jueves, 3 de marzo de 2011

SEXTA SEÑAL

CURACIÓN DEL CIEGO DE NACIMIENTO

Juan 9: 1 al 4

Este pobre hombre no podía ver a Jesús, pero Jesús lo vio a Él. Y si nosotros hoy sabemos o captamos algo de Cristo se debe a que primeramente fuimos conocidos por Él.

Los beneficios de prestar atención a las ordenanzas señaladas por Cristo; las almas llegan débiles y se van fortalecidas; llegan dudando y se van satisfechas; llegan de duelo y se van jubilosas; llegan ciegas y se van viendo.

 

Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. 

Un hombre afligido de ceguera congénita. Esta enfermedad era bastante común entre los antiguos.

No se mencionan ni el tiempo ni el lugar del suceso relatado en este párrafo.

No se nos dice cómo Jesús o sus discípulos descubrieron que este hombre había sido ciego de nacimiento, pero quizá todo el mundo lo sabía.

Y le preguntaron sus discípulos diciendo: "Rabí, ¿quién pecó, este hombre o sus padres, para que naciera ciego?

A ellos este ciego les resulta un rompecabezas teológico. Probablemente razonaron más o menos así: "Detrás de toda aflicción o defecto físico hay un pecado, generalmente el pecado del que tiene el problema. Pero, ¿cómo puede ser así si la persona nace con un defecto? En ese caso no puede haber traído sobre sí el defecto por medio de su mala conducta, ¿verdad? ¿Es castigado, entonces, por el pecado de sus padres? Y en este caso, ¿es justo? Pero no; hay otra posibilidad: la persona que ha nacido con un defecto puede, después de todo, ser la causa de su propia desgracia; porque puede haber cometido pecado mientras estaba en el vientre de su madre".

Sopesando las dos posibilidades, los discípulos hacen la pregunta.

Nadie tiene nunca el derecho de acusar a Dios de injusticia.

Los judíos, sin embargo, tenían la tendencia a exagerar, relacionaban cada problema específico con un pecado concreto. Por esta razón los amigos de Job atribuyeron sus aflicciones al pecado de crueldad para con la viuda y los huérfanos; y en los días de Jesús prevalecía todavía mucho esta clase de razonamiento. Jesús mismo no aprobaba este énfasis desproporcionado.

Cuando los discípulos mencionaron como una de las alternativas que el hombre, aunque nacido ciego, estaba quizá cosechando los frutos de su propio pecado, probablemente no pensaban en la transmigración de las almas, sino en la idea rabínica (exceso de énfasis en ella) de que los niños pueden pecar en el seno materno. Los rabinos llegaban a la conclusión que Esaú había tratado de matar a Jacob estando aún en el seno materno.

La otra alternativa que se les ocurrió a los discípulos fue que este pobre infortunado era víctima de una transgresión de los padres, quizá el pecado de un padre disoluto (como de hecho sucede a veces, incluso hoy día).

Respondió Jesús: "Ni este hombre pecó, ni sus padres, sino que (esto sucedió) para que las obras de Dios se manifiesten en él. En esta respuesta Jesús descarta de inmediato los pecados personales del hombre y los pecados de sus padres como causas a las cuales atribuir su ceguera.  Jesús ni siquiera se interesa por esto. Prefiere mirar hacia adelante en lugar de mirar retrospectivamente como los discípulos. Habían preguntado, "¿Cómo sucedió?" Responde, "Sucedió para un fin; a saber, para que las obras de Dios (milagros en los cuales se muestran su poder y amor) se manifiesten en él". Aquí el Señor habla de calamidades, que no siempre tienen que considerarse como castigos especiales del pecado; a veces, son para la gloria de Dios y para manifestar sus obras.

Todas las cosas—incluso las aflicciones y calamidades-tienen como propósito último la glorificación de Dios en Cristo por medio de la manifestación de su grandeza.

Nos es necesario hacer las obras del que me envió,

Para los discípulos el mirar a este hombre les planteaba un rompecabezas teológico. Para Jesús una mirada en dirección al hombre le presentaba un desafío, una oportunidad para trabajar. Ellos razonaban: "¿Cómo le llegó a suceder?" El respondió: "¿qué podemos hacer por él?" Había pues dos formas de mirar a este hombre. Y la segunda era por mucho la mejor.

