jueves, 22 de julio de 2010

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8. Tesoros celestiales.

»No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino. Vended lo que poseéis y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega ni polilla destruye, porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.[1]

En el contexto cercano encontramos una disputa legal sobre un tema de propiedad. Un hermano estaba reclamando que había sido defraudado en cuanto a su porción de la herencia. Sin embargo, Jesús que aparentemente se negó a resolver el asunto llegó a la raíz del mismo dando una advertencia contra la avaricia o, como dicen algunas de las versiones bíblicas más antiguas, la codicia.

¿Sería que Jesús sabía a fondo el meollo del problema?

La codicia es el deseo de tener más de lo que uno realmente tiene y no necesariamente por envidia de lo que tengan los demás. No sólo lleva a la lucha, sino que también expresa una actitud fundamentalmente errada hacia la vida, según la cual las posesiones son todo lo que realmente importa.

Sólo se necesita que Dios saque ese sentimiento de la vida y en seguida se hará evidente lo inútiles que son las posesiones. El dinero no puede comprarlo todo. El rico no ha alcanzado las verdaderas riquezas de una correcta relación con Dios, para lo cual un paso ciertamente sería dar a los pobres. Para algunos la riqueza los convierte en necios; impíos y por lo tanto insensibles.

Entonces, ¿cómo deben verse las posesiones?

Los discípulos no deben preocuparse por la comida y el vestido (las dos necesidades esenciales para el cuerpo) como si fueran las cosas más importantes. La persona misma es más importante.

Si Dios alimenta a toda ave que vive sin preocupaciones y viste a las flores, seguramente más aun proveerá lo que es necesario para sus hijos. En cualquier caso, las preocupaciones no pueden de modo alguno prolongar la vida de una persona.

En un mundo donde la gente vive en una carrera desesperada, buscando mejores condiciones de vida, los discípulos deben buscar primero la voluntad de Dios y su salvación; entonces encontrarán que hay quien cuida de todas sus necesidades materiales. Por lo tanto, que vendan sus posesiones y las den a los necesitados, y fijen su deseo de un tesoro celestial que no pasará.

Una enseñanza tal puede parecer un estímulo a la pereza y a la falta de preocupación por los aspectos prácticos de cada día: "Dios proveerá; ¡por lo tanto no necesito hacer nada!" Sin embargo, Jesús no está hablando a los perezosos sino a los preocupados y a aquellos que son tentados a unirse a aquella carrera desenfrenada por amontonar riquezas.

Deben confiar en Dios y poner en orden sus prioridades.

Se anima a los discípulos acumular tesoros en el cielo y no en la tierra:

No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le agrada daros el reino.

Jesús nos manda a no preocuparnos. Pero, ¿cómo lo evitamos? Solo nuestra fe puede liberarnos de la ansiedad que causa la codicia y la avaricia.

Es bueno trabajar y planificar con responsabilidad, pero no es bueno depender de nuestros métodos, pues nuestra planificación puede fracasar. La preocupación no sirve ya que no puede satisfacer ninguna de nuestras necesidades; la preocupación es una actitud necia porque el Creador del universo nos ama y sabe lo que necesitamos.

¡Aunque pequeña en número, la manada es amada por el Padre!

¡Cuán sublime y conmovedor el contraste entre este nombre tierno y compadeciente, "Manada Pequeña" y el "beneplácito" del Padre de darles el Reino! de la una parte se recuerda la insignificancia y desamparo de aquel puñado literal de discípulos, y de la otra levanta ante su vista el amor eterno que los encerraba, y los brazos eternos que estaban bajo ellos y la sublime herencia que los esperaba.

Dios como buen Padre no da el reino a los discípulos de mala gana. Al contrario. Es su beneplácito hacerlo. Lo hace con un intenso deleite.

El Padre da. Sus hijos debieran hacer lo mismo, en la forma limitada que les es posible, pero de todo corazón y generosamente.

Vended vuestras posesiones y dad a la caridad.

En líneas generales, esta misma idea se puede encontrar también en el Sermón del Monte.

A veces ha sido groseramente mal interpretado este pasaje, como si Jesús hubiera dicho a todos sus seguidores: "Vended todas vuestras posesiones y dad todo lo que produzca su venta a los pobres". El resultado sería que muy pronto la iglesia se convertiría en una carga para la sociedad.

Un texto debe explicarse a la luz de su contexto. Hace un momento Jesús había contado la parábola de aquel hombre rico insensato. Ese hombre quiso quedarse con todo. Aquí Jesús está combatiendo ese espíritu egoísta.

La verdadera interpretación de lo que el Maestro dice aquí se puede encontrar en pasajes como:

Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas. Y cuando haya llegado, enviaré a quienes vosotros hayáis designado por carta para que lleven vuestro donativo a Jerusalén.[2]

Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia, porque, en las grandes tribulaciones con que han sido probadas, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediéramos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor y luego a nosotros, por la voluntad de Dios; de manera que exhortamos a Tito, para que tal como comenzó antes, asimismo acabe también entre vosotros esta obra de gracia. Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en conocimiento, en toda solicitud y en vuestro amor por nosotros, abundad también en esta gracia.  No hablo como quien manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también la sinceridad del amor vuestro. Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos.[3]

 El que es enseñado en la palabra haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye.

No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará, porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe.[4]

Proveeos bolsas que nunca se gastarán, un tesoro en el cielo que nunca se agotará, donde ningún ladrón puede llegar y ninguna polilla puede arruinar.

En cuanto a la naturaleza del tesoro en el cielo véanse pasajes tales como:

»El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeños un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.»[5]

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme." Entonces los justos le responderán diciendo: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Respondiendo el Rey, les dirá: "De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis."

