sábado, 2 de enero de 2016

la autoridad de la Biblia

El poder de la palabra de Dios: autoridad

Objetivos del capítulo

Después de estudiar este capítulo, debería ser capaz de:

Definir la palabra autoridad, identificar su ámbito de aplicación y volver a definir la autoridad según los parámetros de la religión.

Identificar y evaluar las maneras en que se establece el significado de las Escrituras y la creencia en el origen y autoridad divina mediante la obra personal del Espíritu Santo.

Distinguir los componentes objetivos y subjetivos de la autoridad, cómo influyen en el significado, y los dos tipos de autoridad que hay respecto a la Biblia: histórica y normativa.

Comparar y contrastar tres puntos de vista históricos específicos de la iluminación a lo largo de la historia desde Agustín, pasando por Daniel Fuller y Juan Calvino.

Explicar la relación entre Biblia, razón y el Espíritu Santo con respecto al significado.

Juzgar cuánta influencia tienen tanto la tradición, como las obras de los padres de la iglesia, sobre la autoridad en la iglesia.

Resumen del capítulo

Como creador y fuente de toda verdad, Dios tiene derecho a exigir que todos los seres humanos crean en él y le obedezcan. Aunque en algunos casos Dios ejercita su autoridad de forma directa, normalmente utiliza otros medios. Una manera de conseguir esto es a través de otros seres humanos. Dios comunica su mensaje a los seres humanos. Tiene derecho a ordenar las acciones y las alocuciones humanas. Esto es lo que ocurre por medio de la Biblia cuando se interpreta de forma adecuada. Algunas personas han intentado separar la obra iluminadora del Espíritu Santo y el contenido objetivo de las Escrituras. Si se entiende de forma correcta, el Espíritu Santo ilumina, convence y aplica la enseñanza de la Biblia tanto al entendimiento como al corazón humano. Todas las Escrituras son históricamente autoritativas, esto es, nos dicen correctamente lo que Dios esperaba y pedía a personas específicas en momentos y lugares particulares. Parte de las Escrituras también son autoridad normativa. Eso quiere decir que esas partes de las Escrituras se tienen que aplicar y obedecer de la misma manera en que fueron dadas originalmente.

Cuestiones de estudio

1. Definir autoridad en un contexto cristiano evangélico.


2. ¿Cuál es el punto de vista católico romano sobre la delegación de la autoridad divina y en qué se diferencia del protestante?


3. ¿Cuáles son los tres puntos de vista sobre el origen y la autoría divina de las Escrituras y cómo explicaría cada uno de ellos?


4. ¿Qué importancia tiene 1 Corintios 2:14 en relación con el Espíritu Santo?


5. Comparar y contrastar los componentes objetivos y subjetivos de la autoridad.


6. ¿Cómo se ven influenciadas la hermenéutica bíblica y la apologética por la relación entre las Escrituras y la razón?


Definición de autoridad

Autoridad religiosa

Estableciendo el significado y el origen divino de la Biblia

La obra interna del Espíritu Santo

Componentes objetivos y subjetivos de la autoridad

Varios puntos de vista sobre la iluminación

El punto de vista de Agustín

El punto de vista de Daniel Fuller

El punto de vista de Juan Calvino

La Biblia, la razón y el Espíritu

Tradición y autoridad

Autoridad histórica y normativa

Por autoridad de la Biblia entendemos que la Biblia, como expresión de la voluntad de Dios para con nosotros, posee el derecho supremo de definir lo que tenemos que creer y cómo debemos comportarnos.

La autoridad es un tema que ha suscitado bastante controversia en nuestra sociedad actual. Esto es así no sólo en la esfera de la autoridad bíblica o religiosa, sino también en campos más amplios. Incluso en sociedades que todavía están formalmente estructuradas sobre una base autoritaria, se reconoce que el antiguo modelo de pirámide, en el cual la autoridad iba de arriba hacia abajo, ya no es pertinente, al menos en su modo tradicional. La gente se resiste a las formas dictatoriales o arbitrarias de ejercitar la autoridad. La autoridad externa a menudo ha perdido reconocimiento y obediencia en favor de la aceptación de la supremacía del juicio individual. Existe incluso un fuerte ambiente en contra de lo institucional en materia religiosa, donde a menudo se insiste en el juicio individual. Por ejemplo, muchos católicos romanos se están cuestionando la idea tradicional de que la autoridad papal es infalible. A esto se añade la gran cantidad de pretendientes que lucha por ser reconocidos como autoridad.

Definición de autoridad

Por autoridad entendemos el derecho a exigir que se crea y se actúe. El término tiene un gran número de aplicaciones. Podemos pensar en la autoridad como algo gubernamental, jurisdiccional. Aquí un ejemplo sería un rey o emperador que tiene derecho a hacer cumplir ciertos actos. Sin embargo, esto puede tener formas menos imperiales. El policía que dirige el tráfico o el propietario que exige que la gente se mantenga fuera de su propiedad están ejerciendo un poder que es suyo por derecho.

Lo que hemos descrito podría ser denominado autoridad imperial. Existe también lo que podríamos denominar "autoridad veraz." Una persona debido a su conocimiento puede ser considerada por otras como una "autoridad" en un tema concreto. Su conocimiento en ese campo es superior al que tiene la mayoría de la gente. En consecuencia, él puede recomendar que se crea o actúe de forma adecuada. (Un documento también puede, en virtud de la información que contiene, ser capaz de hacer que se crea o actúe de cierta manera). Este tipo de autoridad no suele ejercerse. Se posee. Es reconocida y aceptada por los demás. Quizá sería más acertado decir que esa persona es un autoridad en lugar de decir que tiene autoridad. La autoridad veraz está en función del conocimiento que uno posee y por lo tanto es intrínseca, mientras que la autoridad imperial está en función de la posición que uno ocupa y por lo tanto es extrínseca.

No deberíamos confundir autoridad con fuerza. Aunque lo ideal es que el derecho a exigir y la habilidad para hacer respetar la creencia y la acción deberían coincidir, en la práctica esto no siempre sucede. Por ejemplo, el heredero por derecho a un trono o el oficial debidamente elegido pueden ser destituidos por un golpe de estado. Un impostor o un usurpador pueden ocupar su puesto. En el caso de la autoridad veraz, no existe realmente la fuerza, sino un ultimátum explícito: "Haz lo que te digo, y te conduciré a la verdad; no lo hagas y caerás en la confusión y el error." El médico que prescribe un tratamiento a un paciente no tiene el poder de hacerle cumplir ese tratamiento. En realidad lo que le está diciendo es: "Si quieres ponerte bien, haz esto."

