres, en ocasiones especiales, se ponían un tipo de turbante en el que usaban esas diez monedas. Pero esto no es completamente seguro, pues el texto bíblico no nos dice por qué razón buscaba con tantas ansias esta moneda la mujer. Puede ser también por necesidad económica que la mujer está afanada buscando su moneda.

La dracma era un tipo de moneda que databa del tiempo de la ocupación griega de Palestina; equivalía al salario de un día para un jornalero común, igual que el denario romano.

En esta parábola vemos una vez más el tema del gozo: «Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.»

Si una pobre creatura humana es capaz de afanarse y desplegar todas sus energías para inspeccionar su casa buscando el paradero de una simple moneda perdida, cuánto más hará Dios por barrer los caminos del mundo en busca de pecadores arrepentidos.

 

  1. Parábola del hijo pródigo

Primera parte: alejamiento y regreso del hijo menor (Lc 15.11-24)

También dijo: «Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde." Y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.

Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó él a pasar necesidad. Entonces fue y se arrimó [fue a pedir trabajo] a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos [animal impuro para los judíos].

Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Volviendo en sí, dijo: "¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.' "

»Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó. El hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo [eufemismo para evitar el nombre divino] y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo."

Pero el padre dijo a sus siervos: "Sacad el mejor vestido [¿vestido real?] y vestidle; y poned un anillo [de sello y autoridad] en su dedo y calzado [los esclavos no tenían calzado; los huéspedes se quitaban los zapatos en la casa] en sus pies. Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta, porque este mi hijo muerto era y ha revivido; se había perdido y es hallado." Y comenzaron a regocijarse.» (Lc 15.11-24)

La última parábola en este capítulo de Lucas ha sido llamada la «reina de las parábolas». Muchos la han clasificado como el "cuento breve" más antiguo de la literatura universal. Dentro del discurso narrativo, este último cuadro es el punto culminante en que Jesús claramente analiza el problema fundamental de los líderes religiosos.

La referencia a la paternidad divina se encuentra basada en los textos del Antiguo Testamento. Aquí, Jesús pinta un cuadro muy descriptivo y emotivo de la relación entre el padre y sus dos hijos. Es obvio que el hijo menor alude a personas como «los cobradores de impuestos y la gente de mala fama», y el hijo mayor a gente como «los fariseos y los escribas». El relato tiene dos partes: la primera es el alejamiento, arrepentimiento y regreso del hijo menor; la segunda, la reacción del hijo mayor.

En la primera parte encontramos la narración del derroche de los bienes y la caída al nivel más bajo que un judío podía imaginarse: ser apacentador de cerdos.

Tomemos nota de que el cerdo era un animal impuro y que el joven, de pura necesidad, tiene que tomar un puesto inferior al nivel que los jornaleros en su tierra natal tenían. En tierra extraña, lejos de su familia, él se ha unido con un pagano que lo trata como muchos tratan a los extranjeros, explotándolo; y, además, padecía hambre. Es interesante ver que se alejó físicamente de la comunión con su familia (se fue de viaje, a una región lejana); y al final "él fue a unirse con unos de los ciudadanos de aquella región".

Dios habla hoy y muchas otras traducciones modernas, correctamente interpretan que en este contexto se trata de «pedir o buscar trabajo». Pero aquí hay un elemento de ironía. El joven se aleja de su padre que lo quiere y termina buscando trabajo, para unirse con un extranjero que lo detesta tanto como para enviarlo a apacentar cerdos, sin darle suficiente comida a cambio de su trabajo. La Biblia del peregrino nos da una excelente traducción: «Fue y se comprometió con un hacendado del país...» El que huyó del «compromiso» (la unión) con los suyos, ahora se ve obligado a comprometerse (unirse) con los que no son los suyos.

En todo caso, el joven recapacita y, en un monólogo interior, practica cómo regresar a su padre: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.» El «cielo» acá se refiere claramente a Dios. Para evitar decir el nombre de Dios o la palabra «Dios», los judíos muchas veces usaban «cielo». Por ejemplo, el «reino de los cielos» es sinónimo de «reino de Dios». El joven ha pecado contra Dios y su padre; ahora está dispuesto a tomar aun la posición más baja de jornalero porque su amarga experiencia le ha mostrado que hay posiciones de un nivel aun inferior a esta de jornalero.

