martes, 8 de abril de 2014

un buen ejemplo de contexto histórico

El contexto de la Epístola a los Filipenses

Dado que Filipenses es una (muy cristiana) «carta de amistad con carácter exhortativo», nos preguntamos: ¿por qué esta carta concreta, a estas personas concretas, en este momento concreto? Para responder hemos de analizar la situación histórica en la que el apóstol estaba escribiendo: un ejercicio con ciertas limitaciones, puesto que también requiere un grado de «lectura de espejo» (ver la nota 24). Aunque sabemos mucho sobre la antigua Filipos, algunos aspectos de su carácter en (supuestamente) la séptima década del siglo I d.C. son más especulativos; y la situación real de la iglesia de Filipos debe captarse desde una de las partes de una conversación entre dos. En cada una de las siguientes secciones, por lo tanto, comenzamos con lo que parece más cierto, antes de ofrecer las teorías que más nos convencen sobre la interpretación de los datos que tenemos.

A. La ciudad y su gente

Filipos estaba situada en el extremo oriental de una gran llanura fértil (Datos) en la Macedonia central: estaba junto a la Vía Ignacia, una considerable acrópolis abrigada por una ladera, justo al final de la llanura; a 16 kilómetros del mar, detrás de una baja cordillera de montañas costeras que nace en el puerto de mar de Neápolis (actualmente Cavalla). Fundada originalmente como Crenidas por colonos griegos de la isla de Tasos (ca. 360 a.C), fue conquistada por Filipo de Macedonia (padre de Alejandro Magno) en el año 356, de quien tomó su nombre. Su razón de ser, y la razón por la que Filipo la conquistó, tiene que ver con su situación estratégica: estaba como centinela en la gran llanura agrícola de Datos, bien protegida por su acrópolis y, lo más importante para Filipo, al norte de la llanura se levantaba el monte Pangeo, zona, en aquel momento, rica en yacimientos minerales, incluyendo oro.

Filipos (y toda Macedonia) cayó bajo el dominio de los romanos en el año 168, quienes abolieron la antigua dinastía macedonia y terminaron creando una provincia romana, dividida en cuatro partes. Según Lucas, Filipos era «una ciudad principal de la provincia de Macedonia» (Hechos 16:12).

La historia de la ciudad nos empieza a interesar, sobre todo, a partir del 42 a.C., año en el que se libraron dos grandes batallas en la llanura, entre Casio y Bruto (los asesinos de Julio César) y los vencedores, Octavio (más tarde el emperador Augusto) y Marco Antonio. Después de estas victorias, Octavio honró a la ciudad de Filipos «rebautizándola» como una colonia militar romana, otorgando así la ciudadanía romana a su población. Siempre astuto políticamente, Octavio pobló la ciudad y su área agrícola circundante con veteranos de guerra. Esto sirvió para aliviar el problema demográfico de Roma y para asegurar la lealtad al Imperio (mediante su Emperador) de este punto estratégico junto a la mayor autopista que cruzaba Macedonia y el norte de Grecia, y la conectaba con Roma y Asia Menor y otros puntos orientales. En un movimiento incluso más astuto, Octavio volvió a hacer lo mismo después de derrotar a Antonio en la batalla de la cercana Actium, en el año 30 a.C., en esta ocasión con veteranos del ejército de Antonio, logrando así la lealtad de los que una vez habían luchado con él y recientemente habían luchado contra él. Aunque estos hechos sucedieron unos noventa y tantos años antes de que se escribiera esta carta, tienen un efecto considerable sobre varios temas clave de la epístola a los Filipenses.

Cuando Pablo llegó a la ciudad en el 49 d.C. (Hch. 16:11–15), Filipos era el centro urbano político de la parte oriental de la llanura. Su población era romana y griega; y, aunque el latín era la lengua oficial, el griego era el idioma predominante del comercio y la vida diaria, cuánto más en una ciudad situada en Grecia.

De las cuatro personas de la primera comunidad cristiana cuyos nombres conocemos, tres llevan nombres griegos (Lidia, Evodia, Síntique) y uno, romano (Clemente). Conocemos muy poco acerca de la situación socioeconómica de la propia congregación. Lidia, una vendedora de Tiatira, lleva el nombre de su provincia natal. Sabemos que su casa era lo suficientemente grande como para acoger a Pablo y a su grupo; de ahí que se pudiera pensar que tenía una villa. Puede que algunas de las mujeres que se reunían con ella en el río para adorar, entre las que quizás estaban Evodia y Síntique, fueran miembros de su familia. El carcelero, por otra parte, que también tenía una casa de propiedad, podría haber pertenecido a la clase artesana, mientras que la joven a quien Pablo sacó el espíritu de adivinación era una esclava. Sabemos que muchos miembros de las primeras comunidades cristianas eran esclavos, ya fuera porque sus amos se convertían al cristianismo, o por propia iniciativa, como fue el caso de esta chica. Todo esto sugiere que la situación socioeconómica en aquel lugar es similar a la que uno encuentra en iglesias en otros centros urbanos. Finalmente, el hecho de que tres de las personas cuyos nombres conocemos sean mujeres no es accidental, pues tenemos pruebas de que en la Macedonia griega la mujer tenía un papel mucho más importante en la vida pública que en la mayoría de zonas de la antigüedad grecorromana.