En esta conexión, es importante mantener la distinción entre autoridad y autoritarismo. Una persona, un documento o una institución con autoridad es la que posee autoridad y por lo tanto tiene derecho a definir una creencia o a prescribir una práctica. Una persona autoritaria, por otra parte, es la que intenta introducir sus opiniones o hacer que se cumplan sus órdenes de forma enfática, dogmática o incluso intolerante. Los que todavía no se han iniciado o los impresionables suelen verse inducidos con facilidad a seguir a la persona autoritaria, a veces con más facilidad que la que se necesita para persuadirles a seguir a una persona con más autoridad.

Es también importante distinguir entre posesión de autoridad y reconocimiento de que se tiene autoridad. Si se asocian muy de cerca, o la primera se mide en función de la segunda, el tema de la autoridad se convierte en algo bastante subjetivo. Hay personas que no aceptan la autoridad auténtica, que no prestan atención a las leyes de tráfico, o que rechazan los puntos de vista de los expertos. Por la razón que sea, prefieren su propia opinión. Pero su negativa a reconocer la autoridad no hace que esta quede abrogada.

La autoridad puede ser ejercitada directamente por quien la posee. Sin embargo, también se puede delegar y con frecuencia se hace. A menudo el auténtico poseedor de la autoridad no puede ejercerla directamente. Por lo tanto es necesario delegar esa autoridad en una persona o una agencia que pueda ejercerla. Por ejemplo los ciudadanos de un país eligen personas que les representan y estas personas aprueban leyes y crean agencias que administran esas leyes. Las acciones de los empleados de esas agencias debidamente autorizados tienen el mismo peso y autoridad que los mismos ciudadanos. A lo mejor un experto no puede presentar sus ideas a todos los que están interesados en conocerlas. Sin embargo, puede poner su conocimiento en un libro. El contenido del libro, como contiene sus ideas, tendrá el mismo peso que si presentara sus ideas en persona.

La falta de eficacia o éxito a corto plazo no debería hacernos dudar de lo genuino de una autoridad. Con frecuencia las ideas, en particular si son nuevas, no son aceptadas rápidamente. Ni se puede probar inmediatamente su viabilidad. Sin embargo, a largo plazo, la autoridad auténtica se prueba a sí misma. Las ideas de Galileo en un principio resultaron chocantes e incluso peligrosas. La teoría de Einstein sobre la relatividad parecía extraña y su viabilidad cuestionable. Sin embargo, el tiempo ha probado el valor de ambas. Al principio, Jesús tenía relativamente pocos convertidos, los líderes de su época no le respetaban (las autoridades), y acabó siendo ejecutado. Sin embargo al final todas las rodillas se doblarán y todas las lenguas confesarán lo que es (Fil. 2:10–11).

Autoridad religiosa

Cuando nos centramos en el tema especializado de la autoridad religiosa, la pregunta crucial es: ¿Existe alguna persona, institución o documento que tenga el derecho de hacer que se crea o se actúe en materia religiosa? En última instancia si existe un ser supremo superior a los humanos o algo más en el orden creado, tiene derecho a determinar lo que tenemos que creer y cómo debemos vivir. Desde el punto de vista cristiano, Dios es la autoridad en esta materia por ser quien es. Es el ser supremo, el que siempre ha sido, el que existía antes de que nosotros o cualquier otro ser apareciera. Es el único ser que tiene el poder de su existencia dentro de sí mismo, no depende de nadie ni de nada para existir. Es más, es la autoridad por lo que ha hecho. Nos ha creado al igual que ha creado todo lo que existe en el mundo y nos ha redimido. También es la autoridad por derecho, el que tiene derecho a decirnos lo que tenemos que creer y cómo tenemos que actuar, por su continua actividad en el mundo y en nuestras vidas. Hace que la creación siga existiendo. Sigue dándonos vida, nos cuida y proporciona recursos para nuestras necesidades.

En este punto surge otra pregunta: ¿Cómo ejercita Dios esta autoridad? ¿La ejerce directa o indirectamente? Algunos dirían que la mantiene directamente. Esos serían los neoortodoxos. Para ellos, la autoridad de Dios se ejercita a través de un acto directo de revelación, una automanifestación que es en realidad un encuentro inmediato entre Dios y la humanidad. La Biblia no es la palabra de Dios per se. Sólo es un instrumento, un objeto, a través del cual Dios habla o contacta con la gente. En estas ocasiones, la autoridad no es la Biblia, sino el Dios que se revela a sí mismo. No se ha atribuido ni infundido ninguna cualidad permanente a la Biblia. No ha habido delegación de autoridad.

Hay otros que creen que la autoridad de Dios se ejercita de forma directa. Entre ellos están varios tipos de "espiritualistas," tanto antiguos como modernos. Son personas que esperan una palabra o guía directa de Dios. Según su punto de vista Dios habla a los individuos. Puede ser sobre algo que no está en la Biblia o como algo suplementario a ella. Algunos carismáticos extremistas creen en la revelación directa y especial de Dios. No obstante, no sólo encontramos aquí a los carismáticos. Una de las preguntas que planteó la encuesta de Gallup en 1979 fue: "¿Si usted mismo estuviera probando sus creencias religiosas, ¿CUÁL de estas cuatro autoridades religiosas pondría en primer lugar?" Las opciones eran: lo que dice la iglesia, lo que dicen los líderes religiosos respetables, lo que me dice personalmente el Espíritu Santo y lo que dice la Biblia. El 27 por ciento contestó que el Espíritu Santo; el 40 por ciento que la Biblia. Entre las personas de entre dieciocho y veintinueve años de edad, sin embargo, un porcentaje más alto escogió el Espíritu santo (36 por ciento) frente a la Biblia (31 por ciento). Aunque un número considerable de cristianos consideran la obra directa del Espíritu Santo como su guía, el 27 por ciento del público en general y el 36 por ciento de los adultos jóvenes la consideran el principal criterio para evaluar sus creencias religiosas.

