sábado, 22 de mayo de 2010

EL CRISTIANO Y LA POLÍTICA. Theo G Donner

EL CRISTIANO Y LA POLÍTICA[1]

1. Introducción

Entramos a esta temática con mucho temor y temblor. La historia reciente de los evangélicos en Colombia ha tenido que ver directamente con un experimento político importante. De 1990 a 1998 vivimos una participación política de parte de los evangélicos a través del Movi­miento Unión Cristiana (y otros grupos), movimiento que resultó re­presentativo de un amplio sector de la iglesia evangélica. En el '98 se perdieron todos los puestos que el MUC tenía en el Congreso de la República y no se recuperaron en las elecciones del 2002. Antes del descalabro electoral hubo conflictos y tensiones que provocaron serios cuestionamientos en cuanto a la sabiduría de este experimento. Hay paralelos con experiencias políticas evangélicas en otros países latinos que pasaron de la euforia a la desilusión.

Hasta la fecha nadie se ha sentado a hacer un balance de esta ex­periencia en Colombia. En este momento nuestro mayor peligro es que no aprendamos las lecciones que esta década nos brinda y que nos pase lo dicho por Hegel[2] de que aquellos que no quieren aprender de la historia, están condenados a repetirla.

Este es un buen punto de partida. No sólo hace falta en este momento aprender las lecciones del pasado inmediato, sino que nos ha hecho falta desde un principio aprender de la historia.

Aunque hay mucho en la Biblia sobre el poder, sobre reyes y sobre gobiernos, no hay mucho que se pueda aplicar directamente a nuestra situación contemporánea. No hay gobiernos democráticos en la Biblia. El Antiguo Testamento nos narra la historia de la monarquía en Israel, pero es una monarquía sobre un pueblo que está bajo pacto. Este pueblo pertenece a Dios en forma especial y se ha comprometido a cumplir su ley. Esto no corresponde a la situación de ningún país hoy.

Hay principios que la Biblia nos da, pero aún en esos principios nos resulta fácil equivocarnos. ¡Cuántas veces no se citan las palabras de Jesús: Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios como si se tratara de una distinción entre dos ámbitos separados! Es probable que la demanda de Jesús sea mucho más radical. Si debemos darle a César la moneda porque lleva su imagen, la conclusión lógica es que hemos de dar a Dios lo que lleva la imagen de Dios, es decir, que hemos de entregarnos a él en forma integral.

En el tema de la política hemos de mirar con mayor atención los ejemplos que se dan a través de la historia de la iglesia. Es útil reconocer que la participación de la iglesia en la política en el pasado es uno de los factores que generó más rechazo al Evangelio. En las cruzadas, en la Inquisición, en las guerras de religión, de la intolerancia y en la persecución –siempre se tuvo que ver con una mezcla de religión y poder político.

No debemos lanzarnos a la política sin antes estudiar los ejemplos del pasado: Constantino y la Edad Media, la Reforma y todos los nuevos modelos políticos que generó, la opción Anabautista, la experiencia de Kuyper y el calvinismo holandés en los siglos XIX y XX, las encíclicas católicas desde Rerum Novarum de León XIII hasta el presente. La historia de la iglesia es un laboratorio con los experi­mentos ya hechos. El que no aprende de estos experimentos los tendrá que repetir.

2. Presuposiciones fundamentales

Desde los antiguos griegos se ha mirado el estado como un bien, como una estructura que promueve el pleno desarrollo del ser humano. Sin embargo la Biblia nos presenta una perspectiva bien diferente.

En Génesis encontramos que es sólo después y por razón de la caída que aparecen estructuras de autoridad. En Génesis 3:16, por pri­mera vez, una persona es sujetada a la autoridad de otra y esto repre­senta un contraste con la armonía que existía antes. De allí es legítimo concluir que las estructuras de autoridad humana se hacen necesarias por razón del pecado. Se pueden ver como algo remedial que existe para limitar las consecuencias del pecado. El pecado de por sí acaba con las relaciones armónicas, es una fuerza centrífuga que separa y divide a los seres humanos. El estado representa aquella estructura artificial (en el sentido de no ser parte de la creación original) que se requiere para frenar el pecado y limitar sus consecuencias. Esto se confirma por lo que dice Pablo en cuanto al propósito de las autoridades en Romanos 13:3, 4.

