La inspiración de la Biblia.
Cuando se discute el carácter de la Biblia es del todo natural asignar el primer lugar a aquel gran principio de nuestra Confesión, que dice: «Confesamos que esta Palabra de Dios no fue enviada ni entregada por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios, siendo guiados por el Espíritu Santo, la hablaron, como dice el apóstol Pedro. Después, Dios, por un cuidado especial que Él lleva de nosotros y de nuestra salvación, mandó a sus siervos los profetas y apóstoles, consignar por escrito Su Palabra revelada; y Él mismo escribió con Su dedo las dos tablas de la Ley. Por esta razón, a tales escritos los denominamos: santas y divinas Escrituras» (Art. III de la Confesión Belga).
La Biblia fue inspirada divinamente —éste es el gran principio que controla la Hermenéutica Sacra y no puede ser ignorado con impunidad. Cualquier teoría de interpretación que lo descuide será esencialmente deficiente y no producirá un entendimiento de la Biblia como Palabra de Dios.
Pero no seremos lo suficientemente precisos si tan solo decimos que la Biblia es inspirada. El significado de la palabra «inspiración» es indefinido y requiere mayor precisión. Entendemos por inspiración aquella influencia sobrenatural que el Espíritu Santo ejerce sobre los escritores, y por la que sus escritos reciben veracidad divina y constituyen una regla suficiente e infalible de fe y práctica. Significa, tal como lo expresara el Dr. Warfield, que los escritores no obraron por iniciativa propia, sino «movidos por iniciativa divina, y llevados por el poder irresistible del Espíritu de Dios por sendas que él determinó, con el fin de cumplir su propósito». Cuando se dice que los escritores fueron guiados por el Espíritu Santo al escribir los libros de la Biblia, la palabra «escribir» debe entenderse en su significado total. Incluye la investigación de documentos, la recolección de hechos, el arreglo del material, la selección misma de las palabras; de hecho todos los procesos que involucran la composición de un libro. La inspiración se distingue de la revelación en el sentido restringido de comunicación inmediata de las palabras de Dios. Lo primero asegura infalibilidad en la enseñanza, mientras que lo último aumenta la acumulación de conocimiento; pero ambos deben ser vistos como modos de revelación de Dios en el sentido más amplio, esto es, modos por los cuales Dios da a conocer al hombre su voluntad, sus operaciones y sus propósitos.
1. Prueba escritural de la inspiración divina. Muchos intérpretes se oponen decididamente a tal concepto de inspiración divina, la declaran una teoría inventada por teólogos conservadores para poner a la Biblia de acuerdo con sus nociones preconcebidas acerca de lo que debiera ser el carácter de la Palabra de Dios. Pero es un gran error considerar la idea de inspiración divina antes definida, como una teoría filosófica impuesta sobre la Biblia. El hecho notable es que aún sigue siendo una doctrina escritural, tanto como las demás doctrinas: de Dios y su Providencia, de Cristo y la expiación, etc. La Biblia nos ofrece amplio material para formular una doctrina sobre la Escritura. En los próximos párrafos indicaremos brevemente las pruebas más importantes que nos da la Biblia acerca de su inspiración.
a. La Biblia nos enseña claramente que los órganos de revelación fueron inspirados, cuando comunicaron oralmente al pueblo las revelaciones que habían recibido. Esto queda probado por lo siguiente:
(1) Las expresiones que la Biblia emplea para describir el estado y función de los profetas son de tal naturaleza que implican una inspiración directa. Esto no puede ser inferido de la palabra hebrea nabi, porque su derivación es incierta. Pero el pasaje clásico de Éxodo 7:1 enseña claramente que el profeta es una persona que habla por Dios al hombre; o más específicamente, alguien que trae las palabras de Dios al hombre. Véase también Deuteronomio 18:18; Jeremías 1:9 y 2 Pedro 1:21. Además, se nos dice que el Espíritu de Dios vino, o cayó, sobre los profetas; que la mano de Jehová fue fuerte sobre ellos; que recibieron la Palabra de Dios y que fueron constreñidos a expresarla (Is. 8:11; Jer. 15:17; Ez. 1:3; 3:22 y 37:1).
