EL DESAFÍO ÉTICO ACERCA DE LA GUERRA Y DE LA PENA DE MUERTE
La guerra y la pena de muerte son posiblemente algunos de los desafíos éticos más difíciles para el cristiano. Como han mostrado los capítulos cuatro y cinco, la vida tiene infinito valor para Dios, y siempre debemos respetarla y valorarla. Sin embargo, muchos cristianos sostienen que es correcto y justo pelear en una guerra y matar a otros seres humanos hechos a la imagen de Dios. Además, hay cristianos involucrados en la fabricación y el empleo de armas de destrucción masiva. ¿Será justificable según la Palabra de Dios? Finalmente, muchos cristianos defienden firmemente el derecho del estado de tomar la vida de otro ser humano que asesina con premeditación o comete otros crímenes graves. ¿Cómo podemos contestar estas preguntas difíciles?
Una cuestión de definición
La diferencia entre matar y asesinar es muy importante en una discusión del tema de la guerra. Muchos cristianos no ven ninguna diferencia entre estos dos términos, pero la Biblia sí los distingue. Muchas versiones en castellano traducen Éxodo 20:13 como «no matarás», pero el término en hebreo usado en este versículo, rasah, siempre está relacionado con el asesinato. Nunca se usa con animales, por ejemplo, tampoco para referirse a matar a un enemigo en una guerra.38 No todo acto de matar es asesinato.
Dos ejemplos existen en el Antiguo Testamento. Primero, Génesis 9:6: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre». Dios dio este mandato a Noé antes de la ley de Moisés, y fue repetido en Números 35 como parte del código mosaico. Como dice Charles Ryrie, «Uno puede concluir que, cuando la teocracia [de Israel] tomó la vida de un asesino (es decir, de alguien que había violado el sexto mandamiento), el estado (y en particular los que realizaron la ejecución), no era culpable de asesinato».39 El segundo ejemplo es la conquista de Canaán. En Deuteronomio 20:10–18, Dios revela sus reglas para la guerra. Queda claro en estas regulaciones que Israel no era culpable del asesinato, porque eran instrumentos del juicio santo de Dios.
En la comunidad evangélica hay tres posiciones principales acerca del problema de la guerra. Cada una es defendida bíblicamente y es sostenida por cristianos comprometidos. El propósito de esta parte del capítulo es analizar cada posición y ofrecer la defensa bíblica de cada una. Una evaluación breve cierra cada sección.
El pacifismo bíblico
Esta posición está basada en el llamado de ser discípulo de Cristo. El cristiano debe aceptar a la persona y las enseñanzas de Jesús, y seguir su ejemplo, sin importar las consecuencias. Esto incluye el mandato de Jesús de amar a nuestros enemigos. La meta del pacifismo bíblico es llevar a la gente a la salvación por fe en Jesucristo, trayendo la reconciliación con Dios y con otros, y siendo ministros de reconciliación para todos. Esta meta, dice el pacifista, no se puede obtener mientras se participa en un programa de hostilidad, retaliación o guerra.