Este texto de Romanos 13:1-7, así como el texto en 1 Pedro 2:13-17, nos advierte contra la rebeldía frente a las autoridades establecidas. Esto implica que una discusión entre cristianos sobre diferentes siste­mas de gobierno es, hasta cierto punto, académico, porque el cristiano ha de sujetarse a las autoridades sin importar si se trata de un sistema democrático, totalitario, dictatorial u otro. Más adelante comentaremos más ampliamente sobre el sistema democrático, ya que es el tipo de gobierno bajo el cual nos encontramos actualmente y también porque es el tipo de gobierno que según muchos cristianos se acopla mejor con la fe cristiana. Por ahora es importante observar que, en aquel momento histórico, Pablo y Pedro exhortan a la sumisión bajo un gobierno autocrático que no dejaba lugar para ninguna participación ciudadana, especialmente en las partes más remotas del imperio romano.

Otro principio fundamental que debe quedar claro desde el inicio es que la iglesia no debe participar en la política. Los miembros de la iglesia, los cristianos individuales, pueden y deben cumplir con su res­ponsabilidad ciudadana y política, pero esto no implica a la iglesia co­mo institución. Por su función profética, la iglesia no puede estar ajena a los pecados y abusos que se dan en la sociedad, pero cuando se pro­nuncia nunca debe ser a favor de opciones partidistas.

La iglesia debe ser el lugar de encuentro donde los cristianos de diferentes partidos y opciones políticas pueden encon­trarse y unirse en alabanza a Dios, para juntos oír la Palabra de Dios. Si la iglesia toma una posición partidista propia esto ya no es posible.

Estas observaciones son de particular importancia en tiempo de elecciones. Es bueno y loable que la iglesia contribuya a la formación y concientización de sus miembros, pero no puede identi­ficarse con una opción determinada.

Aquí surge también el tema candente de los pastores en la política. En principio el sistema democrático no excluye a nadie de la partici­pación en la política electoral. Hemos hecho de la política una profesión para abogados. Pero no tiene que ser así. El panadero y el zapatero tie­nen igual derecho a representar al pueblo en los concejos o el Congreso o donde sea.

Pero a la luz de lo que hemos dicho la función de pastor no combina bien con la del político. El pastor habla a la iglesia y por la iglesia, y ya hemos dicho que la iglesia no debe identificarse con opciones políticas partidistas. Un pastor tendría que dejar su vocación y minis­terio para dejar bien claro que no actúa en representación de la iglesia.

Fuera de esto, cualquier pastor está sujeto a, por lo menos, dos ten­taciones peligrosas. Por una parte, es fácil perder de vista el alto honor que representa el poder servir al Señor como pastor en la iglesia y dejarse llevar por la escala de valores del mundo que premia mucho más a los políticos. La otra tentación es tomar por sentado el apoyo electoral de los miembros de su iglesia o denominación. Este tipo de situación se vuelve fácilmente una presión implícita para que la gente de la iglesia vote por su pastor, lo cual atenta contra la libertad que estos creyentes tienen en depositar su voto. Con esto se aprovecha para fines políticos el apoyo y respeto que uno se ha ganado como pastor y convierte a la iglesia en un bloque electoral. Tal clientelismo cristiano suscita preguntas éticas profundas.

3. Democracia y fe cristiana

Existe una opinión ampliamente difundida entre cristianos evan­gélicos, de que el sistema político que mejor se ajusta a la fe cristiana es la democracia. Hay estudios que procuran mostrar que el concepto de gobierno democrático incluso surge de la democracia que se vive en muchas de las iglesias protestantes después de la Reforma. Debemos reflexionar un momento sobre esta supuesta afinidad entre el cristia­nismo y la democracia.

En la Edad Antigua encontramos los fundamentos de la democracia en la ciudad griega donde todos los ciudadanos libres participaron en las decisiones de gobierno. El modelo se sigue en alguna medida en la república romana y sobrevive en forma deficiente bajo el imperio romano. Durante la Edad Media se encuentran diferentes formas de democracia parcial y de representación, por lo menos de la aristocracia y las clases adineradas, en la toma de ciertas decisiones.