De un alejamiento físico y psicológico pasa a un acercamiento psicológico que culminará con el regreso físico a la casa paterna. Su desesperada situación le llevó al arrepentimiento. Se dio cuenta, no sólo de que había estropeado su vida, sino también de que era indigno de ser llamado hijo de su padre; era digno sólo de ser un siervo y estaba preparado para humillarse y buscar ser restituido en ese nivel. Este regreso, este acercamiento, se define en la parábola como un regreso a la vida misma —«este mi hijo muerto era y ahora ha revivido»—, una resurrección de un estado de alienación moral, espiritual y social.

Jesús enseña aquí que mientras uno esté lejos de Dios no es uno mismo, solamente lo es cuando emprenda el regreso a casa. El ser humano no es realmente él mismo hasta que vuelve a Dios.

Muchas resoluciones piadosas nunca se llevan a cabo pues se requiere valentía para ejecutarlas, el viaje de regresos debe haber sido muy duro y difícil, pero este valiente muchacho perseveró en él.

Pero hay una gran sorpresa en la narración: ¿Qué hace el padre? Se compadece profundamente, corre, lo abraza y lo besa. ¡Y todo esto aún antes de que el hijo haya dicho siquiera una palabra! ¡Qué amor tan maravilloso!

El padre es quien se acerca a él y corre a recibirlo. El padre de hecho ilustra el carácter de Dios. El padre viola las reglas sociales de su comunidad; en vez de esperar a que el menor (y, en este caso, el menor rebelde) le muestre reverencia, él sale a saludarlo. No hay recriminación alguna. El hijo que no merece ser hijo y que ya no quiere ser hijo, recibe del padre el anillo del sello de la casa, que representaba la autoridad del padre. Recibe asimismo el mejor vestido (o, como también podría traducirse «el vestido que tenía anteriormente», o sea, antes de abandonar la casa paterna). Recibe calzado; los esclavos no llevaban calzado, y los huéspedes se los quitaban cuando estaban en casa del anfitrión. Anillo, vestido y calzado forman un conjunto de símbolos de un hijo legítimo de la casa.

Esta parte también termina con el tema del gozo que, como ya vimos, es típico del evangelio de Lucas. El becerro gordo se comía en ocasiones especiales o durante visitas de personas importantes. El padre hace un llamado para festejar y gozarse. Es el mismo tema con que terminaron las dos parábolas anteriores.

Segunda parte: invitación a un cambio en el hijo mayor (Lc 15.25-32)

»El hijo mayor estaba en el campo. Al regresar, cerca ya de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El criado le dijo: "Tu hermano ha regresado y tu padre ha hecho matar el becerro gordo por haberlo recibido bueno y sano."

Entonces se enojó y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrara. Pero él, respondiendo, dijo al padre: "Tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo." Él entonces le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado."»

El hijo mayor regresa a casa y oye los elementos comunes de una fiesta (música y danza). Al oír lo que acontecía, se enoja. Eso nos recuerda la «murmuración de los fariseos y escribas». Él se aleja de la fiesta, de la convivencia. En lo que sigue, el lector puede ver que el hijo mayor también se ha alejado del padre. No conoce a su padre; no tiene comunión ni con el padre ni con su hermano («este hijo tuyo», «tus bienes»).

¡Qué gran ironía! El hijo mayor nunca se fue de la casa pero, psicológicamente, está en una condición de perturbación tal vez más profunda que la de su hermano menor.

Había pasado estos años más cumpliendo con una desagradable obligación que sirviendo por amor. Uno puede estar perdido aun dentro de la casa.

El padre,  trata de acercársele, como lo hizo físicamente con su hijo menor, y le declara al hijo mayor que hay una comunión de familia y de bienes. El hijo mayor tiene mucho interés en obedecer al padre, pero no sabía cómo festejar. Espera que el padre tome la iniciativa para poder gozarse con sus amigos. No tiene interés en el bienestar de su hermano menor.

