martes, 8 de mayo de 2012

LA LEGITIMA HUMILDAD



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LA LEGITIMA HUMILDAD Aquel que es humilde, no...
Erika Florez Garcia 8 de mayo de 2012 22:03
LA LEGITIMA HUMILDAD

Aquel que es humilde, no se da cuenta de su virtud.
La humildad muchas veces es presentada como sinónimo de pobreza o indigencia, sin embargo, en su origen más exacto no tiene mucho que ver con esa versión popular. La etimología de la palabra "humildad" nos indica que proviene del latín "humilis" derivado de "humus" que significa Tierra. Según estos datos, podríamos decir que significa "inclinado a tierra", en otras palabras, es la virtud que proviene de lo alto y que permite que las criaturas se inclinen ante Dios y se ubiquen ante él.

"Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras" Eclesiastés 5:2b
Este pasaje es una clara invitación a la humildad, es decir, a "ubicarse". Dios es santo, él está en el cielo, pero nosotros, somos pecadores y estamos en la tierra. Es el reconocimiento de aquella brecha causada por el pecado y que el único que la puede acortar, es el Señor Jesucristo (comp. 1.Tim. 2:5)

Dios es el único que puede proceder a enseñarnos nuestras propias debilidades, incapacidad e incompetencia a través de errores, defectos, situaciones difíciles y fracasos por causa de nuestros pecados.

La humildad no tiene nada que ver con nuestra vestimenta, si esta es espléndida o harapienta, tampoco tiene que ver con la manera de hablar, si con vehemencia o con voz parsimoniosa, ni menos con un asunto socioeconómico; pobre o rico.

La humildad es transversal, es decir, uno puede ver esta virtud en personas con mucho dinero o pobres, sin embargo, a veces, los rasgos de carencia de humildad se ve mucho mas frecuente en personas de escasos recursos. Es decir, es mucho más fácil encontrar un pobre soberbio con falta de humildad.

Desde los albores de la creación, Dios nos insiste en nuestra ubicación o humildad. Por ejemplo, en el génesis vemos que las consecuencias del pecado fueron la soberbia del hombre y la pérdida absoluta de la humildad. Ya el hombre no dependería de Dios, sino que de sí mismo. Había sido cambiada la adoración al Creador por la adoración a la criatura (comp. Rom.1:25). Dios le dice al hombre recién caído:
"Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" Génesis 3: 19
Esta divina declaración, viene a ser como una inmensa bofetada a la soberbia y altivez del hombre. Es como una tremenda exclamación desde lo alto que nos evoca nuestro origen a fin de ubicarnos ante el Creador.

Recordemos aquel pasaje que el apóstol Pablo rememora de los escritos de Isaías y Jeremías, cuando dice:
"Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?" Romanos 9:20

Este texto es una gran lección para nuestra humildad (ubicación). Es menester preguntarnos ¿Quién soy?, para aprender la humildad. De esta manera, cuando nos veamos confrontando insolentemente a Dios, digamos "¿Quién soy para altercar con Dios?"
Por otra parte, cuando nuestra relación con mis hermanos este tan deteriorada que solo veo sus defectos y bajezas, podamos preguntarnos "¿Quién soy para juzgar a mi hermano?" "¿soy acaso mejor que ellos?"

La humildad es una virtud que proviene del cielo. Nosotros no somos capaces de ser humildes por aplicación de sermenos o por la fuerza. Si procedemos, cual obrero, a trabajar arduamente para ser humildes por fuerza humana, tarde o temprano fracasaremos y la soberbia nuevamente se desparramará como tempestad sobre nosotros y sobre los que me rodean. La humildad no es parte del esfuerzo humano, es un don de Dios.

