martes, 4 de marzo de 2014

El propósito de las supuestas contradicciones

Propósito de las discrepancias

¿Por qué se permitió la existencia de las discrepancias? ¿Qué buen fin contemplan?

1. Indudablemente había la intención de que sirvieran como estímulo al intelecto humano, como provocación al esfuerzo mental. Sirven para despertar la curiosidad y para atraer el amor a la novedad.

La Biblia es un libro maravilloso. No hay ninguno que haya sido tan estudiado, ni que haya atraído tanta cantidad de esfuerzo crítico como ella. «Ningún libro, ni tan siquiera la misma naturaleza, ha despertado tanta actividad intelectual como la Biblia. En el campo de batalla de la verdad, siempre ha sido alrededor de ella que el conflicto ha rugido. ¿Qué otro libro ha llevado a escribir tantos otros libros? Quitemos de las bibliotecas de la cristiandad todos los que han surgido, no indirecta, sino directamente de ella, aquellos escritos para oponerse a ella, o defenderla, o exponerla, ¡cuánto disminuirían! La misma multitud de libros incrédulos constituye un testimonio al poder con que la Biblia estimula el intelecto. ¿Por qué no vemos la misma cantidad de intelecto en actividad surgiendo debido a, chocando con y rugiendo en torno al Korán?»

Las discrepancias del libro sagrado no han jugado poco papel en esta incitación a la actividad mental. Aunque son una característica subordinada, han impulsado a muchos a «escudriñar las Escrituras» y a preguntarse: «¿Cuál es la solución a estas dificultades?» Las cosas que son «difíciles de entender» presentan un atractivo especial a la mente indagadora.

El profesor Park observa, en un ensayo admirable acerca de la elección de Textos: «En ocasiones se despierta un interés más profundo al examinar dos o más pasajes que parecen contradecirse entre sí que al examinar dos o más que se asemejan. Muchos están ansiosos por aprender el sentido de un texto una de cuyas secciones dice, en Jn. 15:15: «Todas las cosas que le oí a mi Padre, os las he dado a conocer», y en otra, en Jn. 16:12, dice: «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar». ¿Por qué el Señor pronunció la segunda parte de este texto después de la primera, y sin embargo en la misma ocasión? La Biblia despierta a la mente de su estado de torpor declarando que el hombre muere y no es, y que sin embargo vive para siempre; que el hombre es un gusano del polvo, y que sin embargo ha sido hecho poco menor que los ángeles; que tiene que amar, y sin embargo aborrecer a su padre, madre, hermano, hermana; que cada hombre debe llevar su propia carga, y que sin embargo cada uno tiene que llevar las cargas de sus hermanos; que el cuerpo del hombre será levantado de la tumba, y sin embargo no el mismo cuerpo; que Cristo desconocía algunas cosas, y sin embargo que sabía todas las cosas; que no pudo soportar el peso de su propia cruz, y que sin embargo sustenta todas las cosas por la palabra de su poder. Cuando dos clases de pasajes se enfrentan en una disposición aparentemente hostil, uno contra el otro, al inicio de un sermón, el soñoliento oyente se despierta para ver cómo acabará el conflicto. Puede ser levantado por el discurso desde su amor natural a aprender la verdad a un amor lleno de gracia por la verdad aprendida».

Whately dice: «Las aparentes contradicciones de las Escrituras son demasiado numerosas para no ser resultado de un designio; y es evidente que fueron diseñadas, no como meras dificultades para probar nuestra fe y paciencia, sino como proveyendo el modo de instrucción más adecuado que se hubiera podido imaginar, al explicar y modificar mutuamente, o limitar o extender mutuamente sus significados».

En otro lugar, presentando este mismo concepto, observa este autor: «Las instrucciones así comunicadas son evidentemente más notables y más susceptibles de despertar la atención; y, también, por la misma circunstancia de que demandan una cuidadosa reflexión, más susceptibles de producir una impresión duradera».

