sábado, 25 de julio de 2009

ROMANOS 7

ENFRENTANDO AL PECADO

Romanos 7

INTRODUCCIÓN:

Así como los cristianos, por medio de la unión con Cristo, "mueren al pecado" y se convierten en "esclavos de Dios" obteniendo como beneficio la santidad, también, por medio del cuerpo de Cristo, han muerto a la ley y se unen con Cristo para poder llevar fruto para Dios. Pablo sugiere que la ley mosaica, como el pecado, es en cierta forma un "poder" del viejo régimen de la historia de la salvación, del cual los cristianos deben ser liberados para que puedan disfrutar la vida en el nuevo régimen de justicia y vida inaugurado por Jesucristo. El Apóstol ha sugerido ya esta idea cuando dijo pues no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia[1].

El primer párrafo presenta el énfasis central del capítulo. Pero la perspectiva negativa de Pablo sobre la ley mosaica en esos versículos lo lleva a agregar un importante paréntesis, en el que afirma el origen divino y la bondad de la ley, y muestra la forma en que la ley ha llegado a tener un efecto tan negativo sobre la historia de la salvación.

Pablo muestra que la Ley no puede salvar al pecador, ni al legalista y ni siquiera al hombre con una nueva naturaleza. El pecador es condenado por la Ley; el legalista no puede guardarla; y la persona con una nueva naturaleza descubre que su antigua naturaleza se interpone. Una vez más Pablo declara que la salvación no se recibe obedeciendo la Ley. No importa quiénes seamos, solo Jesús puede darnos libertad.

Volviendo a lo dicho, de que los creyentes no están bajo la ley sino bajo la gracia, el apóstol aquí enseña cómo se opera este cambio, y qué consecuencias santas resultan de él.

Pablo toma el matrimonio para ilustrar nuestra relación con la Ley. Cuando un esposo muere, la ley del matrimonio queda sin vigencia. Debido a que hemos muerto con Cristo, la Ley ya no puede condenarnos. Resucitamos también cuando Cristo resucitó y, como nuevas criaturas, pertenecemos a Él. Su Espíritu Santo nos capacita para producir buenos frutos para Dios. Ahora servimos no porque queremos obedecer ciertas reglas, sino porque nuestro renovado corazón rebosa de amor a Dios.

Pablo pretende dejar claro dos cosas:

ü  la muerte corta la relación de la persona con la ley, y

ü  la liberación de la ley permite que una persona se una a otra.

Estamos bajo un pacto de gracia, y no bajo un pacto de obras; bajo el evangelio de Cristo, no bajo la ley de Moisés. La diferencia se plantea con el símil de estar casado con un segundo marido. El segundo matrimonio es con Cristo. Por la muerte somos liberados de la obligación a la ley en cuanto al pacto, como la esposa lo es de sus votos para el primer marido. El día en que creímos al evangelio y obedecimos sus mandatos es el día en que somos unidos al Señor Jesús. Entramos en una vida de dependencia de Él y de deber para con Él. Las buenas obras son por la unión con Cristo, así como el fruto de la vid es el producto de estar en unión con sus raíces, no hay fruto para Dios hasta que estemos unidos con Cristo.

Mientras el hombre continúe bajo el pacto de la ley, y procure justificarse por su obediencia, sigue siendo en alguna forma esclavo del pecado. Solamente el Espíritu de vida en Cristo Jesús, puede liberar al pecador de la ley del pecado y la muerte. Los creyentes son liberados del poder de la ley, que los condena por los pecados cometidos por ellos, y son librados del poder de la ley que incita y provoca a la naturaleza pecaminosa que aunque reducida permanece en ellos.

Estos son los conceptos que ahora Pablo aplica teológicamente. Por medio de nuestra relación con Cristo en su muerte en la cruz (por medio del cuerpo de Cristo), hemos muerto a la ley, es decir, hemos sido liberados de su atadura. Bajo el viejo régimen de la ley mosaica regía sobre los judíos, y, por extensión, sobre todas las personas. Regía la relación de pacto entre Dios y su pueblo y, dado que demandaba estricta obediencia sin dar el poder para obedecer, tuvo el efecto de encerrar a la humanidad bajo el poder del pecado y la muerte.