Es obvio que, aunque el mayor estaba físicamente cercano a su padre, no entendía la generosidad y el amor de éste. La obediencia a las leyes de Moisés y a las tradiciones de los rabinos judíos era muy importante para un grupo de líderes religiosos, pero ellos no sabían festejar y gozarse con el hecho de que los «perdidos» habían sido hallados. Los líderes religiosos tal vez no eran culpables de cosas groseras como las que hizo el hijo menor, pero eran igualmente pecadores, culpables de un espíritu de crítica, de orgullo, sin disposición para perdonar y sin nada de amor.

La parábola, como muchas otras de las parábolas de Jesús, no termina con una conclusión clara. No se sabe lo que hizo el hijo mayor. El menor se arrepiente y regresa a casa; el mayor queda en casa, pero el relato termina en suspenso. Las parábolas de Jesús eran una invitación a los oyentes a tomar decisiones y a actuar.

Muy apropiadamente Jesús no nos dice que pasó con estos dos hijos. Quiere que los veamos reflejados en nuestras propias vidas para que saquemos las lecciones adecuadas de estas parábolas.

Si en la parábola de la oveja perdida y en la de la moneda perdida el énfasis estaba en el retorno de lo perdido, ahora el énfasis cae en la invitación para el retorno de quien es supuestamente "justo" y «no perdido» como esa oveja, esa moneda y ese hijo rebelde. Todavía queda por ver cuál decisión van a tomar los «hijos mayores» que escuchaban a Jesús. Todavía queda ver cuál decisión van a tomar los «hijos mayores» que ahora, después de tantos siglos de lectura y relectura de la parábola, vuelven a leer y oír esta profunda y corta historia.

Jesús termina con el estribillo de este bloque, el estribillo de gozo por el regreso, de un estado de muerte, de un hermano, una hermana, un amigo, una amiga, un vecino o una vecina. «Pero es necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ahora ha revivido, se había perdido y ha sido hallado.»

Para Lucas, la buena nueva es esencialmente buena nueva de alegría, porque también la gente de mala fama, los traidores, los marginados, los pobres, los niños y las mujeres (en fin, todos los despreciados de la comunidad) tienen una invitación a la vida, al acercamiento al Padre, quien los espera para hacerles una fiesta.

 

  1. Conclusión:

Sin la conversión no hay salvación.

Jesús vio a estos «pecadores» por lo que en realidad eran: ovejas perdidas que necesitaban de un pastor, monedas perdidas que tenían valor y necesitaban que se pusieran en circulación, hijos perdidos que necesitaban estar en compañerismo y comunión con el Padre.

Como la oveja que se había descarriado, algunos pecadores se pierden debido a su propia necedad; y, como las monedas, algunos se pierden por el descuido de otros. Pero el hijo se perdió debido a su voluntad y el padre tenía que esperar hasta que él se hubiera quebrantado y estuviera listo para someterse.

El amor de Dios puede vencer la necedad humana, las circunstancias adversas que tantas veces influyen para mal, y hasta la consiente rebeldía del corazón del hombre. Porque Dios es amor y no se resigna a perder lo que ama, sino que busca y espera y se alegra con gozo inefable y glorioso cuando recupera lo que se le había perdido.

Si un pastor humano deja las noventa y nueve para buscar la oveja que se había perdido, ¡Cuánto más buscará y rescatará el buen pastor al pecador perdido! ¡Y cuánto más grande será su gozo!

Dios que habita en presencia de ángeles, busca a los pecadores y se regocija por uno de ellos que se arrepienta y se convierta a él. ¿No deberíamos también nosotros estar preocupados por aquellas personas que a veces despreciamos por su condición espiritual? ¿No deberíamos hacer todo lo que esté en nuestro poder para ayudarles?

Todo creyente verdadero tiene la obligación de imitar a su maestro en su rastreo continuo de desiertos y lugares de perdición, pues conducir creaturas a los pies de Jesucristo es el mayor reto y la más noble profesión a la que puede aspirar un discípulo de Cristo.

Los que creen no estar perdidos se auto convencen que no necesitan a Dios. No requieren que Jesús les encuentre. Son los que precisamente reconocen que están extraviados los que pueden llegar a desear con todas sus fuerzas que el buen pastor dé con ellos y los conduzca al redil.

Hay alguien que te está buscando desesperadamente, que grita tu nombre por los caminos y desiertos de esta vida. Su nombre es Jesucristo, si le respondes hoy puede haber gozo en el cielo y también en la tierra.

 


 
 
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




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