Grau, J. (1973). Introducción a la Teología (Vol. 1, pp. 202–214):
1. La posición Católico-Romana
Fue fijada de manera definitiva en el Concilio de Trento (1545–63). El
católico-romano cree que tiene dos fuentes de Revelación que se
interpretan mutuamente: la Biblia y la Tradición. De ahí que el
católico no crea necesario buscar toda la doctrina en la Biblia, sino
que tiene suficiente con lo que él considera meras alusiones a sus
dogmas.
Conviene señalar que por encima de la Escritura y de la Tradición está
la autoridad de la Iglesia que, en la persona del Papa, es infalible y
es quien, en realidad, define la doctrina.
Los errores fundamentales de este sistema, a nuestro entender, son:
A) A la Revelación única de la Palabra de Dios, registrada en la
Biblia, añade la tradición oral, sin garantía bíblica, apoyada
únicamente en las preferencias de Roma.
B) Somete la Escritura a la Iglesia, en vez de someter la Iglesia a la
Palabra de Dios.
C) Y todo esto lleva a la formación de nuevas doctrinas, como si la
Revelación de Dios no hubiera sido cerrada en el período apostólico
(Judas 3). Teóricamente, como hemos visto, el Catolicismo Romano
admite que con los apóstoles se termina la Revelación, pero en la
práctica desmiente su teoría. Su concepto de la Iglesia muy «sui
generis» le lleva necesariamente a no poder mostrarse consecuente con
aquella teoría. Dice Jean Daniélou, S.J.: «Hay en la Iglesia —y en la
Iglesia como institución— algo que es no solamente una autoridad
humana infinitamente respetable, sino el órgano a través del cual una
autoridad divina se manifiesta.»
Cierto que estas palabras pueden tomarse en un buen sentido: la
conciencia que tiene el pueblo de Dios de ser portador del mensaje
divino al mundo. Pero el significado obvio de estas líneas de Daniélou
es muy otro: se refiere a la pretensión que tiene el magisterio de la
Iglesia romana de ser, no heraldo sumiso y obediente de la Palabra de
Dios, sino esta misma Palabra encarnada en la Historia de manera
indefinida y que le permite enseñar como Palabra divina lo que cree
descubrir en una pretendida «revelación progresiva». De ahí la
mariología (no olvidemos, como ejemplo, la proclamación del dogma de
la Asunción de María) para cuya justificación no se preocupa demasiado
en encontrar fundamentos bíblicos.
Dos son las principales implicaciones de esta posición católico-romana:
1) Desmiente prácticamente el testimonio bíblico e histórico, del cese
de la Revelación en la época apostólica.
2) Adopta un sistema de «Revelación» «sui generis» que consiste en la
pretensión de que Dios se revela constantemente (no en determinados
momentos, como sucedió en el pasado) en la Historia de la Iglesia.
Roma se compromete con la Historia, y de tal modo, que sus doctrinas,
su misma vida y desarrollo, son en gran parte producto de
circunstancias históricas determinadas. Porque identifica y confunde
Revelación con Iglesia. Una de las razones por las que Roma no puede
volver atrás es porque si rectificara su Historia se negaría a sí
misma. Está comprometida con la Historia y no puede desligarse de
ella.
2. La posición de la Teología liberal
El teólogo liberal se levanta en contra de la autoridad bíblica, para
poner en su lugar la autoridad de la razón humana.
El cristiano fiel a la Palabra de Dios piensa que si Dios ha hablado
es lógico que el hombre preste obediencia a la voz del Señor. El
liberal afirma, por su parte, que el árbitro supremo en todos los
campos del conocimiento humano, e incluso el religioso, es su propia
razón a la que debe someterlo todo. Incluso cualquier pretendida
Revelación.
Los principios del liberalismo son:
A) La Biblia debe ser tratada como cualquier otro libro humano. Deben
aplicarse a su estudio las mismas reglas que cuando estudiamos otros
documentos de la antigüedad, o los autores clásicos.
B) Todo lo sobrenatural ha de ser rechazado. Los milagros no pueden
aceptarse científicamente. Las doctrinas del pecado, la expiación, la
Trinidad, etc., son desechadas porque no encajan con el sistema
racionalista que se ha impuesto la teología liberal.