La norma del versículo cuatro se aplica tanto a Jesús como a sus discípulos (y, en un sentido, a todos sus seguidores): entre tanto que el día dura debemos hacer las obras de Dios.

entre tanto que el día dura;

Cuando Jesús, habiendo dicho "consumado es", emite su último suspiro, su día ha terminado, su obra de expiación por el pecado ha sido cumplida. Si bien es cierto que, incluso después de su resurrección, hubo "apariciones", sin embargo él ya no está "en el mundo" como lo estuvo antes. Lo mismo se aplica respecto al discípulo: también en su caso hay un tiempo divinamente asignado; a saber, su vida terrenal. Que aproveche al máximo sus oportunidades.

la noche viene, cuando nadie puede trabajar.

El mandamiento es apremiante, porque "la noche viene (esto es, la muerte), cuando nadie puede trabajar".

Entre tanto que estoy en el mundo, soy la luz del mundo". 

Es evidente que la expresión "soy la luz del mundo" suministra la clave para la interpretación de lo que sigue. La curación del hombre ciego de nacimiento, que está a punto de relatarse, es una ilustración de lo que Jesús está haciendo constantemente en su condición de luz del mundo.

Dicho esto, escupió en la tierra e hizo lodo con la saliva, le untó el lodo en los ojos,

No sabemos por qué el Señor escogió este método específico. El lodo no tenía nada que ver con la curación física; no tenía cualidades medicinales, como tampoco las tenían las aguas del Jordán en las cuales Eliseo pidió a Naamán que se sumergiera siete veces a fin de curar la lepra. En ambos casos el mandamiento fue una prueba de obediencia. Debe tenerse presente que el que actúa aquí es el que se llama la luz del mundo, y que en este caso concreto se comunica la luz no sólo al cuerpo sino también al alma.

y le dijo: "Ve, lávate en el estanque de Siloé" (que traducido es, Enviado).

Este estanque recuerda el de Bethzatha ("Betesda"), pero mientras éste estaba situado en el noroeste de Jerusalén el estanque de Siloé estaba apenas dentro de los muros de la ciudad en la parte sureste. El rey Ezequías había mandado a construir un conducto para llevar el agua del manantial de Geón, situado fuera de los muros en dirección sur-suroeste hasta apenas dentro de los muros. El propósito había sido garantizar el suministro de agua en caso de asedio. El nombre original del estanque fue probablemente Siloé, nombre propio derivado del participio pasivo hebreo que significa "enviado" o "conducido", que se le dio porque a través de ese conducto el agua era (y todavía lo es) conducida desde el manantial que brota intermitentemente hasta el estanque; se puede comparar con nuestra palabra "acueducto". Algunos comentaristas rechazan la idea de que Jesús le diera significado simbólico al nombre de este estanque. Sin embargo, cuando se le dice al hombre que vaya a lavarse al estanque de Siloé, aunque es verdad que esto debe tomarse en el sentido más literal, de forma que debía realmente lavarse los ojos en este estanque, el significado más profundo es sin duda éste: que para la purificación espiritual uno debe acudir al verdadero Siloé; es decir, a aquél que fue enviado por el Padre para salvar a los pecadores.

Fue entonces y se lavó, y regresó viendo.

A pesar de lo extraño del mandato, el hombre no sigue el ejemplo de Naamán. No protesta sino que obedece de inmediato. Va al estanque y con la mano recoge agua. Se lava con ella el lodo de los ojos. Su obediencia recibe recompensa inmediata: regresó viendo.

Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto de mendigo, decían: "¿No es éste el que se sentaba y mendigaba?" Unos decían: "Él es"; y otros: "A él se parece". Él decía: "Yo soy".

Ahora el hombre podía verlo todo: el sol, el firmamento, las casas, y—lo más importante de todo—la gente. No nos sorprende que, con toda probabilidad, fuera a su casa. Cuando los vecinos lo vieron, estaban mirando a un hombre que parecía muy distinto del mendigo que conocían casi todos. El milagro había producido un cambio en todo su aspecto y porte.

