¿CÓMO DEBE UN CRISTIANO RELACIONARSE CON LA CULTURA?
La Biblia advierte en contra de la «mundanalidad» y de las consecuencias devastadoras de seguir la corriente del mundo y no a Cristo (Santiago 4). Del Antiguo Testamento vemos que los hijos de Dios se metieron en problemas serios cuando imitaban a sus vecinos paganos, trayendo sus altares y sus imágenes al templo. Sin embargo, los cristianos debemos estar en el mundo, sin ser del mundo (Juan 17:14–18). Los cristianos hemos sido removidos del poder del mundo al ser convertidos (Gálatas 6:14), y como la cruz ha establecido una separación judicial entre los creyentes y el mundo, los cristianos somos ciudadanos de un reino nuevo (Filipenses 3:20). La Biblia nos desanima a separarnos físicamente de la gente del mundo de manera absoluta (1 Corintios 5:9, 10), y nos instruye a testificar al mundo (Juan 17:18); pero nos dice que debemos mantenernos alejados de la influencia del mundo (Santiago 1:27; 1 Corintios 7:31; Romanos 12:2; 1 Juan 2:15). ¿Cómo resolveremos esta tensión?
Esta pregunta tiene profunda importancia para los que creemos en absolutos éticos. En una cultura que es cada vez más pagana y relativista, es esencial saber comunicar el cristianismo a la cultura. ¿Debemos separarnos de la cultura y vivir aislados? ¿Debemos tratar de acomodarnos a la cultura e influir en sus instituciones y en sus valores desde adentro? ¿O debemos tratar de transformar la cultura, buscando controlar sus instituciones y reclamarlas para Cristo? Hay ejemplos históricos para cada posición, y hay ejemplos actuales en nuestro mundo hoy. La meta de este capítulo es examinar cada modelo y evaluarlos bíblicamente.13
El modelo de la separación
El modelo separatista de nuestra relación con la cultura arguye que los cristianos debemos retirarnos de cualquier participación en el mundo. Hay una antítesis entre el reino de Dios y el reino de este mundo, y la decisión es clara —retirarse. Ejemplos bíblicos claros son Noé (a quién Dios sacó de la cultura antes de destruirla), Abram (llamado a separarse de Mesopotamia pagana), y Moisés (llamado a separarse de Egipto). El Nuevo Testamento apoya esta convicción con versículos como Mateo 6:24 («Nadie puede servir a dos señores…»), 1 Pedro 2:11, y 1 Juan 2:15. Según este modelo, la iglesia de Jesucristo es una corriente en contra de la cultura que vive según los principios del reino. No tendrá nada que ver con el mundo.
Un ejemplo histórico de este modelo es la iglesia antes del decreto de Constantino en 313 A.D. Durante ese período, la iglesia rehusó servir en el ejército romano, rehusó participar en el entretenimiento pagano, y rehusó postrarse delante del César como Señor. Fue antagonista y separada de la cultura, pero de alguna forma trató de ganarla para Cristo.
Otro ejemplo histórico es el movimiento anabaptista, expresado en varios grupos menonitas y amish del siglo dieciséis, muchos de los cuales continúan hoy. Para ellos hay una antítesis absoluta entre el reino de Dios y este mundo. Esto obliga a rechazar el concepto de iglesia-estado —el centro revolucionario de su enfoque del mundo. La iglesia, según su perspectiva, es una asociación libre de creyentes; no hay una iglesia «establecida» del estado. La libertad religiosa, la no-resistencia, frecuentemente el pacifismo, y el rehusar hacer votos y juramentos son las cosas que separan a estas comunidades del mundo. Aislados y separados, el servicio social establece y desarrolla el reino de Dios en esta tierra.
Un ejemplo histórico final es el movimiento de las comunidades cristianas, nacido en la década de 1960, fecha en la que aparecieron comunidades cristianas en muchos lugares en los Estados Unidos y en Europa. En contra de la cultura, estos grupos creían que la iglesia había sido secularizada sin remedio. Por lo tanto, los cristianos debían volver al libro de Hechos donde compartían los recursos, el estilo de vida era simple, y los creyentes eran obviamente separados de la cultura hostil. Este camino alternativo, arraigado en una separación radical, llevaría a la iglesia a volver a sus raíces y a experimentar un avivamiento.