Entonces, ¿la Ley contradice las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque si la Ley dada pudiera vivificar, la justicia sería verdaderamente por la Ley. Pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuera dada a los creyentes.

Pero antes que llegara la fe, estábamos confinados bajo la Ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la Ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe. Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús,  pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.[2]

Es únicamente al ser liberados del régimen de la ley que podemos también ser liberados del pecado y unirnos a Cristo en el nuevo régimen del Espíritu en el que podemos llevar fruto para Dios.

DESARROLLO:

1 Hermanos en Cristo, ustedes conocen la ley de Moisés, y saben que debemos obedecerla sólo mientras vivamos.

Aunque la ley aún cumple la función de guiarnos para conocer las normas morales divinas, ya hemos sido liberados de someternos como esclavos a ella por medio de la gracia.

2 Por ejemplo, la ley dice que la mujer casada será esposa de su marido sólo mientras él viva. Pero si su esposo muere, ella quedará libre de la ley que la unía a su esposo. 3 Si ella se va a vivir con otro hombre mientras su esposo vive todavía, se podrá culparla de ser infiel a su esposo. Pero si su esposo muere, ella quedará libre de esa ley, y podrá volver a casarse sin que se le acuse de haber sido infiel.

Pablo ilustra nuestra libertad de la esclavitud de la ley con la analogía del matrimonio, al demostrar que la muerte de uno de los esposos libera al otro de sus obligaciones. El tema que aquí se discute no es el divorcio ni el nuevo matrimonio, sino las relaciones del cristiano con el sistema de la llamada «Ley». Pablo habla en términos generales sin detenerse en los detalles, y sus afirmaciones no deben ser utilizadas para descalificar las causas de divorcio y nuevo matrimonio mencionadas en Mateo 19.9 y 1 Corintios 7.15, donde sí se tratan específicamente estos asuntos:

Y yo les digo que, si su esposa no ha cometido ningún pecado sexual, ustedes no deben divorciarse de ella ni casarse con otra mujer. Porque si lo hacen, serán castigados por ser infieles en el matrimonio.[3]

Pero si el esposo o la esposa no cristianos insisten en separarse, que lo hagan. En tales casos, la esposa o el esposo cristianos no están obligados a mantener ese matrimonio, pues Dios quiere que vivamos en paz.[4]

4 Algo parecido sucede con ustedes, mis hermanos. Por medio de la muerte de Cristo, ustedes ya no están bajo el control de la ley. Ahora ustedes son de Cristo, a quien Dios resucitó. De modo que podemos servir a Dios haciendo el bien.

la muerte disuelve la obligación legal. Fue esencial que nosotros, no la ley, fuésemos quienes muriésemos, puesto que somos nosotros los que somos crucificados con Cristo, y no la ley. Esta muerte disuelve nuestra obligación conyugal a la ley, y nos deja libres para contraer una relación nueva, la de ser unidos al Resucitado, con el propósito de fructificar espiritualmente para la gloria de Dios.

Cuando una persona muere a la vieja vida y pasa a ser de Cristo, nace a una nueva vida. La mentalidad del incrédulo se centra en la autocomplacencia. Su fuente de poder es su autodeterminación, su fuerza de voluntad. Por el contrario, Dios es el centro de la vida del cristiano. Él suple el poder que necesita el cristiano para el diario vivir. Los creyentes descubren que su manera de ver al mundo cambia cuando aceptan a Cristo.

La idea está clara. Como ha ocurrido una muerte, las viejas obligaciones y poderes se han roto, y ya no estamos sometidos al sistema que nos obligaba a obedecer utilizando nuestras propias fuerzas. Estamos muertos a ese sistema de «la Ley».