(2) Las expresiones usadas por los profetas muestran claramente que ellos mismos eran conscientes de que se dirigían al pueblo con la Palabra de Dios en sus labios. Al descargar sus corazones ante las gentes a quienes eran dirigidos, se daban cuenta del hecho de que Dios mismo había llenado sus mentes con un mensaje que no se había originado en su propia conciencia. De ahí las expresiones: «Así dice el Señor», «Oíd la palabra del Señor», «El Señor Dios me mostró», «La palabra del Señor vino a …».
(3) Hay otro notable detalle en los escritos proféticos que confirma este hecho. Sucede que en muchos de los discursos en los que el profeta habla en tercera persona de lo que Jehová dice, de improviso cambia abruptamente de la tercera a la primera persona, sin siquiera añadir la fórmula de transición «Así dice el Señor». En otras palabras, el profeta sorprende al lector empezando a hablar como si fuese Dios. Véase Isaías 3:4; 5:3ss; 10:5ss; 27:3; Jeremías 5:7; 16:21; Oseas 6:4ss; Joel 2:25; Amós 5:21ss; Zacarías 9:7; etc. Esto sería un atrevimiento muy grande de parte de tales profetas, si no hubiesen estado absolutamente seguros de que Dios estaba poniendo su propia palabra en sus bocas.
(4) Si nos volvemos al Nuevo Testamento, hallamos que Cristo prometió a sus discípulos el Espíritu Santo para enseñarles todas las cosas y recordarles todo lo que Él les había enseñado (Jn. 14:26). Esta promesa fue cumplida en día de Pentecostés, y desde entonces los discípulos hablaron como maestros infalibles. Sabían que sus palabras eran las palabras de Dios (1 Ts. 2:13), y se sentían seguros de que su testimonio era el testimonio de Dios (1 Jn. 5:9–12).
b. La Biblia nos enseña la inspiración de la palabra escrita.
Lo dicho anteriormente crea una presunción en favor de la inspiración de los órganos de la revelación al escribir los libros de la Biblia. Si Dios juzgó necesario que ellos trajeran su mensaje oral al pueblo bajo la dirección del Espíritu Santo, difícilmente podía dejar de considerar como menos esencial, que sus escritos fueran preservados de la misma manera. Pero no podemos darnos por satisfechos con esta evidencia presuntiva. La Biblia enseña realmente la inspiración de la Palabra escrita. Es verdad que no se puede citar un solo pasaje que afirme explícitamente la inspiración de la Biblia entera, pero la evidencia es cumulativa, y no deja dudas al respecto.
(1) En el tiempo del Nuevo Testamento, los judíos poseían ya una colección de escritos técnicamente designados como he grafē (la Escritura) o hai grafai (las Escrituras) (Ro. 9:17; Lc. 24:27). El Nuevo Testamento cita repetidamente esta he grafē como teniendo autoridad divina. Para Cristo y sus discípulos una cita de la he grafē era el fin de toda controversia. Su «escrito está» era equivalente a «Dios dice». Además, tales escritos son designados algunas veces de una forma que indica su carácter sagrado. Por ejemplo: se les llama grafais hagiais (Ro. 1:2), y ta hiera grámmata (2 Ti. 3:15). Además de esto, hasta se puede encontrar una descripción que apunta directamente a su carácter divino. Son llamados «los oráculos de Dios» (Ro. 3:2). Es perfectamente claro que el pasaje clásico de 2 Timoteo 3:16 habla de toda la Escritura como la revelación directa de Dios.