La ideología democrática moderna surge a partir del siglo XVII y representa un rechazo a la monarquía absoluta. Desde el principio de la Edad Media (la convicción ya se encuentra en Constantino) se había utilizado Romanos 13 para decir que los reyes y emperadores estaban puestos por Dios. Es en los siglos XVII y XVIII que esta convicción lleva a la monarquía absoluta en reyes como Luis XIV en Francia y Carlos I en Inglaterra. Este concepto es nuevo y afirma que el rey no tiene que rendir cuentas a nadie, que ni siquiera está bajo obligación por sus propios compromisos ya asumidos.

La ideología democrática, expuesta por autores como John Locke, propone un modelo en que el gobierno está bajo una obligación para con el pueblo que lo elige. En la Revolución Norte­americana, se mezcla este concepto con elementos cristianos. En la Revolución Francesa esta ideología se expresa en forma netamente anticristiana. La afirmación de la «soberanía del pueblo» implica el rechazo de cualquier derecho divino de los reyes y va de mano con el lema de la Revolución: «NiDieu, nimaítre» (Ni Dios, ni amo). Es obvio que las bases de la democracia no son, en ningún momento, más cris­tianas que las bases de otros modelos de gobierno.

4. Democracia y libertad

Uno de los aspectos que resultan atractivos para el cristiano en la ideología democrática es que pretende garantizar la libertad del ciuda­dano. Pero surge la pregunta ¿estamos manejando el término «liber­tad» en su sentido bíblico?

No queremos desencadenar aquí un debate sobre el libre albedrío, pero es interesante que la Biblia no usa el término libertad para hablar de una libertad para escoger -aunque la Biblia claramente presupone la responsabilidad del ser humano en las decisiones que toma. La liber­tad para el cristiano es algo que recibe en Cristo (Jn. 8:31-36) y señala la libertad de la esclavitud al pecado.

Es posible decir que la libertad cristiana trasciende las condiciones sociales y políticas. La libertad cristiana resulta de la salvación en Cristo y descansa en la restauración de la relación con Dios. Es esta nueva relación con Dios que trasforma las otras dimensiones. El pró­jimo, que antes era una limitación de mi «libertad» personal ahora llega a ser objeto del amor de Cristo y alguien a quien puedo servir en amor. El trabajo que antes era una obligación penosa se trasforma en un medio para alabar a Dios y servir a la comunidad. No decimos que la libertad del cristiano es independiente de sus condiciones sino que trasciende o supera sus condiciones y las transforma.

Ésta no es la única forma en que se ha intentado definir el concepto cristiano de la libertad. En otro autor hallamos la siguiente definición:

Porque libertad es más que la posibilidad de poder escoger y cambiar, es el haber escogido, haber escogido de tal manera que uno ni puede ni quiere cambiar ya. Es el dejarse orientar por esa escogencia, de tal manera que lo [o el] escogido ya no nos pertenece a nosotros sino que nosotros le pertenecemos al que escogimos, y a menudo nos dejamos cambiar por él.

Es de allí que la Biblia puede hablar de la «ley de la libertad» (Stg. 1:25), porque esta libertad implica someternos con gozo a la voluntad de Dios. El servicio es perfecta libertad.

5. Democracia y derechos

Uno de los cambios significativos que se han dado entre la demo­cracia griega y romana y la ideología democrática de hoy tiene que ver con la ley y los derechos humanos. Los clásicos creían en una ley natural que era el fundamento para todo sistema legal humano y que representaba una norma universal a la que todo el mundo tenía que so­meterse. La democracia moderna coloca en lugar de la ley natural los derechos humanos. El estado existe para defender los derechos del ciudadano y estos derechos se convierten en el fundamento de todo el sistema legal del país.

El concepto de ley natural presupone una norma transcendental, algo que está por encima de los seres humanos y los obliga. El concepto de los derechos humanos presupone al ser humano mismo como la meta transcendental. La pauta fundamental ya no es la norma que nos obliga, sino el que los demás -el estado y el mundo entero- tienen obligaciones para con uno.

La Biblia nos dice que la fuente de toda justicia es Dios mismo. Él es quien da una norma transcendental. Los derechos humanos pre­suponen la autonomía del ser humano. En palabras del artículo 16 de la actual Constitución Colombiana, el «libre desarrollo de la persona­lidad» es la meta trascendental de la vida.