B. La situación de la Iglesia

El contexto histórico específico en el que Pablo escribió esta epístola nace de una combinación de tres factores: su propia historia, su ubicación en Filipos, y su larga relación con Pablo.

1. Su historia. La historia de la fundación de esta iglesia hacia el año 49 d.C., recogida en Hechos 16:11–40, es bien conocida. Aunque algunos han cuestionado este relato y su cronología, no existen buenas razones históricas para dudar del relato que Lucas presenta.73 Según el pasaje de Hechos, la base de la iglesia de Filipos estaba formada por un grupo de mujeres «temerosas de Dios» que, como no había en la ciudad una sinagoga judía, quedaban el Sabat en el río para «orar». Dado el papel prominente de la mujer macedonia en la vida en general, no es sorprendente que las primeras conversas fueran mujeres, ni que la primera iglesia se reuniera en casa de una mercader. El hecho de que Pablo y su grupo aceptaran el mecenazgo de Lidia, incluso que aceptaran de forma temporal convertirse en miembros de su hogar, tendrá un papel importante en algunos de los temas que trataremos (ver el comentario 4:14–17).

No podemos estar seguros por ninguna de las fuentes, de cuánto se quedaron en Filipos Pablo y sus acompañantes (Silas, Timoteo y Lucas). Pero, sea cual sea la extensión de tiempo, fue el suficiente para establecer una estrecha relación entre el apóstol y esta comunidad de creyentes, sin duda ayudada por la permanencia de Lucas en Filipos, después de que Pablo, Silas y Timoteo marcharan a Tesalónica (ver el cometario de 4:3). La evidencia de esa relación de amistad casi «contractual» de la que hablábamos anteriormente (pp. 37–39) la encontramos particularmente en la frase de Pablo en 4:15: «ninguna iglesia compartió conmigo en cuestión de dar y recibir, sino vosotros solos». La reciprocidad social es el elemento principal de la amistad grecorromana.

La partida de Pablo, Silas y Timoteo se dio como consecuencia de expulsar al espíritu de adivinación de la joven esclava, a lo que siguió la cárcel (donde Pablo y Silas cantaban alabanzas durante la noche), un terremoto, la conversión del carcelero, y la ansiedad de los magistrados superiores cuando se dieron cuenta de que habían azotado y encarcelado sin juicio previo a un ciudadano romano.

La relación de Pablo con esta comunidad posteriormente está incompleta. Según frases de 1 y 2 Corintios, parece ser que les hizo dos visitas más que no encontramos en Hechos. En 1 Co. 16:15 su intención había sido ir de Corinto a Jerusalén a través de Macedonia. Pero según 2 Co. 1:16, estos planes cambiaron y se presentó (aparentemente de forma inesperada) en Corinto, haciendo un itinerario diferente (Corinto – Macedonia – Corinto). Pero al parecer, las cosas estallaron en Corinto, y Pablo (aparentemente) siguió hasta Macedonia, y decidió escribir a los corintios en lugar de regresar a la ciudad. Más tarde (2 Co. 2:13/7:5), regresó a Macedonia, donde se encontró con Tito, y le envió con otros dos hermanos (¿Lucas?, en 2 Co. 8:18: «al hermano cuya fama en las cosas del Evangelio se ha divulgado por todas las iglesias») con la segunda carta a los corintios, que escribió allí. Según Hechos, debido al complot en su contra, hizo otra visita más a la ciudad (20:3) cuando iba con la ofrenda de camino a Jerusalén.

El profundo afecto de Pablo por esta congregación, que se adivina a lo largo de toda la carta, también se ve en las extravagantes palabras que les dedica en 2 Corintios 8:1–5:

Ahora, hermanos, deseamos haceros saber la gracia de Dios que ha sido dada en las iglesias de Macedonia; pues en medio de una gran prueba de aflicción, abundó su gozo, y su profunda pobreza sobreabundó en la riqueza de su liberalidad. Porque yo testifico que según sus posibilidades, y aún más allá de sus posibilidades, dieron de su propia voluntad, suplicándonos con muchos ruegos el privilegio de participar en el sostenimiento de los santos; y esto no como lo habíamos esperado, sino que primeramente se dieron a sí mismos al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios.

