martes, 27 de septiembre de 2011

Autoridad e Inspiración de la Biblia

 

AUTORIDAD E INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA

José Borrás

INTRODUCCIÓN

Todos los grupos evangélicos que mantienen los principios básicos de la Reforma del siglo XVI, es decir, sólo la fe, sólo la gracia y sólo la Escritura, creen y sostienen que la Biblia es la única norma de fe y conducta cristiana,  constituyendo la suprema y última autoridad, tanto para la iglesia como para el creyente.  En este aspecto, las iglesias evangélicas, llamadas vulgarmente "protestantes", se diferencian de la Iglesia Católica Romana en que ésta, junto con las Sagradas Escrituras, mantiene otras fuentes de inspiración con la misma autoridad que aquélla.  Estas otras fuentes de inspiración son tres:

(1) La tradición, es el conjunto de verdades reveladas no contenidas en las Sagradas Escrituras que se han transmitido oralmente de padres a hijos en el transcurso de los siglos.

(2) Las conclusiones de los concilios ecuménicos.  Un concilio ecuménico es una junta o congreso de obispos, teólogos y otros eclesiásticos y personas destacadas e influyentes de la Iglesia Católica Romana de todas las partes de la cristiandad, o de una gran parte de ella (ecuménico significa universal) convocados legítimamente para deliberar y decidir sobre las materias de fe y conducta.  Hasta el presente se han celebrado veintiún concilios ecuménicos.  El primero tuvo lugar en Nicea, el año 325 d. de J.C., y en él se condenó la doctrina arriana, aceptándose que el Hijo era consubstancial al Padre.  El último tuvo lugar en el Vaticano, Roma, recibiendo el nombre de Vaticano II, que comenzó con el papa Juan XXIII en el año 1962 y terminó con el papa Pablo VI en 1963, habiéndose tratado de "La Constitución de la Iglesia".

(3) Las proclamaciones de los romanos pontífices, cuando éstos hablan excáthedra, esto es, como maestros supremos de su iglesia, sobre materias de doctrina y de práctica.  Como ejemplos de estas proclamaciones podemos citar las declaraciones dogmáticas de la inmaculada concepción de María, en 1854; de la infalibilidad del romano pontífice en 1870; y la última de todas, la de la asunción de María a los cielos en 1950.

AUTORIDAD DE LAS ESCRITURAS

La palabra "autoridad" se deriva de la palabra "autor", por lo que la autoridad que poseen las Escrituras le viene de Dios, su autor, quien valiéndose de personas humanas escogidas, que han tenido una experiencia personal con él, se ha revelado a sí mismo a los hombres. Esta revelación se halla contenida en las Escrituras.

Dios no sólo ocupa el centro del mensaje bíblico, siendo el "objeto" principal (la Biblia habla de Dios en la creación, en la redención y concluye hablando de él en la restauración final), sino que es también el "sujeto" principal que crea, redime y restaura, revelándose a los hombres de muy diversas maneras, como por medio de sueños, visiones, audiciones de voces sobrenaturales, intervenciones divinas y, de forma muy especial, en la persona de su amado hijo Jesucristo.  Así lo dice el autor de la epístola a los Hebreos: Dios, habiendo hablado en otro tiempo muchas veces y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo (1:1, 2).

Dios habla a los hombres, inspirándoles a través de su Espíritu para que dejen constancia escrita de esa revelación que él ha hecho de sí mismo, mostrándoles por un lado, su propia naturaleza, es decir, su santidad y amor; y por otro lado, lo que él espera de los hombres a quienes creó para que tuviesen comunión con él, pero que habiéndose alejado de él por el pecado, desea reconciliarlos nuevamente consigo mediante el hecho histórico y salvífico de la muerte de Cristo (2 Cor. 5:19).

Quienes rechazan la autoridad de la Biblia lo hacen porque no aceptan que Dios se haya revelado a sí mismo, inspirando a los escritores sagrados que éstos dejaran constancia de dicha revelación.  Es necesario, pues, que comencemos aclarando los términos de revelación e inspiración, para que podamos comprender qué queremos decir al afirmar que la Biblia es la palabra de Dios, la cual ha sido inspirada y que, por eso mismo, posee autoridad sobre la iglesia y sobre cada uno de los creyentes en todo lo que tiene que ver con su fe y su conducta.

Revelación e inspiración. 

A veces se confunden estos términos a causa de la interrelación de los mismos. A pesar de su estrecha conexión entre sí, no son ni significan lo mismo.  La revelación es el hecho básico y fundamental, por el que Dios se da a conocer a sí mismo y que acontece en primer lugar.  La inspiración sucede en segundo lugar, teniendo como objetivo poner de manifiesto la revelación que Dios ha hecho al hombre.  Puede existir la revelación sin la inspiración, pero nunca existirá la inspiración sin haber tenido lugar antes la revelación.  En otras palabras, la revelación es la verdad que emerge en la mente de una persona a la que Dios se ha manifestado; mientras que la inspiración es el deseo de que esa verdad sea conocida por otras personas y, por lo mismo, se escribe para que quede constancia y pueda ser transmitida a otros.  La confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, diciendo a Jesús: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente! (Mat. 16:16), es una revelación; pero el hecho de que el evangelista Mateo la dejase por escrito para beneficio de sus lectores fue una inspiración que el Espíritu Santo le hizo.