Otros ven la autoridad divina como algo que ha sido delegado a una persona o institución. El ejemplo principal es la iglesia católica romana. Se considera a la iglesia como la representante de Dios en la tierra. Cuando habla, habla con la misma autoridad que el Señor mismo. Según este punto de vista, el derecho a controlar los medios de gracia y definir la verdad en materia doctrinal ha sido delegado a los apóstoles y a sus sucesores. Es de la iglesia de la que debemos aprender cuáles son las intenciones de Dios para la humanidad. Aunque la iglesia no descubre una verdad nueva, hace explícito lo que estaba implícito en la tradición revelada recibida de los apóstoles originales.

Un punto de vista contemporáneo interesante es que la autoridad religiosa reside en los profetas presentes en la iglesia. A través de la historia varios movimientos han tenido este tipo de líderes proféticos. Mahoma creía que era un profeta especial enviado por Dios. Entre los anabaptistas del siglo xvi había profetas que ofrecían mensajes que supuestamente recibían de Dios. Parece que ha habido un resurgimiento de este tipo de personas y movimientos en los últimos años. Han surgido varias sectas, lideradas por líderes carismáticos que dicen haber recibido un mensaje especial de Dios. Sun Myung Moon y su Iglesia de la unificación son un claro ejemplo, pero hay otros muchos que también vienen a la mente. Incluso en la corriente principal del movimiento evangélico, mucha gente considera la palabra de algunos "predicadores famosos" prácticamente de igual valor que lo que dice la Biblia.

Esta obra propone que el mismo Dios es la suprema autoridad en materia religiosa. Tiene el derecho, por ser quién es y por lo que hace, de establecer el estándar de lo que hay que creer y practicar. Sin embargo, en lo que respecta a los temas principales no ejerce la autoridad de forma directa. Más bien delega esta autoridad creando un libro, la Biblia. Como contiene su mensaje, la Biblia tiene el mismo peso que Dios tendría si nos estuviera hablando a nosotros directamente.

Estableciendo el significado y el origen divino de la Biblia

La revelación es Dios dando a conocer su verdad a la humanidad. La inspiración la conserva, haciéndola más ampliamente accesible. La inspiración garantiza que lo que dice la Biblia es lo que diría Dios si hablara directamente. Sin embargo, se necesita un elemento más en esta cadena. Para que la Biblia funcione como si fuera Dios el que nos está hablando, los lectores de la Biblia necesitan entender el significado de las Escrituras y estar convencidos de su origen y su autoría divinos. Hay distintas ideas sobre cómo conseguir esto.

1. La posición católico romana tradicional es la de que llegamos a entender la Biblia y a estar convencidos de su autoría divina a través de la iglesia. Como dijimos anteriormente, Tomás dijo que podía establecer el origen divino de la iglesia católica mediante pruebas racionales. Una vez establecido su origen divino, la iglesia puede certificarnos la divinidad de las Escrituras. La iglesia, que estaba presente antes que la Biblia, nos dio la Biblia. Decidió qué libros deberían ser canonizados (esto es, incluidos en la Biblia). Testifica que estos libros particulares tuvieron su origen en Dios, y por lo tanto contienen su mensaje para nosotros. Es más, la iglesia proporciona la interpretación correcta de la Biblia. Esto es particularmente importante. ¿Qué valor tiene para nosotros tener una revelación infalible, inerrante de Dios si no comprendemos esa revelación de forma inerrante? Como todo entendimiento humano es limitado y por lo tanto está sujeto a error, es necesario algo más. La iglesia y en última instancia el papa nos ofrece el verdadero significado de la Biblia. La infalibilidad del papa es el complemento lógico a la infalibilidad de la Biblia.

2. Otro grupo señala que la razón humana es el medio de establecer el significado de la Biblia y su origen divino. En una forma extrema, este punto de vista está representado por los racionalistas. La confirmación de que la Biblia está inspirada por Dios surge al examinar las evidencias. Se dice que la Biblia posee ciertas características que convencen a cualquiera que las examine de su inspiración divina. Una de las evidencias más importantes es la profecía cumplida; o sea los sucesos improbables que se predijeron en el pasado remoto al final sucedieron. Estos eventos, dice el argumento, no podrían haber sido previstos únicamente por la perspicacia humana. En consecuencia, Dios debe haberla revelado y dirigido a la hora de escribir este libro. Otras evidencias son el carácter sobrenatural de Jesús y los milagros. La interpretación es también una función de la razón humana. El significado de la Biblia viene determinado por el examen de la gramática, el léxico, el contexto histórico, etc. El estudio crítico de los especialistas es el medio de averiguar el significado de la Biblia.

3. La tercera posición es la que adoptaremos nosotros. Este punto de vista sostiene que hay una obra interna del Espíritu Santo, que ilumina el entendimiento del que escucha o del que lee la Biblia, que hace que se comprenda su significado y ofrece certeza en lo que se refiere a su verdad y origen divino.

La obra interna del Espíritu Santo

Hay una serie de razones por las cuales la iluminación o el testimonio del Espíritu Santo es necesario para que el ser humano entienda el significado de la Biblia y esté seguro de su verdad. (Ni la iglesia ni la razón humana lo conseguirán). Primero está la diferencia ontológica entre Dios y la humanidad. Dios es trascendente; va más allá de nuestras categorías de entendimiento. Nunca podremos comprenderlo del todo con nuestros conceptos finitos y nuestro vocabulario humano. Se puede entender, pero no completamente. En relación con la trascendencia de Dios está la finitud humana. Los humanos son seres limitados desde su origen en el tiempo hasta su capacidad de asimilar información. En consecuencia, no pueden formular conceptos que sean conmensurables con la naturaleza de Dios. Estas limitaciones son inherentes al ser humano. No son el resultado de la caída o del pecado humano individual, sino de la relación Creador – criatura. No llevan asociado ninguna connotación moral ni ningún estigma.

Sin embargo, más allá de estas limitaciones, existen otras que sí provienen del carácter pecador del ser humano, como individuo y como raza. Estas últimas no son inherentes a la naturaleza humana, sino que son el resultado de los efectos negativos del pecado sobre nuestros poderes noéticos. La Biblia da testimonio de muchas maneras y muy enfáticas de estas limitaciones del entendimiento humano, en particular en lo que respecta a los asuntos espirituales.