C) Consecuentemente, tampoco acepta la Biblia como inspirada por Dios.
Al rechazar toda actividad trascendente y milagrosa de Dios, se
desecha al mismo tiempo toda doctrina sobrenatural acerca de la
inspiración y la Revelación.
La «inspiración» queda reducida al poder que la Biblia tiene, como un
buen libro de religión, para «inspirar» (suscitar) experiencia
religiosa. La Revelación, según el concepto liberal, no es más que el
discernimiento humano de ciertas verdades religiosas.
D) Un principio muy importante dentro de la concepción liberal es el
de la «evolución religiosa de los pueblos». No olvidemos que en el
siglo XIX, en que nació esta escuela, estaba en auge la influencia
filosófica de Hegel, además de las teorías de Darwin. Ambas corrientes
de pensamiento moldearon el liberalismo teológico.
Para los teólogos liberales, el cristianismo no es más que la
culminación de la evolución religiosa de la Humanidad; el clímax de
esta evolución que tuvo su origen en las formas más groseras de la
superstición y el paganismo para irse purificando y llegar hasta la
perfección moral de los evangelios.
En el estudio de la Biblia las tesis liberales fueron aplicadas por
hombres tales como Wellhausen (en el Antiguo Testamento) y Strauss y
la escuela de Tubingen (en el Nuevo Testamento). Wellhausen afirmó que
el Pentateuco no fue escrito por Moisés, sino que consistía en
realidad en una recopilación de diversas tradiciones, leyendas y
documentos, llevada a cabo por los sacerdotes del Templo de Jerusalén.
En el Nuevo Testamento veían el producto de la fe de la Iglesia más
bien que considerar a ésta como el producto del Evangelio. Según
Harnack (La Esencia del Cristianismo), típico representante de la
escuela liberal, Cristo no es más que un buen hombre a quien las
especulaciones teológicas de algunos judíos bajo la influencia de la
metafísica griega han convertido en el extraño Hombre-Dios de los
Credos de la Iglesia.
El liberalismo ve en Jesús el continuador exaltado del ministerio de
Juan el Bautista, adquiriendo gradualmente conciencia de su función
profética hasta llegar a la convicción de que es el Mesías. Uno más
entre tantos que pretendían lo mismo, pero mejor dotado por una
natural predisposición religiosa.
E) Como sustituto de la aridez liberal, Schleiermacher abogó por un
pietismo emocional en el que la experiencia religiosa queda reducida
casi a mero sentimiento. Es también una derivación del idealismo
filosófico de Hegel y su punto de partida lo constituye el ego
pensante individual. Una vez destruidas las bases objetivas de la
verdad religiosa, el liberalismo teológico intenta ofrecer a cambio
una experiencia que es puro subjetivismo.
Son manifiestos los errores del liberalismo teológico. Cabe destacar:
1) Su método de estudiar la Biblia no es científico (aunque a dicha
escuela le parece lo contrario), toda vez que empieza desconociendo
deliberadamente lo que la misma Escritura dice de sí, o sea, que es la
Palabra de Dios.
2) Su rechazo de todo lo sobrenatural, limitando la experiencia
religiosa dentro del ámbito controlado por la razón y negando la
posibilidad de la actividad trascendente de Dios, es un absurdo.
Constituye, en realidad, la negación de toda Revelación.
3) Su optimismo desmesurado en las capacidades innatas del hombre,
siempre en evolución creciente y perfeccionadora, ha tenido que ser
rectificado después de las dos últimas grandes guerras que ha sufrido
el mundo. El racionalismo exagerado de la escuela liberal ya apenas
encuentra adherentes, por lo menos en su aspecto filosófico, y la
antropología ya no acepta los postulados optimistas del evolucionismo
respecto al hombre. Por otra parte, en la esfera del estudio bíblico,
las posiciones radicales de los máximos representantes de esta
escuela, en el siglo pasado, están siendo rectificadas en la
actualidad. La piqueta del arqueólogo y los estudios de hombres como
Albright, aun sin ser netamente ortodoxos, están echando abajo el
edificio de la alta crítica negativa que tan pomposamente fue
levantado a mediados del siglo pasado por el liberalismo. Esto no
quiere decir que el liberalismo haya capitulado completa y
definitivamente. Todavía hoy se deja sentir su perniciosa influencia.