Ya hemos mencionado que Dios utiliza diversas maneras para revelarse, valiéndose de visiones, sueños, ángeles y muchas otras maneras.  Sin embargo, la revelación más completa y maravillosa tuvo lugar en la persona de su Hijo, hecho carne y habitando entre nosotros. A través de él podemos conocer a Dios:  Felipe, ¿y no me has conocido?  El que me ha visto, ha visto al Padre (Juan 14:9).

Creyendo en la bondad de Dios es lógico pensar que él quisiera comunicarse a los hombres para que éstos tuvieran un conocimiento adecuado de él, de su naturaleza, de sus atributos, de sus obras y de sus propósitos para con el hombre.  Este conocimiento no se puede alcanzar plenamente por medio de la observación de la naturaleza, o revelación natural.  Es cierto que algunos atributos de Dios, como su sabiduría, su grandeza y su poder pueden conseguirse observando la creación, tal como dice el salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos (Sal. 19:1); pero, es igualmente cierto, que mediante la observación y el estudio de la naturaleza nunca llegaríamos a descubrir otros atributos divinos, como son la justicia, la misericordia, la santidad y el amor de Dios.  Como afirma el erudito Bernard Ramm "el conocimiento acerca de Dios debe ser un conocimiento que proceda de Dios".

El estudiante de la Biblia debe tener siempre presente que la revelación no fue total y completa desde el principio, sino que ha sido gradual y progresiva.  Dios ha venido revelando a los hombres la verdad paso a paso, conforme éstos podían asimilarla.  Hay pasajes en el AT que escandalizan a los lectores modernos por su falta de ética moral.  Así el autor del Salmo 137 se deleita pensando que las cabezas de los hijos de sus enemigos serán estrelladas contra la roca.  El autor del Salmo 69 ruega a Dios que nunca perdone a sus enemigos.  El profeta Samuel condena a Saúl por no matar a los niños pequeños de sus adversarios y por no haber cometido un genocidio total.  Lo mismo podemos decir con respecto a ciertas prácticas como la esclavitud, la poligamia, la prostitución sagrada, el divorcio, etc., que eran habituales en las leyes, costumbres e ideales de los pueblos vecinos a los israelitas en aquellos tiempos antiguos.  En estos y en otros casos similares podemos decir lo que Jesús dijo a los fariseos cuando éstos le preguntaron acerca del divorcio, afirmando que ésta no era la voluntad de Dios, sino que él consentía tales prácticas, a causa de la dureza del corazón de los hombres (Mat. 19:8).

Al afirmar que la Biblia ha sido inspirada por Dios, estamos diciendo que los escritores sagrados no actuaron por iniciativa propia, sino por iniciativa divina, impulsados por el Espíritu Santo para que sus escritos comunicasen el mensaje de Dios a los hombres (2 Ped. 2:21).  Al decir que los hombres de Dios escribieron los libros de la Biblia guiados por el Espíritu Santo, debemos entender el término escribir en un sentido amplio y especial, incluyendo no sólo el hecho de relatar el suceso por escrito, sino también el hecho de investigar los acontecimientos, seleccionar los documentos, arreglar los materiales, y todos aquellos pasos que conducen a la presentación de los hechos.  Esto es lo que hizo el evangelista Lucas cuando se sintió inspirado para escribir el Evangelio, tal como él mismo lo dice en Lucas 1:1–3.

El texto de 2 Timoteo 3:16 que dice:  Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la instrucción en justicia, es fundamental para comprender el significado del término inspiración.  La palabra griega utilizada por Pablo, theopnéustos, literalmente indica que los escritos fueron producidos por el "soplo de Dios", indicando con ello que los escritores no sólo fueron dirigidos por Dios, sino que Dios infundía a sus escritos esa cualidad especial que los convertía en útiles para enseñar, reprender, corregir e instruir en justicia.

El hecho de que algunos eruditos eliminen el primer verbo y traduzcan el texto diciendo: toda Escritura divinamente inspirada es útil para la enseñanza,… no cambia el sentido esencial de lo que Pablo quiso poner de manifiesto, es decir, que el AT, la Escritura, el conjunto de libros aceptados por los judíos de Palestina, había sido escrito bajo la inspiración de Dios y por lo mismo, tenía que ser considerado como la última y suprema norma de fe.

Doble elemento en la Biblia. 

Al hablar de la inspiración de las Escrituras debemos tener en cuenta un doble elemento: el elemento divino (toda Escritura es inspirada por Dios, 2 Tim. 3:16) y el elemento humano (los hombres hablaron de parte de Dios, 2 Ped. 1:21).  Esto nos lleva a considerar cómo están relacionados entre sí estos dos elementos, el divino y el humano, en la composición de los escritos bíblicos.  Es de suma importancia mantener presente el doble elemento, sin sobreenfatizar uno sobre el otro, lo que inevitablemente nos conduciría al error, como aconteció a algunos teólogos importantes de los primeros siglos del cristianismo, en relación con la doble naturaleza de Cristo.

Elemento divino. 

La Biblia es el libro de Dios, porque a través de él revela su voluntad a los hombres.  A menos que se parta de la base de que las Escrituras han sido inspiradas por Dios (2 Ped. 1:21), utilizando a hombres que tuvieron una experiencia espiritual íntima y personal con él, no se podrá entender el valor religioso y espiritual que las convierte en un libro único, distinto de todos los demás libros, con un mensaje válido para todos los hombres en todos los tiempos y en todas las partes del mundo.