En vista de estas observaciones no debe extrañarnos que la demo­cracia se convierta tan fácilmente en una pugna de intereses donde cada uno solamente se preocupa por los beneficios propios.

6. Aspectos positivos de la democracia

Debemos señalar aquí cuáles son los aspectos de la democracia que se han de valorar desde un punto de vista cristiano.

Por una parte podemos mencionar la división del poder entre varias ramas de gobierno y entre un número amplio de personas. Si tomamos en serio la caída del hombre, hay cierta ventaja en no concentrar todo el poder en manos de uno sólo o de unos pocos. El equilibrio de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) así como el número de personas que representan a la ciudadanía deben ser alguna garantía contra el abuso y la arbitrariedad en el ejercicio del poder político.

Por otra parte, en el mejor de los casos, la democracia pretende dar expresión a la ley como máxima autoridad en el estado. En el Antiguo Testamento, tanto el rey (Dt. 17:19, 20; 1 R. 2:3) como el israelita común estaban bajo la ley. En nuestro caso actual la ley de que hablamos es una ley humana y falible, pero se procura mantener el principio de que nadie queda exento del régimen de la ley.

Podemos anotar aquí también que la democracia moderna amplía las formas en que el ciudadano puede participar en la política. Fácil­mente reducimos la política a la política electoral y la ocupación de curules y puestos en la vida pública. Se descarta la importancia de otras formas de hacer política, como pueden ser, por ejemplo, los medios de comunicación.

Una de las cosas que más falta le hace a la Iglesia en Colombia es un órgano -periódico, revista o lo que sea- que permita una reflexión sobre la vida pública, los acontecimientos políticos, actualidades, etc., y que puede servir de foro abierto para ir fraguando una perspectiva responsable frente al quehacer político.

En cierto sentido esto debería constituir el paso previo a la par­ticipación en la política electoral. Es allí, en el periódico cristiano donde se elaboraría un programa político y proyectos concretos que luego se pueden promover desde el puesto que se llegue a ocupar. Necesitamos centros de investigación y reflexión, foros de debate y diálogo, espacios para articular un aporte serio a la vida nacional. Eso también es hacer política.

7. La tendencia totalitaria de la democracia moderna

Antes de entrar en el tema de la participación del cristiano en la política (electoral), queremos terminar estas observaciones sobre la democracia con una advertencia en cuanto a la tendencia totalitaria de la democracia moderna. El estado moderno es como un pulpo cuyos tentáculos invaden todo aspecto de la vida del ciudadano. Y lo hace con la justificación de que está buscando el bien del ciudadano. Hablamos ahora de los derechos humanos que forman la base de nuestra demo­cracia y su estructura legal. Resulta que es el estado el que tiene que garantizar el cumplimiento de estos derechos. Así el estado interviene cada día más en la vida del ciudadano con leyes, decretos, licencias, impuestos, etc. para cumplir con su deber. Este estado moderno cuasi-totalitario -que no deja escapar casi nada de su control -ejerce todo su poder para bien del ciudadano, en pro del bien común.

Unos ejemplos de la realidad colombiana nos ubican:

El ciudadano tiene derecho a la salud. Entonces el estado promulga la ley 100 para que todo el mundo se afilie a una Entidad Proveedora de Salud -y pague por el servicio.

Todos tienen derecho a la educación. El estado obliga a todos los menores a recibirla; fija el contenido del curriculum; obliga a las entidades privadas a tratar de suplir el gran faltante de colegios; y luego cobra por el servicio.

Todo derecho produce leyes. Toda ley impone obligaciones, limi­taciones, impedimentos y complicaciones. Y todo es para el bien del ciudadano, para defender sus derechos.

Lo peor de esta situación es que la hemos aceptado, sin cuestionar, como un bien y como algo inevitable. Pocos cristianos hoy en día se cuestionan si es justo encomendar la educación de sus hijos (tarea que Dios ha encomendado a los padres, según la Biblia) a instituciones que funcionan de acuerdo a normas establecidas por el gobierno. Y esto no es sino un pequeño ejemplo de las muchas formas en que el estado invade la vida de los ciudadanos. Cualquier político cristiano debe cuestionar la validez de esta presunción del estado.