«Según la Biblia —observa J. Gresham Machen— el hombre es un pecador
condenado por la justicia de Dios; pero según el moderno liberalismo
no hay tal cosa como eso que llaman pecado. En la misma raíz del
moderno movimiento liberal está la pérdida de la conciencia de pecado.
El predicador liberal no denuncia el pecado. En vez de proclamar la fe
en Jesús para salvación proclama la fe de Jesús como ejemplo. En su
errado desvarío, el liberalismo afirma que Jesús cree en el poder del
hombre "para llegar a ser", en lugar de predicar el poder
transformador del Espíritu de Cristo en favor de una raza de pecadores
impotentes. El liberal se dirige a la gente con estas palabras: "Sois
muy buenos; respondéis a todos los llamamientos que se os hacen para
promover el bien de la Humanidad. Ahora bien, tenemos en la Biblia
—especialmente en la vida de Jesús— algo tan bueno que creemos que
será suficientemente bueno incluso para vosotros que sois tan buenos."
Esta es la predicación liberal. Completamente estéril y fútil. Ni
siquiera Nuestro Señor llamó a los justos al arrepentimiento, y
probablemente no vamos nosotros a tener más éxito que El.»
Solamente una concepción de la teología que crea imposible una
Revelación sobrenatural por parte de Dios, puede seguir aceptando los
postulados del liberalismo. Para el Cristianismo Evangélico son
inadmisibles.
3. La posición neo-Ortodoxa
La Neo-Ortodoxia fue una reacción frente al racionalismo extremo del
liberalismo. La experiencia de la primera gran guerra llevó a muchos
teólogos, entre ellos al célebre Karl Barth, a perder su fe en el
exagerado optimismo de las teorías evolucionistas. La experiencia
estaba demostrando que el hombre no era tan bueno, ni tan sabio, como
se había supuesto. La segunda guerra mundial vino a confirmar el error
del liberalismo teológico.
La neo-Ortodoxia volvió a colocar al hombre en su sitio. Reconoció el
hecho del pecado y la depravación del hombre. Y al mismo tiempo
admitió la soberanía de Dios quien, por su gracia, salva a los hombres
en Cristo, mediante su Palabra.
Pero, desgraciadamente, la neo-Ortodoxia no fue una vuelta completa a
la ortodoxia. Sigue adoptando en sus líneas generales algunos de los
principios de la crítica de Wellhausen y, por consiguiente, toma
frente a la Biblia una actitud impropia:
A) Para el neo-ortodoxo, la Biblia es el instrumento a través del cual
Dios habla al hombre. Pero en sí misma la Biblia es algo sin vida y
sin significado redentor. Contiene mucho que es humano y aun erróneo.
Es solamente Dios quien, hablando por medio de ella, puede hacerla
vivir en el corazón del hombre como Palabra de Dios.
B) La Revelación se produce en el «encuentro» del hombre con Dios.
Solamente cuando el hombre experimenta la gracia de Dios en Cristo,
por medio de la lectura de las Escrituras, éstas son propiamente
Palabra de Dios. Y la fe por la que el hombre obtiene esta experiencia
es completamente independiente, por ejemplo, de la historicidad del
relato evangélico o del Pentateuco.
C) O sea, la Biblia para devenir Palabra de Dios está condicionada a
la experiencia subjetiva de cada individuo. Pero en sí, «per se», la
Biblia no es una Revelación infalible. La Biblia es tan sólo el
registro de una serie de experiencias religiosas, pero contiene muchas
inexactitudes históricas y aun contradicciones y errores.
Lo que imparte autoridad y garantía no es la Escritura como un cuerpo
de verdad dado por Dios al hombre mediante un proceso de Revelación e
inspiración en la Historia, ni la calidad y carácter divinos que
inherentemente posee la Escritura, sino otra cosa que debe ser
distinguida de cualquier otra acción en el pasado e independientemente
de cualquier cualidad inherente. Es el «encuentro» en el que Dios
habla al hombre por medio de las páginas de la Biblia.
