jueves, 14 de junio de 2007

Algunos aspectos importantes a considerar sobre la justificación I

Algunos aspectos importantes a considerar sobre la justificación.

"Mas al que no hace obra, sino que cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia." -Romanos 4:5.

La Biblia hace énfasis en una diferencia trascendental entre Dios y el hombre, y es que Dios es justo[1], mientras que, el cargo fundamental hecho a los seres humanos es que no hay justo, ni aun uno[2]. Pero en este mismo orden de ideas, una de las glorias de la gracia divina es el hecho de que una justicia perfecta, semejante a la blanca e inmaculada vestidura de una novia, ha sido provista en Cristo y es gratuitamente concedida a todos los que creen en El[3].

¿De qué manera podrá justificarse el pecador delante de Dios?[4] Este es el asunto que nos compete resolver hoy y es de trascendental importancia. En él radica el cimiento de toda nuestra esperanza, puesto que mientras que estemos en enemistad con Dios, no puede haber paz verdadera ni gozo perdurable, en esta vida ni en la eternidad.

La doctrina de la justificación afirma que nuestra posición de justos ante los ojos de Dios es algo que se nos regala, no algo que hemos de conseguir por nuestros méritos.

A. DIOS ES JUSTO

Esta justicia de Dios es invariable e inmutable. Él es infinitamente justo en su propio Ser e infinitamente justo en todos sus caminos.

Dios es justo en su Ser: Es imposible que Él se desvíe de su propia justicia, ni siquiera hay en él sombra de variación[5]. Dios no puede mirar el pecado con el mínimo grado de tolerancia. Por consiguiente, puesto que todos los hombres son pecadores, tanto por naturaleza como por práctica, el justo juicio divino ha venido sobre todos ellos para condenación[6]. La aceptación de esta verdad es de gran importancia para llegar a un correcto entendimiento del evangelio de la gracia de Dios.

Dios es justo en sus caminos: Debe también reconocerse que Dios es incapaz de considerar con ligereza o con algún grado de superficialidad el pecado, o de perdonarlo en un acto de flojedad o debilidad moral. La gloria del evangelio no radica en que Dios haya tratado con suavidad o blandura el pecado; sino más bien en el hecho de que todos los juicios que la infinita justicia tenía necesariamente que imponer sobre el culpable, el Cordero de Dios los sufrió en nuestro lugar, y que este plan que procede de la mente misma de Dios es, de acuerdo a las normas de su justicia divina, suficiente para la salvación de todo el que cree en Él[7].

Por medio de este plan Dios puede satisfacer su amor salvando al pecador sin quebranto de su justicia inmutable; y el pecador, que en sí mismo está sin ninguna esperanza, puede verse libre de toda condenación creyendo en Jesús[8].

Dios manifestó Su voluntad al hombre en esta­do de inocencia de una forma apropiada a su con­dición[9] y, después de la Caída, no le dejó sin testimonio, sino que le habló por me­dio de la naturaleza y de la conciencia, siendo ésta la voz interna que acusa o excusa los actos del hombre[10].

Pero la plena mani­festación de la voluntad de Dios para con los hombres fue dada en el Sinaí, donde Dios enunció los diez mandamientos, y luego instruyó a Moi­sés con otros muchos preceptos complementa­rios. La Ley representa lo que Dios, en justicia, requiere de los hombres en las circunstancias reales de la vida, y el mandamiento es siempre santo y justo y bueno[11].

Pero, bajo re­petidas pruebas, se demostró que el hombre era incapaz de cumplir la justicia exigida por Dios, ya que su naturaleza pecaminosa siempre le arrastraba a la desobediencia. Una ley quebran­tada no puede salvar a nadie, sino que condena inflexiblemente al infractor de ella. El que no la cumple, muere.

Cuando Moisés, al ver que Israel había quebrantado la Ley en todos sus capítulos antes de recibirla en forma escrita, quebró las ta­blas de piedra al pie del Sinaí[12], y con esto dio a entender, en forma simbólica, el fracaso del hombre ante las santas exigencias de la Ley divina[13].



[1] Salmo 119: 137; Juan 17: 25; Romanos 3: 26; 2 Timoteo 4: 8; 1 Juan 1: 9 y 2: 1

[2] Romanos 3: 10

[3] Romanos 3: 22

[4] ¿Cómo, pues, se justificará el hombre delante de Dios? ¿Cómo será puro el que nace de mujer? Si ni aun la misma luna es resplandeciente ni las estrellas son puras delante de sus ojos, ¿cuánto menos el hombre, ese gusano, ese gusano que es el hijo de hombre? Job 25: 4 -6

[5] Santiago 1: 17

[6] Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios Romanos 2: 5

[7] Juan 3: 16 -18; 5: 24

[8] Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús Romanos 8: 1

[9] Génesis 2: 16 y 17

[10] Cuando los gentiles que no tienen la Ley hacen por naturaleza lo que es de la Ley, estos, aunque no tengan la Ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la Ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia y acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos Romanos 2: 14 y 15

[11] Romanos 7: 12

[12] Éxodo 32: 19

[13]Todos los que dependen de las obras de la Ley están bajo maldición, pues escrito está: «Maldito sea el que no permanezca en todas las cosas escritas en el libro de la Ley, para cumplirlas» Gálatas 3: 10

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