Para el pacifista, el Antiguo Testamento no justifica la guerra, tal como no justifica la poligamia o la esclavitud. Cristo vino a cumplir la ley, y Él es el mensaje final de Dios. John Drescher, defensor del pacifismo bíblico, afirma con humor que el cristiano no puede decir:
Amad a vuestros enemigos (excepto durante una guerra); Guardad vuestras espadas, porque los que viven por la espada morirán por la espada (excepto cuando el gobierno me pide que pelee); Si alguien dice «amo a Dios», y odia a su hermano, es mentiroso (excepto cuando pelea en una guerra); Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no maldigáis (excepto cuando mi país está en guerra).40
Matar siempre es malo, declara categóricamente el pacifista. Ese es el punto de Éxodo 21:13, apoyado por las palabras de Jesús en Mateo 5:39, «No resistáis al que es malo». El cristiano siempre toma el camino moral más difícil, protegiendo y asegurando la vida humana. Por eso la guerra para un pacifista es simplemente asesinato en masa, sea dentro de la misma sociedad propia o en otra sociedad. Al contrario, el cristiano debe amar a sus enemigos en vez de matarlos, que es el punto de Mateo 5:44 y Romanos 12:19–21. Myron Augsburger, un pacifista inflexible, declara que Jesús «nunca sancionó la guerra, nunca aprobó la violencia». Al contrario, «cada palabra suya y cada acción repudiaba el camino del odio, del asesinato, y de la defensa propia.…»41
Por lo tanto, arguye el pacifista, la no-violencia es una forma más alta de resistencia; es decir, la violencia no es la única opción viable. John Stott relata algo de la segunda guerra mundial para ilustrar esto:
En sus entrevistas con generales alemanes después de la segunda guerra mundial, Liddell-Hart encontró que «las formas violentas de resistencia no habían sido muy efectivas o problemáticas para ellos», porque sabían cómo manejarlas. Pero habían sido confundidos y desconcertados por la resistencia no-violenta que encontraron en Dinamarca, Holanda, y Noruega.42
La guerra produce más guerra, y significa que los cristianos matarán a otros cristianos, una opción reprehensible para los discípulos de Cristo.
El apoyo principal en el Nuevo Testamento para el pacifismo es el Sermón del Monte. Jesús se dirigía a la gente que estaba viviendo bajo una ocupación opresiva extranjera. Él no propuso revolución política, sino revolución espiritual. Jesús exigía que buscaran la paz en forma activa —yendo una milla extra— que podría convertir la opresión y el odio vengativo en una nueva relación de servicio y reconciliación. Además, su vida fue caracterizada por el amor y la no-violencia en sus relaciones con la gente y en su muerte. Por lo tanto, él demostró el camino de la paz. Esto se ilustra en forma poderosa en su dicho, «Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí» (Juan 18:36).
En Romanos 13, Pablo declara que las autoridades son establecidas por Dios, y que el creyente debe someterse a los mandatos del gobierno, siempre que no signifique desobedecer las leyes de Dios. Si la obediencia a Dios está en conflicto con la autoridad humana, los cristianos debemos estar dispuestos a sufrir las consecuencias, tal como lo hicieron Cristo y sus discípulos. La lealtad total tiene que ser con Dios en primer lugar. Según el Nuevo Testamento, la relación entre los cristianos y las autoridades del estado significa «orar por ellas y honrarlas siempre, derribarlas nunca, y obedecerlas cuando no estén en conflicto con la voluntad de Dios».43
Las Escrituras explican el estilo de vida pacifista. Matar a un no-cristiano en la guerra sería quitarle la oportunidad de ser salvo de su pecado. Los cristianos deben sacrificar sus vidas por su prójimo, no matarlo. Cuando los cristianos pelean contra cristianos, están exaltando a César como Señor, y no a Jesús.44 Los creyentes debemos amar a nuestros enemigos. Si la fuerza es necesaria, debe ser impuesta de tal manera que resulte en una reconciliación. El evangelio prohíbe que resulte en la muerte. Los hijos de Dios deben poner en práctica su fe, ayudando a los necesitados y llevando las cargas el uno al otro. Esto es lo opuesto del militarismo. El cristiano promueve la paz. Menno Simmons arguyó:
Los regenerados no van a la guerra, ni se involucran en el conflicto.
Son los hijos de la paz que han convertido sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces, y ni se adiestrarán más para la guerra. (Isaías 2:4). Ya que debemos ser transformados a la imagen de Cristo, ¿cómo podemos pelear con nuestros enemigos con la espada? Dejamos las espadas y las lanzas de hierro para los que lamentablemente consideran la sangre humana y la sangre de cerdos de casi el mismo valor.45
El activismo cristiano
Esta posición representa la convicción de que siempre es correcto participar en la guerra; es la convicción, «apoyar a mi país, esté en lo correcto o no». Los gobiernos tienen la autoridad para castigar el mal en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento. Génesis 9:5, 6 es el comienzo del gobierno con la autoridad para derramar sangre, supuestamente para tratar con otras naciones que cometen agresión y violencia. Otro pasaje clave para esta posición es Romanos 13:1–7, que según esta posición, indica que el gobierno ha sido establecido por Dios, y que por lo tanto los cristianos debemos someternos. El versículo 4 ve al gobernador como un «ministro» de Dios que «lleva la espada» para hacer la justicia. Ya que el deber del cristiano es sumisión al estado, y el estado tiene la responsabilidad de usar fuerza, los cristianos debemos siempre pelear.46 Los sentimientos personales no tienen parte en esto.