De hecho, solamente las personas que hayan tenido una verdadera experiencia espiritual con Dios, de comunión y de perdón, como la que tuvieron los escritores de la Biblia, podrán entender el verdadero significado de las verdades morales y espirituales contenidas en sus páginas y el mensaje que Dios dirige a través de ellas a los hombres.  Cualquier otro acercamiento a las Escrituras, ya sea desde un punto de vista literario, histórico, filosófico o científico aparte del interés religioso y espiritual, conduce necesariamente a un fracaso completo.

Este elemento divino de las Escrituras se manifiesta claramente entre otras cosas, por la unidad de propósito que se ve en medio de la diversidad de sus sesenta y seis libros, escritos por más de treinta autores distintos y en un período superior a los mil años.  Es necesario aceptar que ha habido una mente superior dirigiendo la mente de todos esos escritores.

Elemento humano. 

El segundo elemento a tener en consideración en los escritos bíblicos es el elemento humano.  La Biblia ha sido escrita en un lenguaje humano, por hombres con habilidades y debilidades humanas.  Al transmitir los pensamientos que Dios les inspiraba, no se suprimía la personalidad del autor, ni coartaba su libertad de expresión, sino que cada uno de ellos escribía utilizando sus propias palabras, así como sus propias peculiaridades gramaticales y estilo.  Algunos escribieron utilizando un lenguaje muy bueno, mientras que otros usaron un vocabulario más deficiente; algunos conocían muy bien las reglas gramaticales y otros no tanto; algunos utilizaban la poesía y otros la prosa común; algunos empleaban un lenguaje figurado repleto de metáforas, símiles y alegorías, mientras que otros utilizaron un estilo llano y sin adornos literarios.  Cualquier lector de la Biblia puede darse cuenta fácilmente que los escritos de Juan son muy diferentes de los de Pedro; así como que el hebreo puro de Isaías es distinto del hebreo arameizado de Daniel.  Estas diferencias de estilo pueden atribuirse, no sólo al hecho de que eran personas pertenecientes a distintas épocas y a diferentes niveles sociales y culturales, sino también a las circunstancias peculiares en las que escribieron.  Moisés, siendo el caudillo de su pueblo que andaba de acá para allá, escribiría en medio de las dificultades del desierto; mientras que David, siendo rey y viviendo en un palacio, escribiría en circunstancias mucho más cómodas y tranquilas.  Isaías, siendo pariente de reyes y teniendo entrada en el palacio, usa ejemplos relacionados con la familia real; mientras que Amós, siendo un pastor que camina tras el rebaño al aire libre, usa  ejemplos de los animales del campo que forman el medio ambiente en el que se halla.  Sin embargo, todos esos escritores, con las características particulares de cada uno, su idiosincrasia personal, sus talentos y preferencias de estilo, y sus propios modos y maneras de presentar el mensaje, escribían bajo la dirección e inspiración del Espíritu Santo, realizándose una valiosa y armonizada colaboración del elemento humano con el divino.

TEORIAS SOBRE LA INSPIRACIÓN

Aunque generalmente todos los eruditos bíblicos aceptan que la Biblia ha sido inspirada por Dios, no todos entienden lo mismo cuando se hace semejante afirmación.  Por eso es bueno que conozcamos bien lo que se entiende por inspiración, así como las diversas teorías existentes sobre la manera en que  Dios inspira a los escritores.

El Dr. Augusto H. Strong, en su obra Teología Sistemática, define la inspiración diciendo que es "aquella influencia del Espíritu de Dios sobre la mente de los escritores de la Biblia que hace de esos escritos el relato de una revelación divina progresiva y suficiente, siempre y cuando se tomen juntos y se interpreten por el mismo Espíritu que los inspiró para guiar a todo buscador sincero hacia Cristo y hacia la salvación."

Con el fin de armonizar la relación entre los elementos divino y humano en la inspiración de las Escrituras, se han presentado diversas teorías que básicamente pueden reducirse a dos grupos, las que dan énfasis al escritor y las que hacen hincapié sobre el escrito, las cuales se subdividen, a su vez, en otras teorías que mencionaremos brevemente.

Teorías que dan énfasis sobre el escritor

1.       Teoría de la intuición. 

Según esta teoría, la inspiración es sólo el conocimiento natural del hombre, elevado a un plano más alto de desarrollo.  Puesto que Dios mora en el ser humano, éste es inspirado.  El grado de inspiración depende de su capacidad natural, mental y espiritual.  Según esta teoría, la inspiración de los escritores del Antiguo y Nuevo Testamentos es similar a la inspiración que mueve a los poetas, escultores y pintores a realizar sus obras maestras.  En tal caso, la Biblia es un conjunto de libros escritos por hombres religiosos de Israel que poseían una facultad intelectual extraordinaria, como pudiera ser el caso de Juan Milton, Miguel de Cervantes, o cualquier otro escritor famoso.  Si la Biblia es un libro superior a los demás libros conocidos, es porque sus autores poseían más sabidurías interna que los demás escritores.