Otra vez, empleando la ilustración, tan hermosa como sugerente, del caso de un marino que dirige su rumbo al término medio entre ciertos puntos prominentes del paisaje, añade él: «De esta misma manera, sucederá con frecuencia que dos pasajes aparentemente opuestos de las Escrituras nos posibiliten, tomados juntos, a dirigir nuestra fe o nuestra conducta de modo correcto; uno de ellos tendrá la intención de protegemos de ciertos errores a un lado, y el otro, al otro lado; ninguno de ellos, tomado a solas, comunicará la verdad exacta e íntegra; pero, tomados en conjunto, pueden posibilitarnos su determinación». También compara ingeniosamente los textos contrapuestos con varias fuerzas o impulsos de tipo mecánico, actuando sobre un cuerpo para producir un movimiento; la resultante lo dirige hacia el curso deseado, aunque ninguno de los impulsos, tomado a solas, lo dirigiría precisamente en aquella dirección.

Los rabinos tienen un dicho de que «el libro de Crónicas fue dado para la argumentación», esto es, para incitar a los hombres a la investigación y a la discusión. La historia de la crítica sagrada demuestra que este libro ha respondido admirablemente a este propósito; sus discrepancias son puntos destacados que atraen la atención.

No sólo estas cosas «difíciles» inducen a los hombres a investigar el volumen sagrado, sino que, mientras se resuelven bajo el paciente y constante ojo del estudioso, revelan significados profundos y ricos que recompensan su esfuerzo de manera generosa. Este proceso queda ejemplificado en el caso del erudito anteriormente citado. Observa él: «Bien recuerdo cuando me parecía que había una contradicción directa entre Pablo y Santiago acerca del tema de la fe y de las obras. Ahora puedo ver que no sólo no se contradicen entre sí, sino que armonizan a la perfección».

Dice el profesor Stuart: «En los tempranos días de mis estudios bíblicos, hace unos treinta o treinta y cinco años, cuando inicié mi investigación crítica de las Escrituras, aparecían dudas y dificultades a cada paso, como los hombres armados que en la fábula suscitaba Cadmus. El tiempo, la paciencia, el estudio continuado, un mejor conocimiento de los lenguajes originales de las Escrituras y de los países donde los sagrados libros fueron escritos, han dispersado a los vientos casi todas estas dudas».

De esta manera, las dificultades de las Escrituras con frecuencia sirven para estimular intensamente y dar rica recompensa al esfuerzo intelectual.

2. Tenían la intención de dar ilustración de la analogía entre la Biblia y la naturaleza, y dar así evidencia de su origen común. Las «contradicciones internas» de la Biblia aparecen en mayor escala en la naturaleza. Sea donde sea que pongamos los ojos, el universo material nos da pruebas inconfundibles de infinita sabiduría, poder y benevolencia. Los cielos estrellados, la tierra revestida del verde primaveral, el brillante y feliz resplandor del sol, las perfumadas brisas, el refrescante rocío y las lluvias, el dulce canto de las aves, las flores con brillantes colores y deliciosos aromas, las maravillosas e incontables formas de vegetación, la infinita variedad de los insectos y de la vida animal, las apropiadas adaptaciones y mecanismos benevolentes de su bienestar patentes en todo lugar en la naturaleza, todo ello proclama los atributos del Creador y proclama su alabanza.

Pero, mirando la misma escena desde otro punto de vista, vemos un espectáculo muy distinto. En el mundo parecen dominar la necesidad y el dolor, la tristeza y el sufrimiento. Heladas y fuegos, hambre y pestilencias, terremotos, volcanes y huracanes, guerras e intemperancia, mil dolencias y decenas de miles de accidentes están operando mortalmente sobre nuestros semejantes. Toda esta terrible devastación está sucediendo en un mundo creado y gobernado por una infinita sabiduría, poder y amor. La terrible imagen dada por Milton encuentra con demasiada frecuencia su contrapartida en la realidad. En ningún lugar de la Biblia contemplamos una incongruencia gruencia? tan gigantesca, un conflicto tan irreprimible, como en la escena que tenemos ante nosotros. Que uno resuelva el gran problema de los siglos; que nos diga por qué un Creador infinitamente sabio, poderoso y benevolente permitió que el mal entrara en absoluto en su universo; que explique esta contradicción, y podremos dedicarnos tranquilamente a explicar aquellas que aparecen en la Biblia. Porque ninguna de ellas, y ni ellas todas juntas, es una tan oscura, insondable, y suprema Discrepancia. Dice Orígenes: «El que cree que la Escritura procede de Aquél que es el Autor de la naturaleza bien puede esperar encontrar la misma clase de dificultades en ella que las que se hallan en la constitución de la naturaleza». El obispo Butler añade con acierto que «el que niegue que la Escritura ha procedido de Dios debido a estas dificultades puede, por la misma razón, negar que el mundo haya sido formado por él».