5 Cuando vivíamos sin poder dominar nuestros malos deseos, la ley sólo servía para que deseáramos hacer más lo malo. Y así, todo lo que hacíamos nos separaba más de Dios.

En el estado anterior a nuestra conversión las pasiones pecaminosas, que tenían su origen en la carne, nos conducían a la muerte. Como cristianos experimentamos conflictos similares con los pecados de la carne, pero estos no deben prevalecer. La diferencia proviene de la presencia del Espíritu Santo que mora en nosotros, y que somete las pasiones al dominio del reino de Dios.

La expresión "carne"  en este verso puede utilizarse como una forma abreviada de referirse al antiguo régimen.  Mientras vivíamos en la carne  significa, básicamente, "mientras vivíamos en el régimen viejo, no cristiano". En este régimen la ley era instrumento para hacer surgir las pasiones pecaminosas; ya que estimulaba nuestra rebelión innata contra Dios. Pero ahora hemos muerto a esa ley, para que sirvamos en lo nuevo del Espíritu y no en lo antiguo de la letra.

6 Pero ahora la ley ya no puede controlarnos. Es como si estuviéramos muertos. Somos libres, y podemos servir a Dios de manera distinta. Ya no lo hacemos como antes, cuando obedecíamos la antigua ley, sino que ahora obedecemos al Espíritu Santo.

No para servir como antes, obedeciendo a la ley divina de una manera literal, como si fuese un sistema de reglas externas de conducta, y sin referencia alguna a la condición del corazón; sino que ahora obedecemos en aquella nueva manera de obediencia espiritual que, mediante la unión con el Salvador resucitado, hemos aprendido, por amor.

La libertad de la Ley no implica licencia para pecar, lo que sí implica es un servicio a Dios. Bajo el régimen del nuevo pacto, el Espíritu Santo da el poder para obedecer a Dios, un poder que la Ley por sí misma nunca pudo conceder.

Algunas personas tratan de ganar su camino a Dios cumpliendo con ciertas normas (obedecen los Diez Mandamientos, asisten fielmente a la iglesia o hacen buenas obras). Como es lógico, todo lo que consiguen mediante su esfuerzo es frustración y desaliento. Sin embargo, gracias al sacrificio de Cristo, el camino hacia Dios ya está abierto y podemos ser hijos suyos si depositamos nuestra fe en Él. Ya no tratamos de llegar a Dios cumpliendo normas, sino que somos cada vez más semejantes a Cristo al vivir con Él día tras día. Dejemos que el Espíritu Santo aparte nuestros ojos de los logros propios y los dirija a Jesús. Él nos libertará para servirle en amor y gratitud. Eso es vivir «bajo el régimen nuevo del Espíritu».

Cumplir las reglas, leyes y costumbres cristianas no nos salva. Aun si pudiéramos mantener nuestras acciones puras, seguiríamos condenados porque nuestros corazones son perversos y rebeldes. Como Pablo, no podremos hallar alivio en la sinagoga ni en la religión mientras no vayamos a Jesucristo en busca de salvación, la cual Él nos da gratuitamente. Cuando nos entregamos a Cristo, nos sentimos inundados de alivio y gratitud. ¿Respetaremos aún más las normas? No solo eso, sino que las respetaremos por amor y gratitud, no por el deseo de ganar la aprobación divina. No nos estaremos sometiendo sencillamente a un código externo, sino que con espontaneidad y amor procuraremos hacer la voluntad de Dios.

7 ¿Quiere decir esto que la ley es pecado? ¡Claro que no! Pero si no hubiera sido por la ley, yo no habría entendido lo que es el pecado. Por ejemplo, si la ley no dijera: «No se dejen dominar por el deseo de tener lo que otros tienen», yo no sabría que eso es malo. 8 Cuando no hay ley, el pecado no tiene ningún poder. Pero el pecado usó ese mandamiento de la ley, y me hizo desear toda clase de mal.