Esta teoría es generalmente rechazada por los creyentes evangélicos, ya que todo el énfasis está puesto sobre el hombre y no en Dios.  Los propios escritores bíblicos afirman repetidamente que Dios hablaba por medio de ellos.  Baste como ejemplo lo que nos dice David: El Espíritu de Jehovah ha hablado por medio de mí, y su palabra ha estado en mi lengua (2 Sam. 23:2).

2.       Teoría de la iluminación. 

Esta teoría se diferencia de la anterior en que da énfasis al grado de las percepciones religiosas en lugar de las facultades naturales de las personas.  Según esta teoría, la inspiración de los escritores de la Biblia se distingue solamente en grado no en calidad, de la que tienen todos los creyentes.  En un sentido, los escritores bíblicos tuvieron la misma clase de inspiración que tuvieron los Padres de la Iglesia, pero en un grado superior a la de éstos.

Tampoco esta teoría puede ser mantenida, puesto que confunde la iluminación que el Espíritu Santo da a todos los creyentes con la inspiración que él concede a algunos hombres escogidos para dejar constancia de la revelación del mensaje de Dios para todos los hombres.  La iluminación tiene que ver con la comprensión de las verdades que ya han sido reveladas e inspiradas, y que, por lo mismo, se hallan escritas en la Biblia.

Teorías que dan énfasis a lo escrito

1.       Teoría de la inspiración mecánica. 

Esta teoría, llamada también de dictado, enfatiza el elemento divino o sobrenatural hasta tal punto que anula la personalidad del escritor humano, al que convierte en un simple amanuense o secretario.  Siguiendo esta interpretación, los rabinos judíos decían: "Los escritores son como flautas que repiten los sonidos de la música soplada por el flautista divino, que es Dios".

Esta interpretación, semejante a la que los mahometanos atribuyen a la composición del Corán, fue generalmente aceptada hasta el siglo pasado por la mayoría de los eruditos bíblicos, tanto católicos como evangélicos, y continúa siendo aceptada en nuestros días por algunos grupos ultraconservadores, quienes sostienen que Dios dictó palabra por palabra cada uno de los libros de la Biblia.  Sin embargo, pocos teólogos destacados de nuestro tiempo aceptan este modo de interpretar la inspiración bíblica.  Las mismas diferencias en los escritos, a las que hemos hecho alusión al tratar del elemento humano, indican que Dios no es el autor real de cada palabra.

Mantener la inspiración mecánica de las Escrituras es hacer responsable a  Dios de los errores gramaticales, históricos y científicos que puedan aparecer en la Biblia.  Sabemos que los escritores sagrados estaban interesados en asuntos de carácter religioso, moral y espiritual, para darnos a conocer la historia de la salvación; pero no en darnos información en el campo de la investigación y del conocimiento científico, enseñándonos en sus escritos geografía o astronomía.  Esto es lo que ya en el siglo IV de nuestra era escribía acertadamente San Agustín de Hipona en su Comentario sobre el Génesis, al decir:  "Los escritores sagrados, o mejor el Espíritu Santo que hablaba por ellos, no pretendió enseñar a los hombres cosas puramente científicas, puesto que en nada les habían de servir para su salvación".  Y en otro lugar, nos dice el mismo autor:  "No se lee en el Evangelio que dijera el Señor: 'Os enviaré el Paracleto para que os enseñe el curso del sol y de la luna'.  Porque quería hacer cristianos y no matemáticos".  La interpretación mecánica apoya lo que, irónicamente, señala Abraham Kuyper cuando dice:  "Cualquier alumno de enseñanza primaria que supiera escribir al dictado podría haber escrito la epístola a los Romanos tan bien como la escribió el apóstol Pablo".

2.       Teoría de la inspiración dinámica.  

Esta teoría enseña que lo que Dios ha inspirado no ha sido el lenguaje, sino el mensaje, dejando que los escritores sagrados transmitiesen la verdad divina que él les revelaba en sus propias palabras humanas y en el estilo literario y lingüístico propio de cada escritor.  Esto ha dado como resultado la gran variedad y la belleza literaria que encontramos en los distintos libros de la Biblia.

Según esta teoría, aceptada por la mayoría de los eruditos de nuestro tiempo, en la inspiración Dios no anula ni limita la personalidad de los escritores, sino que los usa como instrumentos humanos que poseen sus peculiaridades particulares e individuales.   De idéntica manera, Dios permite que cada escritor utilice los términos y expresiones que, siendo características de su tiempo y cultura, expresan adecuadamente la revelación divina.

Para concluir esta sección sobre la inspiración, es conveniente señalar que la expresión "inspiración verbal" no significa lo mismo para todos los eruditos bíblicos.  Mientras unos entienden por esa frase que la inspiración es mecánica, otros entienden que es dinámica.

También debemos indicar que hay personas que aceptan que las Escrituras fueron inspiradas por Dios, pero sólo en lo que se refiere a los autógrafos originales y no a los manuscritos y versiones que poseemos actualmente, que proceden de copias de otras copias, y que presentan gran cantidad de variantes, y hasta contradicciones, entre los distintos textos.  Por ello, niegan que la inspiración divina alcance a las traducciones y ediciones de la Biblia que poseemos actualmente.