La dificultad para el cristiano estriba en que Romanos 13 se ha interpretado a menudo como un mandato para el hombre someterse a las autoridades en todo lo que mandan. Las autoridades han sido es­tablecidas por Dios para vigilar sobre la justicia en la sociedad, tienen derecho a llevar la espada, es decir a usar la fuerza coercitiva, y a cobrar impuestos. Además, las autoridades son «soberanas» en el sentido de que no le corresponde al ciudadano particular levantarse en oposición a las autoridades. Ellas tienen que responder ante Dios por su cumpli­miento o incumplimiento con la tarea que Dios les encomendó.

Es bueno reconocer que Romanos 13 habla concretamente de la administración de la justicia, y que hay otras áreas de la vida donde el hombre es directamente responsable a Dios, y no al estado. Por ejemplo, la forma de llevar el matrimonio, la crianza y educación de los hijos, etc. es un área en que la persona es responsable directamen­te delante de Dios, y no delante del estado. La forma como el pastor cumple con sus deberes en el ministerio es una área en la cual es responsable delante de Dios y delante de su congregación, pero no delante del gobierno. Y así hay un número importante de áreas -la educación, la ciencia, el arte, el trabajo, etc.-, en las cuales el ser humano responde a Dios. El estado, en su función de guardián de la justicia, puede intervenir en tales áreas si se trata de injusticia mani­fiesta o de perjuicio para otras personas u otras áreas de la vida, pero la Biblia no le concede ningún derecho para orientar o controlar tales áreas de la vida.

8. La ilusión política

El sociólogo cristiano francés (ya fallecido), Jacques Ellul, escribió un libro bajo el título La Ilusión Política. Parece fundamental que el político cristiano tome conciencia del carácter ilusorio de la política. Hay dos sentidos fundamentales en que debemos entender esa ilusión política.

Por una parte es una ilusión pensar que los políticos forman, mol­dean o cambian el mundo en que estamos. En primer lugar, la política no es, por lo general, iniciativa sino reacción, es decir que no hace más que responder a las situaciones que a pesar suyo se dan en el país y en la sociedad. Un autor cristiano que ya hemos citado dice que uno no cambia el mundo por medio de la política, sino que la política apenas da expresión a las ideas que ya conquistaron el mundo. Ojalá tal per­cepción pudiera acabar con la vanidad de los políticos. Es una vanidad alentada por la simbiosis de la política con los medios de comunicación, en que los medios crean a los candidatos políticos y orientan el debate en la vida pública.

Por otra parte, la política es una ilusión en el sentido de que es un mundo de espejismos. Las cosas no son lo que parecen ser. Demos algunos ejemplos:

ü  Llamamos a nuestros sistemas de gobierno «democracias», como si fuera el gobierno del pueblo, pero todos sabemos que se trata de veras de una plutocracia -el gobierno de los ricos, de los intereses financieros. Esto no significa que nuestros gobernantes necesariamente son ricos, pero sí que nadie sale elegido a menos que consiga los medios económicos necesarios. La primera deuda del gobernante es con los grupos económicos, la segunda es con los sectores políticos que le brindaron su apoyo.

ü  Uno de los espejismos que ni los cristianos, ni los políticos de siempre quieren o pueden aprender es que la acción política siempre conlleva resultados distintos a los anticipados. Nosotros nos preocupamos por la mala calidad de la educación superior y ponemos una cantidad de requisitos exigibles a cualquier ins­titución nueva: estudios de viabilidad, estudios de mercado, apoyo financiero, bienes y recursos. ¿Y qué ocurre? Ahora es suficiente llenar los requisitos burocráticos y todo el mundo puede abrir su universidad. Y claro que los niveles académicos están peores que nunca.

Estuvimos felices en Colombia cuando salió en el '93 la nueva ley de Libertad Religiosa, porque ahora sí los evangélicos íba­mos a tener los mismos derechos que la iglesia católica, con una personería jurídica especial, con reconocimiento de los títulos emitidos por nuestros seminarios. ¡Gloria a Dios!  Y después esas personerías jurídicas especiales se con­virtieron en una camisa de fuerza. Ninguna iglesia podía ser ya iglesia si no tenía tal personería jurídica especial. Y todo el mundo tuvo que ajustar su estructura legal, sus estatutos al molde que resultó aceptable al gobierno.