Los errores de este sistema son, a veces, difíciles de descubrir, pues
suelen presentarse con un vocabulario rico en conceptos y expresiones
de recio sabor ortodoxo y además las sutilezas de sus afirmaciones
pueden desorientar a quien toma contacto por primera vez con él.
A primera vista, por ejemplo, parecen netamente ortodoxas las palabras
de Karl Barth cuando declara: «La revelación se halla, o más bien
tiene lugar, en la Escritura, no detrás de ella; tiene lugar, no
podemos escapar a la realidad de ese hecho, en los textos bíblicos en
las palabras y frases, en lo que los profetas y apóstoles desearon
decir y dijeron.» Estas palabras parecen apuntar a la inspiración
plenaria de las Escrituras, pero debemos subrayar por nuestra parte el
especial cuidado que Barth pone en destacar que la revelación «tiene
lugar». Para el famoso teólogo de Basilea la revelación es «un acto
contemporáneo» por el cual Dios nos habla mediante el testimonio de
profetas y apóstoles; de lo que se deduce que para Barth la Biblia no
es un «registro» de la Revelación de Dios consumada en los días
apostólicos, sino un «testimonio» de la revelación a lo largo de los
tiempos hasta nuestros días, un «eco» de la voz de Dios (op. cit., p.
337).
La verdadera posición neo-Ortodoxa la apreciaremos con mayor realismo
en la afirmación de Barth de que debiéramos tener el «valor
dialéctico» para unir tranquilamente la falibilidad humana de las
palabras con la infalibilidad divina del contenido (op. cit., p. 346).
Pero, preguntamos nosotros, ¿qué confianza podría merecernos el
«testimonio» de la revelación de Dios, la Biblia, si no podemos tener
seguridad de la veracidad de sus palabras?
Las equivocaciones de esta teología, entre otras, son:
A) Confunde el «encuentro» con la Revelación.
Indiscutiblemente, de nada le sirve a un hombre el que exista una
Revelación de Dios directa (en este caso la Biblia) si no se la
apropia, si no se realiza este «encuentro» con Dios que hace efectivo
el mensaje bíblico en el corazón. Es lo que anunciamos cuando
evangelizamos y es lo que imploramos cuando meditamos,
devocionalmente, la Biblia para que mediante una fe viva las
enseñanzas que aprendemos se truequen en experiencia y algo vital.
Nadie discute la necesidad de la iluminación del Espíritu de Dios,
para «que conozcamos lo que Dios nos ha dado» (1.a Corintios 2:12).
Pero de esto a decir que la Escritura es sólo Palabra de Dios cuando
es experimentada por mí, media un abismo. Es como si dijéramos que
Cristo es Dios y Salvador únicamente cuando lo reconocemos Señor y
Redentor en nuestras vidas. Funesto error. Cristo era igualmente Dios
y Salvador cuando fue creído por la Samaritana que cuando era
crucificado y despreciado por los judíos y romanos. Así también, la
Biblia es la Palabra de Dios tanto cuando la meditamos como cuando el
incrédulo la desprecia.
B) Al aceptar la línea general de interpretación bíblica de la escuela
liberal, considerando a la Biblia como libro humano y falible, viene a
decirnos la neo-Ortodoxia que Dios está dispuesto a comunicar su
verdad en esta experiencia llamada «encuentro» a través de las páginas
de una obra que contiene error. Grave contradicción de fatales
consecuencias.
C) Niega la neo-Ortodoxia la infalibilidad de la Biblia y hace al
hombre, de hecho, el árbitro y la autoridad final, a semejanza de la
escuela liberal. En efecto, si bien acepta que lo «espiritual» del
mensaje bíblico puede desligarse de los hechos históricos y que estas
porciones de la Palabra son las que utiliza el Espíritu para revelar
la verdadera Palabra de Dios, acepta al mismo tiempo que el hombre es
pecador y cabe, pues, preguntarse: ¿qué garantía tiene el hombre
pecador, y por tanto errado, de poder discernir sin error en medio de
las páginas semiciertas y semi-equivocadas de la Biblia?
