jueves, 3 de diciembre de 2015

Billy Cole 13

Fuimos a la convención y aprendimos bastante. 25 personas recibieron el Espíritu Santo. No me adjudico ningún crédito por el éxito de esas reuniones. Nada correspondía en lo más mínimo a las experiencias que yo había tenido en el pasado. Me asombraba ante cada cosa que veía. Parecía que todo se hubiera reducido en escala. Los filipinos son gente de pequeña estatura. Visité allí una peluquería y no cupe en la silla. Mi talla corporal sobrepasaba ampliamente la de la población nativa.
Una semana después nos preparamos para partir hacia Tailandia. El hermano Buckmiller me dijo que probablemente seríamos arrestados en inmigración, ya que habíamos permanecido una semana allí, sin tener visa. Le dije: "Maravilloso. Aleluya". Nos aterraba la probabilidad de ser arrestados.
El hermano Buckmiller nos acompañó a las oficinas de Aerolíneas SAS donde obtuvimos un tiquete hacia Bangkok, a crédito, algo poco común en aquellos días. Dijeron que yo podría pagar el tiquete cuando nuestro barco (que había zarpado sin nosotros) arribara al puerto.
Nos acercamos para presentar ante los oficiales de inmigración nuestros pasaportes, y el oficial encargado nos sonrió muy amablemente. No teníamos visas. Tomó los papeles y dijo: "Han estado aquí por una semana y no tienen visa". Le dije: "Así es". Me respondió: "Están bajo arresto. No se retiren más de tres metros de este puesto de atención". Le dije: "Caballero, tenemos que subir a ese avión".
Nos dijo: "Solo hay un hombre en este país que los puede subir a ese avión: el hombre invisible". (No supe a qué se refería; pero me preguntaba si tal vez estaba hablando de Dios o de alguien difícil de encontrar).
Había un hombre filipino de apariencia muy distinguida, de aproximadamente 50 o 60 años, que venía hacia nosotros. Él había viajado en nuestro barco desde la bahía de Súbic hasta Manila. Se había enamorado de nuestra niña pequeña, Brenda, con su cabello rubio y sus ojos azules. Brenda nunca había conocido a un extranjero. Había hablado con este hombre durante todo el recorrido. Cuando lo vimos, Brenda se fue directo hacia él.
Él dijo: "¿Que están ustedes haciendo en las Filipinas?". Yo no tenía idea de que él pudiera hacer algo en cuanto a nuestra situación; pero respondí su pregunta. Él tomó nuestros pasaportes y se fue al otro lado del puesto de atención, donde selló los tres pasaportes. A todos les colocó fecha de ocho días antes. ¡Ese era nuestro hombre invisible!
El hombre que me había arrestado dijo: "¡Increíble! ¡Increíble!". Para entonces yo ya me sentía con bastantes alas así que lo miré y le dije: "¡Increíble! ¡Increíble!".
Ya estábamos listos para abordar el avión. Fuimos los últimos pasajeros en subir. Estábamos tan retrasados que tuvieron que rodar de nuevo las escaleras hasta el avión y volver a abrir la puerta para que pudiésemos entrar.
...


Gracias!

Bendiciones...

ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

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