Las opiniones estaban divididas. Unos decían, "¿No es éste el que se sentaba y mendigaba?" Esperaban respuesta afirmativa, aunque en la pregunta hay un ligero elemento de duda nacida de la sorpresa. Otros responderían con absoluta certeza, "Él es". Pero otros, incapaces de creer que alguien ciego de nacimiento pudiera ser curado, afirmaban vigorosamente una y otra vez: "no, pero se parece a él". Quizá estos últimos se engañaron un poco debido al cambio que había ocurrido en el aspecto y el porte del hombre. El que había sido curado puso fin a la controversia afirmando repetidamente, "soy yo".

Y en respuesta le dijeron: "¿Cómo te fueron abiertos los ojos?"

Los vecinos ya no dudan respecto a la identidad del hombre. Es muy natural que en respuesta le dijeron: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos?

Él respondió: "El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: 'Vé al Siloé y lávate'; y fui y me lavé y recibí la vista".

El hombre les hace un relato ligeramente condensado de lo que había sucedido, informe que era cierto en todos los detalles. Incluso menciona el nombre de su benefactor—alguien debe habérselo dicho—, pero al parecer no se da cuenta de que el que hizo el milagro es el Redentor del mundo.

Entonces le dijeron: "¿Dónde está él?" Él dijo: "No sé".

Es muy natural el deseo de ver al hombre que había realizado un milagro tan grande. Dadas las circunstancias, no podía saber dónde estaba Jesús.

Llevaron ante los fariseos al que antes había sido ciego.

El hombre fue llevado ante un grupo de fariseos, reunidos informalmente, quizá en casa de uno de ellos. Estos líderes religiosos, enfurecidos ante el hecho de que Jesús había vuelto a violar las normas sabáticas y todavía más por su creciente influencia entre el pueblo, tratan de desacreditar el milagro. Sospechan que se ha perpetrado un fraude. Al no poder persuadir al hombre que admita su culpa y al perder en la discusión, su furor explota. Totalmente enfurecidos por lo que consideran una abierta desfachatez del hombre, lo echan de la casa o atrio.

También hay quienes consideran como mucho más formal este incidente. Es cierto, desde luego, que el evangelista no describe una sesión plenaria del gran Sanedrín, pero esto no quiere decir que la reunión y la sentencia que se pronunció fueran de índole informal. Con toda probabilidad estos fariseos actuaban con órdenes del Sanedrín y sabían que al expulsar a este hombre actuaban de acuerdo con la decisión de ese cuerpo. O habían recibido autoridad para actuar en este caso específico, o bien, al ser nombrados para examinar a este hombre, sabían que su acción respecto al mismo recibiría la aprobación posterior del Sanedrín.

Los fariseos habían venido diciendo a la gente que Jesús era un embaucador. De hecho, la gente ya sabía que el Sanedrín había tomado la decisión que cualquiera que confesara que Jesús era el Cristo sería expulsado de la sinagoga. Pero ¿qué iban a decir ahora los fariseos? ¿Acaso este gran milagro no era más elocuente que cualquier veredicto del Sanedrín? Que se lleve esta persona ante los jueces fariseos de modo que puedan oír el relato de sus propios labios. ¿Persistirían todavía, después de esto, en su opinión respecto a Jesús? ¿O se ha cometido algún fraude que ellos puedan descubrir y poner de manifiesto?

Y era día de reposo cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto los ojos.

Hacer lodo en día de reposo y cubrir en ese día los ojos de alguien con ese lodo era violación de las normas. Además, en día de reposo no estaba permitido practicar el arte de la curación, excepto en casos de urgencia extrema. Por ello los fariseos probablemente razonan más o menos así:

a. Incluso si de hecho no hizo un milagro, Jesús ha violado en cualquier forma el día de reposo; en consecuencia,

b. es un pecador notorio; pero

c. Dios nunca admitiría que pecadores notorios hagan verdaderas curaciones; en consecuencia,

d. todo este caso resulta muy sospechoso y exige una investigación exhaustiva. ¿Es quizá un fraude?

Volvieron, pues, a preguntarle también los fariseos cómo había recibido la vista.

De hecho, volvieron, porque esta no era la primera vez que se hacía esta pregunta. Ya lo habían bombardeado con ella. Primero había salido de los labios de los vecinos, quienes lo habían repetido una y otra vez. Y ahora también los fariseos se la plantean.