La declaración de Pablo que estamos libres de la Ley suscita la pregunta de si la ley es pecado. Su reacción es de horror. Inmediatamente comienza a mostrar cómo la Ley de Dios es buena, suponiendo que comprendamos su función, que es revelar y enseñar lo que es justo. Incapaz en sí misma de dar frutos de justicia, expone sin embargo la realidad del pecado.

Pablo defiende la bondad de la ley demostrando que los efectos negativos que produce no son debidos a la ley en sí misma, sino al poder del pecado y a la debilidad humana.

La ley es santa pero no nos ayuda a obedecer. Pablo advierte que no se le malinterprete como si dijera que la Ley es mala en sí misma. Varias veces enfatiza que es buena, pero al mismo tiempo explica vívidamente la imposibilidad de cumplirla empleando las propias fuerzas.

Porque sin la ley el pecado está dormido, no tiene ningún poder, pero la Ley despierta el deseo de hacer lo que ella prohíbe.

Donde no hay ley, no hay pecado, porque la gente desconoce que sus acciones son pecaminosas a menos que la ley las prohíba. La Ley de Dios logra que la gente descubra que es pecadora y que está condenada a morir, pero no ofrece ayuda. El pecado es real y peligroso. Imagínese un día de paseo en el que usted conduce por una autopista muy bien pavimentada y en un Ferrari, siente deseos de experimentar la velocidad y va a 120 Km/h. Pero aparece un letrero que anuncia la velocidad máxima, 60 Km/h.  Su día se arruina. ¿Es por culpa del cartel? ¿Se molesta con la persona que lo puso? La Ley es como ese cartel. Es esencial y la agradecemos, pero no nos quita el deseo de andar a toda velocidad.

9 Cuando yo todavía no conocía la ley, vivía tranquilo; pero cuando conocí la ley, me di cuenta de que era un gran pecador 10 y de que vivía alejado de Dios. Fue así como la ley, que debió haberme dado la vida eterna, más bien me dio la muerte eterna. 11 Porque el pecado usó la ley para engañarme, y con esa misma ley me alejó de Dios.

Cometer un pecado violando la Ley, lo hace a uno consciente de su muerte espiritual. Nuestra pecaminosidad es tal que el mismo hecho de determinar que una acción es pecado contra la santa ley de Dios nos lleva a violarla; y es en esta forma que la ley despierta las pasiones pecaminosas y produce ira.

12 Podemos decir, entonces, que la ley viene de Dios, y que cada uno de sus mandatos es bueno y justo. 13 Con esto no estoy diciendo que la ley, que es buena, me llevó a la muerte. ¡De ninguna manera! El que hizo esto fue el pecado, que usó un mandato bueno. Así, por medio de un mandato bueno todos podemos saber lo realmente malo y terrible que es el pecado.

El pecado, no la ley, es el culpable. La Ley de Dios, que refleja su justicia y principios morales, es santa. Lo que simplemente no puede por sí misma es hacernos justos.

La Ley engaña la gente por usarla mal. La Ley era santa, y expresaba la naturaleza y voluntad de Dios.

Eva se encontró con la serpiente en el huerto del Edén, la serpiente se burló de ella, logrando que apartara su vista de la libertad que Dios le dio y la pusiera en la restricción que le había puesto. Desde entonces somos rebeldes. El pecado nos atrae precisamente porque Dios nos dice que es malo. En lugar de prestar atención a sus advertencias, las usamos como una lista de «mandados».

Cuando nos sintamos tentados a rebelarnos, necesitamos contemplar la Ley desde una perspectiva amplia, a la luz de la gracia y la misericordia de Dios. Si nos concentramos en su gran amor por nosotros, comprenderemos que nos restringe en acciones y actitudes que al final causan daño.

La ley es buena, pero ha sido utilizada por el pecado para producir muerte y, por lo tanto, revela al pecado tal como es (sobremanera pecaminoso), eso nos sirve de punto de partida para lo que sigue.

14 Nosotros sabemos que la ley viene de Dios; pero yo no soy más que un simple hombre, y no puedo controlar mis malos deseos. Soy un esclavo del pecado.