¿Qué debemos pensar del modelo separatista? En una cultura que es cada vez más pagana y antagonista, hay bastante de este modelo que es atractivo. El modelo pone énfasis en el hecho de que el cristianismo no es de este mundo, y llama a la gente a reconocer que «este mundo no es mi hogar». Después de todo, Jesús rechazó radicalmente el status quo de su cultura, y murió como resultado. Aun así, este modelo tiene peligros serios que nos obligan a rechazarlo como una opción viable.
Hay tres peligros en este modelo. Primero, la separación rápidamente lleva a un ascetismo, un estilo de vida de negación propia, que termina en una negación de la bondad de la creación de Dios. De la declaración de Génesis 1 que todo es «bueno», hasta la afirmación fuerte de Pablo de que todo lo creado por Dios es bueno y no debe ser rechazado (1 Timoteo 4:4), la Biblia condena toda tendencia al ascetismo que niega lo bueno innato de la creación. Segundo, este modelo fácilmente produce una dicotomía sagrado/secular. Para el creyente, la Biblia claramente rechaza una división de la vida entre cosas sagradas y cosas seculares. Para el cristiano, todo es sagrado. Pablo escribe en 1 Corintios 10:31 que el creyente debe «hacerlo todo para la gloria de Dios». Finalmente, este modelo puede llevar a retirarse totalmente de la cultura, algo claramente condenado en la Biblia. En 1 Corintios 5:9–11, Pablo reprende a los corintios por entender mal sus instrucciones acerca de la disciplina de un hermano descarriado. Dice que entendieron incorrectamente su enseñanza, pensando que no debían asociarse con los pecadores. Pero la única forma de hacer eso sería morir, y eso no es lo que Pablo había dicho. Así, el modelo separatista es inadecuado para el creyente.
El modelo de la identificación
Acomodación a la cultura es la palabra clave para este modelo; vivir tanto en el reino de Dios como en el mundo. Dios opera en el mundo, tanto a través del estado como a través de la iglesia. El creyente, por lo tanto, tiene un compromiso doble, con la iglesia y con el estado. Identificarse con, participar en, y trabajar con todas las instituciones culturales (negocios, gobierno, leyes) es parte del mandato para el cristiano. Los cristianos debemos vivir tanto en el reino de Dios como en el reino de este mundo.
Hay abundantes ejemplos bíblicos de este modelo también. José llegó a una posición alta en Egipto, sirviendo como una especie de primer ministro (Génesis 41:41–43). De manera similar, Daniel tenía roles importantes políticos y de asesoría en los imperios de Babilonia y de Persia (Daniel 6:1–4). Jesús se identificó con el mundo, comiendo y bebiendo con los cobradores de impuestos y diversos pecadores. Obviamente Él no se separó del mundo, porque era amigo con Nicodemo y se relacionaba con oficiales clave en el ejército romano (como el centurión). Finalmente el libro de Hechos narra acerca de los apóstoles con el eunuco etíope y con Cornelio, otro oficial romano. Pablo en Romanos 13:1–7 explica que el estado es claramente una esfera de la obra de Dios.
Ejemplos históricos son también numerosos. Después del decreto de Constantino en 313, la dinámica entre el estado y la iglesia cambió. Él restauró la propiedad de la iglesia. Los obispos llegaron a ser iguales con los oficiales romanos. Con el tiempo, la iglesia llegó a ser rica y poderosa. El cristianismo era popular, «de moda» en el imperio. Resultó en indiferencia. Su poder llegó a ser político, y durante la edad media (500–1500 A.D.) ganó un prestigio grande y un dominio inmenso. Incluso, durante el papado de Inocente III (temprano en el siglo 13), la iglesia gobernaba Europa occidental.
Otro ejemplo es la religión moderna civil, que ve la naciónestado como algo ordenado por Dios para cumplir una misión redentora. Para líderes religiosos norteamericanos como Jonathan Edwards, Charles Finney, y Lyman Beecher, Dios había elegido a los Estados Unidos para ser el salvador del mundo, un pueblo elegido para lograr propósitos redentores para toda la humanidad. El reino de Dios, sostenían, vendría primero a los Estados Unidos, y después se extendería al resto del mundo. El concepto del Destino Manifiesto, que definía la política norteamericana durante el período antes de la guerra civil, veía a las instituciones como perfectas y destinadas por Dios a ser extendidas por toda América del Norte. Tal pensamiento tenía su origen en la religión civil y explica en parte la guerra entre Estados Unidos y México (1846–1848) y otras formas de expansionismo. Argumentos similares se pueden hacer acerca del expansionismo en la última parte del siglo diecinueve, especialmente la guerra entre España y Estados Unidos en 1898.