"Dios resiste a los soberbios" Santiago 4:6
"Dios…al altivo mira de lejos" Salmos 138:6
La soberbia (carencia de humildad) es una barrera, es una resistencia u oposición a la perfecta relación con Dios. Así fue la armadura que los fariseos le demostraban al Señor Jesús.
"Dios… da gracia a los humildes" Santiago 4:6
"Dios… atiende al humilde" Salmos 138:6
A diferencia del trato que Dios establece con los soberbios religiosos, la situación con los que reconocen sus debilidades y miserias, es muy diferente.
El pasaje de Santiago habla de que Dios da gracia a los humildes, es decir, que Dios concede sus favores NO merecidos, a aquellos que reconocen su ubicación delante de su Creador. Dios deposita la excelencia de su poder, en los humildes, en los ubicados, en los humillados, en aquellos que temen, cual Juan el bautista, aún desatar el calzado de los pies de Cristo.
Mientras que los hombres continúan pensando que Dios otorga sus favores en virtud de los méritos humanos, de lo que se haga o se deje de hacer, la Biblia contrariamente a ello, enseña que sus favores siempre son inmerecidos (gracia). Reconocer esta única verdad, es la base de la legítima humildad.

El hombre humilde reconoce su bajeza y que todo es solo por gracia y en ella esta su delicia.

JESUS: EL MAESTRO DE LA HUMILDAD.
Pero sin duda, nuestro mejor ejemplo de humildad y enseñanza al respecto, es nuestro Señor Jesucristo:
"…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" Mateo 11:29

"Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado
¿si Cristo, nuestro sumo sacerdote se compadece de nuestra condición, quiénes somos nosotros para no proceder de la misma manera?
Cristo es el verdadero y único maestro de la verdadera humildad. No hay nadie como él y solo él será nuestro refugio y consuelo en los momentos de prueba y soledad. El es el único que se compadecerá de nuestra condición y bajeza, y jamás se ruborizará cuando escuche nuestras confesiones derramadas a sus plantas. Somos nosotros quienes nos olvidamos que somos polvo, pero él no.
"Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo" Salmos 103:14
El hombre humilde tiene una fuerte convicción de su condición y recuerda que es polvo.

Si queremos aprender a ser humildes como nuestro Maestro, debemos ver como él anduvo en esta tierra. Comió con pecadores, con borrachos, con prostitutas y publicanos. Perdonó a la adúltera, sanó a una Sirofenicia y salvó a un delincuente condenado a muerte.
No obstante ante tan tremendo inventario, los hombres carentes de toda humildad, insisten de manera insolente, en elevar virtudes y méritos delante de Dios a fin de apedrear a sus hermanos.
La humildad, nos lleva a mirar a los demás bajo la óptica de nuestra propia miseria y a ocultar las bajezas de nuestros hermanos.
La humildad nos lleva a hundirnos más que a elevarnos por sobre los demás. Mientras mas nos acercamos a Dios, es mayor nuestra humildad (ubicación) ya que se hacen más notorias nuestras debilidades y miserias.

Entre más nos acercamos a Dios y conocemos la profundidad de su gracia, más es el convencimiento de nuestra incompetencia.

Es triste ver hoy en día, una gran cantidad de predicadores que utilizan los púlpitos para autoreferirse, predicándose ellos mismos. La mayoría de sus sermones lo componen sus experiencias personales, su ejemplar vida piadosa y una ostentosa familia feliz, produciendo en la feligresía una verdadera devoción por estos hombres que se presentan inmaculados, infalibles y dignos de imitar. Sin duda, estos ídolos de arena, erigidos por las propias membresías que necesitan un caudillo que les afirme sus débiles convicciones, están eclipsando al único que debiera ser el centro y punto de mira en todo lugar de reunión; al Señor Jesús.

La legítima humildad nos vuelve hacia la gracia de Dios, que nos recuerda que fuimos rescatados en el pasado "sin merecerlo", que servimos en la iglesia en el presente "sin merecerlo" y que seremos glorificados en el futuro para toda la eternidad "sin merecerlo".

La Legítima humildad nos permite ver primero nuestra propia viga en nuestro ojo, antes de ver la paja en el ojo de nuestros hermanos.

La legítima humildad, nos permite tolerar mas que murmurar, esperar mas que actuar, menguar mas que elevarse por sobre los demás.

La legítima humildad nos lleva a la tierra, a humillarnos y a crear una gran convicción de nuestro propio pecado.

Que Dios nos ayude y nos dispense de su legítima humildad en nuestras vidas, a fin de enmendar errores, cubrir multitud de pecados y continuar la caminata hacia nuestra patria celestial. Que así sea. Amén.

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