El hecho de que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, prepara el escenario para la lucha que se describe en los siguientes versos. La ley, aunque espiritual, no puede liberar a los hombres religiosos de su atadura al pecado y la muerte, porque ellos son "carnales", incapaces de obedecer la ley aunque concuerdan en que es buena.

¿De quién es la experiencia que Pablo describe aquí? Muchos, observando que Pablo ahora escribe en tiempo presente y que dice deleitarse en la ley de Dios, sostienen que ha de estar describiendo su situación actual como creyente maduro. Entonces, el pasaje destacaría que la ley no puede ofrecer victoria sobre el poder del pecado dentro del creyente en Cristo, quien, aunque regenerado y libre del poder condenatorio del pecado, no puede por sí mismo escapar de las garras del mismo. El "yo" aquí por supuesto no es el regenerado.

Aunque la mayoría de nosotros, como cristianos, podemos identificarnos con las luchas que Pablo describe, no obstante el tratamiento objetivo que Pablo hace de la situación sobre la que habla hace difícil pensar que está describiendo a un cristiano. Pablo dice que está vendido a la sujeción del pecado, y que está encadenado con la ley del pecado. La descripción anterior parece ser diametralmente opuesta a la descripción de los cristianos libres del pecado, y la última choca con la aseveración de Pablo en 8:2, de que el cristiano ha sido liberado "de la ley del pecado y de la muerte".

Pablo está describiendo su experiencia como judío no regenerado, como hombre religioso, encontrando que su amor por la ley de Dios y su deseo de obedecerla se veían constantemente frustrados por su fracaso en obedecerla. Ciertamente, no podemos estar seguros respecto de hasta qué punto Pablo era consciente de esta lucha en los días anteriores a su conversión. Seguramente, sólo a la luz de su conocimiento de Cristo, Pablo habría reconocido la profundidad de la pecaminosidad que describe aquí.

 15 La verdad es que no entiendo nada de lo que hago, pues en vez de hacer lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero hacer. 16 Pero, aunque hago lo que no quiero hacer, reconozco que la ley es buena. 17 Así que no soy yo quien hace lo malo, sino el pecado que está dentro de mí. 18 Yo sé que mis deseos egoístas no me permiten hacer lo bueno, pues aunque quiero hacerlo, no puedo hacerlo. 19 En vez de lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero hacer. 20 Pero si hago lo que no quiero hacer, en realidad no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está dentro de mí.

El reconocimiento de que la ley de Dios es buena, y el deseo de obedecerla se encuentran con la incapacidad real de cumplir la ley en la práctica. El "querer" y el "hacer" se oponen el uno al otro. Esto revela, concluye Pablo, que en mí, a saber, en mi carne, no mora el bien, y que el pecado que mora en mí ha de ser responsable de mis acciones. Aquellos que abogan por la interpretación de este pasaje como refiriéndose a un "cristiano maduro", creen que Pablo alude al continuo poder del pecado y de la carne en la vida del creyente. Sin embargo, parece que la referencia tiene que ver con la forma en que el poder del pecado evita que el religioso no cristiano obedezca la ley de Dios.

Puede ser sin embargo la experiencia de cualquier cristiano que lucha contra el pecado o trata de agradar a Dios guardando reglas y leyes sin la ayuda del Espíritu Santo. Nunca debemos subestimar el poder del pecado. Nunca debemos intentar luchar con nuestras fuerzas. Satanás es un tentador astuto y nosotros tenemos una gran capacidad de excusa. En lugar de enfrentar el pecado con el poder humano, debemos apropiarnos del poder enorme de Cristo que está a nuestra disposición. Esta es la provisión de Dios para vencer el pecado. Él envía al Espíritu Santo para vivir en nosotros y darnos poder. Y cuando caemos, amorosamente nos ayuda a levantarnos.