La razón final por la que es necesaria la obra especial del Espíritu Santo es que los seres humanos necesitan certeza con respecto a los asuntos divinos. Ya que aquí se tratan temas como la vida (espiritual y eterna) y la muerte, es necesario tener algo más que la mera probabilidad. Nuestra necesidad de certeza está en proporción directa con la importancia del tema que se trate; en materias de consecuencias eternas, necesitamos una certeza que el razonamiento humano no puede proporcionar. Si se trata de decidir qué coche comprar o qué tipo de pintura utilizar en una casa, hacer una lista de ventajas y desventajas normalmente resulta suficiente. (La opción con más ventajas suele ser la mejor). Sin embargo, si la cuestión es a quién o qué creer con respecto al destino eterno, la necesidad de certeza es mucho mayor.

Para entender lo que hace el Espíritu Santo, tenemos que examinar más atentamente lo que la Biblia dice sobre la condición humana, en particular la incapacidad para reconocer y entender la verdad sin la ayuda del Espíritu. En Mateo 13:13–15 y Marcos 8:18 Jesús habla de los que escuchan, pero nunca entienden y ven, pero nunca perciben. Su condición se describe con imágenes vívidas en todo el Nuevo Testamento. El corazón de este pueblo se ha entorpecido, y con los oídos oyen pesadamente y han cerrado sus ojos (Mt. 13:15). Habiendo conocido a Dios, no lo glorifican como Dios, se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido (Ro. 1:21). Romanos 11:8 atribuye su condición a Dios, que "les dio espíritu insensible, ojos que no vean y oídos que no oigan." Por lo tanto [sean] oscurecidos sus ojos (v. 10). En 2 Corintios 4:4, Pablo atribuye su condición al dios de este mundo, que "entre los incrédulos… les cegó el entendimiento, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo." Todas estas referencias, así como muchas otras alusiones, argumentan la necesidad de una obra especial del Espíritu para aumentar la percepción humana y su entendimiento.

En 1 Corintios 2:14 Pablo nos dice que la persona natural (la que ni percibe ni entiende) no ha recibido los dones del Espíritu de Dios. En el original encontramos la palabra δέχομαι (dechomai), que significa no solo "recibir" algo, sino también "aceptar" algo, dar la bienvenida, ya sea a un regalo o a una idea. Los humanos naturales no aceptan los dones del Espíritu porque la sabiduría de Dios les parece absurda. Son incapaces de entenderla γνῶναι (gnōnai) porque debe ser discernida o investigada ἀνακρίνεται (anakrinetai) espiritualmente πνευματικῶς (pneumatikōs). El problema, entonces, no es únicamente que la gente en su estado natural no desee aceptar los dones y la sabiduría de Dios, sino que, sin la ayuda del Espíritu Santo, son incapaces de entenderlos.

El contexto de 1 Corintios 2:14 contiene evidencias que corroboran que los humanos no pueden entender sin la ayuda del Espíritu Santo. En el versículo 11 leemos que sólo el Espíritu de Dios conoce los pensamientos de Dios. Pablo también indica en 1:20–21 que el mundo no pudo entender a Dios a través de su sabiduría, ya que Dios enloqueció la sabiduría del mundo. De hecho la sabiduría de este mundo es insensatez ante Dios (3:19). Los dones del Espíritu son enseñadas διδακτοῖς (didaktois) no con palabras de sabiduría humana, sino con la que enseña el Espíritu (2:13). Según todas estas consideraciones, parece que Pablo no está diciendo que las personas no espirituales entienden pero no aceptan. Más bien, no aceptan, al menos en parte, porque no entienden.

Pero esta condición se supera cuando el Espíritu Santo empieza a obrar dentro de nosotros. Pablo habla de tener los ojos alumbrados πεφωτισμένους (pephōtismenous), un participo pasivo perfecto, que sugiere que se ha hecho algo y que todavía tiene efecto (Ef. 1:18). En 2 Corintios 3, habla de que el velo será quitado (v. 16) para que reflejemos como en un espejo la gloria del Señor (v. 18). Aunque esto originalmente hacía referencia a los israelitas (v. 13), Pablo amplió esta referencia a todos (v. 16) ya que en el resto del capítulo y en los seis primeros versículos del capítulo siguiente la referencia es casi universal. El Nuevo Testamento hace referencia a esta iluminación de los humanos de varias maneras: circuncisión del corazón (Ro. 2:29), ser llenos del conocimiento e inteligencia espiritual (Col. 1:9), el don del entendimiento para conocer a Jesucristo (1 Jn. 5:20), oír la voz del Hijo de Dios (Jn. 10:3). Lo que antes parecía ser una locura (1 Co. 1:18; 2:14) y un tropezadero (1 Co. 1:23) ahora aparece ante el creyente como poder de Dios (1Co. 1:18), como sabiduría oculta de Dios (1:24; 2:7) y como la mente del Señor (2:16).

Lo que estamos describiendo aquí es una obra puntual del Espíritu: la regeneración. Introduce una diferencia categórica entre el creyente y el no creyente. Sin embargo, hay una obra continuada del Espíritu Santo en la vida del creyente, una obra descrita y elaborada particularmente por Jesús en su mensaje a sus seguidores en Juan 14–16. Aquí Jesús promete la venida del Espíritu Santo (14:16, 26; 15:26; 16:7, 13). En algunas referencias, Jesús dice que él mismo enviará del Padre el Espíritu (Jn. 15:26; 16:7). En la primera parte del mensaje él habla de que el Padre enviará al Espíritu en nombre de Jesús (14:16, 26). En la frase final, él solo habla de la venida del Espíritu Santo (16:3). Parece por tanto que el Espíritu fue enviado por el Padre y por el Hijo, y que fue necesario que Jesús se fuera al Padre (nótese el uso redundante y enfático de ἐγὼ (egō) en 16:7 y 14:12 – "Voy al Padre"). El Espíritu Santo tenía que tomar el lugar de Jesús y realizar sus funciones particulares también.

¿Cuáles son las funciones que el Espíritu Santo realizará?

1. El Espíritu Santo enseñará a los creyentes todas las cosas y les recordará todo lo que Jesús les enseñó (14:26).

2. El Espíritu Santo dará testimonio de Jesús. Los discípulos también darán testimonio de Jesús, porque estuvieron con él desde el principio (15:26–27).