No solo nos interesa el afecto aquí demostrado, que tiene que ver con todo lo que hemos comentado sobre la amistad entre Pablo y los receptores de su carta, sino que podemos ver ecuación «gozo» + «pobreza» = «generosidad». Este también será un tema importante de esta carta.

El contexto de la carta lo encontramos tanto en los elementos de amistad (el regreso de Epafrodito, Pablo les habla de sus «asuntos», hace un reconocimiento de la ofrenda que recibió) como en las secciones «exhortativas», entendiendo que estas últimas son específicas para la situación en Filipos, igual que los primeros. La mayoría de especialistas cree que la fuerza motriz de las exhortaciones paulinas está formada por dos elementos que van de la mano: (1) el sufrimiento por la oposición que hay en Filipos, y (2) cierto malestar interno. Ambos aparecen juntos en el imperativo final (1:27–28): «para que pueda oír que vosotros estáis firmes en un mismo espíritu, luchando unánimes por la fe del Evangelio, de ninguna manera amedrentados por vuestros adversarios», a lo que sigue una explicación de su sufrimiento (vv. 29–30) y una apelación a tener la misma «actitud» (2:1–2). Es significativo que Pablo utilice estos mismos verbos («estar firmes» y «tener la misma actitud») en las apelaciones que concluyen la segunda sección exhortativa (4:1–3). Así, estas dos preocupaciones «enmarcan» las dos secciones exhortativas de la carta, y lo hacen con un lenguaje idéntico. Pero es más difícil saber sobre la naturaleza concreta de estos dos temas, cómo se interrelacionan, y cuánta importancia tiene el papel de los «adversarios».

2. Oposición y sufrimiento. En 1:27–30 de forma explícita, y en 2:17 de forma metafórica, vemos que la congregación filipense está sufriendo como resultado de la oposición que hay en Filipos. Una vez reconocido esto, también es fácil reconocer que esta realidad está detrás de los demás temas que aparecen en la carta, aunque decir como Lohmeyer que toda la epístola tiene que ver con el martirio es ir demasiado lejos. Comenzaremos con los dos textos básicos.

En el imperativo inicial (1:27–30), y probablemente el principal, Pablo insta a los creyentes filipenses a «estar firmes» en un mismo espíritu mientras «luchan unánimes» por el Evangelio y a no «amedrentarse ante sus adversarios». En la última parte (vv. 29–30) vemos claramente que el resultado de esa oposición es el sufrimiento. Esa parte final ofrece razones teológicas detrás del sufrimiento. Pablo les recuerda que su sufrimiento «por causa de Cristo» les ha sido «concedido por amor de Cristo, por Gracia», y que es el mismo sufrimiento que Pablo padece («sufriendo el mismo conflicto que visteis en mí»). Más tarde vuelve a este tema de forma metafórica al final de la primera sección exhortativa (2:17–18), donde dibuja su sufrimiento personal como la «ofrenda líquida o libación» derramada junto con «la ofrenda sacrificial y el servicio sacerdotal» de ellos, que es el resultado de su fe.

Aunque el sufrimiento no es el tema principal de Filipenses, es el contexto histórico en el que se enmarca la iglesia de Filipos, y por eso va apareciendo como trasfondo a lo largo de toda la carta. Así pues, nos detenemos brevemente en este tema, destacando las dos cuestiones siguientes. En primer lugar, este contexto ayuda a explicar el énfasis que Pablo hace en su encarcelamiento y su sufrimiento cuando escribe su acción de gracias (vv. 3–8) y cuando narra «sus asuntos». Parte de su gratitud se debe a la «participación» de los filipenses con él «en mis prisiones como en la defensa y confirmación del Evangelio», lo que denomina «la Gracia» (v. 7). Parece que ambas partes de la narración sobre «mis asuntos» que siguen a continuación (vv. 12–18a, 18b–26) quieren ilustrar «cómo estoy respondiendo», primero, al sufrimiento a manos del Imperio y, segundo, a la rivalidad y ambición egoísta de otros creyentes que están tratando de causarle más dolor en medio del ya existente sufrimiento. Por lo tanto, la narración, que funciona como una común expresión (expandida) de amistad, también funciona como paradigma o ejemplo (así es cómo vosotros debéis responder también a vuestro propio sufrimiento en manos de la «Roma» de Filipos).