Así, en la naturaleza percibimos intensas discordancias, tremendos antagonismos, que en apariencia involucran de manera seria y militan en contra del carácter y de los atributos de Dios. Sin embargo, la naturaleza es confesamente obra de Él. Y en la Biblia nos encontramos que ella afirma el mismo origen sobrenatural, y que exhibe, entre otras características de semejanza, discrepancias similares, aunque mucho menos importantes; por ello, estas últimas ofrecen una presunción válida en favor de esta afirmación. Casi en la misma línea de pensamiento dice el doctor Charles Hodge: «El universo rebosa de evidencias de designio, tan diversas, múltiples y maravillosas como para abrumar la mente con la convicción de que ha tenido un autor inteligente. Sin embargo, aparecen aquí y allí casos aislados de monstruosidad. Es irracional negar que el universo sea producto de la Inteligencia por el hecho de que no podamos dar explicación de tales casos. Así, el cristiano no tiene por qué renunciar a su fe en la inspiración plenaria de la Biblia, aunque hayan en ella algunas cosas, en su estado actual, a las que no pueda dar explicación».

Si tenemos que dar crédito a los filósofos, ni siquiera los más elevados caminos de la ciencia carecen de sus «piedras de tropiezo». Kant, Hamilton y Mansel enseñan que nuestra razón, y las imprescindibles leyes del pensamiento que gobiernan nuestra actividad mental, conducen a contradicciones absolutas.

Mansel señala: «El concepto del Absoluto e Infinito, se miren desde la perspectiva que se miren, se ven rodeados de contradicciones. Hay una contradicción en suponer que tal cosa exista, sea a solas o junto con otros; y hay una contradicción en suponer que no exista. Hay contradicción en concebirlo como uno; y hay contradicción en concebirlo como muchos. Hay una contradicción en concebirlo como personal; y hay contradición en concebirlo como impersonal. No puede ser, sin contradicción, considerado como activo; pero tampoco puede ser, sin contradicción, considerado como inactivo. No puede ser concebido como la suma de toda la existencia; y tampoco puede ser concebido como sólo parte de esta suma».

Sigue diciendo: «Así, es nuestro deber considerar a Dios como personal; y es nuestro deber creer que es infinito. Es cierto que no podemos conciliar estos dos conceptos entre sí, por cuanto nuestro concepto de la personalidad involucra atributos aparentemente contradictorios con el concepto de infinitud».

Parece que nuestro intento de escapar a las contradicciones echando la Biblia a un lado y dedicándonos a la filosofía es bien poco prometedor. A pesar de las «discrepancias», el curso de acción más prudente es ciertamente el de retener nuestra confianza en la Biblia.

3. Las discrepancias de las Escrituras tienen indudablemente el propósito de constituir una poderosa prueba incidental de que no hubo confabulación entre los escritores sagrados. De esta manera, las diferencias que exhiben sirven para establecer muy fehacientemente la credibilidad de estos autores.

Las narraciones inspiradas exhiben «una concordancia sustancial con la variación circunstancial». Esto es precisamente lo que exige un tribunal de justicia con respecto al testimonio de los deponentes. Si la evidencia presentada por ellos concordara precisamente en cada palabra y sílaba, este mismo hecho sería considerado por el tribunal como prueba de conspiración. El bien conocido caso «El testamento de Howland», en New Bedford, del siglo pasado, sirve como ilustración de este principio. En este famoso caso estaban en juego uno o dos millones de dólares, y se gastaron más de ciento cincuenta mil dólares en costas y honorarios de abogados en dos años. Para este caso se emplearon los medios de los mejores abogados de Nueva Inglaterra y la capacidad de los más ingeniosos expertos científicos de los Estados Unidos. El principal punto a dilucidar era si la firma de la segunda página había sido escrita por Miss Howland, o si se trataba de una falsificación. La gran semejanza de la primera y la segunda firma, en todos los respectos, era el gran problema del caso. En una palabra, las firmas se parecían demasiado.