(2) El Nuevo Testamento contiene un número de citas del Antiguo en las que se identifica a Dios y la Escritura como autores de lo dicho. Un ejemplo notable se halla en Hebreos 1:5–13, donde se citan siete palabras del Antiguo Testamento, declarando que fueron dichas por Dios. Véase también Salmo 2:7; 2 Samuel 7:14; Deuteronomio 32:43 (LXX) o Salmo 97:7; 104:4; 45:6, 7; 102:24–27; 110:1. Mirando todos estos pasajes, observamos que en algunos de ellos Dios es el que habla y en otros no; pero en todos los casos lo que dice la Escritura es llanamente atribuido a Dios. Además, en Romanos 9:17 y Gálatas 3:8 se citan las palabras del Antiguo Testamento con la fórmula: «La Escritura dice» mientras que en los pasajes citados (Éx. 9:16 y Gn. 22:18) es Dios quien habla. Tal identificación sólo es posible sobre la base de un punto de vista estricto de inspiración.
(3) El locus classicus respecto a la inspiración de la Biblia se halla en 2 Timoteo 3:16. Para una interpretación detallada de este versículo recomendamos los comentarios exegéticos. Unas pocas observaciones serán aquí suficientes. En el contexto inmediato que precede, el apóstol habla de la ventaja que tiene Timoteo de haber recibido una estricta educación religiosa y que desde la niñez había sabido las Sagradas Escrituras, esto es, el Antiguo Testamento. Y ahora en el versículo 16, el apóstol enfatiza la gran importancia de tales Escrituras. De ahí se desprende que he grafē se refiere aquí también al Antiguo Testamento en su totalidad. La palabra zeopneustos significa inspirado-por-Dios, es decir, el producto del aliento creativo de Dios. La palabra griega pasa se puede traducir como «todo» o «cada uno», que produce una diferencia insignificante, pues la primera enfatiza la idea de totalidad y la segunda indica cada parte de ella. También algunos traducen: «Toda Escritura es dada por inspiración de Dios y es provechosa …»; y otros: «Toda Escritura dada por inspiración de Dios es provechosa…». Pero tampoco entre estas dos traducciones hay gran diferencia, pues en ambas se afirma o implica la inspiración del Antiguo Testamento.
(4) Otro pasaje importante es 2 Pedro 1:19–21, donde el apóstol asegura a sus lectores que lo que les había sido dado a conocer acerca del poder y la venida del Señor Jesucristo, no eran fábulas inventadas, sino la palabra de testigos oculares. Y entonces añade que ellos tienen todavía un mejor testimonio en la palabra profética (lo que el Dr. Warfield entiende como todo el Antiguo Testamento). Se la llama «más segura» porque no es de interpretación privada, o sea, el resultado de investigación humana, ni producto del propio pensamiento del autor. Vino, no por voluntad humana, sino como un don de Dios.
(5) Otro pasaje de considerable importancia es 1 Corintios 2:7–13. Pablo se refiere al hecho de que la sabiduría de Dios, oculta desde la eternidad y que sólo el Espíritu de Dios puede conocer, le había sido revelada a él, y continúa diciendo: «Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu». Puesto que usa el tiempo presente, esta expresión se aplica también a las cosas que estaba escribiendo a los corintios.
c. La Biblia enseña que la inspiración se extiende también a las palabras empleadas por los escritores. Es un hecho bien conocido que muchos que profesan creer en la inspiración de la Biblia, niegan enfáticamente su inspiración verbal. Aceptan complacidos una inspiración parcial; por ejemplo, que los pensamientos, y no las palabras son inspirados; o que lo son únicamente los asuntos que pertenecen a la fe y a la vida. Otros limitan la inspiración solamente a las palabras de Jesús. Algunos objetan al término «inspiración verbal» que se presta a una teoría mecánica de la inspiración, y prefieren emplear el término «inspiración plenaria». No hay problema con esta última expresión, si se entiende por ella que tal guía sobrenatural del Espíritu Santo se extiende a la elección misma de las palabras de los escritos sagrados, pues ciertamente la Biblia enseña esto, tanto por afirmaciones expresas como por hechos sobreentendidos. Nótese especialmente lo siguiente:
(1) En el pasaje antes citado (b. 5), Pablo declara enseñar cosas reveladas por el Espíritu de Dios, y añade: «no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu». Aquí, el apóstol se refiere claramente a palabras individuales como palabras que el Espíritu Santo enseña, y la repetición de palabras hace que su afirmación posea mayor fuerza.