Para el activista, el gobierno es la única garantía de orden y seguridad. Si no hay gobierno, habrá anarquía. Así, los individuos que reciben los beneficios del gobierno deben también participar en su defensa, cuando sea necesario. Es justo, según esta posición, que el ciudadano cumpla este deber. Rehusar totalmente, o en parte, participar en la defensa de la nación y obedecer al gobierno causará más anarquía y caos. Los ciudadanos no pueden, entonces, tener la libertad de elegir si participarán o no en la guerra.
El mayor desafío para esta posición es cuando el estado manda algo en contra de los mandatos de Dios. Cuando les prohibieron a los apóstoles predicar el evangelio, respondieron, «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). En forma semejante, en el Antiguo Testamento, Sadrac, Mesac y Abed-nego desobedecieron la orden de postrarse delante de un ídolo (Daniel 3), tal como lo hizo Daniel cuando le ordenaron no orar (Daniel 6). Estos ejemplos bíblicos demuestran la falacia de la posición activista. El cristiano obedece al gobierno hasta que constituya un pecado obedecerlo.
La tradición de la guerra justa
El pacifismo y el activismo son los dos extremos en la discusión sobre la guerra. El pacifismo dice que nunca es correcto participar en una guerra; el activismo dice que siempre es correcto. A través de la historia de la iglesia, un enfoque entre estos dos extremos se ha desarrollado, llamado la tradición de la guerra justa. Esta tradición ve algunas guerras como justas, y otras como injustas. El desafío está en discernir cuáles guerras son justas.
Desde la época del teólogo Agustín en el siglo cinco, la mayoría de los cristianos han aceptado la proposición de que existe un conjunto de criterios para evaluar si una guerra es «justa». Lo siguiente es un resumen de los criterios normalmente aceptados según la tradición de la guerra justa.
1. Una causa justa —Existe una causa justa para usar la fuerza cuando es necesario repeler un ataque injusto, para retomar algo que fue quitado injustamente, o para castigar el mal. Un ejemplo de esto es la invasión de Saddam Hussein a Kuwait en el año 1990. Éticamente hablando, los defensores de la guerra justa arguyen, la acción de Hussein fue un caso claro de agresión, y por lo tanto fue justificable cuando la comunidad mundial rechazó su agresión injusta.
2. Una autoridad legítima —Este criterio se centra en una autoridad legítimamente establecida y correctamente constituida, usando fuerza para una «causa justa». En los Estados Unidos, esta «autoridad legítima» consiste en los poderes encomendados al presidente, o en el poder del congreso para declarar la guerra. En asuntos internacionales, la «autoridad legítima» puede ser el concilio de seguridad de las Naciones Unidas, que puede autorizar el uso de la fuerza. Este criterio se refiere a autoridad legítima, en contraste con individuos privados que pudieran hacer una guerra.
3. La intención correcta —Este criterio enfatiza la meta final del uso de fuerza. La meta debe ser, por ejemplo, detener o deshacer la agresión, y evitar la agresión en el futuro. El fin del uso de la fuerza debe ser la paz, y no la agresión o la guerra continuada. De nuevo, la guerra del golfo de 1991 ofrece un ejemplo de este criterio de la guerra justa. El mundo no tenía metas agresivas en contra del pueblo de Irak. La «intención correcta» en este conflicto significaba detener la agresión de Saddam Hussein, estableciendo la paz en el Medio Oriente, y asegurando que las protecciones garantizaran la paz en el futuro.
