lunes, 23 de marzo de 2009

Echando raices...


LA ESPERANZA.

…con esperanza debe arar el que ara y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto.

1 Corintios 9: 10b

Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en la fe, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.

Romanos 15: 13

 

En su sentido más gene­ral, la esperanza es la manifestación de una actitud o disposición positivas hacia el futuro. Por tanto, definida ampliamente, la esperanza podría incluir deseos, sueños y fantasías, basadas o no en la realidad. Parecería que la esperanza es una necesidad psicológica si el hombre ha de tener alguna idea en cuanto al futuro. Aun cuando no haya ninguna base racional para ella, el hombre sigue teniendo esperanza. Es muy natural que esta esperanza, aun cuando aparentemente esté justificada, sea transitoria e ilusoria.

Ya en términos vílicos, Pablo nos dio una descripción precisa de los paganos cuando dijo que no tenían esperanza la razón fundamental de lo cual era que estaban "sin Dios":

sin esperanza y sin Dios en el mundo.[1]

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.[2]

A veces la Biblia utiliza la esperanza en el sentido secular. El que ara, por ejemplo, debe hacerlo con esperanza, porque la esperanza de la recompensa es lo que endulza las labores. Pero en la mayor parte de los casos la esperanza de que se ocupa la Biblia es algo muy diferente.

En términos bíblicos, la esperanza consiste en descansar en Dios con confianza.

La esperanza en el sentido bíblico es posible cuando se cree en el Dios viviente, que actúa e interviene en la vida humana, y en quien podemos confiar que llevará a cabo lo que ha prometido. Esta esperanza no es producto del temperamento, ni está condicionada por las circunstancias u otras posibilidades humanas. No depende de lo que posee el hombre, ni de lo que sea capaz de hacer por sí mismo, o de lo que otro hombre pueda hacer por él.

Por ejemplo, nada había en la situación en que se encontraba Abraham que justificara su esperanza de que Sara daría a luz un hijo, pero porque creyó a Dios, pudo creer en esperanza contra esperanza[3].

La esperanza bíblica es inseparable de la fe en Dios. A causa de lo que ha hecho Dios en el pasado, y particularmente como preparación para la venida de Cristo, y debido a lo que ha hecho y está haciendo a través de Cristo, el cristiano se atreve a esperar bendiciones futuras que por el momento permanecen invisibles Él nos libró y nos libra y esperamos que aun nos librará[4].

Nunca se agota para nosotros, los verdaderos creyentes en Jesucristo, la bondad de Dios. Lo mejor es lo que todavía está por venir.

Nuestra esperanza aumenta cuando reflexionamos sobre las actividades de Dios en las Escrituras:

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.[5]

De ella fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos. A ellos, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria.[6] Cristo es la esperanza de nuestra gloria futura.

Nuestra salvación final descansa sobre esa esperanza Dios nos salvó porque tenemos la confianza de que así sucederá. Pero esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando algo que ya tiene?[7]; y esa esperanza de salvación es un "yelmo", parte esencial de su armadura defensiva en la lucha contra el mal: Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco.[8]

Por cierto que la esperanza no es un avión de papel a merced de los vientos cambiantes, sino una segura y firme ancla del alma,[9] que penetra profundamente dentro del mundo eterno e invisible. Debido a esta fe el cristiano tiene la seguridad de que las cosas que espera son reales[10]; y su fe nunca lo decepciona,  la esperanza no nos defrauda[11].

El primer rasgo distintivo de la esperanza cristiana es su confianza, basada en un jui­cio histórico (relativo a Jesucristo), y una experiencia de fe personal (de la presencia divina en la vida del creyente). La esperan­za cristiana no es un deseo o un sueño, sino una expectativa confiada.

Su segunda ca­racterística distintiva es su objeto: la espe­ranza cristiana se centra en Dios, no en la ciencia, la tecnología, la evolución, el pro­greso, la naturaleza humana, la nación o cualquier otra cosa. La esperanza cristiana, en parte, tiene que ver con lo que Dios hará en nuestra experiencia circunstancial y huma­na durante la próxima semana o el próximo año; a un nivel mucho más profundo, la esperanza cristiana se centra en lo que Dios hará al final (de mi vida, de la historia humana), esa es la esperanza escatológica.

 

1.       La esperanza según el Antiguo Testamento

A menudo, el Antiguo Testamento manifiesta un fuerte sentido de la expectativa histórica, ya sea en la esperanza de un futuro glorioso (las pro­mesas de Dios) o en el temor por el juicio futuro (las advertencias divinas). Esto se aprecia claramente en los Profetas. La propia Ley está llena de promesas y advertencias. Los libros poéticos eviden­cian esperanza o temor en sus propios tér­minos.