Sin embargo, y en ello concuerdan los mejores eruditos, se puede afirmar que la inmensa mayoría de las discrepancias son de menor importancia, tratándose en muchos casos de errores de caligrafía y omisiones de letras o palabras, pero que no cambian su significado esencial ni alteran ningún precepto o doctrina bíblica.  Esto se ve confirmado con el descubrimiento, en el año 1947, de las cuevas del Qumrám, junto al mar Muerto, donde se ha encontrado, entre otros muchos otros manuscritos, un pergamino que contiene el libro de Isaías, perteneciente al siglo primero a. de J.C. y que, prácticamente, es igual libro de Isaías que tenemos en el texto masorético perteneciente al siglo XI de la era cristiana.  El profesor Stuart nos dice:  "De las ochocientas mil variantes de la Biblia que he clasificado, cerca de setecientas noventa y cinco mil son de una importancia similar a si en la ortografía inglesa tenemos que escribir "honour" o bien "honor" olvidando la u.  Es decir, no tiene ninguna importancia en cuanto a significado, sino simplemente en cuanto a ortografía.  Las restantes ofrecen algún cambio de sentido en ciertos pasajes o expresiones, u omiten una palabra y hasta, alguna vez, una frase entera; pero ninguna doctrina cristiana es alterada por tal motivo; ningún precepto es quitado; ningún hecho importante queda alterado por la totalidad de las diversas variantes del texto bíblico tomadas en conjunto."

La autoridad de la Biblia procede, pues, del hecho de que esa importante obra, ha sido inspirada por Dios.  La inspiración divina es la que le otorga una autoridad única que no posee ningún otro libro.  Y puesto que Dios nos habla a través de sus páginas, podemos afirmar que la Biblia es la palabra de Dios, y que sólo ella deber ser la última autoridad, tanto para la iglesia como para el creyente, en cuanto a los asuntos de fe y práctica.  Cualquier otra declaración doctrinal, como puedan ser los credos o las confesiones de fe, tendrá autoridad espiritual solamente en la medida en que exprese lo que enseñan las Escrituras.  Asimismo, el sermón predicado por cualquier ministro del evangelio, se convertirá en palabra de Dios y reflejará la voluntad divina, en la medida que el predicador se ciña al mensaje contenido en la palabra escrita en la Biblia.

Existe una gran discusión entre los teólogos liberales y los conservadores con respecto a si la Biblia es la palabra de Dios, o si sólo la contiene.  Mientras la posición liberal defiende que la Biblia contiene la Palabra de Dios mezclada con las palabras de los hombres, la posición más conservadora sostiene que la Biblia es la palabra de Dios, llegando algunos a afirmar que hay que aceptarla literalmente, con puntos y comas, desde el "en" hasta el "amén, esto es, desde la primera palabra del Génesis hasta la última del Apocalipsis.

Sin embargo, conviene señalar que cuando decimos que la Biblia es la palabra de Dios no estamos afirmando que Dios ha hablado cada una de las palabras que contiene.  De hecho hay palabras que han sido dichas por Dios; otras fueron dichas por ángeles; otras por los escritores humanos, inspirados por Dios; otras por enemigos de Dios, otras por los propios demonios, e incluso otras por animales irracionales como en el caso del asna de Balaam (Núm. 22:28–30) y de la serpiente en el Edén (Gén. 3:1–5).  Lo que  queremos decir es que, detrás de todas ellas, se encuentra Dios dándonos el mensaje que él quiere hacernos llegar. 

Karl Barth, uno de los principales teólogos neoortodoxos del siglo XX, (corriente teológica que, rechazando la doctrina racionalista del siglo XIX, mantiene las doctrinas tradicionales, pero reinterpretándolas teniendo en cuenta los adelantos científicos, los descubrimientos arqueológicos y los estudios bíblicos y hermenéuticos de los últimos tiempos) defiende que la Biblia es la palabra de Dios para el lector que, al leerla, reconoce y acepta que Dios le está hablando directa y personalmente a él.  En este caso, y sólo en este caso, las palabras de los escritores bíblicos se convierten en la palabra de Dios, puesto que él está hablando al hombre a través  de la palabra escrita. En este caso, el hombre reacciona positiva o negativamente al mensaje de Dios.

Algunos eruditos modernos, siguiendo al teólogo alemán Rudolf Bultmann, hablan de la necesidad de desmitificar, o desmitologizar la Biblia, diciendo que ésta contiene gran cantidad de "mitos" por haber sido escrita en tiempos antiguos, poco rigurosos en el aspecto científico y en los que se utilizaron expresiones y figuras literarias que resultan inaceptables en nuestro tiempo.  Sobre este tema debemos hacer tres observaciones que pueden sernos útiles:

La primera es señalar que cuando estos eruditos hablan de "mitos" en la Biblia, hay que entender ese término en el sentido teológico en el que ellos lo usan, y no en el sentido tradicional y popular de algo ficticio inventado por los hombres.  Para Bultmann y sus seguidores, un "mito" es una verdad doctrinal presentada en un lenguaje literario que la hermosea y la hace comprensible a los lectores.  Estos teólogos no suelen negar la verdad existente, pero rechazan el ropaje literario en el que la verdad se halla envuelta.  Por ejemplo, al leer en la Biblia el relato de la caída de nuestros primeros padres en el paraíso, dicen que la verdad consiste en que Adán y Eva pecaron desobedeciendo a Dios; pero el relato bíblico que describe al diablo tentándolos a comer una fruta, afirman ser un "mito".  La enseñanza expuesta en el capítulo tercero del Génesis es que el hombre pecó.  La forma de presentar esa enseñanza es un "mito" que no hay que interpretar literalmente.