4. Los medios proporcionados —Como criterio, este punto se centra en usar medios justos para utilizar la fuerza; deben ser apropiados de acuerdo con la meta. Por ejemplo, permitir que se siga la agresión, según esta posición, significa aceptar la maldad y abrir la puerta para todavía más maldad. Por lo tanto, la fuerza militar, sea por tierra, aire, o mar, debe ser apropiada con la meta. El uso de armas nucleares, por ejemplo, sería desproporcionado para detener la agresión de una nación en desarrollo, sin fuerza aérea o marina. El uso de armas químicas o biológicas es otro ejemplo de medios desproporcionados.
5. El último recurso —Este criterio indica que el gobierno legítimo debe usar todos los recursos de diplomacia y de política internacional, incluyendo sanciones económicas, para forzar a la nación agresora a retroceder. Si el agresor responde con intransigencia y continúa la hostilidad, el gobierno legítimo no tiene ninguna opción excepto el uso de fuerza militar. De nuevo, la crisis de Irak en los años 1990–1991 es un ejemplo clásico de este criterio: los aliados usaron sanciones económicas, actividad diplomática, y diplomacia personal para cambiar las actividades agresivas de Saddam Hussein en contra de Kuwait. Él rehusó cambiar. Por lo tanto, sostienen los defensores de la guerra justa, el mundo actuaba con justicia cuando detuvieron sus acciones belicosas.
6. La inmunidad de los que no están en el combate —Este es el criterio más difícil para la posición de la guerra justa. La fuerza militar debe ser selectiva. Este principio busca proteger a los que no pelean en la guerra, prohibiendo que sean utilizados directamente por los militares, o que sean el blanco de las fuerzas militares. Por supuesto, esto significa usar todos los métodos posibles para evitar atacar intencionalmente a los civiles, dejar caer bombas en barrios civiles, o matar intencionalmente, sin discernimiento, a la población civil del enemigo.
Con el invento de armas de destrucción masiva, sean nucleares o químicas o biológicas, se ve que este criterio es difícil para la guerra moderna. La inmunidad para los no militares no existe. Como poblaciones enteras son destruidas, tampoco existe un medio proporcionado. Por eso muchos cristianos sostienen que la guerra nuclear no reúne los requisitos de este criterio, y que por lo tanto es inmoral y pecaminoso.47
En resumen, la posición de la guerra justa postula que la guerra debe ser peleada solamente por una causa justa, y no para buscar engrandecimiento, gloria, o venganza. La guerra debe ser declarada por una autoridad legítima y debe tener una posibilidad razonable de ganar. El bien producido debe valer la pena de la guerra y el resultado debe ser mejor que la opción de permitir que el problema que provocó la guerra continúe. La guerra debe ser el último recurso después de que hayan fracasado otras soluciones menos violentas. Las poblaciones civiles no deben ser atacadas deliberadamente, cada esfuerzo se debe hacer para minimizar los daños entre ellos, y ninguna fuerza innecesaria se debe usar en contra de las tropas o los civiles.
Los que sostienen esta posición ofrecen los siguientes pasajes bíblicos para apoyarla:
1. Génesis 9:6 —Aquí encontramos parte del pacto con Noé, donde Dios explica la responsabilidad de los humanos para ser instrumentos de su justicia. Con la muerte de los seres humanos viene la responsabilidad de castigar al asesino. Esto, por inferencia, es lo que deben hacer las naciones también —castigar a los agresores y perpetradores de la violencia internacional, aunque signifique usar la fuerza militar.
2. Mateo 22:21; 1 Timoteo 2:1, 2; Tito 3:1; 1 Pedro 2:13 —En estos pasajes, se les instruye a los cristianos que deben practicar la obediencia civil hacia las autoridades correctamente constituidas. Como se dijo anteriormente en este capítulo, esto no es una obediencia ciega, porque cuando hay un conflicto entre la ley humana y la ley de Dios, el cristiano obedece a Dios.
3. Romanos 13:4 —En este pasaje clásico, Dios delega al estado la responsabilidad de usar la espada como instrumento de justicia y para castigar la maldad. Al extender este principio esta tradición sostiene que las naciones deben usar fuerza militar para promover la justicia y castigar la maldad.