Ahora bien, si los escritores bíblicos concordaran en todos los aspectos, incluso en los más nimios, si no hubiera habido ninguna discrepancia en su testimonio, el clamor de «¡Confabulación, confabulación!» hubiera ido pasando por toda la línea de incredulidad, desde Celso y Porfirio hasta Colenso y Renan. Por tanto, mantenemos que las mismas discrepancias, siendo como son superficiales, sin alcanzar el asunto tratado, la sustancia de la Escritura, y siendo además susceptibles de armonización, son otras tantas pruebas de autenticidad y de credibilidad.

En cuanto a las «variantes de lectura» en los manuscritos del Nuevo Testamento, dice Wordsworth:14 «Estas discrepancias, por la naturaleza que han resultado tener, son de inestimable valor. Dan evidencia de que no ha habido confabulación entre nuestros testigos, y que nuestras copias manuscritas de los Evangelios, alrededor de quinientas (cifra del siglo pasado: en la actualidad poseemos muchas más copias. N. del T.), y procedentes de todas partes del mundo, no han sido mutiladas ni interpoladas con ningún fin siniestro, y que no han sido manipuladas por ninguna secta religiosa con el propósito de propagar ninguna opinión privada como palabra de Dios. Estas discrepancias, de hecho, dan evidencia de la pureza e integridad del texto sagrado. Muestran que las escrituras que ahora tenemos en nuestras manos en el siglo diecinueve son idénticas a las recibidas por la iglesia en el siglo primero tal como fueron dadas por el Espíritu Santo». Queda claro que las «variantes de lectura» son pruebas de la identidad sustancial de nuestro Nuevo Testamento con el original inspirado. El Nuevo Testamento griego nos ha llegado, para todo propósito y fin, sin daños. Cada uno de los quinientos manuscritos mencionados, y los otros muchos que han salido a la luz desde el siglo pasado, con sus ligeras variaciones en la ortografía, selección y colocación de palabras, es un testigo independiente de este hecho.

Las discordancias entre los escritores sagrados refutan efectivamente la acusación de «confabulación» por parte de ellos.

4. Otro objeto de las discrepancias fue, se puede deducir, el de conducirnos a valorar el contenido de la Biblia por encima de su realidad material como objeto, a valorar los elementos esenciales del cristianismo sobre lo meramente formal. Por ejemplo, no tenemos ningún retrato de Jesucristo, ninguna descripción fidedigna de Su persona. No nos ha llegado ningún fragmento de la «vera cruz». Y no es difícil suponer la razón de por qué no nos han quedado reliquias de esta clase. Supongamos que el texto original del sagrado volumen nos hubiera llegado de puño y letra de los autores, y perfecto en toda letra y cifra. El mundo hubiera enloquecido en pos de él. Se habría acumulado la idolatría más burda alrededor de él. Se habrían emprendido cruzadas más sanguinarias que las desencadenadas para recuperar el santo sepulcro a fin de asegurar su posesión. Hubiera servido para ensangrentar y oscurecer toda la historia de la religión cristiana aún más de lo que está. Los hombres habrían adorado el libro como objeto, en flagrante oposición a su mensaje. Es indudable que a fin de contrarrestar esta tendencia a la idolatría y al formalismo nos han sido dadas las Escrituras en su presente condición. Nuestra atención queda así apartada de lo externo del objeto mismo a los elementos internos y esenciales de la Escritura, su mensaje y Aquél que es revelado por su mensaje.

5. Las discrepancias bíblicas fueron evidentemente designadas como una prueba de carácter moral; y probablemente, para servir a un importante propósito judicial. Pueden ser consideradas como constitutivas de un elemento no insignificante de los medios y condiciones de la probación del hombre.

Existe una peculiar y asombrosa analogía y armonía entre la forma externa y las doctrinas internas de la Biblia. Y ambas cosas presentan dificultades, en ocasiones considerables, al indagador. Ambos aspectos ponen a prueba su sinceridad y firmeza. Por ello, como lo ha señalado Grotius de modo muy acertado, el Evangelio viene a ser una piedra de toque para probar la honradez de las disposiciones de los hombres.