Permítanme un ejemplo más de espejismo. Logramos en Colom­bia, a través de la constitución del '91, que se acabara el con­cordato entre el Vaticano y Colombia. No fuimos directamente los evangélicos los responsables, pero sí celebramos el hecho. Lo que (casi) nadie había anticipado era que con el concordato se estaba acabando también el marco moral y espiritual del país, que había servido de norte a lo largo de su historia. Y no hay nada para tomar su lugar, sino el capítulo altisonante sobre los Dere­chos Humanos en la nueva constitución. ¿Cuál ha sido el resultado? Ya no existe barrera para una legis­lación muy liberal en temas morales. La Corte Constitucional decidió que resulta inconstitucional impedir la eutanasia. Ya se aprobó el aborto bajo ciertas circunstancias y no vamos a tardar mucho en reconocer legalmente el matrimonio homosexual, el incesto entre adultos, y quién sabe qué más, porque el concepto legal y moral es que no debemos inhibir a la persona en su libre desarrollo y la libre expresión de su personalidad. La situación actual demuestra que no existe una reflexión profunda (especialmente entre cristianos) sobre la re­lación entre el derecho y la ética, la ley y la moralidad.

9. La prioridad absoluta

La dificultad con respecto a la participación cristiana en la política no está en el asunto de encontrar buenos programas o plataformas. Los hay de sobra. De hecho, el cristiano va a encontrar en la mayoría de los programas que salen en tiempo de elecciones que hay pocas cosas que no podría apoyar de corazón.

El asunto no es de programas, ni de proyectos y propuestas con­cretos. El asunto es de carácter, de testimonio, de ser lo que somos en la vida pública, en la vida privada, en el trabajo, en los negocios, en el congreso o en cualquier parte.

Cristo nos llamó a ser una comunidad distinta. Sólo en la medida que vivamos efectivamente como comunidad distinta, como contra­cultura, como un pueblo que vive a partir de la gracia de Dios, seremos de veras sal y luz. Ningún proyecto político, ni la emancipación evan­gélica, ni la derrota del poder institucionalizado de la jerarquía católica, ni la defensa del hogar y de la familia, ni la prevención del aborto, de la homosexualidad, el incesto o la eutanasia -todos ellos proyectos muy valiosos ante los cuales el cristiano no puede quedar indiferente- valen tanto como nuestro testimonio cristiano. Toda ley, toda reforma política puede cambiarse mañana (en Colombia ya estamos cambiando la constitución política basados en emociones pasajeras), pero el mensaje cristiano que anunciamos con nuestra vida produce frutos para la eter­nidad. Debemos ir más allá de las virtudes de honestidad, transparencia e incorruptibilidad, que todos valoran. Los cristianos profesamos estos valores, pero a la vez confesamos ser humanos que reconocemos que nuestro único valor proviene de la gracia de Dios. Así proclamamos siempre las virtudes de aquel que nos llamó y no las nuestras.

La famosa frase «el poder corrompe», nos ad­vierte contra la fuerza corruptora de la política. Y no estamos hablando aquí en primer lugar de una conducta cristiana excelente -de no aceptar dinero de origen dudoso, de no caer en la infidelidad y cosas por el estilo-sino que estamos hablando de la ética política del cristiano. Los problemas que se confrontan son de envidia, de prevención entre hermanos en la fe por cuestiones políticas, de juegos de poder, de tolerar el mal si me produce algún beneficio político, de recibir los halagos y regalos de quienes no comparten nuestra perspectiva.

Ni estamos hablando apenas de quienes buscan y obtienen puestos por elección -estamos hablando del soldado raso. Estamos hablando del pastor que pregunta: «¿en qué me beneficia el votar por usted?». Estamos hablando de los cristianos que llaman a su senador cristiano para decirle: «Hermano senador, son nuestros votos los que le dieron el puesto, que conste que su sueldo realmente nos pertenece a nosotros». Estamos hablando del clientelismo y oportunismo de los evangélicos que procuran sacar ventaja personal y colectiva a sus representantes en el congreso.

Nosotros somos «vasos de barro», susceptibles a todas las tenta­ciones normales del ser humano. Hemos de reconocer que al meternos en la política es probable que la gente note muy pronto cuan poca es la diferencia entre nosotros y los politiqueros tradicionales.

