miércoles, 1 de septiembre de 2010

El principio bíblico del contentamiento

El contentamiento

Un industrializado muy rico que se molestó al ver un pescador que se estaba relajando sentado cerca de su barco.  "¿Por qué no estás en el mar pescando?", le preguntó al pescador.

"Porque he sacado suficiente pescado para el día de hoy", respondió el pescador.

"Pero, ¿Por qué no pescas más pescado de lo que necesitas?", insistió el hombre rico.

"Y ¿qué haría con todo ese pescado que no necesito?"

"Pudieras ganarte más dinero", replicó el impaciente rico.  "Comprarte un mejor barco para que pudiera salir a aguas más profundas y pescar mejor pescado.  Pudieras comprarte redes de nylon que te ayudarían a pescar aun más pescado y así ganar más dinero.  Pronto tendrías una flota de barcos y serás rico como yo."

El pescador luego le pregunta, "Y después de eso ¿qué es lo que haría yo?"

"Pudieras sentarte y relajarte y disfrutarte de la vida", le contestó el rico industrialista.

"Y ¿qué crees que estoy haciendo yo en este momento?" le contestó el pescador mientras continuaba mirando tranquilamente al mar.

El apóstol Pablo nos dice de forma categórica que el amor al dinero es raíz de todos los males, este es un análisis neta­mente económico, y muy moderno, del problema del mal. Vale la pena citar el contexto:

Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento, porque nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos ya satisfechos; pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe y fueron atormentados con muchos dolores.[1]

Allí está la nueva regla que los creyentes en Jesucristo debemos obedecer.

Dice Andrés Panasiuk: Uno de los principios financieros bíblicos que más confusión produce es el principio del contentamiento. La confusión surge como consecuencia de dos tendencias filosóficas extremas y opuestas. Por un lado están los que yo llamo «los franciscanos» (o seguidores de la filosofía financiera que quiere imitar la imagen mental que tenemos de Francisco de Asís), y en el otro rincón del cuadrilátero están los que yo titulo «los Rockefellers» (los que tratan de imitar el estilo de vida del famoso millonario).

Tengo dos amigos, uno rockefeller y otro franciscano, y ambos están en el ministerio. Mi amigo franciscano cree que Dios nos ha llamado a una vida de privaciones y pobreza. Cree que el dinero es la raíz de todos los males y que cuanto más pobre se es, más espiritual. Tiene en mente a personas como Jorge Müller o Teresa de Calcuta, y se opone acérrimamente a todo símbolo de materialismo en su vida familiar.

Mi amigo rockefeller, por su parte, se aferra a la idea de que somos «hijos del Rey» y que debemos vivir como tales. Hace énfasis en versículos bíblicos que hablan sobre la prosperidad, y está dedicado a la tarea de arrebatar las riquezas de manos de los no-creyentes para llevarlas al Reino (mejor aun si las lleva a su propia cuenta bancaria). Él demuestra cómo Dios lo ha bendecido mostrándome sus joyas, su auto (que vale más que una casa), la escuela privada de sus hijos y la piscina que acaba de construir.

Ambos tienen razón y, al mismo tiempo, ninguno la tiene.

El problema de los franciscanos

Si bien es cierto que Dios se opone a una vida entregada al materialismo, no es correcto dar por sentado que Dios llama a todos los creyentes a una vida de pobreza. Dios llamó a Jeremías a vivir y morir por Él en la más absoluta miseria. Pero Dios llamó a Ester a ser una princesa en el palacio real. Jesucristo llamó al joven rico a vender todo lo que tenía y entregárselo a los pobres, pero no parece haber hecho las mismas demandas a Nicodemo. Pedro, Pablo y los apóstoles fueron llamados a vivir y morir en persecución y pobreza, pero Teófilo y Filemón eran cristianos con poder y dinero en el Imperio Romano.

No existe ningún lugar en la Biblia donde se enseñe que el dinero es la raíz de todos los males. El apóstol Pablo, sin embargo, enseña que el amor al dinero es raíz de todos los males. Los bienes materiales son una herramienta que Dios pone en nuestras manos para cumplir los propósitos divinos. Es la actitud que nosotros tenemos con respecto a esos bienes lo que marca la diferencia entre una vida que glorifica a Dios y una que no.