Él les dijo: "Me puso lodo sobre los ojos y me lavé y veo".

Parece que ya el hombre se muestra precavido. Sopesa las palabras. Adviértase cómo se está volviendo más y más conciso el relato del milagro.

Entonces algunos de los fariseos decían: "Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo".

Silogismo A

Premisa mayor: Todos los que vienen de Dios guardan el día de reposo.

Premisa menor: Este hombre (Jesús) no guarda el día de reposo.

Conclusión: Este hombre no es de Dios.

En apariencia parece un razonamiento excelente. Como silogismo tiene validez. Pero esto no significa que la conclusión sea verdadera. Puede no haber deficiencias en la lógica con la que se deriva una conclusión de sus premisas mayor y menor, pero si alguna de estas premisas es contraria a los hechos, la conclusión ya no es legítima. En el caso actual es erróneo lo que estos hombres quieren decir en su premisa mayor. Los fariseos han identificado con la ley de Dios sus propias normas sabáticas meticulosas y fútiles. De ahí que su verdadera premisa mayor es, "Todos los que son de Dios, observan nuestras normas sabáticas". También es errónea la premisa menor, por la misma razón: confusión de conceptos. Y como estas premisas son falsas, la conclusión ("este hombre no es de Dios") no es aceptable. Sabemos que la afirmación que constituye la conclusión es totalmente falsa, totalmente opuesta a la verdad.

Otros decían: "¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales?"

Silogismo B

Premisa mayor: Sólo los que son de Dios (o: los que no son pecadores) pueden dar la vista a los ciegos de nacimiento (o: pueden hacer "tales" señales).

Premisa menor: Este hombre, Jesús, ha dado la vista a un ciego de nacimiento (o: ha hecho "tal" señal).

Conclusión: Este hombre es de Dios (o: este hombre no es pecador).

Adviértase, sin embargo, que este silogismo se presenta en forma de pregunta. Ssolamente está sugerido, no claramente elaborado. Estos fariseos más moderados se enfrentan con un problema y buscan una solución. El problema es, "¿cómo puede alguien que es pecador hacer tales señales?" Incluso entre este grupo había probablemente varios que hubieran rechazado la proposición: "Quizá Jesús no es pecador". Para ellos Jesús es ciertamente pecador. En consecuencia, para ellos todo el asunto es un profundo misterio. Para ellos el Silogismo B no tiene ninguna validez. Otros, sin embargo, comienzan a ver la luz.

¿Es válido el silogismo vagamente sugerido? Como ejercicio en lógica debe concedérsele validez. El razonamiento es tan válido como una moneda acabada de acuñar. Pero ¿es correcta la premisa mayor? Si no lo es, entonces la conclusión—aunque muy correcta como hecho histórico—no es legítima.

Uno encuentra algo que se le parece en el siguiente silogismo:

Premisa mayor: Sólo que los malos sufren aflicciones físicas.

Premisa menor: Este hombre sufre aflicción física.

Conclusión: Este hombre es malo.

Entre estos fariseos más moderados debe haber habido un número considerable que subrayaban la grandeza extraordinaria de este milagro

Y había disensión entre ellos.

Es decir, se produce entre los fariseos una marcada división o cisma entre los que defendían el Silogismo A y los que sugerían el Silogismo B. Llenos de confusión, incapaces de ponerse de acuerdo entre sí, los fariseos se dirigen de nuevo al hombre que acababa de ser curado de su ceguera.

Entonces volvieron a decirle al ciego: "¿Qué dices tú del que te abrió los ojos?"  

Es evidente que los que estaban en favor del Silogismo A (los decididos opositores de Cristo) eran la mayoría, como hubiéramos esperado. A la luz de ese hecho es evidente, desde luego, que cuando los fariseos (probablemente ambos grupos) preguntan ahora al hombre: "¿Qué dices tú acerca de él? que dices que te abrió los ojos", no implica admisión alguna, por parte de la mayoría, como si ahora estuvieran dispuestos a conceder que Jesús había de verdad realizado este milagro sorprendente.

Y él dijo: "Que es profeta".

El conocimiento del hombre progresa. También demuestra valor. Sabía que, por medio de Jesús, Dios se había revelado a sí mismo a él por medio de este milagro. Y, evidentemente, ¡quién revela a Dios de una manera tan notable debe ser profeta!