(2) Cuando el Señor llama a Jeremías para su difícil tarea, le dice: «He aquí yo he puesto mis palabras en tu boca». Si Dios tuvo tan especial cuidado en cuanto a las palabras con que Jeremías debía dar su revelación a Israel, es natural presuponer que el mismo cuidado pondría en las palabras por las cuales el profeta se dirigiría de una forma permanente a generaciones futuras.
(3) Según Juan 10:33, los judíos estaban escandalizados porque Jesús había declarado ser Dios. En su respuesta Jesús apela a una palabra de la Sagrada Escritura (Sal. 82:6), donde los jueces del pueblo son llamados dioses, y hace notar al mismo tiempo que la Escritura no puede ser abolida, sino que tiene una autoridad irrefutable. Puesto que él basa su argumento en una sola palabra, es evidente que con ello concede a cada palabra de la Escritura autoridad divina.
(4) En Gálatas 3:16, Pablo funda todo su argumento en el uso de un singular en vez de un plural. Este argumento del apóstol ha sido atacado sobre la base de que la palabra hebrea a la cual se refiere no puede ser usada en el plural para referirse a la posteridad (véase Gn. 13:15). Pero esto no destruye la validez de su argumento, pues el escritor del Génesis pudo haber usado otra palabra o expresión plural que la que tenemos en nuestros códices. Y aunque así fuera, el pasaje aún probaría que Pablo creía en la inspiración de las palabras individuales de la Sagrada Escritura.
2. Cómo se relaciona lo divino con lo humano en la autoría de la Escritura. De lo anterior, resulta claro que en la producción de la Biblia operó un factor doble, el divino y el humano. De manera que, surge el problema de cómo se relacionan los dos mutuamente en la composición de los libros de la Biblia. Para expresarlo en forma más concreta: ¿Fueron los escritores humanos, simplemente como una pluma en la mano de Dios; simples amanuenses que escribieron lo que Dios dictaba? ¿Fue suprimida la personalidad de ellos cuando les sobrevino el Espíritu de Dios y los condujo a escribir según su deseo? ¿Estuvieron la memoria o imaginación, entendimiento, juicio, deseos y voluntad de ellos totalmente inactivos cuando el Espíritu Santo los condujo a escribir? A todas estas preguntas solamente puede darse una respuesta, en vista de los hechos que tenemos en la Sagrada Escritura.
a. Los autores humanos de la Biblia no fueron simples máquinas o amanuenses. El Espíritu Santo no redujo su libertad, ni anuló su individualidad. Las siguientes pruebas son decisivas en este punto:
(1) En muchos casos los autores investigaron de antemano los asuntos acerca de los cuales se proponían escribir. Lucas nos lo declara en el prefacio de su Evangelio; y los autores de los libros de los Reyes y Crónicas se refieren repetidamente a las fuentes de donde obtuvieron su información.
(2) Los escritores expresaron a menudo sus propias experiencias. Así lo hizo Moisés en los primeros y últimos capítulos de Deuteronomio, y Lucas en la segunda mitad de los Hechos de los Apóstoles. Los salmistas cantaron acerca de pecados personales y de la gracia perdonadora que recibieron, de los peligros que les rodearon y de las maravillosas liberaciones del Señor.
(3) Muchos de los libros de la Biblia tuvieron un carácter ocasional. Su composición fue motivada por circunstancias externas y su carácter determinado por la condición moral y religiosa de aquellos a quienes se dirigían. En el Nuevo Testamento esto se aplica particularmente a las epístolas de Pablo, Pedro y Judas; pero también, aunque en menor grado, a los otros escritos.
