jueves, 19 de noviembre de 2015

Billy Cole 6

(cortesía de Edisson Mosquera)


El pastor que me había invitado ya estaba teniendo reuniones de avivamiento con otro evangelista. Les estaba yendo tan bien que él sintió que los cultos debían continuar con el mismo evangelista. El pastor organizó para que yo predicara en cultos de avivamiento en otra iglesia.

            El pastor de la otra congregación era el superintendente de esa organización, pero debió haber ejercido el pastorado en la Iglesia Episcopal, pues era más episcopal que pentecostal. De hecho, cuando murió asistía a una iglesia episcopal.

            El auditorio tenía una acústica pésima; aunque, por lo general, sus cultos eran tan litúrgicos que el problema del sonido casi no se notaba.

            Mi padre me había enseñado a orar y a predicar a voz en cuello. No conocía otra forma de hacerlo. Me parecía que entre más fuerte y más rápido predicara, más unción reflejaba. Toda la vida me habían enseñado acerca de la necesidad de recibir el bautismo del Espíritu Santo para poder nacer de nuevo. Aquel pastor no creía que el Espíritu Santo fuera necesario; sin embargo, yo prediqué sobre este tema en el primer culto. Se oía el eco y el resonar de cada palabra. Una hermana de contextura pequeña me estrechó la mano y todo lo que atinó a decir fue: ¡Dinamita! El pastor no me mencionó ni una palabra al respecto después del culto.

            Nos dirigimos a la casa de aquel ministro. Estábamos alojados en un cuarto del segundo piso. En todo el trayecto, este hombre no dijo una palabra, ni una sola. Iba mudo, como petrificado. Yo amaba y sentía respeto hacia los mayores así que me hice como su sirviente encargándome de su abrigo y sus botas. Yo era joven y tenía bastante fuerza. Estaba ayudando al pastor con su abrigo, mientras Shirley, mi esposa de 22 años, subía las escaleras con la pequeña Brenda en brazos.

            Finalmente, me preguntó en qué parte de la Biblia me apoyaba para predicar de esa forma tan ruidosa. Yo le respondí: "No sé; pero tal vez del mismo capítulo donde la Biblia dice que hay que predicar en voz baja y sin mucho esfuerzo". Shirley casi se va de para atrás en las escaleras. Se asustó demasiado. Pues, la siguiente noche no me permitió predicar en el auditorio. Nos trasladamos a un pequeño salón en el sótano del edificio. El lugar era bastante reducido; pero era la única opción, pues él no quería que yo predicara en el auditorio después de aquella primera noche. 


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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

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