La segunda observación consiste en señalar que la Biblia contiene la revelación de Dios para todos los hombres en todas las épocas.  La Biblia fue escrita hace muchos siglos en un lenguaje que podía ser entendido y aceptado por los contemporáneos de los escritores sagrados.  Si éstos hubiesen escrito sus libros con la rigidez científica requerida por los hombres del siglo XX, su lectura hubiese resultado incomprensible para sus contemporáneos y para los hombres  de las épocas anteriores a la nuestra.  Por ello, tanto los eruditos bíblicos, como los teólogos y los predicadores de todos los tiempos, tienen la responsabilidad de reformular e interpretar las verdades bíblicas que son eternas e inmutables, en el lenguaje comprensible al pueblo con el que viven.  Este es uno de los grandes valores de las nuevas versiones de la Biblia y lo que ha pretendido obtener el equipo editorial de la Reina-Valera Actualizada, presentado el mensaje de siempre en el lenguaje de hoy.

La tercera, y la más importante de las observaciones, es señalar que, aunque en la Biblia puedan haber relatos no expuestos científicamente, así como figuras y expresiones retóricas extrañas a la cultura del siglo XX, las verdades esenciales que contiene están expuestas de tal manera que lo mismo los sabios que los incultos entienden su verdadero significado.  Todo lector sincero y libre de prejuicios comprende lo que quiere decir que Dios es el creador de todo cuanto existe; que Dios es un padre de amor, que nos perdona y recibe cuando vamos a él arrepentidos; que todos los hombres han pecado y necesitan arrepentirse; que Cristo Jesús vino al mundo y murió en una cruz para salvar a los pecadores; que él resucitó al tercer día y está intercediendo por su pueblo, que es la iglesia; y que un día regresará de nuevo a la tierra para juzgar a los hombres, dándoles una recompensa o un castigo eternos de acuerdo a cómo hayan vivido.  Estas verdades, que resumen la esencia de la Biblia, son comprensibles para todos los hombres, en todos los tiempos y en todos los lugares.

Hay que señalar que, aunque debemos amar la Biblia, considerándola como un verdadero tesoro, leyéndola con gran devoción y estudiándola con espíritu de oración, no debemos convertirnos en bibliólatras, considerando la Biblia como un fin en sí misma, sino como un medio adecuado que nos conduce a Dios.  El teólogo Emil Brunner, neoortodoxo y suizo como Barth, a la vez que contemporáneo suyo, ridiculiza a quienes, rechazando al Papa de Roma, convierten la Biblia en un "Papa de papel".

La Biblia no llama la atención hacia sí misma, ni se nos presenta en ninguna parte como el objeto de nuestra fe, sino que, a la vez que nos indica que su mensaje proviene de Dios, ella se convierte en un señalizador que nos ayuda a dirigir nuestra fe hacia ese Dios vivo que se revela a través de sus páginas y que se encarna en la persona de Jesucristo para reconciliar al mundo consigo mismo (2 Cor. 5:19).  La Biblia es como ese letrero que encontramos en medio de una carretera indicándonos la dirección que debemos seguir para llegar a nuestro destino.  El letrero no es el punto final de nuestro viaje, sino la ayuda que necesitamos para llegar sin equivocarnos a nuestro destino.

La Biblia demuestra su inspiración divina en la presentación de su mensaje. 

Tanto en el AT como en el NT, la Biblia enseña claramente que el mensaje proclamado es la palabra de Dios.

Antiguo Testamento. 

Los escritores sagrados, y muy concretamente los profetas, afirman que ellos transmiten lo que Dios les revela.  Moisés afirmó que él hablaba lo que Dios le decía (Exo. 24:4).  Cerca de 100 veces aparece en el Pentateuco la frase Dios habló a  Moisés, diciendo; y a continuación Moisés escribió lo que Dios le había dicho.  Lo mismo sucedió con Josué (Jos. 4:15), Samuel (1 Sam. 15:10) y otros, quienes escribieron lo que Dios les decía.

Los profetas hablaron con la plena convicción de hacerlo bajo la inspiración directa de Dios.  Más de 200 veces encontramos en boca de los profetas frases como estas: La palabra de Jehovah vino a mí, diciendo; oíd la palabra del Señor; Dios habló diciendo; así dice el Señor.  Otras veces las Escrituras enseñan que el Espíritu de Dios vino o cayó sobre los profetas, o que ellos recibieron la Palabra de Dios y se sintieron impelidos a comunicarla.  Así sucede en Isaías 8:11, Jeremías 1:2–9 y Ezequiel 1:3.  Hay 16 profetas que afirman haber hablado bajo la dirección divina.  En Exodo 7:1 se enseña que el profeta es una persona que habla en nombre de Dios al pueblo de su tiempo; o, dicho de otra manera, que trae las palabras de Dios a los hombres a los que se dirige (Exo. 4:22; Jer. 1:9).

Algunas personas tienen un concepto equivocado, creyendo que un profeta es alguien que adivina el futuro.  Quien adivina el futuro es un adivino.   El profeta, sin embargo, tiene la misión de declarar la voluntad de Dios a las personas a las que se dirige.  Sólo debido al hecho de que existían profetas falsos, que afirmaban lo que Dios no les había revelado, es que, algunas veces, los profetas verdaderos anuncian el cumplimiento de tal o cual suceso para que, cuando éste se cumpla, las personas recuerden el vaticinio y reconozcan que el profeta que lo predijo era verdadero y proclamaba lo que Dios le había revelado.  De aquí que las predicciones tuvieran que tener su cumplimiento poco tiempo después de haber sido anunciadas.