D) Negando la infalibilidad de la Biblia, rechaza el testimonio de
Cristo. Esto para nosotros es conclusivo.
4. La posición Cristiana-Evangélica
Para el Cristiano Evangélico, la Biblia es la Palabra infalible de
Dios. El registro de la Revelación Especial que completa la Revelación
General de Dios en la naturaleza. Esta fue la posición de la Iglesia
Primitiva y de los Reformadores.
La teología de la Reforma fue esencialmente una teología de la
Revelación. A la autoridad de la Iglesia opuso la autoridad de la
Palabra: «Sola Scriptura» fue su lema. Creían los Reformadores que la
Biblia fue dada por Dios y que era inspirada tanto en su contenido
como en su forma. Aun el caso de Lutero, con sus reservas críticas
sobre algunos libros, no fue más que un tributo al alto concepto que
de la Palabra tenía y que le exigía obrar con cautela y no recibir sin
discernimiento aquello que le era transmitido por una Iglesia que
había estado en tinieblas cerca de mil años.
El pretendido retorno a la tradición reformada, de que blasona la
neo-Ortodoxia, es una afirmación gratuita sin fundamento. Los
Reformadores usaban indistintamente los términos «la Escritura dice» y
«Dios dice», refiriéndose a la Biblia, porque para ellos las palabras
de la Escritura y la Palabra de Dios eran sinónimas.
No es en la Reforma en donde la neo-Ortodoxia tiene sus orígenes sino
en el Existencialismo. La neo-Ortodoxia debe a Kierkegaard lo que el
Liberalismo a Hegel. «Sin Kierkegaard no hubiera habido Barth, ni
teología dialéctica, ni esta clase de vuelta a la Biblia que busca la
respectabilidad científica.» Sin duda, la razón de ser de la
neo-Ortodoxia hay que buscarla en esta obsesionante preocupación por
la «respectabilidad científica». ¿La ha logrado, sin embargo?
Permítasenos que lo dudemos. Más bien vemos a la neo-Ortodoxia como un
movimiento de anárquico subjetivismo individual que precisamente por
esto se coloca fuera de la órbita del carácter científico.
Lo más grave, con todo, es que la neo-Ortodoxia hace de Cristo una
Persona «difusa, un mero intruso en la Historia, como alguien ha
dicho, que ha turbado a los hombres con su mensaje pero que no ha
dejado ni una sola palabra para la posteridad» (op. cit., p. 234).
Para el cristiano evangélico, sin embargo, la palabra final debe
tenerla Cristo. Y si mantenemos la posición de la Iglesia Primitiva y
de los Reformadores es porque es la misma que sostuvo el Redentor.
Notemos:
A) La Palabra encarnada da testimonio de la Palabra escrita. En Juan
10:35 el Señor afirma enfáticamente que «la Escritura no puede ser
quebrantada».
B) Ya hemos visto cómo Jesús condenó la tradición, porque anulaba la
eficacia de la Escritura que para El era la Palabra de Dios.
C) En muchos otros textos de los Evangelios reconoce Cristo la
autoridad e infalibilidad de la Biblia en su totalidad, no haciendo
diferencia entre unos pasajes y otros.
Cristo sella con su autoridad numerosos hechos y acontecimientos de la
Escritura. El cree en la Creación, en la existencia de la primera
pareja (Mateo 19:4), en Caín y Abel (Lucas 11:51), en Noé y en la
realidad del diluvio y sus consecuencias, en el arca y su función
salvadora (Mateo 24:37–39); testifica de la destrucción de Sodoma y de
la trágica muerte de la esposa de Lot (Lucas 17:28–30, 32). Moisés, al
cual concede inspiración divina (Mateo 15:3, 4) es su profeta (Juan
5:46). Cree en el milagro del maná (Juan 6:31–33, 48–51) en la
curación de quienes tan sólo confiaron en la promesa de Dios fijando
sus ojos en la serpiente de metal (Juan 3:14). Cree en el milagro de
Jonás y en el arrepentimiento de los Ninivitas (Mateo 12:39–41; 16:4;
Lucas 11:32). Y acepta la paternidad davídica del Salmo 110, así como
la plena inspiración de David.