Para los escritores del Antiguo Testamento, Dios es la esperanza de Israel:

Tú, la esperanza de Israel, su Salvador en el tiempo de la aflicción[12].

¡Bendito el hombre que confía en Jehová, cuya confianza está puesta en Jehová!, porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces.

No temerá cuando llegue el calor, sino que su hoja estará verde.

En el año de sequía no se inquietará ni dejará de dar fruto.[13]

¿Por qué te abates, alma mía, y te turbas dentro de mí?

Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡salvación mía y Dios mío![14]

En Dios solamente descansa mi alma; de él viene mi salvación.

Solamente él es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho.

¿Hasta cuándo conspiraréis contra un hombre, tratando todos vosotros de aplastarlo como a pared desplomada y como a cerca derribada?

Solamente conspiran para arrojarlo de su grandeza.

Aman la mentira; con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón.             

En Dios solamente reposa mi alma, porque de él viene mi esperanza.

Solamente él es mi roca y mi salvación.

Es mi refugio, no resbalaré.

En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte y mi refugio.

Pueblos, ¡esperad en él en todo tiempo!

¡Derramad delante de él vuestro corazón!

¡Dios es nuestro refugio!           

Por cierto, solo un soplo son los hijos de los hombres, una mentira son los hijos de los poderosos; pesándolos a todos por igual en la balanza, serán menos que nada.

No confiéis en la violencia ni en la rapiña os envanezcáis.

Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas.

Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: que de Dios es el poder, y tuya, Señor, es la misericordia, pues tú pagas a cada uno conforme a su obra.[15]

En el pensamiento del Antiguo Testamento, la esperanza no aparece solo en la necesidad. Está siempre presente. Abarca las situaciones más desesperantes y los proyectos nacionales más audaces:

Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será colocado a la cabeza de los montes, más alto que los collados, y acudirán a él los pueblos.

Vendrán muchas naciones, y dirán: "Venid, subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; él nos enseñará en sus caminos y andaremos por sus veredas", porque de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.

Él juzgará entre muchos pueblos y corregirá a naciones poderosas y lejanas.

Ellos convertirán sus espadas en azadones y sus lanzas en hoces.

Ninguna nación alzará la espada contra otra nación ni se preparará más para la guerra.

Se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien les infunda temor.

¡La boca de Jehová de los ejércitos ha hablado!

Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, con todo, nosotros andaremos en el nombre de Jehová, nuestro Dios, eternamente y para siempre.[16]

La esperanza es símbolo de vida. Por tanto, solo los vivos tienen esperanza, pues contemplan a Dios y le reconocen. No así los muertos:

Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos, pues mejor es perro vivo que león muerto. Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más recompensa. Su memoria cae en el olvido. También perecen su amor, su odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.[17]

El justo tiene plena esperanza y esta se convertirá en alegría La esperanza de los justos es alegría, mas la esperanza de los malvados perecerá.[18]

 

2.       La Esperanza según el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento, los retratos que hacen los Evangelios de nuestro Señor continúan y desarrollan aún más el sen­tido de expectación presente en el Antiguo Testamento. El reino de Dios venidero es esencial dentro de la enseñanza de Jesús; destaca sobrema­nera la propia promesa de Jesús de que un día regresará. No hay referencias explícitas a la esperanza en las enseñanzas de Jesús. Pero él les enseña a sus discípulos que no deben sentir ansiedad con respecto al futuro, porque ese futuro está en las manos de un Padre amante. También los alienta a esperar que después de su resurrección les enviará un poder espiritual renovado que les va a permitir hacer obras aun más grandes que las que él mismo hizo, vencer el pecado y la muerte, y esperar la participación en su propia gloria eterna.

Cristo es la esperanza del cristiano. Aunque en los Sinópticos no aparece una doctrina expresa de la esperanza, hay constante exhortación a ella. El mensaje de Jesús es uno de esperanza.

En Romanos 8:24 al final, por ejemplo, Pablo presenta la esperanza como una expectación confiada y paciente de lo que no se ve.