Las enseñanzas de nuestro Salvador estaban frecuentemente revestidas en formas que a los oyentes indiferentes o con prejuicios tienen que haber parecido oscuras, si no ofensivas. A los escépticos y sofistas judíos les dijo muchas cosas en parábolas, para que viendo pudieran ver y no percibir, y oyendo pudieran oír y no entender (Mr. 4:12). Cuando dijo: «Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn. 6:53), empleó intencionadamente una fraseología que iba a ser repugnante para oyentes insinceros y melindrosos. Así puso a prueba y reveló los caracteres y motivos de los hombres, y entresacó el grano de la paja entre sus oyentes. «Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él» (Jn. 6:66). La aparente dureza y oscuridad de sus dichos sirvieron para librarle de aquellos seguidores que no tenían un espíritu dispuesto a aprender, verdaderamente entregados, y que no estaban dispuestos a mirar más allá de la superficie de las cosas. Los indolentes y superficiales, los soberbios y remilgosos, quedaron desalentados y repelidos por la ruda corteza en la que estaba envuelta la almendra doctrinal.

De manera análoga, las aparentes contradicciones de la Biblia dan «oportunidad a una mente de mala fe para justificarse en el rechazo y esconder de sí aquella evidencia que de otra manera podría ver». Nuestro tratamiento de las dificultades externas de las Escrituras, no menos que el de las internas, tiene una estrecha relación con nuestro carácter moral.

Los que están dispuestos a cavilar encuentran, en la sabia disposición de Dios, abundancia de oportunidades para ello. La disposición no se pierde la ocasión.

En palabras de Isaac Taylor: «Las mismas condiciones de una Revelación que ha sido consignada en varios registros a lo largo de treinta siglos involucran una susceptibilidad a la renovación de argumentación quisquillosa, que fácilmente encuentra puntos de apoyo en un registro tan extenso … Y la misma extensión que constituye una razón mejor y una convicción irresistible de la proximidad de Dios en toda ella, da a una facultad astuta y fría mil y una oportunidades en las que proclamar un mezquino triunfo». O, como lo ha expresado Pascal18 con tanta belleza: Dios, «dispuesto a ser revelado a aquellos que lo buscan con todo su corazón, y oculto de aquellos que con igual intensidad de deseo huyen de Él, ha dispuesto de tal manera los medios de conocerle que den indicaciones de él mismo, claras para aquellos que lo buscan, y oscuras para aquellos que no lo buscan. Hay luz suficiente para aquellos cuyo principal deseo es ver; y oscuridad suficiente para aquellos que tienen un anhelo contrario».

Tampoco parece improbable que las dificultades de la Biblia fueran dispuestas también para servir un propósito penal. Aquellos que atesoran un espíritu cavilador, que están inclinados a mal entender la verdad, y a apremiar objeciones capciosas y frívolas, encuentran en el sagrado volumen dificultades y discordancias que parecería que han sido dispuestas como piedras de tropiezo para aquellos que «tropiezan en la palabra, siendo desobedientes, a lo cual fueron también destinados» (1 P. 2:8). A los voluntariosos partidarios del error, Dios les envía «un espíritu engañoso, para que crean la mentira» (2 Ts. 2:11), para que así ellos mismos obren su propia condenación y ruina.

«Si menospreciamos las Escrituras, tratándolas como "cualquier otro libro", entonces el Dios Omnipotente, que es el Autor de la Escritura, nos castigará mediante nuestras propias añagazas. Él "elegirá nuestros engaños", "nos castigará mediante nuestra propia maldad", y "nos reprobará por nuestras rebeliones", dándonos "la retribución de nuestras propias manos". Nuestra presunción e irreverencia serán los instrumentos de nuestro castigo». En el gobierno divino de este mundo, el pecado conlleva frecuentemente su propio castigo.

Cuando las dificultades de las Escrituras son enfocadas con una mente dócil y reverente, pueden tender a establecernos en la fe; pero cuando son tratadas de una manera querellosa e insincera, vienen a ser agencias judiciales al unir al escepticismo cavilador su justa pena … hasta la misma perdición del alma.[1]

 



[1] Escuain, S., & Haley, J. W. (1988). Diccionario de dificultades y aparentes contradicciones bı́blicas (pp. 37–46). TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE.



Muchas gracias.

Paz de Cristo!



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor




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