lunes, 31 de diciembre de 2018

Érase una vez Churchill

Érase una vez Churchill 

He leído un suelto en el número de la revista Internazionale de primeros de marzo en el que se habla de una encuesta realizada en Gran Bretaña; según parece, una cuarta parte de los ingleses piensa que Churchill es un personaje de fantasía, y lo mismo sucede con Gandhi y Dickens. En cambio, muchos de los encuestados (aunque no se precisa cuántos) habrían incluido entre las personas que realmente existieron a Sherlock Holmes, Robin Hood y Eleanor Rigby. Mi primer impulso sería no dramatizar. Ante todo, me interesaría saber a qué franja social pertenece esa cuarta parte de los encuestados que no tiene las ideas claras sobre Churchill y Dickens. Si hubieran entrevistado a los londinenses de los tiempos de Dickens, esos que se ven en los grabados de Doré que retratan las miserias de Londres o en las escenas de Hogarth, por lo menos tres cuartos de ellos, sucios, embrutecidos y hambrientos, no habrían sabido quién era Shakespeare. Tampoco me asombra que los encuestados crean que Holmes o Robin Hood existieron de verdad; en primer lugar, porque existe una industria holmesiana que promociona incluso una visita turística al pretendido piso de Baker Street en Londres; y, en segundo lugar, porque el personaje que inspiró la leyenda de Robin Hood existió de veras (lo único que lo vuelve irreal es que en la época de la economía feudal se robaba a los ricos para dárselo a los pobres, mientras que tras el advenimiento de la economía de mercado se roba a los pobres para dárselo a los ricos). Por otra parte, yo de niño creía que Buffalo Bill era un personaje imaginario hasta que mi padre me reveló que no solo había existido, sino que él en persona lo había visto cuando pasó con su circo por nuestra ciudad, en una época en que Buffalo Bill, para sobrevivir, vino a dar con sus huesos desde el mítico Oeste a la provincia piamontesa. También es verdad, y lo notamos cuando se les pregunta a nuestros jóvenes italianos (por no hablar, por ejemplo, de los estadounidenses), que las ideas sobre el pasado, aun próximo, son muy vagas. Hemos leído sobre un test según el cual algunos piensan que Aldo Moro era un terrorista de las Brigadas Rojas, Alcide De Gasperi un jerarca fascista, el general Badoglio un partisano, etcétera. Entonces te dices que ha pasado mucho tiempo, ¿por qué deberían saber unos jóvenes de dieciocho años quién estaba en el gobierno cincuenta años antes de que ellos nacieran? Bueno, será que la escuela fascista nos hacía sudar tinta, pero el caso es que con diez años yo sabía que el primer ministro en los tiempos de la Marcha sobre Roma (veinte años antes) era Facta, y a los dieciocho sabía también quiénes habían sido Rattazzi o Crispi, que eran asunto del siglo anterior. El hecho es que ha cambiado nuestra relación con el pasado, probablemente también en el colegio. Antes nos interesaba mucho el pasado porque las noticias sobre el presente no abundaban; baste pensar que un periódico lo contaba todo en ocho páginas. Con los medios de comunicación de masas se ha difundido una inmensa información sobre el presente; de hecho, en internet puedo encontrar noticias sobre millones de acontecimientos que están sucediendo en este momento (incluso los más irrelevantes). El pasado del que nos hablan los medios de comunicación de masas, como las vicisitudes de los emperadores romanos o de Ricardo Corazón de León, e incluso las de la Primera Guerra Mundial, pasan (a través de Hollywood e industrias afines) junto al flujo de información sobre el presente, y es muy difícil que un usuario de películas capte la diferencia temporal entre Espartaco y Ricardo Corazón de León. Del mismo modo, la diferencia entre lo imaginario y lo real queda nivelada o, en cualquier caso, pierde consistencia; y si no, díganme ustedes por qué un chico que ve películas en la tele debe considerar que Espartaco sí existió y Vinicio de Quo Vadis no; que la condesa de Castiglione era un personaje histórico mientras que Elisa di Rivombrosa no lo era; que Iván el Terrible era real y Ming el tirano de Mongo no, dado que se parecen muchísimo. En la cultura estadounidense esta nivelación del pasado sobre el presente se vive con mucha desenvoltura y puede ocurrir que un profesor de filosofía les comente lo irrelevante que es saber lo que dijo Descartes sobre nuestra forma de pensar, ya que lo que nos interesa es qué están descubriendo las ciencias cognitivas hoy en día. Se está olvidando que, si las ciencias cognitivas han llegado a donde están, ha sido porque con los filósofos del siglo XVII se empezó un determinado discurso, pero lo peor es que se renuncia a extraer del pasado una lección para el presente. Muchos piensan que el viejo dicho de que la historia es maestra de vida es una trivialidad de maestro propio de De Amicis, pero lo cierto es que si Hitler hubiera estudiado con atención la campaña de Rusia de Napoleón, no habría caído en la trampa en la que cayó, y si Bush hubiera estudiado bien las guerras de los ingleses en Afganistán en el siglo XIX (pero qué digo, bastaría la ultimísima guerra de los soviéticos contra los talibanes), habría planteado de forma distinta su campaña afgana. Puede parecer que entre el necio inglés que cree que Churchill era un personaje imaginario y Bush que va a Irak convencido de lograr la victoria en quince días hay una diferencia abismal, pero no es así. Se trata del mismo fenómeno de ofuscamiento de la dimensión histórica. [2008]


Eco, Umberto. De la estupidez a la locura: Crónicas para el futuro que nos espera (Spanish Edition) (Kindle Locations 508-549). Penguin Random House Grupo Editorial España. Kindle Edition. 


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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


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