(4) Los diversos libros se caracterizan por una notable diferencia de estilo. Junto a la exaltada poesía de los salmos y los profetas, tenemos la prosa común de los historiadores. Junto al hebreo puro de Isaías hallamos el lenguaje arameico de Daniel; el estilo dialéctico de Pablo es bastante diferente de la llana dicción de Juan.
b. Es perfectamente evidente, por tanto, que el Espíritu Santo haya usado a los escritores de la Biblia tal como eran, y tal como Dios mismo los había preparado para su tarea: con su idiosincrasia personal, su carácter y temperamento, sus talentos y educación, sus gustos y preferencias; es decir, sin suprimir la personalidad de ellos. Sin embargo, existe una importante limitación, y es que el Espíritu Santo no podía permitir que la naturaleza pecadora de ellos se expresara a sí misma.
De todo lo dicho, se concluye que la Biblia tiene un aspecto divino y otro humano. Esto no equivale a decir que junto al elemento divino tiene un elemento humano. No tenemos el derecho a dividir la Biblia, asignando unas porciones a Dios y otras al hombre, respectivamente. La Biblia es en todas sus partes, tanto en forma como en sustancia y hasta la última tilde, un libro que viene de Dios. Al mismo tiempo hay que reconocer que fue compuesta de principio a fin por instrumentos humanos, siendo portadora de todas las marcas de sus autores humanos que son compatibles con su infalibilidad. No podemos explicar el proceso de la inspiración, aunque ciertas analogías pueden ayudarnos a comprender su posibilidad. Es un misterio que no puede ser explicado, y tiene que aceptarse por fe.
3. Objeciones contra la doctrina de la inspiración verbal. Muchas objeciones han sido formuladas contra la doctrina de la inspiración verbal o plenaria. Y no debemos subestimarlas, sino darles la debida consideración. Algunas parecen muy plausibles, como las que se basan en los supuestos fenómenos de la Escritura, tales como errores textuales, aparentes discrepancias, supuestas citas incorrectas o mal aplicadas, así como dobletes. Estas objeciones sacan su fuerza del supuesto de que una teoría de la inspiración que se digne de ser realmente científica debería estar basada en un estudio inductivo de todos estos fenómenos. Esto significa que el hombre, en vez de aceptar con sencillez la enseñanza de la Biblia respecto a su inspiración, quiere determinar por sí mismo hasta dónde las Escrituras son inspiradas, y esto constituye en esencia una actitud racionalista. Debemos aceptar la enseñanza de la Biblia como concluyente en este punto y así mismo en otros, y luego ajustar estos fenómenos de la Escritura a la doctrina bíblica de la inspiración. Y si la solución pareciera imposible al momento, debemos demostrar nuestra fe esperando con paciencia alguna aclaración posterior. Recordemos siempre las palabras del Dr. Warfield, que decía: «Es un principio lógico establecido de que en tanto la debida evidencia por la cual se establece una proposición permanezca irrefutable, todas las supuestas objeciones contra ella, deben pasar de la categoría de objeciones contra la verdad de dicha proposición, a la de dificultades que deben ajustarse a dicha verdad».
a. Hay, sin embargo, un punto que merece breve consideración. La afirmación de que las Escrituras son, en cada detalle, infaliblemente inspiradas, sólo se refiere a sus autógrafos, y no en el mismo sentido a los manuscritos que ahora poseemos, a las presentes ediciones de la Biblia y a traducciones de ella. El texto original (autógrafos) fue escrito bajo la guía divina y era, por tanto, absolutamente infalible, pero no se pretende afirmar que un milagro perpetuo haya venido preservando el sagrado texto de los errores de los copistas. Una comparación entre los diversos manuscritos existentes revela claramente la presencia de tales errores. De ahí que algunos pretenden sacar la conclusión de que, después de todo, la inspiración de la Biblia tiene muy poca importancia y no nos garantiza la infalibilidad de su contenido tal como lo poseemos actualmente. Pero recordemos que la única conclusión que precede a los hechos recién mencionados es que, en la medida en que haya errores de trascripción en la Biblia actual, permanecemos sin la Palabra de Dios.