D) En el Aposento Alto, prometió a sus apóstoles la asistencia
especial del Espíritu Santo para que les enseñase y les guiase al
conocimiento de toda verdad y así estuvieron capacitados para
completar con sus escritos y en virtud de haber estado con Cristo
desde el principio, el canon del Sagrado Libro (Juan 14:26; 16:13;
15:27).
Conclusión:
La posición del Cristianismo Evangélico puede ser formulada con
palabras de la misma Biblia: «Toda Escritura es inspirada divinamente
y útil para enseñar, para redargüir, para instituir en justicia, para
que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda
buena obra» (2 Timoteo 3:16).
Tenemos, pues, en la Biblia la Revelación perfecta y completa de la
voluntad de Dios para los hombres. En las Escrituras tenemos la
Palabra de Dios infalible. Para el cristiano, la Revelación Especial
se identifica, por consiguiente, con la Sagrada Escritura. No que haya
una cierta relación entre el Libro y la Revelación sino que de hecho
creemos que hay una completa identificación. No queremos decir con
ello que la Biblia registra «todos» los hechos de la Revelación divina
(Juan 20:30, 31). Simplemente afirmamos que la Escritura es la única
Revelación existente plenamente garantizada y providencialmente legada
por Dios al hombre. Esta es la posición Evangélica que, con la ayuda
de Dios, defenderemos siempre.
Se nos ha tildado, a veces, de «bibliólatras», reprochándonos que
adoramos al Libro en vez de adorar a Dios y de que limitamos al
Espíritu Santo «encerrándolo» en las páginas de un Libro. Esta
acusación, sin embargo, no es válida. Cuando reverenciamos la Palabra
de Dios, honramos a Dios mismo. No pueden separarse la palabra de una
persona y la persona misma. Y acatando el espíritu del mensaje bíblico
acatamos al Espíritu Santo que es su autor. Se nos podría acusar de
bibliolatría si rodeáramos al Libro de veneración supersticiosa o le
atribuyéramos propiedades mágicas o sacramentales. Pero, si escuchamos
su mensaje, escuchamos a Dios mismo.
Al considerar a la Biblia como Palabra de Dios, no hacemos más que
seguir las pisadas del Maestro, quien en la tentación, en la cruz y en
todo momento buscó en el texto sagrado palabras de consolación y
verdad.
«La Escritura no puede ser quebrantada.» Es inalterable,
indestructible en su verdad; indiferente a cada negación, a la
ignorancia humana y a la crítica, al error y a los ataques del
subjetivismo. Permitamos, pues, ser instruidos y convencidos por ella.
El Espíritu Santo nos previene de aceptar la opinión de quienes dicen
que Cristo se dejaba llevar por la perspectiva intelectual de su
tiempo y su país, y de quienes se oponen al testimonio del Señor en
nombre de pretendidos «métodos científicos modernos». Para nosotros,
el pensamiento del Maestro es canónico. Es una autoridad externa
superior a las más venerables autoridades rabínicas, eclesiásticas y
científicas. El testimonio del Espíritu Santo en nuestro corazón nos
inclina a preferir las afirmaciones de Jesús. Para nosotros, la
autoridad de Cristo es un hecho de primera magnitud, porque sabemos y
conocemos el poder con que su Palabra ha sellado nuestra fe. Con
humildad recibimos su testimonio.
CUESTIONARIO:
1. ¿Qué concepto de la Revelación Especial tiene la Iglesia romana?
2. ¿Cuál es el punto de vista de la teología liberal sobre la
Revelación Especial?
3. ¿Y la postura neo-Ortodoxa?
4. ¿Cuáles son los principios básicos de la teología
evangélica en lo que respecta a la Revelación Especial?
5. ¿Cuál fue la actitud de la Reforma?
Grau, J. (1973). Introducción a la Teología (Vol. 1, pp. 202–214).
Barcelona: Editorial Clie.
--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com
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