4. Juan 18:11; Lucas 22:36 —En estos pasajes, Jesús habla del uso de la espada como instrumento de defensa propia. En el primero, reprende a Pedro por el mal uso de la espada; no condena el uso de la espada para defensa propia. En el pasaje de Lucas, Jesús parece permitir el uso legítimo de la espada para defensa propia, cuando, a la luz del rechazo hacia él de parte de la gente, instruye a sus discípulos, «el que no tiene espada, venda su capa y compre una». De nuevo, por inferencia, se justifica que las naciones que actúen en defensa propia utilicen la fuerza militar.
Se produce una gran tensión al analizar la tradición de la guerra justa. Pero, como vivimos en un mundo corrupto y pecaminoso, es probablemente la opción más sabia entre las tres opciones principales. Sin embargo, ¡nunca debemos estar totalmente tranquilos con esto! Debemos siempre sentirnos incómodos y preocupados cuando pensamos en esta opción y su implementación. Si una nación lucha en una guerra que considera justa, nunca debe hacerlo con arrogancia y con orgullo guerrero; al contrario, debe luchar con lágrimas y con una tensión dolorosa. Las guerras nunca deben ser fáciles. Esto sigue siendo uno de los asuntos éticos más perplejos para el cristiano.
La pena de muerte
Tal como los asuntos de la guerra, el tema de la pena de muerte está lleno de tensión intelectual y teológica. Esta sección no habla de la práctica de la pena de muerte en los Estados Unidos o en ningún otro país. Más bien el enfoque está en la pregunta si hay apoyo bíblico para la pena de muerte como una responsabilidad del estado. Si los seres humanos llevan la imagen de Dios (Génesis 1:26, 27), entonces tomar la vida de alguien que lleva su imagen en un acto premeditado de asesinato exige éticamente un castigo justo. Matar a un ser humano significa atacar al Dios Creador. Es un rechazo de su soberanía sobre la vida (Deuteronomio 32:39). Pero ¿es justo que el castigo sea la pena de muerte? Esta sección presenta el argumento a favor del sí como respuesta.
Hay varios pasajes bíblicos clave que presentan el caso por la pena de muerte como una obligación justa del estado:
1. Génesis 9:6 —Cuando Noé salió del arca, Dios estableció una nueva relación con la raza humana y un nuevo código para las relaciones entre los humanos. Ya que el diluvio destruyó toda vida, las generaciones futuras podrían concluir que la vida no tiene mucho valor para Dios, y suponer que los humanos pueden hacer lo mismo. Sin embargo, el pacto afirma lo sagrado de la vida humana, y que el asesinato será castigado por la pérdida de la vida. El texto entonces, instituye el principio de la justicia del talión, o la justicia del castigo parejo. No es un principio severo, porque establece que el castigo debe ser apropiado de acuerdo con el crimen. Se resume en otro pasaje de la Palabra, «Ojo por ojo, diente por diente» (Éxodo 21:23–25). El punto de este pacto con Noé es que Dios removió la justicia de las manos de la familia del muerto, y la puso en las manos del gobierno humano, eliminando el factor de la venganza personal y del enojo emocional.
2. La ley de Moisés —Cuando Dios reveló la ley moral a Moisés, no fue la primera vez que había autorizado el uso de la pena capital. Es central en Génesis 9:6, y está claramente implicado en Génesis 4 en su diálogo con Caín (vv. 10, 14). Lo que hizo Dios en la ley mosaica fue ampliar la responsabilidad para incluir el castigar por muchas otras ofensas: el asesinato (Éxodo 21:12; Números 35:16–31); el trabajo en el día de reposo (Éxodo 35:2); maldecir a los padres (Levítico 20:9); el adulterio (Levítico 20:10); el incesto (Levítico 20:11, 12); la sodomía (Levítico 20:13, 15, 16); la profecía falsa (Deuteronomio 13:1–10, 18:20); la idolatría (Éxodo 20:4); la violación (Deuteronomio 22:25); mantener a un buey que ha matado a un ser humano (Éxodo 21:29); el rapto (Éxodo 21:16); y la intrusión de un extranjero en un lugar sagrado (Números 1:51; 3:10, 38). La forma de ejecución era normalmente apedrear o quemar.48
3. Romanos 13:1–7 —El versículo 4 es la clave en esta sección importante sobre la autoridad del estado en nuestras vidas. Le da al estado la autoridad para llevar la «espada» en su rol punitivo de la maldad: «porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo». La palabra usada para espada aquí es machaira, que se refiere no solamente a una espada usada en una batalla, sino también en las ejecuciones, como cuando Herodes mató a Jacobo, hermano de Juan en Hechos 12:1, 2.49 El uso de esta palabra de parte de Pablo da bastante apoyo al hecho de que Dios ha dado la autoridad al estado para ejecutar a malhechores.
