Teníamos la misma ropa que habíamos usado por una semana. La habíamos lavado cada noche; pero en ese momento ya estaba prácticamente gastada. Yo tenía puestos unos pantalones azules y una camisa sport. No tenía camisa blanca ni corbata. No había lugar donde comprar ropa. Yo sabía que una de mis piernas era casi tan grande como un filipino promedio. Mi sola pierna pensaba más que un filipino.
Ellos hacían ropa sobre medida; pero yo no sabía. Además, si hubiera sabido, tampoco tenía dinero. Mi plata se había quedado en el barco.
Pues bien, finalmente, llegamos a Bangkok. Shirley, Brenda y yo nos quedamos al final de la fila, a causa de nuestro aspecto. En aquellos días, los que viajaban en avión se vestían de forma realmente elegante. No como hoy, que todos van con ropa informal. Muy poca gente viajaba en avión. Los viajes aéreos no eran tan comunes como hoy. Así que no estábamos vestidos como para la ocasión.
Cuando arribamos a inmigración, todo lo que teníamos era un pequeño bolso. El oficial dijo: "¿Dónde está su equipaje?". Yo le contesté: "Aquí mismo". Luego, preguntó: "¿Cuánto dinero va a declarar?". Yo le respondí: "Tenemos un dólar". De los diez dólares, yo había gastado nueve en un souvenir. Ni siquiera se me había ocurrido solicitarle al misionero algún dinero.
Sé que suena ridículo, pero así era: solo tenía un dólar. Me dijo además: "Solo dígame ¿cuánto planea permanecer aquí?". "Cuatro años", le contesté. Me respondió: "Va a tener que ir a inmigración para resolver esto".
Finalmente, nos dieron libertad para ingresar a Bangkok. No teníamos ni idea de hacia dónde ir, pues el barco que tenía nuestros equipajes no había llegado aún. La ciudad era inmensa. En esa época, Bangkok era una ciudad de tres millones de habitantes. ¡El ancho de ella era de 80 km!
En la maleta que estaba en el barco, yo tenía tanto el nombre como la dirección del hermano Boon Mak Gittisam; pero en ese momento, ¡ni siquiera recordaba su nombre!
Nos subimos a un bus cuyo conductor era un tailandés que no hablaba ni una sola palabra de inglés. En el bus iba una guía que hablaba inglés, pero no lo suficiente como para ayudarnos. Ella condujo a todas las personas a un determinado hotel. Finalmente, todos se bajaron, y ella me dijo: "¿Dónde va?".[1] Yo le contesté: "No sé a dónde voy".
El hermano Boon Mak Gittisam tenía un colegio de aproximadamente 2.000 estudiantes. Previamente, yo había tenido la oportunidad de ver una fotografía de ese colegio. Así que yo buscaba por todas partes tratando de verlo. No sé si era un acto valiente de fe o tan solo estupidez. De cualquier manera, ¡Dios nos ayudó!
Después de divagar por un tiempo en el bus, la guía me dijo: "No tengo todo el día para andar por ahí". Yo le dije: "No sé a dónde ir". Me dijo: "Bueno, voy aeropuerto". Le dije: "Bueno, voy aeropuerto también". Le dijo al conductor algunas palabras en tailandés. (Ahora yo domino este idioma a la perfección; pero en ese momento no tenía de idea de lo que ella había dicho). El chofer avanzó como una cuadra más, y luego giró a la derecha, y –quién lo creyera– allí estaba el colegio, justo en frente de nosotros; ¡en medio de tres millones de personas! Yo grité: "Stop".[2]
Gracias!
No hay comentarios:
Publicar un comentario