En segundo lugar, la oposición y el sufrimiento no son más importantes que un tema aún mayor (aunque pocos son los que lo han reconocido): el repetido énfasis que Pablo hace en el futuro cierto o seguro del creyente y el triunfo escatológico de ese futuro. Este tema comienza ya en la oración de gratitud (vv. 6 y 10); domina la segunda parte de su relato sobre «mis asuntos» (1:21–24); es el clímax glorioso (vv. 9–11) de la historia de Cristo en 2:6–11; es la penúltima palabra en la apelación que aparece de forma inmediata (v. 16); tiene un lugar prominente en el relato de su propia historia en 3:4–14 como clímax tanto de su propia historia (vv. 12–14) como de la apelación posterior (vv. 20–21; 4:1), que es explícitamente paradigmática; sirve como afirmación singular (4:5) de los imperativos concluyentes (4:4–9); y aparece de forma integral en el final teológico y doxológico de la carta (4:19–20).

La unión de este motivo escatológico con la oposición y el sufrimiento se hace especialmente visible en la historia personal de Pablo y su aplicación en 3:4–4:1. Aquí Pablo anhela conocer a Cristo, tanto el poder de su resurrección como la participación en sus padecimientos (vv. 10–11); lo primero es necesario para lo último, y lo último lo explica posteriormente como «ser conformados a la muerte de Cristo» (cf. 2:6, 8). En la apelación que sigue se insta a los filipenses a «imitar» la «actitud» de Pablo (vv. 15, 17), quien, aunque «está siendo conformado a la muerte de Cristo», busca vigorosamente el premio escatológico último: «Conocer a Cristo» de forma final y completa (vv. 13–14), que consistirá, según Pablo concluye, en la recepción de «un cuerpo glorificado» como el de Cristo (vv. 20–21).

La fuente y la causa de este sufrimiento están menos claras. La pista está con la primera mención explícita en 1:29–30. Pablo dice que están sufriendo porque están implicados en «el mismo conflicto» que él. Si nos tomamos esto seriamente - y literalmente -, entonces las anteriores «reflexiones sobre el encarcelamiento» (1:12–26) también toman forma. El sufrimiento de Pablo viene tanto por «la defensa del Evangelio» como por la acción del Imperio. Los creyentes filipenses sufren la oposición de una «generación torcida y perversa» (2:15), que está «destinada a la destrucción» (1:28). Estos pasajes solamente pueden referirse a la población pagana de Filipos, que también es ciudadana romana. Por lo tanto, ellos son la fuente del sufrimiento.

También vemos que la oposición, y por lo tanto su sufrimiento, es resultado directo del carácter romano de su ciudad en el juego que se hace con la «doble ciudadanía» de los creyentes de Filipos (1:27 y 3:20). Aunque ellos eran ciudadanos romanos, también son una «colonia del cielo» en esa colonia romana en Macedonia. Dado que su verdadera «ciudadanía» está en los cielos (3:20), también en Filipos deben «comportarse de una manera digna de Cristo» (1:27). El carácter pro-imperio de la ciudad de Filipos también explica otro fenómeno de la carta: la inusual concentración de referencias a Cristo, especialmente el énfasis en que Cristo haya conseguido en exclusiva el título de Kyrios («Señor»; 2:9–11) - un nombre ante el cual toda rodilla se doblará un día, y de Soter («Salvador»; 3:20); y todo esto gana un mayor significado si recordamos el profundo desprecio de los romanos hacia la crucifixión (ver sobre 2:8).

Y lo anterior nos lleva a la causa más probable del sufrimiento. Filipos debía su existencia como colonia romana a la gracia especial del primer emperador romano, lo que garantizaba que la ciudad siempre tendría devoción especial por el Emperador. En la época de nuestra epístola, los principales títulos que se usaban para referirse al emperador eran Kyrios y Soter («señor y salvador»). No solamente esto, sino que el culto al mismo, donde se le adoraba casi como a una deidad, había encontrado su tierra más fértil en las provincias orientales. Esto significa que en una ciudad como Filipos, cada acontecimiento público (la asamblea, las representaciones públicas de teatro, etc.) y muchas cosas más tenían lugar dentro del contexto de honrar al Emperador, lo que suponía reconocer que Nerón (en este caso) era «señor y salvador». Los creyentes en Cristo ya no podían reunirse como «ciudadanos romanos de Filipos». Debían lealtad a otro Kyrios, Jesucristo, ante el cual toda rodilla se doblará y a quien toda lengua confesaría, incluidos los ciudadanos de Filipos que les están causando sufrimiento, como también el propio emperador. Los creyentes de Filipos eran, por tanto, «ciudadanos» de un «imperio» más grande, y su lealtad era para otro Soter, cuya venida de los cielos aguardaban con gran expectación. Si esto no era suficiente para que los ciudadanos de Filipos comenzaran a perseguir de forma metódica a esos expatriados que ahora vivían en su ciudad, el hecho de que el «Señor y Salvador» de los cristianos había adoptado la forma de un «esclavo» al hacerse humano, y que en tal humanidad murió en una cruz (2:6–8), debió de ser la gota que colmó el vaso. Pero, como dice Pablo, a éste de quienes los filipenses se burlan Dios le ha dado el nombre sobre todo nombre, el nombre del Señor (kyrios) y Dios.