Los apóstoles Pedro y Pablo fueron quie­nes dotaron a la doctrina de la es­peranza de su expresión bíblica más deta­llada. Dios «nos hizo renacer para una es­peranza viva, por la resurrección de Jesu­cristo de los muertos»; Dios «le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios»[19]. En estas frases, Pedro manifiesta que el fundamento de la esperanza cristiana es el hecho de la resurrección de Jesucristo. Si la crucifixión de Jesús fue seguida de su resurrección, todas las demás cosas son posibles. En tanto en cuanto estemos apega­dos a Jesucristo, podemos esperar una resurrección parecida al final de nuestra propia historia. Por supuesto, los cristianos dan testimonio de las innumerables experien­cias de la intervención renovadora de Dios en nuestras vidas cotidianas.

La resurrección de Jesús dio nuevas fuerzas a su esperanza. Fue el más portentoso de los actos de Dios en la historia. Ante él "el pánico y la desesperación huyen". La fe cristiana es esencialmente fe en el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos.

Este Dios, a quien dirige el cristiano su fe, es "el Dios de esperanza" que puede llenar al creyente de gozo y paz, y capacitarlo para abundar en esperanza. Por la resurrección el cristiano se libra de la triste condición de tener que esperar en Cristo limitado a este mundo solamente. Cristo Jesús es nuestra esperanza para el tiempo y la eternidad.

El llamado a ser discípulo de Cristo lleva aparejada la esperanza de compartir finalmente su gloria (Ef. 1.18). Su esperanza está guardada en los cielos (Col. 1.5), y se cumplirá cuando el Señor sea revelado (1 P. 1.13).

Si la resurrección de Jesús es la base, el objetivo último de la esperanza cristiana es el regreso de Cristo. «Esperad por comple­to en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado»[20]. Pa­blo lo describe de forma parecida: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres en­señándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo»[21]. Por supuesto, de acuerdo con las Escritu­ras, este regreso de Cristo supondrá tanto un juicio como una recompensa, la des­trucción del mal tanto como la recreación de cielos y tierra. Para los cristianos, esto no evoca temor, sino esperanza, porque el Cristo que regresará es el mismo Salvador, lleno de gracia, que ha perdonado nuestros pecados.

La esperanza del cristiano tiene por meta poseer los bienes del reino de Dios que, al igual que este, son presentes y futuros.

Si por una parte es pecado desear ser como Dios, por otra también lo es la falta de esperanza y la resignación. La epístola a los Hebreos exhorta contra la apostasía de la esperanza en medio de la tribulación.

En el Nuevo Testamento, la esperanza de los hijos de Dios también es la esperanza de toda la creación.

 

3.       La esperanza es una virtud teológica

Tradicionalmente, la esperanza se considerado, junto a la fe y al amor, como una virtud «teológica»,  o «infundida». Como tales, estas virtudes son los dones de la gracia divina: se pueden formular argumentos razonables sobre la fe, la esperanza y el amor, pero la razón, por sí sola, no puede crear estas virtudes en nuestra vida. En contraste, cuatro virtudes cardinales, clásicas (justicia, prudencia, valor/fortaleza, templanza) se han considerado «naturales», es decir, accesibles, perceptibles y modificables por medio del ejercicio de la razón y la voluntad ordinarias, dado que interactúan con la naturaleza y la sociedad. Sin embargo, Dios nos concede espiritualmente la fe, la esperanza y el amor. Podríamos decir que estas son las virtudes de la gracia y la «nueva naturaleza».

El Nuevo Testamento promueve la fe, la esperanza y el amor como una descripción muy importante de la vida y el carácter cristiano:

 Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.[22]

acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.[23]

Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.[24]

A la luz de lo dicho no nos resulta sorprendente que tan a menudo se mencione la esperanza como compañera de la fe. Los héroes de la fe en Hebreos 11 son también faros de esperanza. Lo más extraordinario quizás sea la frecuente relación entre la esperanza y el amor, además de la fe.

Por su relación con el amor, la esperanza cristiana está libre de todo egoísmo. El cristiano no espera bendiciones para sí sin desear al mismo tiempo que otros las disfruten también. Cuando ama a su prójimo desea que reciba todas las buenas cosas que sabe que Dios desea darle. Pablo dio pruebas de su esperanza, al igual que de su amor y de su fe, cuando devolvió al esclavo Onésimo, que había huido, a su amo Filemón. La fe, la esperanza, y el amor son, por lo tanto, inseparables. La esperanza no puede existir sin la fe, y no es posible tener amor sin esperanza. Estas tres son las cosas que permanecen, y juntas dan forma al modo de vida cristiano.