Al evaluar el modelo de identificación, vemos que sus puntos fuertes son claros. Pone énfasis en el hecho de que vivimos la vida cristiana en este mundo. Hay mucho de este mundo que podemos abrazar y que debemos abrazar, porque es bueno. Este modelo llama a la gente a reconocer el hecho de que hay cosas importantes y buenas en este mundo ahora. También afirma que Dios está obrando en y a través de instituciones culturales como el estado, el comercio, y las artes. Un cristiano puede encontrar e identificar los beneficios en cada una de estas instituciones.
Sin embargo, sus puntos débiles son obvios también. El peligro principal es que puede llevarnos a ser indiferentes, ciegos a la influencia de la maldad en las instituciones culturales. Cualquiera que está en la política sabe que es una gran prueba de fe trabajar en ella. La maldad y la presión de comprometer las convicciones están siempre presentes. Este modelo también puede llevarnos a aceptar ingenuamente las prácticas y actitudes de la cultura. Especialmente en las democracias donde el gobierno de la mayoría es tan importante, la presión de aceptar lo que dicen las encuestas públicas es una tentación. Donde hay más cristianos que se identifican con las instituciones, más influencia tienen las instituciones sobre los cristianos. La sociedad contemporánea es más permisiva que la del pasado, y la comunidad evangélica está siendo afectada por esa permisividad.
Finalmente, este modelo puede causar una pérdida del rol profético de la iglesia. La iglesia puede «casarse» con la cultura. Un ejemplo desastroso es la iglesia en la Alemania nazi. Estaba gritando, «¡Mejor Hitler que Stalin!», y abrazó ingenuamente el estado de Hitler como algo que les convenía. Lo mismo sucedió en la cultura norteamericana, especialmente justificando la guerra con México, y también aspectos de la guerra con España. Este modelo tiene el peligro, entonces, de producir una especie de cristianismo blando y complaciente.
El modelo de la transformación
Este modelo toma el poder transformador de Cristo y lo aplica a la cultura. A pesar de la naturaleza caída de la humanidad y el castigo subsiguiente de la creación, la muerte de Jesús, su entierro, y su resurrección quitaron la maldición sobre el hombre y la cultura. Ahora hay esperanza, tanto para el hombre como para la creación, de ser liberado de la esclavitud al pecado. Esto es el corazón de la esperanza de Israel en la restauración del mundo (Isaías 65), y es la base del enfoque neotestamentario en la obra redentora de Cristo (Romanos 5:12–21). Romanos 8:19–22 pone el énfasis en la restauración de toda la creación de la maldición del pecado. Esta esperanza es fácilmente traducida a un optimismo con respecto a la transformación de la cultura.
Los ejemplos históricos de este modelo están centrados en la obra transformadora del evangelio en áreas geográficas. Durante la Reforma, la Ginebra de Juan Calvino reflejó este poder transformador. Calvino enseñó el señorío total de Cristo, diciendo que se extendía al estado y a la economía. Por lo tanto, el gobierno de Ginebra experimentó una reforma radical y persiguió la justicia al hacer y al cumplir sus leyes. El trabajo para Calvino y Ginebra era una vocación ordenada por Dios, cualquiera sea su naturaleza específica. La ciudad, por lo tanto, experimentó una transformación económica increíble también. Un proceso de cambio semejante caracterizó la colonia de la bahía de Massachussets en los años 1600 en los Estados Unidos. Todos los aspectos de la cultura puritana se conformaban a la revelación de Dios. Fue una transformación cultural completa.
Hay mucho que podemos afirmar en este modelo. Reconoce el poder del evangelio para cambiar tanto a los individuos como su cultura. Es obvio según el sentido común que, cuando una persona confía en Cristo, su estilo de vida y su cultura cambiarán. No hay nada en la cultura que esté ajeno al impacto del evangelio. Además, este modelo llama a los cristianos a reconocer su responsabilidad en trabajar hacia el día en que el reino de Dios venga a esta tierra y reine la justicia (Amós 5:15, 24).
