lunes, 18 de junio de 2007

Algunos aspectos importantes a considerar sobre la justificación. III

C. LA JUSTICIA ATRIBUIDA DE DIOS


Es importante que entendamos la atribución de la justicia de Dios[1], tanto los principios sobre los cuales Dios condena al pecador como los principios sobre los cuales Dios salva al cristiano.


Vamos despacio:


1. El hecho de la atribución es resaltado cuando Dios por causa del pecado de Adán le atribuye a toda la raza humana el título de pecador; en efecto todos los hombres son considerados pecadores por Dios [2]. Ante él todos prevaricamos en aquel que era el progenitor y responsable de todos nosotros, Adán.


Esto se desarrolla más aún en el hecho de que el pecado del hombre fue atribuido a Cristo cuando Él se ofreció como ofrenda por el pecado del mundo [3]. Así también la justicia de Dios es atribuida a todos los que creen, para que ellos puedan permanecer delante de Dios en toda la perfección de Jesucristo. Por causa de esta provisión se puede decir de todos los que son salvos en Cristo que ellos son hechos justicia de Dios en Él [4]. Siendo que esta justicia es de Dios y no del hombre y que, según lo afirma la Escritura, ella existe independiente de toda obra u observancia de algún precepto legal, es obvio que esta justicia atribuida no es algo que el hombre pueda efectuar. El que una persona haya sido buena no aumenta la justicia que Dios le atribuye, ni si ha sido mala disminuye la justicia atribuida por Dios a él. Sólo hay que creer en aquel que justifica a quien es de la fe de Jesús[5].


2. Los resultados de la atribución se ven en que la justicia de Dios es atribuida al creyente sobre la base de que el creyente está en Cristo por medio del bautismo. A través de esa unión vital con Cristo por el Espíritu el creyente queda unido a Jesucristo como un miembro de su cuerpo [6], y como un pámpano a la Vid verdadera [7].


El creyente es constituido justo en virtud de su posición en Cristo. Por causa de la realidad de esta unión Dios ve al creyente como una parte viviente de su propio Hijo. Por lo tanto, Él ama al creyente tanto como ama a su propio Hijo [8], y considera que el creyente es lo que su propio Hijo es: la justicia de Dios [9]. Cristo es la justicia de Dios; por consiguiente, aquellos que son salvos son hechos justicia de Dios por estar en Él. En este orden de ideas nosotros estamos completos en Él [10] y somos hechos perfectos en Él para siempre [11].


3. En las Escrituras se nos dan muchas ilustraciones de la atribución.


Dios proveyó túnicas de pieles para Adán y Eva y para obtenerlas fue necesario el derramar sangre [12], es decir Dios le atribuyó a los inocentes animales la culpa del hombre y al hombre le atribuyó la inocencia de los animales que fueron desnudados para que con su vestido se vistieran Adán y Eva.


A Abraham le fue atribuida justicia por haber creído a Dios [13], y así como los sacerdotes del tiempo antiguo se debían vestir de justicia [14], así el creyente es cubierto con el manto de la justicia de Dios. [15]


La actitud del apóstol Pablo hacia Flemón es una ilustración tanto del mérito como del demérito atribuido a otro. Refiriéndose al esclavo Onésimo, dice el apóstol: < (atribución de mérito). Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta (la atribución de demérito)>> 16]


4. Esta atribución de la justicia divina afecta la posición –justificación instantánea- y no el estado –santificación progresiva-. Existe, por lo tanto, una justicia de Dios, que nada tiene que ver con las obras humanas, que está en y sobre aquel que cree [17]. Esta es la posición de todos los que son salvos. Pero en su vida diaria, o estado, aún los creyentes se hallan lejos de ser perfectos, y es en este aspecto de su relación con Dios en el que se debe [18].


5. La justicia atribuida es la base de la justificación. De acuerdo a su uso en el Nuevo Testamento, las palabras <> y <> vienen de la misma raíz. Dios declara justificado para siempre a aquel que Él ve en Cristo. Este es un decreto objetivo, ya que la persona justificada está vestida de la justicia de Dios. La justificación no es una ficción o un estado emotivo; sino más bien una consideración voluntaria en la mente de Dios. Al igual que la justicia imputada, la justificación es por fe [19], por medio de la gracia [20], y se hace posible a través de la muerte y resurrección de Cristo [21]. La justificación es permanente e inmutable, siempre que se permanezca en Cristo pues descansa solamente en los méritos del Hijo de Dios.



La justificación es más que el perdón, porque el perdón es la cancelación de la deuda del pecado, mientras que la justificación es la atribución de justicia. El perdón es negativo (supresión de la condenación), en tanto que la justificación es positiva (otorgamiento del mérito y posición de Jesucristo).



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[1]David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras Romanos 4: 6

[2]Romanos 5: 12 -21

[3]2 Corintios 5: 21

[4]1 Corintios 1: 30

[5]Romanos 3: 26

[6]1 Corintios 12: 13

[7]Juan 15: 5

[8]Efesios 1: 6

[9]2 Corintios 5: 21

[10]Colosenses 2: 10

[11]Hebreos 10: 14

[12]Génesis 3: 21

[13]Génesis 15: 6; Romanos 4: 9 -22;

[14]Salmo 132: 9

[15]Isaías 61: 10

[16]Filemón 17 y 18

[17]Romanos 3: 22

[18]2 Pedro 3: 18

[19]Romanos 5: 1

[20]Tito 3: 4 -7

[21]Romanos 3: 24 y 4: 25

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