Aunque no podemos estar seguros de todos los detalles que hemos incluido en esta descripción, existen buenas razones para creer que reflejan de forma muy fiable el contexto histórico de nuestra carta. Como indicaremos a lo largo del comentario, tal reconstrucción, basada en los datos y énfasis de la propia carta, explica mucho por sí misma. Es en ese contexto en el que los filipenses oirían la nota triunfante de Pablo cuando toda la guardia pretoriana –las tropas selectas del propio emperador– llegan a conocer el Evangelio mediante el encarcelamiento de Pablo. Lo mismo ocurre con las palabras finales de la carta (antes de la bendición final): «todos los santos (en Roma) os saludan, especialmente los de la casa del César», quienes también están unidos a vosotros cuando dicen «Jesús es Señor». El Evangelio, con su proclamación de un Señor celestial que se hizo el Salvador Encarnado, había entrado en la casa del «señor y salvador» romano (un simple humano); ese «señor y salvador» romano es la causa «del mismo conflicto» que Pablo y los filipenses estaban experimentando. Y esto, apenas un par de años antes de que el «conflicto» irrumpiera en la propia Roma, con el programa de Nerón en contra de los cristianos.

3. Malestar interno. Aunque la oposición y el sufrimiento a manos de los ciudadanos romanos de Filipos es el «contexto histórico», y de ahí que sea el crisol de la carta, el interés último de Pablo en las secciones exhortativas está en algunas «posturas o actitudes internas» que estaban dándose. Los filipenses están viviendo a causa del Evangelio una lucha de vida o muerte, y si su malestar presente no se corrige, podría mermar, o incluso llegar a destruir, el testimonio de Cristo en esa ciudad. Poca duda hay de que este tema está detrás de los momentos más importantes de la carta. Es el primer tema mencionado en el imperativo inicial (1:27), al que vuelve en 2:1–4 después de centrarse de forma momentánea en el sufrimiento de sus lectores. También lo vemos de forma explícita detrás de la historia de Cristo en 2:6–11 y de su aplicación en 2:12–16. Parece que también es el trasfondo con el que presenta la descripción de Timoteo en 2:20–22 y la historia de Pablo en 3:4–14, como también el imperativo final en 4:2–3, donde llama la atención de Evodia y Síntique mediante un imperativo idéntico al de 2:2.

Pero la naturaleza exacta del problema, y su alcance, es mucho más difícil de determinar; y aquí las teorías que presentan los eruditos son, normalmente, especulativas, es decir, que van más allá de lo que los datos objetivos aportan. Palabras como «contienda» y «división», que aparecen juntas en 1 Co. 1:11 pero brillan por su ausencia en Filipenses, sí que aparecen en los estudios y comentarios sobre esta epístola. Pero el uso de tales términos para la situación de Filipos no solo omite las evidencias, sino que contradice notablemente la dimensión de amistad y las expresiones de afecto que caracterizan a la carta. Incluso la misma mención de Evodia y Síntique es evidencia de que el problema, aunque real, todavía no había llegado a proporciones importantes, dado que una de las señales de «enemistad» en la Antigüedad era no nombrar al «enemigo», como hace Pablo en todas sus cartas anteriores. Pero a estas mujeres las nombra porque son sus amigas, no sus enemigas (ver el comentario de 4:2).

Teniendo en cuenta lo que Pablo dice y cómo trata este tema, hay tres cosas que están bien claras. En primer lugar, la causa del malestar es algún tipo de «ambición egoísta» o «actitud fingida», como prefiero llamarlo. Cuando se apela a que la comunidad tenga la «misma actitud» para completar el gozo de Pablo (2:2), señala la «ambición egoísta / rivalidad» y la «vanagloria» como las actitudes que deben ser rechazadas (v. 3). En su lugar, él pide «humildad», que se evidencia en que cada uno «mire por los intereses de los demás» (v. 4). No es casualidad que Pablo use (a) la «ambición egoísta / rivalidad» para describir las actitudes de la gente de Roma que intentan hacerle la vida imposible a Pablo, que está en prisión (1:17), o (b) que use la expresión «preocuparse por los intereses» de los filipenses, a diferencia de aquellos que «buscan sus propios intereses», para describir a Timoteo, a quien los filipenses conocían bien (2:20–21). Vemos que el pasaje sobre Cristo está estrechamente relacionado con este tema, pues siendo Dios se «despojó» o «vació» (todo lo contrario a «hacer algo por buscar su propio interés») y siendo hombre «se humilló» (todo lo contrario a «hacer algo por vanagloria»).