Hay, sin embargo, varios problemas con este modelo. El transformista puede pasar por alto la naturaleza radical de la devastación del pecado. Los humanos seguimos esclavizados al pecado, y aún los cristianos luchamos diariamente con su poder. Las Escrituras abundan con advertencias acerca de la sutileza y el poder de los enemigos en el mundo, de la carne, y del diablo. Además, el modelo de transformación puede promover un optimismo no-bíblico, casi utópico. La Biblia rechaza tal optimismo, aparte del retorno de Cristo. Los humanos, aunque sean regenerados por fe, siempre lucharán con el pecado, y solamente cuando vuelva Jesús será completa la victoria sobre el mal. El modelo de transformación también debe ser rechazado.
El modelo de la encarnación
Robert Webber14 propone una síntesis de los tres modelos para los creyentes. Su propuesta sigue el modelo de Jesús, porque él se separó de la maldad de su cultura, se identificó con sus instituciones y su gente, pero buscó su transformación desde adentro hacia fuera. Cuando agregó la humanidad a su deidad, Jesús se identificó con el mundo en su orden social, es decir, con la gente y sus costumbres. En forma semejante, la iglesia debe hacer lo mismo. En el fondo, este es el corazón de la admonición de que debemos estar en el mundo pero no pertenecer al mundo. Cristo se separó de las distorsiones malvadas de este mundo caído. No tenía nada que ver con el uso distorsionado de las riquezas, de la posición social, o del poder político. Finalmente, en su muerte, su entierro, y en su resurrección, rompió el poder del pecado y de Satanás, garantizando la transformación del mundo cuando vuelva en su gloria y poder. De manera similar, la iglesia debe mover las instituciones de la cultura hacia una justicia genuina bíblica, mientras espera su obra transformadora final cuando vuelva.
¿Cómo vive el creyente de acuerdo con el modelo de la encarnación? Primero, el cristiano siempre vive con una tensión, la tensión entre lo que se puede transformar y lo que debe evitar. Por ejemplo, hay muchas estructuras buenas en la cultura —el arte, la economía, deportes, vocaciones— pero siempre existen las distorsiones malvadas de esas estructuras buenas —la pornografía, la avaricia, exceso de trabajo, idolatría. El cristiano debe identificarse con las buenas estructuras y buscar su transformación, pero también debe separarse de esas distorsiones pecaminosas. Segundo, no hay ninguna fórmula simple para vivir con esta tensión o para resolverla. Encontrar la respuesta bíblica para cada pregunta práctica no es siempre posible. Al aplicar los principios bíblicos a la situación de cada uno puede producir juicios considerablemente diferentes. La responsabilidad del creyente es conocer la Palabra de Dios, conocer la mente de Cristo, y escoger una acción que mejor represente la voluntad de Dios.
¿Cuáles son algunos ejemplos de esta tensión? Al tratar de identificarse con las estructuras culturales, mientras se separa de sus distorsiones pecaminosas, ¿un cristiano debe tener un televisor? ¿Debe escuchar música secular? ¿Debe reparar sus medias rotas o botarlas en la basura? Obviamente, los creyentes tendrán distintas respuestas, y la manera en que cada uno contesta estas preguntas representa la variedad de expresiones dentro de la iglesia cristiana. La manera en que los cristianos resuelven personalmente esta tensión debe producir una tolerancia bíblica sana, una actitud de agradecimiento por las múltiples expresiones del cristianismo. No es fácil resolver la tensión entre el identificarse con las instituciones y estructuras de la cultura y el separarse de las distorsiones de cada una. Algunos cristianos elegirán no tener un televisor, no escuchar música secular, y botar sus medias viejas en vez de repararlas. La capacidad de aceptar el hecho de que no estén de acuerdo evita un legalismo enfermizo y produce un diálogo sano acerca de cómo vivir en una cultura no cristiana.
Los cristianos debemos siempre reconciliar la tensión entre identificarse con las instituciones culturales, separarse de las distorsiones pecaminosas, y buscar una transformación de la cultura. Cómo vivimos con esa tensión es una marca de madurez espiritual.
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