En resumen, el principio de la justicia del talión implicado en Génesis 4:10, 14 fue claramente instituido en Génesis 9:6 y reafirmado ampliamente en la ley de Moisés. También es un poder delegado al estado según Romanos 13:4. El Nuevo Testamento no negó el principio de la pena de muerte del Antiguo Testamento. Se afirma la continuidad de los dos testamentos.
¿Es la pena de muerte un factor disuasivo?
Tanto los miembros del sistema de justicia criminal como los teólogos están divididos acerca de la pregunta si la pena capital impide conducta criminal. Cuando comparan las tasas de crimen de los estados que emplean la pena capital con los estados que no lo hacen, es imposible sostener que la pena capital sea un factor disuasivo. No obstante, desde la perspectiva de las Escrituras, eso no es el punto.
La perspectiva acerca de la pena de muerte presentada en este capítulo se enfoca en la razón bíblica fundamental para usar la pena capital. Específicamente, el hecho de matar a otro hombre (como imagen de Dios) exige la muerte del asesino, según la justicia del talión. Si esta forma de justicia impide más asesinatos es casi irrelevante. La justicia exige un castigo. El principio universal que Dios instituyó en Génesis 9:6 es tan válido y aplicable hoy como lo era en el día de Noé.
En conclusión, si estamos pensando en la guerra o en la pena capital, existe un enorme dilema. Ningún asunto es fácil; cada uno es intensamente difícil. Este capítulo ha sugerido que la tradición de la guerra justa es una posible manera de reducir algo del dilema sobre la cuestión de la guerra. También hemos defendido la pena capital como una cuestión de justicia. Tanto la guerra como la pena capital son practicadas con lamento y lágrimas, pidiendo a Dios discernimiento y sabiduría.[1]
38 Peter Craigie, The Problem of War in the Old Testament [El problema de la guerra en el Antiguo Testamento] (Grand Rapids: Zondervan, 1978), p. 58.
39 Charles Ryrie, You Mean the Bible Teaches That… [Usted quiere decir que la Biblia enseña que…] (Chicago: Moody, 1974), p. 30.
40 John Dreschler, «Why Christians Shouldn't Carry Swords» [La razón por la que los cristianos no debemos llevar una espada] Christianity Today (7 de noviembre, 1984), p. 17.
41 Norman Geisler, Christian Ethics [La ética cristiana] (Grand Rapids: Baker, 1989), p. 223.
42 John Stott, Involvements [Participaciones] (Grand Rapids: Zondervan, 1985), p. 44.
43 Drescher, «Why Christians Shouldn't Carry the Sword», p. 23.
44 Drescher, pp. 21–22.
45 Jurgen Luas, «Charismatic or Military Power?» [Poder carismático o poder militar?] Christianity Today (el 30 de noviembre, 1983), pp. 1112.
46 Geisler, Christian Ethics, p. 225.
47 Geisler, Christian Ethics, pp. 220–228.
48 Ryrie, You Mean that the Bible Teaches That…, pp. 26–27.
49 John Eidsmoe, God and Ceasar [Dios y el César] (Wheaton: Crossway Books, 1989), p. 200.
[1] Gerald Nyenhuis and James P. Eckman, Ética Cristiana (Miami, FL: Editorial Unilit, 2002), 271–285.
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