Si la fe es aquella facultad mediante la cual nos apegamos (cognitiva, volitiva, afectiva y prácticamente) al Dios vivo a quien ahora no podemos ver, el amor es la facultad por medio de la cual somos uno con el Espíritu de Jesucristo permitiendo que nos llene y nos use para amar a Dios y a nuestro prójimo. Por tanto, la esperanza es vivir en este instante de mi viaje teniendo la expectativa confiada de que Dios, en Jesucristo, está al final de mi camino, y no esperando simplemente que me aproxime a Él, sino avanzando a mi encuentro. Como la fe, la esperanza se ejerce sin el beneficio de la vista; se puede definir la esperanza como «el tiempo futuro de la fe». Por fe comprometo mi vida con Jesucristo, invisible pero espiritualmente real en mi presente; por la esperanza vivo mi vida hoy día gozando de la expectativa confiada de que llegará el día cuando vea a ese Jesucris­to plena y claramente. Por la fe me relaciono con un humilde Salvador que me acompaña en medio de las luchas de esta vida, en un mundo sumido en el caos; por la esperanza, vivo confiado en que el Rey de Reyes y Señor de señores volverá en victoria y poder.

 

4.       Implicaciones prácticas de la esperanza

La existencia de esta esperanza hace imposible que el cristiano se sienta satisfecho con los goces transitorios; y es también un estímulo para vivir una vida pura, y nos permite sufrir alegremente.

a)  La esperanza nos libera en el presente al atarnos al final.

La esperanza escatológica cristiana relativiza este mundo y la historia presente. La justicia absoluta (o la igualdad, la paz, etc.) tendrá lugar sólo cuando Cristo regrese. Esto nos libera, en el presente, de las idolatrías, el perfeccionismo, el partidismo, las naciones o las ideologías. La perfección sólo llegará junto con el Fin. De este modo, puedo permitirme no tomarme a mí mismo, ni a mis propósitos, muy en serio. La esperanza conduce a una ética y una conducta de la esperanza.

b) La esperanza motiva la conducta ética en el presente.

Hasta el punto en que esta esperanza sea genuina, los cristianos se toman en serio la promesa de que el Cristo que vendrá dice: «He aquí yo vengo pronto y mi galardón conmigo»[25]. Esta­mos motivados por la promesa de que «to­dos compareceremos ante el tribunal de Cristo», y cada uno «dará a Dios cuenta de sí»[26].

El Cristo que vendrá es el mismo que demostró su interés por el amor y la justicia durante su camino terre­nal, y quien enseña a sus seguidores a que vivan así.

Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz. [27]

Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.[28]

Motivados por la es­peranza (y no por el miedo), los siervos del Señor venidero desean actuar de maneras que merezcan un «Bien, buen siervo y fiel»[29].

Igual que una novia vive ahora preparándose activamente para su boda futura, los siervos de Cristo están motivados por la esperanza. Así, mientras que la esperanza cristiana relativiza el pre­sente, lejos de engendrar la apatía, hace que esa relativización sea genuina.

c) La esperanza guía la conducta ética en el presente.

La esperanza no sólo respalda y motiva, sino que proporciona un conteni­do distintivo al carácter y la obra cristiana en el presente.

Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y libertinaje, no en contiendas y envidia. Al contrario, vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne. [30]

La «ciudadanía» celestial está en los cielos, en el reino venidero de Dios.

El Espíritu Santo concedido a los cris­tianos se describe como las «arras» (gr. arrabon, Ef. 1:14) o «anticipo» (gr. aparche, lit. «primicias», Ro. 8:23) de una herencia futu­ra.

En este punto hemos de tener mucho cuidado para eludir los errores perfeccio­nistas o utópicos. Esta era presente sigue estando caída, y sólo el retorno de Cristo puede resolver y resolverá la problemática mundial. Sin embargo, nuestra esperanza futura es la que guía nuestros actos presen­tes y particulares.

Si bien no somos llama­dos a purgar, reformar y administrar la esfera global mundana, sí lo somos a des­cubrir maneras de actuar como «señales» fieles del futuro prometido por Dios. Es esta orientación escatológica la que hizo que la vida de Jesús fuera tan singular; es esta ética de la esperanza la que, por sí sola, hará que la práctica cristiana sea dis­tintiva como verdadera sal y luz en este mundo.

La pregunta ética es: «¿Cómo po­demos, mediante nuestro carácter y accio­nes, como individuos y grupos sociales, demostrar creativamente y promover fiel­mente hoy la gloriosa realidad del reino venidero de Cristo, un reino de verdad, amor, justicia y paz?»