Si la pobreza fuera un símbolo de espiritualidad, ¡el 80% del mundo sería espiritual! En el libro de Proverbios Dios nos recuerda una triste realidad de la pobreza:

Vanidad y mentira aparta de mí, y no me des pobreza ni riquezas, sino susténtame con el pan necesario, no sea que, una vez saciado, te niegue y diga: «¿Quién es Jehová?»,o que, siendo pobre, robe y blasfeme contra el nombre de mi Dios.[2]

La pobreza también tiene su lado amargo y peligroso. ¿Cuántas veces hurtamos, mentimos o hacemos cosas deshonestas con la excusa de que somos pobres o estamos bajo una fuerte presión económica?

En realidad, la pobreza no tiene nada de «santa» y conlleva tantas tentaciones, frustraciones y violencia como la riqueza. El problema no radica en la cantidad de dinero que manejamos; la clave está en la actitud de nuestro corazón.

El problema de los rockefeller

Me cae bien mi amigo «rockfeller», especialmente por su visión positiva de la vida. Sin embargo, de los dos grupos, quizás él es el que está en mayor peligro. Esta «teología del egoísmo» en la que cree mi amigo es un mal que se está esparciendo como pólvora por Latinoamérica. La razón es que apela al más profundo entendimiento de nuestra relación con Dios: los latinos, por naturaleza, nos relacionamos con Dios de una forma materialista y egocéntrica. Desde pequeños hemos aprendido a acercarnos a Dios primordialmente para pedir. Por su parte, la «teología del egoísmo», nacida en el centro mismo de una sociedad de consumo, «consume a Dios». Entiende a Dios como un «proveedor de servicios»: el centro de mi relación entre Dios y yo, ¡soy yo! Entonces, creemos que «Dios existe para servirme a mí», «Dios existe para salvarme a mí», «Dios existe para amarme a mí», «Dios existe para perdonarme a mí», «Dios existe para sanarme a mí», «Dios existe para darme a mí lo que yo le pida».

Por eso nos enojamos tanto cuando Dios no se porta como se supone que tiene que hacerlo, cuando Dios no sana a quien se supone tiene que sanar o no nos da lo que se supone nos tiene que dar.

Tratamos a Dios como si fuera el genio de la lámpara de Aladino, y contamos nuestras bendiciones en términos materiales y positivos. Creemos que la bendición de Dios se debe manifestar en cosas y en situaciones buenas y agradables. Sin embargo, Dios dice claramente:

a todos los llamados de mi nombre, que para gloria mía los he creado, los formé y los hice![3]

Nosotros existimos para servirlo a Él, para amarlo a Él y para darle a Él todo lo que nos pida. «En ninguna parte se nos dice que para servir a Dios tenemos que vivir como reyes». Al contrario. La Palabra nos advierte acerca de que la preocupación y el amor por los bienes de este mundo pueden llegar a ser una de las amenazas más importantes para nuestra vida espiritual.

La Biblia nos amonesta:

No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.[4]

Jesucristo nos dice:

Vended lo que poseéis y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega ni polilla destruye, porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.[5]

La teología del materialismo es un resultado del sincretismo entre el capitalismo y el cristianismo ¡y nosotros nos la tomamos como jugo de frutas!

Yo me pregunto si los cristianos norteamericanos o europeos estarían tan dispuestos a adoptar el culto cristiano/indígena la «pacha-mama» como nosotros estamos ávidos de aceptar el culto a la «money-mama». Es importante discernir la diferencia entre el amor a las riquezas (o el orgullo de las riquezas) y la riqueza misma. Dios nunca condena la riqueza en sí (a Él le pertenecen todos los bienes del mundo). Dios condena el amor a las posesiones materiales y no coloca a los bienes materiales necesariamente como una demostración de su bendición sobre nuestra vida (1 Co. 4:9-14).

El principio bíblico del contentamiento

Volviendo al tema del contentamiento, en primer lugar es importante definir el término.

Contentamiento no significa resignarse a quedarse donde uno está ubicado económicamente. No debemos interpretar mal 1 Timoteo 6:8, eso nos puede llevar a la vagancia y la holgazanería, ¡que también son pecados!

El contentamiento es una actitud hacia la vida. Es saber cuál es el plan de Dios para mí y dónde estoy ubicado con respecto a ese plan. Debemos responder a la pregunta: ¿dónde quiere Dios que yo esté (por ejemplo, económicamente) en este momento?