Algunas veces, y así acontece en algunas profecías mesiánicas, las palabras del profeta pueden tener una doble proyección:  la primera tiene una aplicación inmediata para sus contemporáneos; y la segunda se cumplirá a la llegada del Mesías, siendo posible que el alcance de esta segunda proyección nunca haya pasado por la mente del profeta.  Un ejemplo de esta clase de profecía la encontramos en el libro de Isaías, cuando el rey Acab no quiere pedir al profeta una prueba  que le asegure de que éste habla en nombre de Dios, y ante la negativa del rey, Isaías le da la prueba, diciendo: El mismo Señor os dará la señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Isa. 7:14).  Esta profecía se cumplió unos años después de pronunciada, ya que tenía que ver con la desaparición de los reinos de Siria e Israel que, con sus reyes Rezín y Pécaj, quisieron convencer al rey de Judá, Acab, para que se les uniera contra Asiria.  El profeta dice al rey Acab que no tenga miedo, pues antes de que el niño que va a nacer de la mujer que aún es virgen sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, es decir, alcance el uso de la razón, la tierra de esos dos reyes será abandonada (Isa. 7:16).  La segunda aplicación de la profecía tuvo lugar cerca de 800 años después de pronunciada, cuando en Belén de Judá nació Jesús.  El evangelista Mateo afirma: Todo esto aconteció para que se cumpliese lo que habló el Señor por medio del profeta, diciendo: "He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarán su nombre Emanuel" (Mat. 1:22, 23).

Nuevo Testamento. 

En los días de Jesús los judíos poseían un conjunto de 39 libros considerados como inspirados, que estaban catalogados en tres grupos:  Ley, Profetas y Escritos Sagrados.  Estos libros eran considerados como grafé, es decir, Escritura, o las Escrituras (Rom. 9:17; Luc. 24:27), a las que a veces se les añadía el calificativo de "santas" o "sagradas" (Rom. 1:2, 2 Tim. 3:15).  Estos libros son los que componen lo que conocemos como el Antiguo Testamento.  El NT, compuesto por otros 27 libros, fue escrito después de la muerte de Cristo, entre los años 65 y 100 de nuestra era.  Veamos en qué concepto tenían Jesús y los apóstoles los libros que constituían la Biblia en su tiempo.

Jesús demostró siempre una gran reverencia y un profundo respeto hacia las Escrituras, a las que apelaba para apoyar sus argumentos.  En Juan 10:35 dijo que la Escritura no puede ser anulada.  Hablando de sí mismo, afirmó que no había venido para abrogar la Ley o los Profetas, sino para darles cumplimiento, y añadió que ni siquiera una jota, ni una tilde pasará de la ley hasta que todo haya sido cumplido (Mat. 5:17, 18).  En presencia de sus adversarios afirmó que la causa de su incredulidad era que no conocían las Escrituras (Mat. 22:29).  Y al querer demostrar que él era el enviado de Dios, les dijo: Escudriñad las Escrituras, porque… ellas son las que dan testimonio de mí (Juan 5:39).  Para Jesús una cita de las Escrituras era el fin de cualquier controversia.  Decir "así está escrito" era como decir "así dice el Señor".  De esta manera refutó las tentaciones del diablo en el desierto (Mat. 4:4–10; Luc. 4:4, 8).  En Juan 14:26 leemos que Jesús prometió a sus discípulos que cuando él se marchase les enviaría al Consolador, el cual les enseñaría todas las cosas y les recordaría todo lo que él les había dicho.  Esta promesa se cumplió el día de Pentecostés y, desde entonces, los discípulos hablaron convencidos de que sus palabras eran las palabras de Dios (1 Tes. 2:13) y se sentían seguros de que su testimonio era el testimonio de Dios (1 Jn. 5:9–12). 

Pedro nos dice en Los Hechos 1:16 que era necesario que se cumpliesen las Escrituras, en las cuales el Espíritu Santo habló de antemano por boca de David acerca de Judas…  En Los Hechos 3:18 afirma que lo que le había acontecido a Cristo es el cumplimiento de lo que Dios había anunciado de antemano por boca de todos los profetas.  Expone la misma idea al escribir que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada; porque jamás fue traída la profecía por voluntad humana; al contrario, los hombres hablaron de parte de Dios siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 Ped. 1:20, 21).  En este mismo capítulo, en los versículos precedentes, afirma que la voz de la profecía es más cierta que lo que él, Pedro, experimentó en el monte de la transfiguración, cuando Jesús recibió la visita de Moisés y Elías, escuchándose una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia.  A él oíd (Mat. 17:5).  Indudablemente, el Apóstol jamás podría dudar de lo que en aquella extraordinaria ocasión había visto y oído; pero afirma que más cierto aún que lo que vio y oyó era la revelación de Dios provista en las Escrituras (2 Ped. 1:17–19).

