sábado, 26 de mayo de 2012

Encontrando la voluntad de Dios en nuestra vida - Primera parte


Encontrando la voluntad de Dios

en nuestra vida

 

¿Qué voy a hacer con mi vida? Esta es una pregunta que todos nosotros enfrentamos en un momento o en otro. Para responder esta pregunta, es necesario encontrar la voluntad de Dios, pero mucha gente se confunde en cómo hacerlo. Miremos cómo la voluntad de Dios opera en nuestras vidas.

 

La voluntad de Dios no es mística

 

Primero que todo, la voluntad de Dios no es mística. No es una revelación mágica que trae una respuesta instantánea a todas las decisiones de la vida. Yo he encontrado que la voluntad de Dios se revela de manera más clara por pequeñas instrucciones y ajustes en el rumbo cuando ya he estado haciendo la voluntad de él. Dios nos ha dado inteligencia y nos ha dado su Palabra; y espera que usemos las dos. La voluntad de Dios nunca ha venido a mí mientras estoy por ahí desocupado. No me refiero a desconocer el valor de las experiencias sobrenaturales en las que Dios habla por un sueño, un ángel, o una voz audible. Sin embargo, estas son manifestaciones extraordinarias para circunstancias extraordinarias. No debemos esperar pasivamente este tipo de dirección, hasta el punto de ignorar las muchas otras formas, menos dramáticas, que Dios tiene para guiarnos en el día a día de nuestras vidas. Cuando una revelación extraordinaria tiene lugar, generalmente viene después de un largo período en el que la persona involucrada ya ha estado buscando y haciendo la voluntad de Dios.

 

Haciendo lo que sabemos hacer

 

El ingrediente más importante –que supera por mucho a los demás– en el proceso de encontrar la voluntad de Dios consiste simplemente, en hacer lo que ya sabemos hacer. La mayor parte de la voluntad de Dios ya nos ha sido revelada por la Biblia, y por los líderes espirituales que enseñan y aplican la Biblia. Por ejemplo, si anhelamos la voluntad de Dios en cuanto al matrimonio, debemos comenzar por buscar entre los cristianos de nuestra fe. Si queremos involucrarnos en la obra de Dios, debemos empezar por ganar almas en nuestra comunidad. Si sentimos un llamado a trabajar en la iglesia, debemos empezar haciendo lo que sea que encontremos para hacer, bien sea enseñando en la Escuela Dominical o barriendo el edificio de la iglesia. Si deseamos un acercamiento a Dios, entonces debemos desarrollar un sistema de devoción personal y estudio de la Biblia.

 

¿Si no estamos dispuestos a hacer las pequeñas cosas que sabemos que son la voluntad de Dios, por qué deberíamos esperar que Dios nos revele cosas mayores? ¿Si no hemos establecido una relación personal sólida con Jesucristo, por qué deberíamos esperar que él nos comunique su voluntad? ¿Si no estamos involucrados en algún esfuerzo por ganar almas donde estamos, por qué deberíamos esperar que Dios nos llame a cualquier otro tipo de ministerio?

 

La voluntad de Dios es un proceso gradual. Si hacemos todo lo que ya sabemos, y si damos el primer lugar a Dios en nuestras vidas, entonces Dios guiará nuestros pasos.

 

Proverbios 3.5-7 (RVR60)

5 Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. 6 Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas. 7 No seas sabio en tu propia opinión; Teme a Jehová, y apártate del mal;

 

Mateo 6.33 (RVR60)

33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

 

Romanos 8.28 (RVR60)

28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.

 

Con frecuencia deseamos que Dios nos revele en un instante sus planes para el resto de nuestra vida. Sin embargo, si él lo hiciera, la mayoría de nosotros no podría captarla, entenderla, o aceptarla. Yo he aprendido que Dios sólo revela lo suficiente de su voluntad como para que yo pueda dar el próximo paso del camino. Si yo estoy haciendo lo que sé hacer en el momento, Dios me dará dirección para el futuro cuando llegue el momento de tomar esas decisiones.

 

David K Bernard – Libro La Vida Apostólica, página 36


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