Si usted sabe que Dios quiere que usted esté, como lo estuvieron mis suegros, veinte años en una choza con techo de paja en el sur de África, entonces podrá encontrar paz y satisfacción en medio de esa situación. Si sabe que el propósito de Dios es que usted haga dinero, y lo está cumpliendo, podrá encontrar alegría y tranquilidad en su trabajo. Pero si su cristianismo es sólo una pintada por encima de su materialismo, entonces uno de los primeros síntomas es la ansiedad. Usted siente ansiedad porque quiere estar en un nivel social más alto que aquel donde Dios lo ha puesto. Si usted se rebela contra la voluntad de Dios, tenga poco o mucho siempre querrá más. El Señor, en su soberanía, llama a algunos a vivir vidas económicamente restringidas, y a otros a ganar grandes cantidades de dinero, todos con un propósito:

No digo esto para que haya para otros holgura y para vosotros escasez, sino para que en este momento, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: «El que recogió mucho no tuvo más y el que poco, no tuvo menos.»[6]

El secreto del contentamiento en la vida del cristiano no está en decidir hacerse un vago o tratar de disfrutar la vida viviendo como reyes, sino en entender, aceptar y obedecer la voluntad económica de Dios para mi vida, a corto y largo plazo. Es deshacerme de lo «mío» y entender que todo es de Dios.

Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo: «No te desampararé ni te dejaré.»[7]

Pablo además escribió:

No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación.[8]

Enseguida nos surge la pregunta: ¿cuál es la clave para llegar a «aprender contentamiento» y reaccionar como el apóstol? Pablo escribió estas palabras, no lo olvidemos, desde la cárcel de Roma y en peligro franco de muerte; no escribe desde una posición de tranquila comodidad, sino desde la angustia de una situación profundamente turbadora. ¿Cómo podía el apóstol tener esta admirable actitud?

La naturaleza del contentamiento

¿Qué quería decir Pablo al afirmar «he aprendido a contentarme»?. Implica no depender de, estar por encima de las circunstancias; su énfasis está en la autonomía, en no quedar ligado a los acontecimientos o problemas.

Pablo nos dice que tener contentamiento significa estar por encima de los eventos que nos ocurren sin quedar atrapados por ellos. Si hacemos depender nuestro ánimo por completo de las circunstancias diarias, nuestra vida se convertirá en un auténtico carrusel con bruscas oscilaciones desde la euforia a la oscuridad más cerrada. Lo que nos hace felices o desdichados no son las circunstancias, sino nuestra actitud ante ellas.

El contentamiento bíblico no es estoicismo. Pablo está muy lejos de Séneca cuya filosofía ensalzaba la autosuficiencia del individuo, pero de un modo próximo al cinismo. Tampoco es el «nirvana» del budismo, estado supremo «por encima del bien y del mal», en el que desaparece el dolor y que se aprende por un entrenamiento sistemático. Tampoco se trata de «desconectar» para lograr una relajación psíquica cercana a la impasibilidad, en la que «nada me afecta» como enseñan la meditación trascendental y otras religiones orientales. Todas estas técnicas están muy en boga hoy cuando la gente vive abrumada por el stress y necesita formas de relajación mental para vivir más «feliz».

Igualmente debemos entender que el contentamiento no es resignación o fatalismo, el «qué le vamos a hacer» o «no hay otro remedio» de muchas personas. El fatalismo nace de la convicción de que no podemos hacer nada para luchar contra nuestro destino.

También hemos de evitar una connotación masoquista, pretender alegrarse en/por situaciones difíciles o incluso de sufrimiento. Este es un error frecuente entre creyentes que confunden estar gozoso con tener contentamiento. El Señor no nos pide «estar contentos en toda situación». Estar gozoso no es lo mismo que tener contentamiento. Yo puedo estar llorando la muerte de un ser querido y tener, retener, el gozo del Señor; pero sería insensato ponerme a reír o a expresar alegría en momentos de tristeza. ¡Dios quiere que sus hijos sean realistas, no masoquistas!

El significado de la palabra contentamiento se acerca mucho al concepto moderno de aceptación que, como tal, no aparece en el Nuevo Testamento.