Pablo tenía la plena convicción de que al proclamar su mensaje estaba presentando la Palabra de Dios.  En 1 Tesalonicenses afirma:  Damos gracias a Dios sin cesar; porque cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de parte nuestra, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino como lo que es de veras, la palabra de Dios (2:13).  En Gálatas 1:11, 12 escribe: Os hago saber, hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según hombre… sino por revelación de Jesucristo.  Y en el importante pasaje de 2 Timoteo 3:16 enfatiza que la Escritura es una revelación directa de Dios.  Tanto si el término griego pasa se traduce por "toda", como si se traduce por "cada", el significado viene a ser el mismo; pues "toda" da la idea de la totalidad de las Escrituras; mientras que, "cada" indica que cada una de sus partes ha sido inspirada.

La Biblia muestra su inspiración divina en el cumplimiento de las profecías. 

Dios que es, a la vez, fiel y poderoso hace que todo cuanto ha sido vaticinado por revelación suya se cumpla a su debido tiempo.  Se dice que dos tercios de la Biblia se componen de profecías.  Sólo una pequeña parte de ellas se ha cumplido hasta el presente; pero las que han tenido cumplimiento demuestran que el resto también se cumplirá.  Estas profecías fueron hechas en relación a sucesos, lugares y personas; pero donde más claramente se ve su cumplimiento es en su relación con la persona de Jesucristo, el Mesías, de quien hablaron los grandes profetas del siglo VIII a. de J.C., Isaías, Oseas y Miqueas, así como los salmistas.  Son muchas las profecías hechas sobre el nacimiento e infancia de Jesús, igual que sobre las últimas horas de su vida.  Como ejemplo de su exacto cumplimiento, mencionaremos sólo unas pocas, tal como las presenta Carlos Neal en su obra La Inspiración de la Biblia.

1. Profecías sobre el Nacimiento e Infancia de Jesús:

Concebido por una virgen, Isaías. 7:14; cumplida en Mateo 1:18, 23–25.

Nacería en Belén, Miqueas 5:2; cumplida en Mateo 2:1.

Sería visitado por "magos", Salmo 72:10; cumplida en Mateo 2:1–12.

Sería llamado de Egipto, Oseas 11:1; cumplida en Mateo 2:15.

2. Profecías sobre la Muerte y Pasión de Jesús:

Le herirán en la mejilla, Miqueas 5:1; cumplida en Lucas 22:64.

Le escupirán en la cara, Isaías 50:6; cumplida en Mateo 26:67.

Le horadarán manos y pies, Salmo 22:16; cumplida en Juan 20:24–27.

Le pondrán entre malhechores, Isaías 53:12; cumplida en Marcos 15:27, 28.

Le sepultarán con los ricos, Isaías 53:9; cumplida en Mateo 27:57–60.

Hay unas 30 profecías sobre su arresto, juicio y muerte que se cumplieron literalmente en las últimas 24 horas de su vida.  Estas y muchas otras profecías hechas con tantísima antelación, y que tuvieron un exacto cumplimiento en la persona de Jesús, ponen de manifiesto la inspiración divina en las personas que las proclamaron.  Es curioso notar cómo el evangelista Mateo cita frecuentemente pasajes del AT para demostrar que Jesús era el Mesías que llevaba a cabo en sí mismo el cumplimiento de las antiguas profecías.  Según el erudito Carlos H. Dodd, uno de los puntos esenciales sobre los que giraba la predicación apostólica, tal como se ve en los Los Hechos de los Apóstoles, era demostrar que las profecías se habían cumplido.  De aquí su énfasis en declarar que Jesús nació, murió y resucitó, según estaba anunciado en las Escrituras.

Considerando lo que hemos dicho, podemos finalizar este estudio con la misma conclusión a la que llegó Juan Wesley, y que es citada por Carlos Neal en su libro antes mencionado, al decir: "La Biblia debe ser la invención de hombres buenos o de ángeles; de hombres malos o de demonios; o de Dios.  No pudo ser la invención de hombres buenos o ángeles, porque ellos no querrían ni podrían escribir un libro de tal clase mintiendo todo el tiempo, al decir 'así dice el Señor', cuando todo era de su propia invención.  No pudo ser la invención de hombres malos o de demonios, porque ellos no querrían ni podrían escribir un libro que manda todo deber, prohibe todo pecado y condena sus almas al infierno para siempre.  Por lo mismo, saco la consecuencia de que, forzosamente, este libro nos vino de Dios por inspiración."

La Biblia es, pues, el libro inspirado por Dios, en el que encontramos el mensaje que él dirige a los hombres.  Para nosotros es la autoridad final en materiales de fe y conducta.  Tal vez haya cosas que no entendamos; pero hay suficientes cosas que sí entendemos para conocer la voluntad de Dios para nuestras vidas.  ¡Leámosla!  ¡Conozcámosla!  ¡Practiquémosla! y ¡distribuyámosla a otras personas![1]

 



[1] Carro, D., Poe, J. T., Zorzoli, R. O., & Editorial Mundo Hispano (El Paso, T. (1993-). Comentario bı́blico mundo hispano Exodo (1. ed.) (9–21). El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano.

 
 
Paz de Cristo!

ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor 
Iglesia Pentecostal Unida de Colombia 
Reuniones Martes, Jueves y Sábado 7 PM, Domingos 8 AM y 10 AM.
Calle 30 # 22 61, Cañaveral, Floridablanca.
http://adonayrojasortiz.blogspot.com/
 

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