Sin embargo, los judos no creían que él había sido ciego, y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron, diciendo: "¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?"

En su intento de echar por tierra la conclusión sugerida en el Silogismo B, los fariseos no habían conseguido la cooperación de la persona más directamente implicada. Bien, entonces, si fracasa el método directo, intentarán el indirecto: echar por tierra la conclusión atacando la premisa menor. Además, si el hijo no los ayuda en el esfuerzo de conseguir este resultado, ¡Buscarán la ayuda de sus padres!

¿Cómo ha de explicarse que ellos (la mayoría de los fariseos) no creyeran que este hombre había sido ciego y había recuperado la vista?

Claro que la mala voluntad contra Jesús desempeñó su papel. Creer que este hombre había sido ciego y había sido curado de la ceguera, habría sido el primer paso para conceder a Jesús un milagro admirable. No querían dar este paso. Así como uno a menudo cree lo que desea creer, así también a menudo no cree lo que desea no creer.

¿Creyeron después? Es cierto que la palabra hasta no implica necesariamente esto. Sin embargo, es difícil creer que, incluso después de que los padres hubieron dado su testimonio, continuara la incredulidad (respecto a los dos hechos antes mencionados). Creyeron que este hombre había nacido ciego (como castigo por el pecado). Eran tan evidente que había sido curado de su ceguera, que no se podía negar esto.

Pero una cosa es aceptar el hecho de que este hombre había sido curado de la ceguera. Y otra cosa es atribuir esta curación a Jesús

Los judíos, primero, quieren saber si este es el hijo del que tanto se habla y del que sus padres decían que había nacido ciego; en segundo lugar desean información al hecho y la forma de su curación.

Sus padres respondieron y les dijeron: "Sabemos que éste es nuestro hijo, que nació ciego;

Con esta abierta declaración en la que identifican a este hombre como hijo suyo y testifican que, en realidad, nació ciego, estos padres obligan a los judíos a dar el temido primer paso para atribuir a Jesús un notable milagro. Abiertamente nunca dieron este paso, sino que se le opusieron.

pero cómo es que ve ahora, no lo sabemos; o quién le abrió los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo".

Los padres rehúyen la segunda pregunta. También mienten. Sí saben cómo es que su hijo ahora ve. El hijo ciertamente les ha contado todo lo relacionado con el milagro.

Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo a los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesaba que Jesús era el Mesías, sería expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: "Edad tiene, preguntadle a él".

Fue la falta de valor, la egoísta cobardía, la que los llevó a decir, "no lo sabemos … tampoco lo sabemos … edad tiene (a los trece años y un día se consideraba que el judío ya era de edad), preguntadle a él; él hablará por sí mismo". En un momento decisivo, cuando hubieran debido hablar, se hicieron culpables de "echarle la carga a otro". Sin embargo, no debemos ser demasiado duros con ellos. Siempre debe preguntarse, "¿qué hubiéramos hecho en circunstancias semejantes?" ¡El castigo anunciado era muy terrible!

El miedo a los judíos es un tema común en el Evangelio de Juan. Las hostiles autoridades judías habían decidido (o sea, decisión formal del Sanedrín) ya (mucho antes de que Jesús fuera formalmente condenado como merecedor de la muerte) que cualquiera de sus seguidores que lo reconociera como el Mesías, el Ungido de Dios, sería expulsado de la sinagoga. El relato sin duda da a entender que la excomunión en este caso pretendía ser definitiva y terrible.

Desde cualquier punto de vista—social, económico, religioso—los resultados eran espantosos, sobre todo para personas tan pobres que su hijo tenía que vivir de la limosna. Por ello, aunque no podemos justificar a estos padres por eludir su deber, los podemos entender.

Entonces por segunda vez volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: "Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador".

Los judíos estaban tratando en todas las formas posibles de demostrar que Jesús no era el que había abierto los ojos al ciego de nacimiento.

De hecho, el testimonio de los padres había hecho el caso todavía más difícil para los fariseos, porque los había dejado sin excusa en cuanto a que no había habido milagro alguno. Y temían que en muy poco tiempo el nombre de Jesús iba a relacionarse con este milagro en la mente de todos. Y tenían que impedir esto por todos los medios.