3. El Espíritu Santo convencerá ἐλέγχω (elegchō) al mundo de pecado, de justicia y de juicio (16:8). Esta palabra en particular implica reprender de tal manera que se llegue a la convicción, por contraste con la palabra ἐπιτιμάω (epitimaō), que sugiere simplemente una reprimenda no merecida (Mt. 16:22) e ineficaz (Lc. 23:40).

4. El Espíritu Santo guiará a los creyentes a la verdad. No hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga (Jn. 16:13). Y con ello glorificará a Jesús (16:14).

Fíjese en particular en la designación del Espíritu Santo como Espíritu de verdad (14:17). El relato de Juan sobre lo que dijo Jesús no hace referencia al Espíritu Santo como al verdadero Espíritu (ἀληθές – alēthes ο ἀληθινόν – alēthinon), sino como el Espíritu de la verdad (τῆς ἀληθείας – tēs alētheias). Esto puede no ser más que la traducción literal al griego de una expresión aramea, pero es probable que signifique que la naturaleza misma del Espíritu es la verdad. Es alguien que comunica verdad. El mundo no puede recibirle (λαμβάνω – lambanō, simplemente recibir, por oposición a δέχομαι [dechomai], aceptar), porque ni le ve ni le conoce. Los creyentes, por otra parte, le conocen (γινώσκω – ginōskō), porque mora en ellos y estará en ellos. (Hay alguna disputa sobre si el tiempo del verbo final del versículo 17 se tiene que entender como futuro o presente. ἔσται [estai] ["será"] parece que tiene que tener mejor base textual que ἔστιν [estin] ["es"]. Parece probable que ἔσται se cambio a ἔστιν en un intento de armonizar esta forma verbal con el presente de μένω – menō).

Resumamos el papel del Espíritu tal como se describe en Juan 14–16. Conduce a la verdad, recordando las palabras de Jesús, no hablando por sí mismo, sino hablando lo que oye, aportando convicción, siendo testigo de Cristo. Por lo tanto su ministerio definitivamente está implicado en la verdad divina. Pero ¿qué significa esto? No parece ser un nuevo ministerio, o añadir una verdad nueva no conocida previamente, sino una acción del Espíritu Santo en relación con la verdad ya revelada. Por lo tanto, el ministerio del Espíritu Santo implica dilucidar la verdad, aportando creencia, persuasión y convicción, pero no una revelación nueva.

Pero ¿este pasaje tiene que ser entendido con referencia a la iglesia en todos los periodos de su vida o estas enseñanzas sobre la obra del Espíritu Santo sólo se aplican a los discípulos en los tiempos de Jesús? Si se adopta la segunda postura, la dirección hacia la verdad que el Espíritu ofrece a los discípulos hace referencia sólo a su papel en la producción de la Biblia y no a ningún ministerio continuado. Es obvio que el mensaje fue dado en principio al grupo que físicamente rodeaba a Jesús en aquellos momentos. Hay ciertas referencias que lo localizan claramente (por ejemplo, 14:8–11). Sin embargo, hay en su mayoría una ausencia de elementos que restringen la interpretación. Por supuesto, algunas enseñanzas (por ejemplo 14:1–7; 15:1–17) también se comunican en otras partes de la Biblia. Es obvio que no estaban restringidas únicamente a los primeros oyentes, ya que tenían promesas y órdenes aceptadas por la iglesia de todos los tiempos. Es lógico concluir que las enseñanzas respecto al ministerio del Espíritu también son para nosotros.

De hecho, lo que enseña Juan 14–16 sobre que el Espíritu conduce a los creyentes a la verdad también se encuentra en otras partes de la Biblia. En particular, Pablo menciona que el mensaje del evangelio les llegó a los Tesalonicenses a través del Espíritu Santo. Pablo dice que "no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre" (1 Ts. 1:5). Cuando los tesalonicenses recibieron (παραλαβόντες – paralabontes) la palabra, la aceptaron (ἐδέξασθε – edexasthe), no como la palabra de un ser humano, sino como lo que realmente era, la palabra de Dios (2:13). La diferencia entre mera recepción indiferente del mensaje y aceptación efectiva activa se entiende como obra del Espíritu Santo. Es más, Pablo ora que los Efesios (3:14–19) sean fortalecidos con poder en el hombre interior por el Espíritu para que sean capaces de comprender (καταλαβέσθαι – katalabesthai) y conocer (γνῶναί – gnōnai) el amor de Cristo que excede (ὑπερβάλλουσαν – huperballousan) a todo conocimiento (γνώσεως – gnōseōs). La implicación es que el Espíritu Santo comunicará a los efesios un conocimiento del amor de Cristo que supera el conocimiento normal.

Componentes objetivos y subjetivos de la autoridad

Hay, pues, lo que Bernard Ramm ha denominado un patrón de autoridad. La palabra objetiva, las Escrituras puestas por escrito, junto con la palabra subjetiva, la iluminación interior y la convicción del Espíritu Santo, constituye la autoridad para los cristianos.

La ortodoxia escolástica del siglo diecisiete mantenía virtualmente que la autoridad es solo la Biblia. En algunos casos ésta también ha sido la posición del fundamentalismo americano del siglo veinte. Los que defienden esta posición ven una cualidad objetiva en la Biblia que automáticamente le pone a uno en contacto con Dios; esto puede traer como un resultado un punto de vista sacramental de la Biblia. La Biblia como revelación y como conservación inspirada de esa revelación también se considera que tiene una eficacia intrínseca. Una mera presentación de la Biblia o estar expuesto a la Biblia tiene valor per se, ya que las palabras de la Biblia tienen poder por sí mismas. Se cree que leer la Biblia todos los días confiere un valor, en y por sí mismo. El antiguo refrán: "Una manzana al día mantiene alejado al doctor" tiene su paralelo teológico: "un capítulo al día mantiene alejado al demonio." El peligro que puede traer esto es que la Biblia se convierta casi en un amuleto.

Por otra parte, algunos grupos consideran al Espíritu Santo como la autoridad principal de los cristianos. Algunos grupos carismáticos, por ejemplo, creen que la profecía especial se está produciendo hoy. El Espíritu Santo está dando nuevos mensajes de Dios. En la mayoría de los casos, se considera que estos mensajes explican el verdadero significado de ciertos pasajes bíblicos. Por lo tanto, la opinión es que aunque la Biblia es autoridad, en la práctica, con frecuencia, no se podría encontrar su significado sin la acción especial del Espíritu Santo.