Aceptar implica la confianza serena, profunda, de que nada ocurre en mi vida sin el conocimiento de Dios. Si él ve y conoce mi situación, entonces yo debo mirarla desde la óptica divina tanto como me sea posible. Ello me permite desligarme de la estrechez de mi visión y amplía mi horizonte. Este «paisaje» nuevo, desde la perspectiva de Dios, me libra de la amargura, del resentimiento y de la sensación de injusticia y esterilidad de muchas situaciones. Pero aun va más lejos; la aceptación implica creer que Dios puede sacar provecho de cualquier situación para transformarla en un bien para su gloria o incluso para mi propia vida.

Esta amplia riqueza de matices del contentamiento queda resumida magistralmente en las palabras del patriarca José cuando exclama ante sus hermanos:

Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener con vida a mucha gente.[9]

El contentamiento es inseparable de la confianza en un Dios personal que dirige cada paso de mi vida con un sentido y un propósito.

APLICACIÓN

No hay ninguna duda que Pablo tardó en vivir el contentamiento. Él mismo usa dos verbos referidos a la docencia: «he aprendido» (Fil. 4:11) y «estoy enseñado» (Fil. 4:12). Si el contentamiento es mirar la vida desde una perspectiva divina, ello va a requerir tiempo. Será un proceso de aprendizaje en el que pueden aparecer los altibajos y los fallos propios del aprendiz.

No importa. Lo fundamental es avanzar en esta asignatura esencial para vivir de forma sosegada, aprendiendo a  no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.[10]

Poco a poco Dios nos irá dando unas «gafas nuevas». No suele haber cursos acelerados en la «universidad de Dios».

El contentamiento del que Pablo nos habla tiene como gran enemigo a la queja, porque el ser humano pareciera estar siempre inconforme con lo que tiene o con lo que es. Un cuento popular judío describe a un campesino que se quejaba todo el tiempo. Vivía en un pequeño cuarto con su esposa, dos hijos y un perro. El campesino era muy infeliz, de manera que fue con el rabino y le preguntó qué podía hacer. El rabino le preguntó si tenía una  cabra a lo que contestó que sí. Le mandó a meter la cabra en la casa y regresar a la semana siguiente. El campesino se fue a la casa, metió la cabra adentro y a la semana siguiente fue a ver al rabino. Este le preguntó cómo iban las cosas, y el campesino le dijo que habían empeorado, teniendo adentro a la cabra, la mujer, los hijos y el perro. El campesino le preguntó qué debía hacer ahora, a lo que el  rabino le respondió que metiera la vaca en la casa. La siguiente semana le dijo que metiera las gallinas, y la cuarta semana, los conejos. La siguiente semana, los caballos. La casa del campesino ya estaba llena de caballos, vacas, gallinas, conejos, un perro,  dos hijos y la esposa. En lugar de estar feliz, el campesino estaba desesperado. Le dijo al rabino que ya no aguantaba más y qué debía hacer ahora. El rabino le dijo que sacara los caballos de su casa. La siguiente semana, los conejos; la siguiente las gallinas y la vaca. Al fin, el hombre, su esposa,  sus dos hijos y el perro se quedaron solos en la casa otra vez. El campesino volvió con el rabino, y antes que éste le pudiera preguntar, le dijo cuán feliz se sentía ahora. Estaba de nuevo en la misma situación como cuando había buscado al rabino por primera vez y se había quejado de su falta de felicidad.

Dos formas de reaccionar ante la vida y sus problemas: la amargura de, «todo me deja insatisfecho» o la aceptación confiada del apóstol, «he aprendido a contentarme en toda situación... porque todo lo puedo en Cristo que me fortalece». ¿Hacia qué polo me dirijo yo?



[1] 1 Ti 6.6-10

[2] Pr 30.8-9

[3] Is 43.7

[4] 1 Jn 2.15

[5] Lc 12.33-34

[6] 2 Co 8.13-15

[7] He 13.5

[8] Flp 4.11

[9] Gn 50.20

[10] 2 Co 4.18


 
 
Paz de Cristo!

ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor 
Iglesia Pentecostal Unida de Colombia 
Reuniones Martes, Jueves y Sábado 7 PM, Domingos 8 AM y 10 AM.
Calle 30 # 22 61, Cañaveral, Floridablanca.
http://adonayrojasortiz.blogspot.com/
 


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