En segundo lugar, vemos que estas actitudes aún no han causado ninguna «contienda» o «división», palabras que Pablo utiliza en 1 Co. 10–12 y que parecen describir claramente una falta de unidad o desunión. Lo más parecido a esto que encontramos en nuestra epístola es «murmuraciones y discusiones» (2:14, «murmuraciones y contiendas», según la Reina Valera). Estas actitudes aún quedan lejos de la «división». Pero, si no se tratan, son el tipo de cosas que lleva a la división, y por eso Pablo se siente obligado a hablar del tema, y a mandar a Timoteo que lo trate de forma personal (2:19–20), antes de que él mismo llegue (2:23–24).

En tercer lugar, este es probablemente el lugar donde encaja la advertencia en contra de los «enemigos» del capítulo 3. Aunque no hay pruebas de la presencia de gente ajena a la comunidad que esté «causando problemas», ese malestar ha propiciado que algunos de sus componentes estén abiertos a escuchar a alguien que enseñe una doctrina diferente. Quizá sea el sufrimiento el que le haya llevado a tener esta actitud. Aunque ahora estaban en Cristo, puede que la aparente seguridad que ofrecía el «ser judío» (la razón por la que algunos de ellos siempre habían sido temerosos de Dios) les pareciera mejor, ya que el judaísmo era en el Imperio romano una «religión legítima», exenta de persecución. Pero Pablo les recuerda a los filipenses en la dura advertencia de 3:2–3 que las personas que piensan de este modo son «enemigos». Él mismo había sido «de ese bando». El futuro está únicamente en Cristo; de ahí las lágrimas que Pablo derrama por los que se han convertido en enemigos de la cruz de Cristo al poner sus mentes en las cosas terrenales (3:18–19).

A pesar de que no podemos tener una certeza plena acerca de estas teorías, éstas reflejan un intento de unir en un todo los distintos temas de la carta. En cualquier caso, la situación en Filipos es seria, pero no desastrosa. Y como estas personas son sus amigos y recientemente han probado esa amistad mediante la ofrenda que le envían al apóstol para sus necesidades en prisión, y como el encarcelamiento de Pablo le impide estar con ellos, éste hace lo que los amigos hacen en tales situaciones, escribir una «carta de amistad con carácter exhortativo» para que poder estar presente, aun cuando está ausente (2:12).

C. La situación de Pablo

Está claro que cuando Pablo escribe a los filipenses, está bajo arresto; él lo describe al menos cuatro veces como «prisiones» (1:7, 13, 14, 17). A lo largo de la introducción (y del comentario) damos por sentado la cuestión de lugar y la temporal, creyendo que estaba encarcelado en Roma a principios de la década de los 60 d.C. (entre el año 60 y el 62); pero dado que muchos rechazan esta tradición (defendiendo que estaba o bien en Cesarea o bien en Éfeso), diremos unas palabras sobre este tema.

Las evidencias internas de la carta favorecen específicamente a la tradición, especialmente la mención en 1:13 (q.v). de que «de tal manera que mis prisiones en Cristo se han hecho notorias en toda la guardia pretoriana», y el saludo final en 4:22, «los santos, especialmente de la casa del César.» Aunque algunos lo niegan, la interpretación natural de estos textos apunta a la procedencia romana de la carta.

En primer lugar, la mención a toda la guardia pretoriana parece tener la intención de provocar asombro entre los filipenses. Aunque la palabra «pretorio» puede referirse al «palacio del gobernador» en las provincias (como en Marcos 15:16 y Hechos 23:35), la palabra se refiere con más naturalidad a la guardia pretoriana, las tropas de élite del propio Emperador destinada en Roma (ver el comentario de 1:13). Aquellos que creen que estaba encarcelado en Éfeso solamente pueden plantear la presencia de la guardia en Éfeso como hipótesis, dado que (a) no existe ni una sola prueba que lo sostenga,86 y (b) en Éfeso no había un pretorio. Del mismo modo, aunque la palabra se podía referir al palacio del gobernador en Cesarea, no tendría mucho sentido que la gente se asombrara de que toda «la guardia pretoriana» de Cesarea sabía que estaba encarcelado por causa de Cristo. La frase de Pablo habla de que eso llegó a saberlo un gran número de personas, durante un periodo de tiempo considerable y debido a su testimonio directo. Sin embargo, en Cesarea88, el número de personas implicadas sería relativamente pequeño; y en cualquier caso, su llegada a caballo bajo la protección de una escolta de setenta soldados, seguida por un juicio rápido, habría sido en Cesarea un «acontecimiento» importante, y eso no es lo que vemos en 1:13.