En realidad es la combinación de estos dos factores lo que constituye la autoridad. Los dos son necesarios. La palabra escrita, interpretada correctamente, es la base objetiva de la autoridad. La iluminación interior y la obra persuasiva del Espíritu Santo es la dimensión subjetiva. Esta dimensión dual previene por una parte contra la verdad estéril, fría y seca y por otra contra el fervor desacertado. Juntas producen una madurez que es necesaria en la vida cristiana: una cabeza fría y un corazón caliente (no una cabeza caliente y un corazón frío). Como dijo una vez un pastor de forma algo cruda: "Si se tiene la Biblia sin el Espíritu, uno se seca. Si se tiene el Espíritu y no la Biblia, uno explota. Pero si se tiene la Biblia y el Espíritu juntos, uno crece."

¿Cómo es esta visión de la Biblia en comparación con el punto de vista neoortodoxo de la Biblia? A primera vista, al menos para los que tienen una posición escolástica ortodoxa, los dos parecen muy similares. La experiencia que los neoortodoxos denominan revelación es, en efecto, lo que nosotros entendemos por iluminación. En el momento en que uno queda convencido de la verdad, se está produciendo la iluminación. Seguramente la iluminación no siempre se produce de forma espectacular. Algunas veces la convicción se va produciendo gradualmente y de forma más calmada. Sin embargo, además de esa parte espectacular que puede ir asociada a la situación, hay otras diferencias significativas entre el punto de vista neoortodoxo de la revelación y el nuestro de la iluminación.

Primero, el contenido de la Biblia es, desde nuestra perspectiva ortodoxa, objetivamente la Palabra de Dios. Lo que estos escritos dicen es realmente lo que Dios nos dice, aunque nadie los lea, los entienda o los acepte. Por otra parte, el neoortodoxo, no considera que la revelación comunique información principalmente, sino la presencia del mismo Dios. En consecuencia la Biblia no es la Palabra de Dios de forma objetiva. Sino que se convierte en la Palabra de Dios. Cuando cesa el momento de la revelación, la Biblia es de nuevo la palabra de los hombres que la escribieron. Sin embargo, según el punto de vista ortodoxo que presentamos aquí, la Biblia es el mensaje de Dios; lo que dice es lo que él nos dice a nosotros, sin tener en cuenta si alguien lo lee, lo escucha, lo entiende o responde a él. Su estatus como revelación no depende de la respuesta de nadie hacia él. Es lo que es.

Esto significa, por lo tanto, que la Biblia tiene un significado definido y objetivo que es (o al menos debería ser) el mismo para todos. Según el punto de vista neoortodoxo, como no son verdades reveladas, solo verdades de revelación, la manera en que una persona interpreta un encuentro con Dios puede ser diferente al de otra persona. De hecho, ni siquiera las interpretaciones que los autores de las Escrituras dan a los sucesos están inspiradas de forma divina. Lo que escribieron únicamente fue su intento de dejar constancia de lo que habían experimentado. Por lo tanto, no es posible establecer diferencias de comprensión citando palabras de la Biblia. Como mucho, las palabras de las Escrituras simplemente pueden señalar al hecho de la revelación. Sin embargo, en el punto de vista que se presenta aquí, como las palabras de las Escrituras son objetivamente la revelación de Dios, una persona puede acudir al contenido de la Biblia para intentar demostrarle a otra cuál es la idea correcta. El significado esencial de un pasaje será el mismo para todos, aunque la aplicación que haga cada persona sea distinto.

Es más, como la Biblia tiene un significado objetivo que podemos llegar a entender mediante el proceso de la iluminación, la iluminación tiene que tener cierto efecto permanente. Una vez que se aprende el significado (salvo que lo olvide) tendremos ese significado de forma más o menos permanente. Esto no quiere decir que no pueda haber una iluminación más profunda que nos ofrezca un mayor conocimiento de un pasaje en particular, más bien significa que no hay necesidad de renovar la iluminación, ya que el significado (así como la revelación) es de naturaleza tal que persiste y puede ser retenida.

Varios puntos de vista sobre la iluminación

El punto de vista de Agustín

En la historia de la iglesia ha habido distintas ideas sobre la iluminación. Para Agustín, la iluminación era parte del proceso general de adquirir conocimientos. Agustín era un platónico, o al menos un neoplatónico. Platón había enseñado que la realidad consistía en las Formas o Ideas. Cualquier cosa empírica existente tomaba su realidad de ellas. Por lo tanto, todas las cosas blancas son blancas porque participan de la Forma o la Idea de lo blanco. Esta forma de lo blanco no es en sí misma blanca, pero es la fórmula para la blancura, por así decirlo. De la misma manera, cada vez que aparece la sal es sal sólo porque participa de la Idea de lo que debe ser sal o porque es un ejemplo de NaCl, la fórmula de la sal. La única razón por la que conocemos las cosas es porque reconocemos las Ideas o Formas (algunos dirían que universales) en las cosas. Sin conocer las Ideas seríamos incapaces de resumir lo que hemos experimentado y formular ninguna interpretación. Para Platón, el alma conocía las Formas porque estuvo en contacto con ellas antes de entrar en este mundo de los sentidos y los particulares. Agustín, como no aceptaba la preexistencia del alma, adoptó un punto de vista diferente. Dios imprime las Formas en las mentes de los seres humanos, lo que hace posible reconocer estas cualidades en las cosas y le da a la mente criterio para abstraer y evaluar. Mientras que Platón creía que reconocíamos las Formas por una experiencia que habíamos tenido en el pasado, Agustín creía que Dios estaba imprimiendo constantemente estos conceptos en las mentes.