En consecuencia, estos líderes deciden volver a citar al que había sido ciego, para hacerlo prometer que nunca más atribuiría a Jesús el gran beneficio que había recibido. Y le dicen: "Da gloria a Dios; nosotros sabemos que este hombre es pecador". La explicación más simple de esta afirmación es la siguiente: "Glorifica a Dios atribuyéndole a él el milagro, y no a otra persona. No le des el mérito a ese hombre (Jesús), porque sabemos quién es: sabemos que es un pecador notorio. Evidentemente, un hombre así no pudo haber hecho algo tan grande".

Concédase, pues, así razonan estos fariseos, que Jesús, en efecto, puso barro en los ojos de este hombre y que luego lo envió a Siloé. Cuando el hombre llegó a Siloé y se lavó el barro de los ojos, fue Dios—no Jesús—quien hizo el milagro. En consecuencia: ¡el hombre debería dar la gloria a Dios!

Nótese cómo se contrastan las palabras Dios y este hombre. El honor lo debe recibir no este hombre sino Dios.

Entonces él respondió y dijo: "Si es pecador, yo no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego, y ahora veo".

A medida que el relato continúa se hace cada vez más claro que este hombre no es una persona ordinaria. No es movido fácilmente. Evidentemente el alardeado conocimiento de estos eminentes jueces no lo había impresionado.

Con valentía opone al "sabemos" de ellos sus "no lo sé" y "una cosa sé". En lugar de estar de acuerdo con la afirmación de ellos, "este hombre es pecador", afirma abiertamente que él, el que antes había sido ciego, no sabe esto; pero que sí está perfectamente consciente del hecho de que, aunque ciego, ahora puede ver perfectamente. Uno puede muy bien leer entre las líneas de esta afirmación tan clara lo siguiente: "Frente a vuestro simple decir, pongo este gran hecho de la experiencia: aunque yo era ciego, ahora veo. Los hechos son más inquebrantables que las opiniones sin fundamento".

Le volvieron a decir: "¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?"

Él les respondió: "Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír;

Es evidente que el hombre está perdiendo la paciencia. Le desagrada este procedimiento tedioso. Sorprende el hecho de que no tenga miedo de expresar con palabras claras y fuertes su evidente desagrado. No ha heredado la timidez de sus padres. Además, esgrime el arma de la ironía—para él tan deliciosa, pero para ellos tan desagradable—y lo hace de tal forma que las víctimas de la misma nunca lo olvidarían o perdonarían

.¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis acaso también vosotros haceros sus discípulos?"

Si esto no es sátira demoledora, se le acerca mucho.

Y le insultaron, y dijeron: "Tú eres su discípulo; pero nosotros, discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése, no sabemos de dónde es".

En tal circunstancia la reacción de los líderes judíos es enteramente comprensible. No eran la clase de personas que admitirían la derrota. Además, se sienten profundamente ofendidos y humillados. Un simple mendigo ha desafiado su autoridad. Se ha burlado de su dignidad y de su posición superior. ¿Cómo, ellos hacerse discípulos de Jesús? El nombre mismo de Jesús es veneno para ellos, hasta el punto que se niegan a pronunciarlo; prefieren llamarlo "ése".

Parecen considerar el título de discípulo de Jesús el insulto máximo, dicen Tú eres su discípulo. No se les ocurre nada peor para decirle al mendigo. Ni siquiera se les ocurre que le están dando el más elevado honor posible. Con arrogancia y autosatisfacción se refieren a sí mismos como "discípulos de Moisés", no dándose cuenta de que Moisés mismo iba a condenarlos. Saben que Dios habló a Moisés. Sí, conocen el origen divino de las leyes y ordenanzas que instituyó Moisés. Lo que no saben es que aquél que odian con odio tan diabólico tiene derecho a decir, "Moisés habló de mí".

Cuando, en relación a esto, afirman, "Pero respecto a ése, no sabemos de dónde es", no niegan lo que ellos (o sus amigos) han dicho antes respecto al origen de Jesús. Lo que quieren decir es: "no sabemos de qué fuente él, a diferencia de Moisés, recibe su autoridad". Pero Jesús había contestado a esa pregunta muchas veces, y ellos se habían negado a aceptarla.