En segundo lugar, lo mismo ocurre acerca de la mención en 4:22 de los «miembros de la casa del César». No hay duda de que había miembros de «de la casa de Nerón» repartidos por todo el Imperio, protegiendo sus intereses en las provincias. Pero en ningún lugar fuera de Roma existía un gran número de ellos como para percibir que «algunos» se habían convertido en seguidores de Cristo; tampoco existe ninguna evidencia de que esta terminología se usara fuera de Roma. Cierto es que, a diferencia de la guardia pretoriana, «casa» (oikia) no es un término técnico, y Pablo lo utiliza en varias ocasiones, siempre refiriéndose a «la casa y sus ocupantes». Por lo tanto, si oikia en 4:22 no se refiere a la casa de César en Roma, significaría que Pablo, en este caso, habría abandonado el uso que normalmente hace de esta palabra. Necesitaríamos pruebas contundentes y razones particularmente convincentes para desarrollar tal argumento y así rechazar que esta epístola está escrita en Roma.

Pero lo que precisamente falta son razones para rechazar la tradición. Solamente dos tienen un grado de contenido, pero ninguna es convincente. En primer lugar, argumentan que cuando escribió a Roma, Pablo esperaba comenzar una misión más al Oeste, no regresar al Este (Ro. 15:23–24), mientras que en nuestra carta, Pablo espera ser puesto en libertad y regresar a Filipos (1:26; 2:24). En segundo lugar, dicen que la distancia entre Roma y Filipos (cerca de 1.300 kilómetros) es demasiado grande para los «cinco viajes» de ida y vuelta que esta carta supuestamente presupone.

En cuanto a la primera cuestión, existen todas las diferencias imaginables entre lo que Pablo esperaba hacer cuando hablaba como un hombre libre y lo que ahora planea hacer al final de un largo y duro encarcelamiento, especialmente con las situaciones tormentosas por las que estaban pasando las iglesias de Oriente. Del mismo modo, al segundo tema casi no hay que prestarle atención, ya que presupone más «viajes» de Pablo a Filipos de los que se pueden garantizar, y da por sentado que Epafrodito estaba viajando solo, lo cual es muy improbable.91 Después de todo, Filipos estaba sobre la Vía Ignacia, que conectaba Roma y Macedonia en un tiempo relativamente corto teniendo en cuenta que estamos hablando del siglo I d.C. El argumento de la distancia es, por lo tanto, más especulativo. Consiguientemente, aunque estos argumentos podrían apoyar la hipótesis de que la epístola se escribió en Éfeso, de hecho no cuestionan la hipótesis romana. De todos modos, con eso no afirmo que la tradición tenga que ser correcta, sino que los datos históricos la respaldan más que a ninguna otra teoría, por lo que no hay buenas razones para rechazarlo. Por lo tanto, este comentario parte de esta perspectiva.

En cuanto al marco temporal de este encarcelamiento, la sugerencia tradicional está entre los años 60 y 62, pues es lo que mejor encaja con los datos. Aunque algunas de estas evidencias podrían dar pie a otra interpretación, las evidencias internas de Filipenses situarían la redacción de esta carta hacia el final del encarcelamiento, en lugar de al principio, y por lo tanto, más hacia el año 62 que hacia el 60.

D. Cómo «funciona» Filipenses

Por lo dicho anteriormente, podemos aceptar que la epístola a los Filipenses pudo deberse a las razones siguientes: (1) el encarcelamiento de Pablo, ante el cual los filipenses respondieron con una ofrenda por medio de Epafrodito, renovando así su amistad con Pablo y poniéndola en práctica mediante el compromiso de «dar y recibir». (2) Quizá Epafrodito le puso al corriente de la situación de los creyentes en Filipos, del sufrimiento y la persecución que recibían por parte de sus conciudadanos paganos, y del malestar interno, especialmente entre dos de las mujeres que, creemos, debían de ejercer algún tipo de liderazgo.

La respuesta de Pablo viene en forma de carta amistosa, aunque intercala exhortaciones acerca de la situación presente de los lectores en los lugares cronológicos apropiados, y guarda el reconocimiento y agradecimiento por la ofrenda recibida hasta el final, para que no se pierda en medio de las exhortaciones.

Por lo tanto, siguiendo el prefacio (1:1–11) en el cual anticipa ambas dimensiones de la carta (amistad y exhortación), vemos que la estructura de la carta se construye según el género epistolar de amistad («mis asuntos», «vuestros asuntos»). Pero al mismo tiempo, sigue un esquema bastante cronológico. Así:

1.   La carta comienza con la llegada de Epafrodito, que tenía un propósito doble: (a) presentar su ofrenda a Pablo (reflejo de su preocupación por él); y (b) informarle acerca de la situación de los creyentes en Filipos (que se convierte en el centro de la preocupación de Pablo). Para Pablo, estas dos cuestiones convergen en un mismo punto: el avance del Evangelio.