Agustín señala que, al contrario de la opinión popular, hay tres, y no dos, componentes en el proceso de adquirir conocimiento. Debe existir, por supuesto, el conocedor y el objeto conocido. Además, debe existir el medio del conocimiento. Si vamos a escuchar, tiene que haber un medio (por ejemplo el aire) que transporte las ondas sonoras. El sonido no se puede transmitir en el vacío. De la misma manera, no podemos ver sin el medio de la luz. En la oscuridad total no se puede ver, incluso aunque haya una persona capaz de ver y un objeto capaz de ser visto. Y así ocurre con el conocimiento: además del conocedor y del objeto de conocimiento debe haber un medio para acceder a las Ideas o Formas, o no habrá conocimiento. Esto es así para lo que se percibe por los sentidos, la reflexión o para cualquier otra clase de conocimiento. Por lo tanto, Dios es el tercer componente en el proceso de la adquisición de conocimientos, ya que él está iluminando constantemente la mente imprimiendo las Formas o Ideas en ella. En el conocimiento de las Escrituras ocurre lo mismo. La iluminación sobre el significado y la verdad de la Biblia es simplemente un ejemplo de la actividad de Dios en el proceso general de la adquisición de conocimiento de los seres humanos.

Aunque Agustín deja constancia del proceso mediante el cual adquirimos el conocimiento, no diferencia entre lo cristiano y lo no cristiano. Dos breves observaciones señalan cuáles son los problemas de este enfoque: (1) la epistemología de Agustín no es coherente con su antropología, según la cual la humanidad es radicalmente pecadora; y (2) no consigue tomar en consideración la enseñanza bíblica de que el Espíritu Santo realiza una obra especial en relación con los creyentes.

El punto de vista de Daniel Fuller

Daniel Fuller ha propuesto un punto de vista original en lo que se refiere a la obra de iluminación del Espíritu Santo. Este punto de vista parece basarse exclusivamente en 1 Corintios 2:13–14, y en particular en la frase: "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios."Fuller mantiene que lo que se trata aquí no es del entendimiento del texto bíblico, sino de la aceptación de sus enseñanzas. Considera δέχομαι (dechomai) como la palabra crucial, ya que denota no sólo la mera recepción de las enseñanzas de Dios, sino la aceptación voluntaria y positiva. Por lo tanto el problema del humano no espiritual no es que no entienda lo que dice la Biblia, sino que no desea seguir sus enseñanzas. La iluminación, pues, es el proceso mediante el cual el Espíritu Santo cambia la voluntad del ser humano para que acepte las enseñanzas de Dios.

Siguiendo esta interpretación de 1 Corintios 2:14 que muestra que el problema básico del no creyente es no querer aceptar la enseñanza de Dios. Fuller saca la conclusión injustificada de que el pecado ha afectado seriamente la voluntad humana, pero no su razón. Esto significa, dice Fuller, que un teólogo bíblico objetivo, descriptivo será más capaz de extraer el significado de un texto que un teólogo que considera la Biblia como autoridad. El primero no se verá afectado por factores subjetivos, ya que sólo se preocupa por averiguar lo que Jesús o Pablo enseñaron. En ningún sentido se siente obligado a obedecer o seguir esas enseñanzas. Por otra parte, el creyente puede encontrarse con un choque entre las enseñanzas de la Biblia y sus presuposiciones, y sentir la tentación, puede que inconsciente, de extraer el significado que espera encontrar. Su compromiso con las Escrituras hace que sean más probables las falsas interpretaciones.

Hay serias dificultades con la idea de Fuller sobre que la iluminación es una obra del Espíritu Santo sobre la voluntad humana (y sólo sobre ella). Aparte del hecho de que Fuller basa su punto de vista en una sola porción de las Escrituras, asume que sólo la voluntad humana, no la razón, se ve afectada por el pecado. Como la comprensión de los no creyentes no está corrompida por el pecado, y, a diferencia de los creyentes, no tienen implicación personal en lo que dicen las Escrituras, pueden ser desapasionados y llegar al verdadero significado del texto bíblico. Pero ¿esto es realmente así? ¿Cuántos no creyentes son así de desapasionados y poco implicados? Los que examinan las enseñanzas de Jesús deben tener algún tipo de interés en ellas. ¿No puede ese mismo interés inclinarles a encontrar un significado más aceptable que el verdadero significado? Por otra parte, el mismo compromiso de los creyentes les confiere un interés más serio y una mayor preocupación por la Biblia. Este compromiso puede traer consigo un mayor deseo de seguir las Escrituras a cualquier parte que conduzcan. La seriedad de la creencia cristiana de que la Biblia es la Palabra de Dios debería llevarles a ser más diligentes en la búsqueda del verdadero significado. Si se ha aceptado a Cristo como el Señor, ¿no se desearía confirmar con precisión lo que el Señor ha declarado? Finalmente, los textos bíblicos (citados en las pp. 274–75) que indican que los no creyentes no aceptan, al menos en parte, porque no entienden, y que el Espíritu Santo abre tanto el corazón como la mente, parece que tienen dificultades para encajar en el punto de vista de Fuller de que el pecado no ha afectado seriamente la razón humana, sólo su voluntad.

El punto de vista de Juan Calvino

El punto de vista de Juan Calvino sobre la iluminación es más adecuado que el de Agustín o el de Fuller. Calvino, por supuesto, creía y enseñaba la depravación total. Esto significa que toda la naturaleza humana, incluyendo la razón, se ha visto afectada adversamente por la caída. Los humanos en estado natural son incapaces de reconocer y responder a la verdad divina. Sin embargo, cuando llega la regeneración, las "gafas de la fe" mejoran muchísimo nuestra visión espiritual. Sin embargo, incluso después de la regeneración es necesario continuar creciendo progresivamente, lo que llamamos santificación. Además, el Espíritu Santo obra internamente en la vida del creyente, atestiguando la verdad y contrarrestando los efectos del pecado para que el significado inherente de la Biblia se pueda apreciar. Como esta idea de la iluminación parece estar más en armonía con las enseñanzas bíblicas, es la que defenderemos aquí.

La Biblia, la razón y el Espíritu

En este punto surge la cuestión sobre la relación entre autoridad bíblica y razón. ¿No es posible que exista algún tipo de conflicto aquí? Claramente la autoridad es la Biblia, pero se emplean varios medios en el estudio de la Biblia para extraer su significado. Si la razón es el medio de la interpretación ¿no es la razón, en lugar de la Biblia misma, la verdadera autoridad, ya que se acerca a ella desde una posición de superioridad?

Aquí tenemos la distinción que debemos hacer entre autoridad legislativa y judicial. En el gobierno federal de EEUU, el Congreso elabora la legislación, pero la judicatura (en última instancia la Corte Suprema) decide lo que significa la legislación. Son ramas de gobierno separadas, cada una de ellas con su autoridad correspondiente.