Sin embargo, permanece el hecho de que—y esto es muy importante—, aparte de unos pocos y relativamente insignificantes errores, estamos en posesión de la Palabra verbalmente inspirada de Dios. Entenderemos lo que esto significa citando las palabras de Moses Stuart y Garbett (citadas por Patton), quienes hicieron un estudio especial del texto de la Sagrada Escritura. Stuart afirma que «de las ochocientas mil variantes de la Biblia que han sido clasificadas, cerca de setecientas noventa y cinco mil poseen variantes de significado en hebreo y griego tan intrascendente como cuando comparamos en español el dilema ortográfico de tener que escribir México o Méjico. De las demás variantes, algunas cambian el significado de ciertos pasajes o expresiones e incluso omiten palabras y frases; pero ni una sola doctrina sufre alteración por ello; no es necesario remover ningún precepto ni ningún hecho importante sufre alteración debido a todas las variantes juntas». Y Garbett añade que «aún cuando pusiéramos de lado toda palabra afectada por estas variantes, bastará con que se admita la inspiración verbal de todo el resto; pues aquellas palabras inspiradas en las cuales ninguna variante ha puesto una sombra de duda, contienen la verdad de Dios de un modo tan completo y expresivo que negar la inspiración resultaría una negación caprichosa y hasta incluso ridícula».4 Y de acuerdo al Dr. Patton: «Según nuestra opinión, el texto autógrafo infalible ha sido perpetuado por el trabajo de los transcriptores y sólo ha sufrido cambio en algunos detalles insignificantes a causa de los errores de los copistas».
b. Finalmente, hay muchos hermeneutas y exégetas que en sus trabajos exegéticos se oponen decididamente al a priori de la inspiración divina. Inmer, fomenta el principio de que «toda presuposición que en cualquier forma anticipe el resultado exegético es inadmisible». Y advierte que «la creencia incondicional en la autoridad e inspiración de las Escrituras» es presuponer demasiado. Sin embargo:
(1) El mismo tiene que confesar seguidamente que ningún intérprete puede deshacerse de todas las presuposiciones. Para ello tendría que salir de sí mismo, cosa que es imposible. No puede substraerse a sus convicciones más profundas, ni asumir una actitud indiferente respecto al autor a quien trata de entender. Y por cierto un teólogo reformado no podrá apartarse de la firme convicción, la que no es simplemente un asunto de la mente, sino del corazón, de que la Biblia es la Palabra Infalible de Dios.
(2) La presuposición de que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios y que tiene, por tanto, autoridad divina, aunque nos da la seguridad de que es verdadera en cada una de sus partes y no puede contradecirse a sí misma, no determina por lo general nuestra exégesis de cualquier pasaje particular en un sentido u otro. Nos permite una gran libertad de movimiento y de decisión.
(3) Es un hecho notable que aquellos que tienen tales escrúpulos de conciencia contra la presuposición de la inspiración divina en sus labores exegéticas, se ven a menudo sujetos a otras presuposiciones en un grado mucho mayor de lo que lo haría la doctrina de la inspiración. Una de las presuposiciones de nuestros días, que ha producido mucho daño subvirtiendo el más claro significado de muchos pasajes de la Escritura, es la teoría del desarrollo evolutivo de la religión de Israel.
Preguntas de repaso
1. ¿Fueron los instrumentos de la revelación inspirados solamente cuando escribieron los libros de la Biblia, o también lo fueron en su enseñanza oral?
2. ¿En qué se diferencia la inspiración de los profetas de la de los apóstoles?
3. ¿Qué elementos se incluyen en la inspiración gráfica (Kuyper) o transcriptiva (Cave)?
4. ¿En qué se diferencia la inspiración de los escritores de la de sus escritos?
5. ¿Cuál es la diferencia entre la inspiración, digamos de Miguel de Cervantes o Rubén Darío y la de David?
6. ¿Es esencial que la inspiración se extienda a las mismas palabras empleadas?
7. ¿Qué objeciones surgen contra esta doctrina de la inspiración?
Berkhof, L. (2005). Principios de interpretación bíblica (pp. 39–50). Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío.
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