2.   En ese momento, Pablo está «ausente», lo que da lugar a las dos primeras secciones de la carta. En primer lugar habla sobre sus propios «asuntos» (1:12–26) que, desde su perspectiva (más allá de lo que Epafrodito pudiera decirles), su encarcelamiento está sirviendo para el avance del Evangelio; al mismo tiempo contempla con gozo (aunque con algo de tristeza) el resultado que revertirá en su favor (seguir con vida en este mundo), pero irá en contra de su deseo (lo que él quiere es «partir» y estar con Cristo).

3.   Pero la verdadera preocupación de Pablo son los «asuntos de ellos», los cuales, en su condición presente, poco pueden ayudar al avance del Evangelio. Aunque espera ir pronto por «el bien de ellos», entre tanto se tendrán que conformar con una carta; por lo tanto en 1:27–2:18 trata la situación actual de los filipenses, señalando a Cristo como el paradigma de la humillación necesaria para que haya unidad.

4.   En 2:19 vemos dos tipos de cronología: (a) desde su perspectiva al redactar la carta (están con él Timoteo y Epafrodito); (b) desde la perspectiva de los Filipenses cuando leen la carta. Pablo escribe una carta para que Epafrodito se la lleve de regreso a Filipos, lo que constituye el paso siguiente en la cronología que hemos mencionado, pero ocupa el segundo lugar (después de los vv. 19–24) en cuanto a la motivación que le ha llevado a escribir.

5.   Pablo espera mandar a Timoteo muy pronto, cuya tarea es doble: (a) informar a los filipenses acerca del resultado del juicio; pero (b) volver luego a Pablo, para contarle si la carta había tenido un efecto positivo. Vemos que Timoteo tiene que regresar a donde está Pablo antes de que él mismo marche de la ciudad donde está, suceso que, según 2:19–24, iba a ocurrir pronto.

6.   Mientras tanto, ha enviado a Epafrodito a Filipos con la carta (2:25–30).

7.   La siguiente sección exhortativa (3:1–4:3) se escribe pensando en la llegada de Epafrodito a la ciudad, sabiendo que él iba a leer la carta en la comunidad de creyentes (carta que suple la ausencia de Pablo). Enmarcado en el imperativo a regocijarse en el Señor (3:1; 4:4), les advierte –por su seguridad– de cuestiones de las que ya les ha prevenido anteriormente, y utiliza esa advertencia para que centren su atención en el futuro escatológico, que es firme y seguro.

7.   En 4:4 empieza la serie final de imperativos (vv. 4–9), forma en la que el apóstol normalmente concluye sus cartas.

8.   Pero lo interrumpen los imperativos antes de los saludos finales (4:21–23) para reconocer y agradecer la ofrenda que le han enviado, de modo que lo último que escuchen sean palabras de gratitud, palabras sobre la reciprocidad de Dios, y una doxología (4:10–20).

El análisis de la carta que aparece en las páginas 97–99, y el comentario que constituye este volumen, seguirán el esquema que acabamos de proponer.

Para hablar del propósito específico de la carta, lo más directo es hacernos una pregunta hipotética: ¿Hubiera escrito Pablo esta carta si Epafrodito, una vez recuperado de su enfermedad, no hubiera vuelto a Filipos? Quizá la respuesta natural sea «no», dado que Pablo pretende ir en persona en un futuro cercano; y mucho de lo que dice podría haber esperado hasta entonces. ¡Pero de todos modos iba a enviar a Timoteo! Así que aquí tenemos una buena razón para que la respuesta sea «sí», es decir, que si Pablo no hubiera podido enviar la carta con Epafrodito, lo podría haber hecho luego con Timoteo. Todo esto sugiere que, al final, el propósito último de la carta está en la frase «vuestro progreso en la fe» (1:25), que para Pablo tiene que ver con el progreso o avance del Evangelio, tanto en sus vidas como en su ciudad. En un análisis último, la verdadera razón por la que Pablo escribe es la preocupación por «los asuntos de los filipenses». Por eso Epafrodito lleva una carta consigo ahora; por eso Timoteo irá en breve; y por eso Pablo, cuando le liberen, irá hacia el Este en vez de ir hacia el Oeste.[1]

 



[1] Fee, G. D. (2006). Comentario de la Epístola a los Filipenses. (D. G. Bataller & I. L. Medel, Trads., A. F. Ortiz & D. G. Bataller, Eds.) (pp. 61–79). Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie.



Gracias…

Bendiciones.



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor





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