Esto parece una buena manera de pensar en la relación entre las Escrituras y la razón. Las Escrituras son la autoridad legislativa suprema. Nos ofrecen el contenido de lo que debemos creer y nuestro código de comportamiento y práctica. La razón no nos ofrece el contenido de lo que debemos creer. No descubre la verdad. Incluso lo que aprendemos por la revelación general sigue siendo materia de la revelación en lugar de una deducción lógica mediante la teología natural. Por supuesto, el contenido obtenido de la revelación general es necesariamente bastante amplio y únicamente complementa la revelación especial.

Sin embargo cuando se trata de determinar el significado del mensaje, sin embargo, y en última instancia, evaluar su verdad, debemos utilizar el poder del razonamiento. Tenemos que emplear los mejores métodos de interpretación o hermenéutica. Y después debemos decidir si el sistema de creencia cristiano es verdadero examinando y evaluando racionalmente las evidencias. A esto lo llamamos apologética. Aunque hay una dimensión de autoexplicación dentro de las Escrituras, ellas por sí solas no nos ofrecen su significado. Por lo tanto no hay incoherencia en cuanto a considerar las Escrituras como nuestra autoridad suprema en el sentido de que nos dice lo que tenemos que hacer y creer y emplear diversos métodos hermenéuticos y exegéticos para determinar el significado.

Hemos señalado que la iluminación del Espíritu Santo ayuda al lector o al que escucha las Escrituras a entender la Biblia y crea la convicción de que es verdadera y que es la Palabra de Dios. Sin embargo, esto no se debería considerar como un sustituto del uso de los métodos hermenéuticos. Estos métodos juegan un papel complementario, pero no competitivo. Un punto de vista que resalta el componente subjetivo confía casi exclusivamente en el testimonio interno del Espíritu. Un punto de vista que enfatiza el componente objetivo considera autoridad solo a la Biblia; confía tanto en los métodos de interpretación que descuida el testimonio interno del Espíritu. Sin embargo, el Espíritu de Dios con frecuencia actúa con medios en lugar de hacerlo directamente. Crea certeza sobre la naturaleza divina de las Escrituras proporcionando evidencias que la razón puede evaluar. También ayuda a entender el texto mediante el trabajo de interpretación del exégeta. Incluso Calvino, con su fuerte énfasis en el testimonio interno del Espíritu Santo, llamó la atención sobre los indicia de la credibilidad de las Escrituras, y en sus comentarios utilizó la mejor erudición clásica para llegar al significado de la Biblia. Por lo tanto, el exégeta y el apologista utilizarán los mejores métodos y datos, pero lo harán con una oración reiterada para que el Espíritu Santo obre a través de estos medios.

Tradición y autoridad

Ahora que hemos examinado la relación entre la Biblia y la razón, debemos preguntar cómo se relaciona la tradición con la autoridad. ¿Funciona como una autoridad legislativa, aportando contenido a la fe cristiana? Algunos creen que la revelación continuó en la historia de la iglesia, así que las opiniones de los padres de la iglesia contienen un gran peso de autoridad. Otros ven el papel de la tradición como menos formal, pero sienten un respeto considerable o incluso veneración por los Padres, quizá sólo porque estuvieron más cerca de la revelación original, y por tanto fueron más capaces de entenderla y explicarla de lo que lo somos los que vivimos muchos siglos después de aquellos sucesos. Algunos grupos, en particular las iglesias libres, repudian de forma ostensible cualquier uso de la tradición, evitándola totalmente a favor de la confianza total en las Escrituras.

Se debería señalar que incluso los que niegan la tradición a menudo se ven influenciados por ella, aunque de una forma algo distinta. El presidente de un seminario bautista dijo una vez bromeando: "Nosotros los bautistas no seguimos la tradición. Pero estamos obligados por nuestra histórica posición bautista." La tradición no tiene necesariamente que ser antigua, aunque debe ser al menos lo suficientemente antigua como para ser retenida y transmitida. Puede existir una tradición de origen reciente. Por supuesto, en algún momento todas las tradiciones fueron de origen reciente. Algunos oradores y líderes populares de círculos cristianos acaban creando su propia tradición. De hecho, algunas de sus expresiones clave están casi canonizadas por sus seguidores.

Hay un valor positivo en la tradición: puede ayudarnos a entender las Escrituras y su aplicación. Los Padres tienen algo que decir, pero sus escritos deben verse como comentarios sobre el texto, no como texto bíblico en sí mismo. Debemos consultarlos como hacemos con otros comentarios. Por lo tanto funcionan como autoridades judiciales. Su autoridad proviene de su utilización y aclaración de las Escrituras. Nunca se debe permitir que desplacen a las Escrituras. Cada vez que una tradición, ya sea una enseñanza de origen antiguo o la de un líder popular reciente, entra en conflicto con el significado de la Biblia, la tradición debe cederle el paso a las Escrituras.

Autoridad histórica y normativa

Es necesario trazar y elaborar otra distinción. Es la que se refiere a la manera en que la Biblia es autoridad para nosotros. La Biblia sin duda es autoritativa al decirnos cuál era la voluntad de Dios para ciertos individuos y grupos en el periodo bíblico. La cuestión que hay que considerar es ¿lo que obligaba a aquellas personas también nos obliga a nosotros?

Es necesario distinguir entre dos tipos de autoridad: histórica y normativa. La Biblia nos informa de lo que Dios ordenó a la gente en la situación bíblica y lo que espera de nosotros. A efectos de lo que la Biblia nos enseña sobre lo que sucedió y lo que se le ordenó a la gente en los tiempos bíblicos es autoridad histórica. Pero ¿es autoridad normativa también? ¿Estamos obligados a llevar a cabo los mismos actos que se esperaba que hicieran esas personas? En esto debemos tener cuidado en no identificar demasiado rápido la voluntad de Dios para aquella gente con su voluntad para nosotros. Será necesario determinar lo que es esencia permanente del mensaje y lo que es forma temporal de su expresión. El lector recordará que se ofrecieron algunas pautas en nuestro capítulo sobre contemporizar la fe (pp. 130–33). Podría ser que algo fuera autoridad histórica sin ser autoridad normativa.


 Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática. (J. Haley, Ed., B. Fernández, Trans.) (Segunda Edición, pp. 266–284). Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie.


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