Sorprendente oír a estos hombres tan dignos decir, "No sabemos". Estaban tan acostumbrados a decir, "Sabemos", que resultaba chocante que en esta ocasión admitieran de hecho su ignorancia respecto a algo—¡y algo tan importante! ¡Se relacionaba con aquél que había otorgado la bendición de la vista al hombre ciego de nacimiento! Acerca de este notable obrador de milagros estos sabios no saben casi nada. Ni siquiera conocen la fuente de su autoridad. El ciego de nacimiento se aprovecha totalmente de la situación.

Respondió el hombre y les dijo: "Por cierto esto es algo asombroso, que vosotros no sabéis de dónde es, y sin embargo a mí me abrió los ojos.

Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése le oye. Desde el principio del mundo no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si este hombre no fuera de Dios, no podría hacer nada".

Premisa mayor: Sólo los que son de Dios—es decir, los que temen a Dios (literalmente, "adoran a Dios") y hacen su voluntad—son escuchados por Dios, de forma que pueden abrir los ojos a los ciegos de nacimiento.

Premisa menor: Este hombre, Jesús, fue escuchado por Dios, de modo que abrió los ojos de un ciego de nacimiento, y con ello realizó un milagro tan grande como nunca se había oído desde el principio del mundo (literalmente, "desde antiguo").

Conclusión: Este hombre es de Dios. Si no lo fuera, nada podría hacer. Definitivamente no es pecador.

Al hablar como lo hace este hombre emplea la clase de argumentación farisaica. Derrota a los fariseos con su propio razonamiento silogístico. Esto en sí mismo es muy notable: ¡un mendigo derrotando a un fariseo con la propia arma del fariseo! Pero este hombre hace todavía más: toma el silogismo farisaico, y lo mejora, no sólo afirmando en forma clara lo que antes era sólo un indicio, sino también dándole un marco concretamente bíblico. ¡El hombre considera el milagro como una respuesta a la oración¡ Dice, "Si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése (Dios) oye". Esta posición es totalmente bíblica. La idea de que Dios escucha las oraciones del justo y rechaza las oraciones del malvado se encuentra en muchos lugares de la Biblia.

Además, los milagros (especialmente tales milagros) hechos en respuesta a la oración y para manifestar las obras de Dios, tienen valor de evidencia.

Los fariseos han sufrido una derrota humillante. Han sido acorralados. Entre tanto, el mendigo ha progresado en su confesión. Ya no dice, "Si es pecador (Jesús), no lo sé". Ahora sabe que Jesús no es pecador, sino receptor del favor de Dios en forma muy elevada.

Respondieron y le dijeron: "Tú naciste enteramente en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros?"

Habiendo perdido en la argumentación, los fariseos recurren al ultraje arrogante y notorio. Pero incluso este ultraje contiene la prueba de su derrota, porque por implicación admiten ahora que este hombre que está frente a ellos y que ve, había nacido ciego.

El milagro ha ocurrido realmente. Esto ya resulta evidente para todos. La idea misma, sin embargo, de atribuirlo a Jesús como aquél en quien descansa el favor de Dios, es tan ofensiva para los fariseos que consideran al que así piensa como "nacido enteramente en pecado" (considerando su ceguera como castigo por el pecado). ¡Que un tipo tan vil tomara sobre sí el enseñar a personas tan dignas como ellos, es repugnante!

Y le expulsaron.

Lo echaron del edificio y de la comunión religiosa de Israel.

El Sanedrín había decidido expulsar de la sinagoga a los que confesaran que Jesús era el Cristo. El grupo de fariseos que examina a este hombre lo considera como discípulo de Jesús; en consecuencia, candidato para la expulsión. Es cierto que hasta ese momento el hombre todavía no había confesado de hecho que Jesús fuera el Cristo, pero no parece probable que los enemigos de Jesús, exasperados como estaban, tuvieran generosamente en cuenta esta diferencia. El hombre, después de todo, había confesado que Jesús era profeta, genuino obrador de milagros, en un sentido totalmente único, persona que había hecho milagros debido al favor y poder extraordinarios que Dios le había concedido. En consecuencia, cuando afirma, "Y le expulsaron", es muy natural considerar esto como una expulsión real de la sinagoga. Lo que se relata ha preparado ciertamente al lector para esperar nada menos que la excomunión de este hombre.

Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole,

Jesús, el buen pastor, se interesa no sólo por el cuerpo sino también por el alma de aquéllos a los cuales salva. De modo que, habiendo oído que habían expulsado a este hombre de la sinagoga, el Señor lo busca y encuentra.

le dijo: "¿Crees tú en el Hijo del Hombre?"

"¿Confías totalmente—para vida y muerte—en el Hijo del Hombre? ¿Confías en él, y te entregas totalmente a él respecto al presente y al futuro, tanto para tus necesidades materiales como para las espirituales?"

Respondió el y dijo: "¿Y quién es, señor? (Dímelo) para que crea en él"

Antes de poder responder a la pregunta, el hombre siente la necesidad de saber quién podría ser este Hijo del Hombre—este Mesías. De ahí que la pregunta comience con la conjunción y, que espera información adicional.

Le dijo Jesús: "Tú le has visto; de hecho, es el que habla contigo"

Literalmente la respuesta de Jesús es, "Tú lo has visto a él y aquél que habla contigo, él es". En palabras que son casi idénticas a las que se encuentran en 4:26  Jesús se revela a sí mismo a este hombre como el verdadero Mesías, como el Hijo del Hombre.

Y él dijo: "Creo, Señor"; y le adoró.

Consciente ahora en forma total del hecho de que aquél que le ha hablado es el mismo que lo curó, a saber, Jesús, en quien con sorpresa total pone su mirada (¡Qué privilegio es poder ver!); y reconociendo en Jesús al Mesías, al mismo Hijo del Hombre, quien es también Hijo de Dios y por consiguiente el objeto propio de adoración, el hombre cae de rodillas y rinde adoración religiosa (no sólo respeto o incluso reverencia) a su Benefactor.

Nadie sino Dios debe ser adorado; así que aquel hombre, al adorar a Jesús, le reconoció como Dios. Le adoramos todos los que creemos que Jesucristo es Dios manifestado en carne.

Y Jesús dijo: "Para juicio yo vine a este mundo;

Cuando Jesús ve a este hombre de rodillas en actitud de culto genuino, y compara esta condición humilde y confiada con la hostilidad y obstinación de los fariseos, ve que su venida a este mundo produce dos efectos diametralmente opuestos. Algunos lo reciben con gozo y son recompensados. Otros lo rechazan y son castigados. Esta recompensa y este castigo son su juicio sobre aquéllos que entran en contacto con él. Vino con el propósito de pronunciar su veredicto autoritario y llevarlo a efecto en estos dos grupos tan marcadamente contrastantes.

para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados".

Es decir, a fin de que los que carecen de la luz de la salvación (que están sin verdadero conocimiento de Dios, sin justicia, sin santidad, sin gozo), y que lamentan su condición, y, por la gracia preparatoria de Dios, sienten el anhelo de recibir la luz, puedan ser colocados en plena posesión de la misma. El que había nacido ciego y ahora podía ver tanto física como espiritualmente ilustra este punto. Sigue luego el aspecto punitivo de este juicio: y los que ven, sean cegados; es decir, a fin de que aquéllos que dicen constantemente, "vemos", pero que se engañan a sí mismos rechazando la luz, puedan al fin ser completamente separados de ella. Piénsese en los fariseos, quienes se endurecen cada vez más.

Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron: "¿Ciertamente nosotros no somos también ciegos, verdad?"

¿Acaso Jesús los coloca en la categoría de la chusma maldita que no conoce la ley (véase sobre 7:49)? ¿Ellos los devotos discípulos e intérpretes de Moisés, en la misma categoría que el populacho que nada sabe?

Jesús les respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: 'Vemos', vuestro pecado permanece".

En otras palabras, "Si no veis lo grande de vuestros pecados y miserias, no podéis gozar de verdadero consuelo". Vuestro pecado permanece, porque habéis rechazado la salvación de Dios.


BIBLIOGRAFÍA

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Paz de Cristo!

ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor 
Iglesia Pentecostal Unida de Colombia 
Reuniones Martes, Jueves y Sábado 7 PM, Domingos 8 AM y 10 AM.
Calle 30 # 22 61, Cañaveral, Floridablanca.
http://adonayrojasortiz.blogspot.com/
 


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