»Entonces dirá también a los de la izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles, porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis." Entonces también ellos le responderán diciendo: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos?" Entonces les responderá diciendo: "De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis." Irán estos al castigo eterno y los justos a la vida eterna.[6]

Ese tesoro sí puede ser simbolizado por "bolsas que nunca se gastan".

Además, nunca se agota. Siempre hay más, y más y todavía más.

Y más que todo, las riquezas de la vida celestial, ya comenzadas en principio en la tierra pero en su plenitud reservadas para los cielos, estarán completamente fuera del alcance de los ladrones y de la polilla.

Las Escrituras enseñan en todo lugar que los tesoros celestiales están a prueba de polillas y de ladrones, en otras palabras, que duran para siempre con todo su resplandeciente lustre como la posesión inamovible de los hijos del Padre celestial, porque nos habla de:

ü  una fidelidad que jamás será quitada (Sal. 89:33),

ü  una vida que nunca terminará (Jn. 3:16),

ü  una fuente de agua que nunca cesará de fluir dentro del que bebe de ella (Jn. 4:14),

ü  una dádiva que jamás se perderá (Jn. 6:37, 39),

ü  una mano de la cual no podrá ser jamás arrebatada una oveja (Jn. 10:28),

ü  un amor del cual nunca podremos ser separados (Ro. 8:39),

ü  un llamamiento que no será revocado jamás (Ro. 11:29),

ü  un fundamento que nunca será destruido (2 Ti. 2:19),

ü  y una herencia que no se marchitará jamás (1 P. 1:4, 5).

Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Este "porque" da la razón por la cual es necesario obedecer las exhortaciones anteriores.

Naturalmente, si el verdadero tesoro de una persona, su objetivo final en todas sus luchas, es algo que pertenece a esta tierra—adquisición de dinero, fama, popularidad, prestigio, poder—entonces su corazón, el centro mismo de su vida, estará completamente absorbido por ese objetivo mundano. Todas sus actividades, incluidas las así llamadas religiosas, serán subordinados a esta única meta.

Por otra parte, si con gratitud sincera y humilde a Dios ha hecho del reino de Dios, es decir, del reconocimiento gozoso de la soberanía de Dios en su propia vida y en todas las esferas, su tesoro entonces allí es donde tendrá su corazón. En ese caso, el dinero será una ayuda en vez de un impedimento.

El "corazón" no puede estar en ambos lugares al mismo tiempo. Es el uno u el otro.

»Ningún siervo puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.»[7]

APLICACIÓN

Cristo insiste mucho en no dar lugar a preocupaciones confusas e inquietantes. Los argumentos aquí usados son para animarnos a echar sobre Dios nuestra preocupación, que es la manera correcta de obtener tranquilidad.

Una búsqueda angustiosa y ansiosa de las cosas de este mundo, aún de las necesarias, no va con los discípulos de Cristo.

Los temores no deben dominar cuando nos asustamos con pensamientos de un mal venidero, y nos disponemos a preocupaciones innecesarias sobre cómo evitarlo.

Si valoramos la belleza de la santidad, no codiciaremos los lujos de la vida. Entonces, examinemos si pertenecemos a esta manada pequeña.

Convertir el Reino de Dios en su preocupación primaria significa dar a Jesús el lugar de Señor y Rey en su vida. Él debe controlar cada aspecto: trabajo, distracciones, planes, relaciones. ¿Es el Reino solo uno de sus muchos intereses o es el centro de todo lo que hace? ¿Oculta algunos asuntos de su vida para evitar que estén bajo el control de Dios? Como su Señor y Creador, a Él le interesa ayudarle, satisfacer sus necesidades, así como también le guía para que sepa cómo usar lo que Él le da.

El dinero que se usa como fin en sí mismo pronto nos atrapa y nos separa de Dios, así también de los necesitados. La clave para usar el dinero con sabiduría es ver cuánto podemos emplear en los propósitos de Dios y no cuánto podemos acumular para nosotros. ¿Llega el amor de Dios hasta su billetera? ¿Le da su dinero libertad para ayudar a otros? Si es así, almacena tesoros en el cielo.

Si sus metas financieras y posesiones estorban su generosidad, amor a otros o servicio a Dios, venda lo que deba para poner en orden su vida.

¿Dónde invierte su tiempo, dinero y energías?

¿En qué piensa más?

¿Cómo debería cambiar la forma en que usa sus recursos para que reflejen con más claridad los valores del Reino?

Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.[8]

El resultado de aplicar estos principios, es que Dios suple todas las necesidades. Esta es su garantía.

Ahora bien, no se debe confundir lo que dice Lucas y Mateo 6:33 con lo que algunos predican hoy en día respecto a la prosperidad, tal y como el mundo la entiende, o sea, poseer abundancia de bienes. Cuando establecemos prioridades bíblicas y vivimos de acuerdo a ellas, tenemos asegurada la provisión de Dios.

¡PENSEMOS!

¡Cuidado con los que enseñan que tenemos derecho a poseer grandes cantidades de dinero, a gozar de salud total, a no padecer enfermedades y a tener una vida sin problemas!

¡No es bíblico y, por ende, no es cierto!

 



[1] Lc 12.32-34

[2] 1 Co 16.2-3

[3] 2 Co 8.1-9

[4] Gl 6.6-10

[5] Mt 10.40-42

[6] Mt 25.34-46

[7] Lc 16.13

[8] Flp 4.19


 
 
Paz de Cristo!

ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor 
Iglesia Pentecostal Unida de Colombia 
Reuniones Martes, Jueves y Sábado 7 PM, Domingos 8 AM y 10 AM.
Calle 30 # 22 61, Cañaveral, Floridablanca.
http://adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




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