21 Me doy cuenta entonces de que, aunque quiero hacer lo bueno, sólo puedo hacer lo malo.

Pablo resume la ley que él encuentra obrando en la lucha que ha descrito en los versos precedentes: el deseo de hacer el bien es desafiado, y hasta superado, por la tendencia a hacer el mal.

22 En lo más profundo de mi corazón amo la ley de Dios.  

El deleite en la ley de Dios (como era típico del pueblo judío), se encuentra con la fuerza de una ley diferente.

 23-24 Pero también me sucede otra cosa: hay algo dentro de mí, que lucha contra lo que creo que es bueno. Trato de obedecer la ley de Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único que puedo hacer es pecar. Sinceramente, deseo obedecer la ley de Dios, pero no puedo dejar de pecar porque mi cuerpo es débil para obedecerla.

Mientras algunos consideran que esta "ley diferente" es sólo otra función de la misma ley mosaica, la palabra diferente sugiere que Pablo tiene en mente una "ley" distinta de la ley mosaica. Esta "ley" es la "fuerza" o "poder" del pecado, que Pablo contrasta con la ley de Dios. Pablo confiesa ser él mismo prisionero de esta ley de pecado, una firme indicación de que está describiendo su pasada experiencia como judío bajo la ley.

25¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, que me hace pecar y me separa de Dios?

La respuesta de Pablo a esta prisión es clamar: ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La emoción con que Pablo clama puede sugerir que verdaderamente se encuentra en esta "miserable" condición mientras escribe esas palabras, y que su clamor es por liberación, como cristiano, de la mortalidad física. Pero Pablo el cristiano no necesita preguntar quién es su libertador, y la "muerte" en este pasaje generalmente se refiere a la muerte en todos sus aspectos como castigo de Dios sobre el pecado. Es mejor, por lo tanto, atribuir este clamor al sincero y piadoso judío que, frustrado por su incapacidad para obedecer la ley de Dios, anhela ser liberado del pecado y de la muerte. Pablo puede describirlo en forma tan realista y apasionada porque él mismo experimentó ese estado, y porque era una condición que todavía, trágicamente, caracterizaba a la mayoría de sus hermanos, los que son mis familiares según la carne.

¡Qué diferente es este caso del de los que se sienten cómodos con las seducciones internas de la carne que les impulsan al mal! ¡Estos, contra la luz y la advertencia de su conciencia, siguen adelante, hasta en la práctica externa, haciendo el mal, y de ese modo, con premeditación, siguen en el camino a la perdición!

¡Le doy gracias a Dios, porque sé que Jesucristo me ha librado!

Pablo el cristiano interrumpe su descripción de la vida judía bajo la ley para anunciar a aquel en quien se encuentra la liberación de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Al final del versículo, entonces, Pablo vuelve a resumir la situación del judío bajo la ley: Con la mente sirvo a la ley de Dios —admitiendo que la ley de Dios es buena y desea cumplirla— pero con la carne, a la ley del pecado (es decir, que la carne le impide cumplir la ley de Dios).

No podía librarse a sí mismo y esto le hacía agradecer más fervorosamente a Dios el camino de salvación revelado por medio de Jesucristo, que le prometió la liberación final de este enemigo.

Cuando usted se halle confundido y abrumado por la atracción del pecado, siga el ejemplo de Pablo: dé gracias a Dios por haberle dado libertad a través de Jesucristo. Permita que la realidad del poder de Cristo le conceda una victoria verdadera sobre el pecado.