Una de las preguntas fundamentales tiene que ver con la razón del por qué cristianos se lanzan a la política. Si es para buscar el sueldo, es algo indigno. Pero si es para conseguir beneficios concretos para los evangélicos, también es indigno. Si es ésta la motivación, no hay nin­guna diferencia entre nosotros y todo politiquero común y corriente. Todos sabemos que la política está mal porque esa gente no busca sino su propio interés -¿y vamos a meternos nosotros a hacer lo mismo? ¿Apenas estamos para asegurar nuestra tajada de la torta?

Existen sólo dos motivaciones correctas para meterse en la política: la gloria de Dios y el amor al prójimo. Sólo si sabemos con seguridad que Dios nos ha llamado y no queremos hacer otra cosa sino glorificarlo a él. Y únicamente si nuestra motivación básica es beneficiar al prójimo -a todo ciudadano y no apenas a nuestro grupito- es legítimo meterse. No hay otra razón que valga.

10. La función profética

El cristiano no se lanza a la política porque tiene las respuestas. No existe una respuesta cristiana al problema del subempleo y desem­pleo, no existe una respuesta cristiana al déficit fiscal, a la recesión económica, a la inflación y al balance de pagos. No existe un remedio cristiano sencillo para terminar, en Colombia, con la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico o con la corrupción política. Como cris­tianos no poseemos el prototipo de la sociedad perfecta (¿acaso pode­mos decir que nuestras congregaciones son modelos de convivencia perfecta?)

Aun si lográramos la conversión de la nación entera, no significaría la solución de los problemas que son el pan diario de los gobiernos. No dejaríamos de ser humanos y no dejaríamos de ser hombres que necesitan ganarse el sostén, y vivir en sociedad con todas las oportu­nidades y limitaciones que eso implica.

El cristiano no se lanza a la política porque tiene las respuestas. Y ya dijimos antes que el cristiano no puede lanzarse a la política para defender o promover sus intereses ya sea a nivel personal o colectivo. No sólo es indigno, sino que es el principio fundamental de todo abuso de poder y de toda corrupción -querer usar el poder y la influencia en beneficio propio.

Entonces, ¿por qué meternos en la política?

Ya lo hemos dicho: por amor a Dios y por amor al prójimo.

Debemos plantear también que la función del cristiano en la política ha de ser siempre en primer lugar una función profética. No está para alcanzar el poder, sino para denunciar abusos, los intereses, la corrupción implícita de un sistema donde el que más invierte, más votos gana, donde los canales de televisión deciden a cuáles candidatos promueven. El cristiano ha de estar allí para recordarle al mundo político y al público en general que existen otros valores, valores más altos, que aquellos que manejan los políticos. Ha de desenmascarar la ilusión y la vanidad de lo político. Ha de proclamar el valor de la honestidad, de la transparencia y de la pulcritud confesando ser un simple ser mortal cuyo único valor está en que Dios lo ama.

Nuestro ministerio es un ministerio profético y no se trata en primer lugar de usar el puesto en el congreso para explicar el camino de la salvación en Jesucristo. Se trata de denunciar los ídolos modernos (y posmodernos); de mostrar que el esquema fundamental de la política -que el fin justifica los medios- no es aceptable, porque todo fin siem­pre refleja los medios por los cuales se alcanzó; mostrar que los altiso­nantes Derechos Humanos no tienen ningún fundamento trascendental -y por cierto ninguna base bíblica-, sino que se elaboraron para de­fender al ciudadano del abuso de autoridad del estado, y parece que ésta es justamente el área en que están fallando.

No tenemos necesidad de más políticos, ni cristianos ni incrédulos -necesitamos profetas para cuestionar con fundamento sólido, con una clara cosmovisión cristiana, las prácticas, las motivaciones y los marcos teóricos de la política.

 



[1] Basado en el capítulo 6 del libro Fe y Posmodernidad, Theo G. Donner, CLIE.

[2] Enunciado antes por Aristóteles y Cicerón.


 
 
Paz de Cristo!

ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor 
Iglesia Pentecostal Unida de Colombia 
Reuniones Martes, Jueves y Sábado 7 PM, Domingos 8 AM y 10 AM.
Calle 30 # 22 61, Cañaveral, Floridablanca.
http://adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




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