 

5.       La psicología de la esperanza

Ciertamente, el desespe­ro, la ansiedad, el pesimismo, el desáni­mo, el temor y la angustia son una verda­dera epidemia en nuestros tiempos. Va aumentando el número de suicidios y el escapismo por medio de las drogas u otras conductas adictivas y obsesivas, lo cual da testimonio de que la esperanza es necesaria no sólo fuera sino también dentro de la iglesia cristiana.

Las multiformes presiones y tensiones de la vida, en medio de un mundo frenético, rui­doso, complejo, hostil e impersonal ya son de por bastante angustiosas. No obstante, al tiempo que el entorno social se vuelve más complicado, los medios de informa­ción, ocio y publicidad perfeccionan su propaganda sobre el derecho absoluto que tiene el individuo a recibir una gratificación inmediata y total. El hombre y la mujer mo­dernos se ven atrapados en medio de rea­lidades cotidianas difíciles, y en un entorno dominado por las mentiras diabólicas.

Dentro de este contexto, lo mejor que po­demos hacer es seguir el consejo dado a Tito: renunciemos «a los deseos mundanos» (incluyendo avaricia, perfeccionismo, narci­sismo, hedonismo, etc.), y procuremos vi­vir «en este siglo sobria, justa y piadosa­mente, aguardando la esperanza bienaven­turada».

Nuestro consejo debe incluir un «no» a las mentiras y fantasías de nuestra cultura, y un «sí» más rotundo y manifiesto a la nueva forma de vida caracterizada por la esperanza en Jesucristo. Tanto si nos dirigimos a indi­viduos o a grupos en el camino hacia su restablecimiento, el «no» que se manifiesta en identificar, comprender y rechazar las adicciones, obsesiones y heridas de mi pa­sado y mi presente debe compensarse con el «sí» presente en la elaboración de pro­yectos positivos conformados por la espe­ranza en Cristo. Si carecemos de este doble enfoque, no podremos cruzar el pantano del desespero.

En términos más generales, la esperan­za está relacionada con otras prominentes virtudes bíblicas, como la paciencia, la per­severancia y el dominio propio. Estas vir­tudes relacionadas tienen que ver, prime­ro, con la perseverancia valiente en la agenda de lo positivo, siguiendo con el he­cho de hacer cosas buenas sin recibir una recompensa o gratificación inmediatas, ba­sándonos sólo en la perspectiva más a lar­go plazo que tiene la esperanza. En segun­do lugar, los términos tales como la pacien­cia y el dominio propio son la contrapar­tida de la perseverancia, en el sentido de que se refieren a la capacidad y la voluntad de seguir soportando lo negativo (el sufri­miento, la persecución, las pruebas) a la luz de la promesa y la esperanza que tene­mos por delante.

Por último, la libertad y el gozo son dos de los frutos de una vida conformada por la esperanza cristiana. La esperanza nos ata al futuro, liberándonos así del pre­sente. Además, tanto por garantizarnos la victoria como por relativizar el presente, la esperanza produce un gozo verdadero en nuestras vidas.

 



[1] Efesios 2: 12

[2] 1 Tesalonicenses 4: 13

[3] Romanos 4: 18

[4] 2 Corintios 1: 10

[5] Romanos 15: 4

[6] Colosenses 1: 25 al 27

[7] Romanos 8: 24

[8] 1 Tesalonicenses 5: 8

[9] Hebreos 6: 19

[10] Hebreos 11: 1

[11] Romanos 5: 5

[12] Jeremías 14: 8

[13] Jeremías 17: 17

[14] Salmo 42: 5

[15] Salmo 62

[16] Miqueas 4: 1 al 5

[17] Eclesiastés 9: 4 al 6

[18] Proverbios 10: 28

[19] 1 Pedro 1: 3 y 21

[20] 1 Pedro 1: 13

[21] Tito 2: 11 al 13

[22] 1 Corintios 13: 13

[23] 1 Tesalonicenses 1: 3

[24] Hebreos 6: 11 y 12

[25] Apocalipsis 22: 12

[26] Romanos 14: 10 al 114

[27] 2 Pedro 3: 11 al 14

[28] 1 Juan 3: 2 y 3

[29] Mateo 25: 14 al 30

[30] Romanos 13: 11 al 14


 
 
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




Color coding for safety: Windows Live Hotmail alerts you to suspicious email. Sign up today.

No hay comentarios:

Generalidades de la Escatología Bíblica

NO DEJE DE LEERLO