CONCLUSIÓN Y APLICACIÓN:

Este pasaje es útil a la iglesia pues a lo largo de la vida cristiana se mantiene una continua lucha contra el pecado:

Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.[5]

Por eso les digo: obedezcan al Espíritu de Dios, y así no desearán hacer lo malo. Porque los malos deseos están en contra de lo que quiere el Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de los malos deseos. Por lo tanto, ustedes no pueden hacer lo que se les antoje. Pero si obedecen al Espíritu de Dios, ya no están obligados a obedecer la ley.[6]

Amados hermanos en Cristo, les hablo como si ustedes fueran extranjeros y estuvieran de paso por este mundo. No hagan nada que obedezca a sus malos deseos, pues esos deseos los llevarán a la perdición.[7]

No hay manera de llegar al conocimiento del pecado, que es necesario para el arrepentimiento y, por tanto, para la paz y el perdón, sino a través de la ley. En su propio caso el apóstol no hubiera conocido la pecaminosidad de sus pensamientos, motivos y acciones sino por la ley. Esa norma perfecta mostró cuán malo era su corazón y su vida, probando que sus pecados eran más numerosos de lo que había pensado antes, pero no contenía ninguna cláusula de misericordia o gracia para su alivio.

Mientras más humilde y espiritual sea un cristiano, más se verá identificado en la descripción del apóstol, durante este presente estado imperfecto.

Sin embargo, aunque el principio del mal en el corazón humano produce malas motivaciones, y más aun tomando ocasión por el mandamiento; de todos modos la ley es santa, y el mandamiento, santo, justo y bueno.

Nada es tan bueno que una naturaleza humana corrupta y viciosa no pervierta. El alimento o el remedio, cuando se toman mal, pueden causar la muerte, aunque su naturaleza es nutrir o sanar. La ley puede causar la muerte por medio de la depravación del hombre, pero el pecado es el veneno que produce la muerte. No la ley, sino el pecado descubierto por la ley es lo que ha causado la muerte.

La Ley no puede liberar a quien está luchando contra el pecado. La Ley puede iluminar nuestra conciencia, pero  no es capaz de producir santidad en la vida.

Existe un camino hacia la victoria: Cristo Jesús nos libera para que vivamos bajo el poder del Espíritu Santo.

Pablo menciona tres lecciones que aprendió al enfrentar sus antiguos deseos pecaminosos:

(1) El conocimiento no es la solución. Pablo se sentía bien mientras no entendía lo que la Ley demandaba. Cuando aprendió la verdad, supo que estaba condenado.

(2) La autodeterminación (luchar con nuestras fuerzas) no da resultado. Pablo descubrió que pecaba en formas que ni aun le eran atractivas.

(3) Con ser cristiano no se logra desarraigar del todo la tendencia a pecar en la vida de creyente.

«El diablo me obligó a hacerlo». «Yo no lo hice, fue el pecado que está en mí». Parece una buena excusa, pero tenemos que dar cuenta de nuestras acciones. Nunca debemos mencionar el poder del pecado ni a Satanás como excusa, porque son enemigos vencidos. Sin la ayuda de Cristo, el pecado es más fuerte que nosotros y algunas veces somos incapaces de defendernos de sus ataques. De ahí que nunca debiéramos enfrentarnos solos al pecado. Jesucristo, quien venció el pecado de una vez y por todas, ha prometido pelear a nuestro lado. Si buscamos su ayuda, no caeremos en pecado.

Nacer de nuevo requiere un momento de fe, pero llegar a ser como Cristo es un proceso de toda la vida. Pablo compara el crecimiento cristiano a una buena carrera o pelea (1 Corintios 9.24–27; 2 Timoteo 4.7). Tal como Pablo viene enfatizando desde el comienzo de su carta a los Romanos, nadie en el mundo es inocente, nadie merece ser salvo, ni el pagano que desconoce las leyes de Dios, ni el cristiano ni el judío que sí las conoce y procura guardarlas. Todos debemos depender por completo de la obra de Cristo en cuanto a nuestra salvación. No la podemos ganar con buena conducta.

 



[1] Romanos 6: 14

[2]Gálatas 3.21 al 27

[3] Mt 19.9

[4] Biblia Traducción en lenguaje actual (1 Co 7.15).

[5]Reina Valera Revisada (1995). (2 Co 7.1).

[6]Biblia Traducción en lenguaje actual (Gl 5.16 al 18).

[7]Traducción en lenguaje actual; Biblia Traducción en lenguaje actual (1 P 2.11)



 
 
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




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